Lo bueno de comer en la escuela es que me
sirven todo lo que quiero y nadie me reta pero esta polenta nada que ver con la
de Ramo tiene poca salsa y le falta el quesito cuando llegue a casa le voy a
pedir que me haga.
Matilde,
en la esquina del colegio, ve como Agustina se acerca casi corriendo. ¿Qué te pasa? le pregunta. Me estoy escapando de Gonzalo, Vale me avisó
que Ariel le dijo que quería hablar conmigo. ¿Y vos no querés? Lo que no quiero
es que me vea, ¡apurate! pide su hermana. Las dos emprenden una carrera.
Hasta que ella se pisa los cordones de las zapatillas y aterriza en el suelo.
Agustina, entre risas, la ayuda a levantarse.
La polenta nunca me gusta pero esta está
asquerosa por suerte en el colegio no les importa si dejo el plato lleno si me
agarra hambre que como mamá dice sería un milagro le pido a Ramo que me haga un
bizcochuelo y listo.
Agustina
está abriendo la puerta de su casa cuando suena el celular. ¡Seguro que es tu admirador! la carga
Matilde. Ella mira y comprueba, sorprendida, que su hermana tiene razón. ¿Te puedo llamar? lee. Matilde espía
sobre su hombro. Este pibe está muerto
por vos. Qué me decís, peor Mariano. Sí se defiende Matilde pero a mí me gusta. Entran. ¿Le vas a contestar? pregunta su
hermana. No sé responde ella. Porque
no sabe si le gusta.
Los bocadillos estaban riquísimos comenta
Matilde mientras recoge los platos. Dejá
dice Ramona sacándoselos de la mano yo
junto, vos andá a estudiar. Ella entrega los platos al tiempo que pregunta ¿vos hiciste el secundario? ¡Qué va!, en
cuanto terminé el primario, enseguida tuve que empezar a trabajar. ¿Te gustaba
estudiar? Sí, claro, la maestra le insistió a mamá para que me mandara al
secundario, decía que yo era muy inteligente,
pero para ese entonces papá ya nos había abandonado, yo era la mayor de
siete, pobre mamá, demasiadas bocas para alimentar. Matilde está saliendo
cuando una idea la atraviesa. Sube corriendo y se sienta frente a la
computadora. Secundario para adultos teclea.
Marcelo
se saca los anteojos y se restriega los
ojos. Está harto del balance. Cada vez tiene menos paciencia. Antes disfrutaba de mi trabajo piensa.
¿Antes de qué? Cuando ella estaba. Su
día estaba surcado por señales de su existencia. Un llamado, un mensaje, hasta
algún almuerzo compartido en el centro. Y, sobre todo, la certeza de hallarla a
su regreso. A él le bastaba con verla para confirmar que su vida tenía sentido. No precisaba demasiado
más. Verla bien, claro. Porque cuando la encontraba ausente, apagada, la
angustia de ella se trasladaba a él en un instante. Se pone de nuevo los
lentes. Va a ser mejor que prepare la clase. Recuerda la pollerita de Feldman y
sonríe. Cierra el Excel del balance y abre el Word. Método
de Lagrange tipea.
Agustina
suspende el rítmico golpeteo sobre la espalda de Federico, a través de los
barrotes de la cuna. Parece que, al fin, logró dormirlo. Se levanta con
precaución y sale de puntillas. No alcanza a llegar al pasillo cuando escucha ¡Aus! Aprieta los puños. Tiene mucha
tarea y, además, todavía no pudo contestarle a Gonzalo. ¿Qué le dirá? Aún no
sabe pero no puede no contestar. Sería de maleducada. ¡¡Aus!! insiste el nene. Está harta. ¡Basta, Fede! le grita. Al instante el reclamo se transforma en
llanto. ¡Mamá, mamá! Ella cierra los
ojos. No aguanta más. Acuden las lágrimas. De pena, de impotencia, de rabia. Se
las seca con la manga del pullover y regresa junto a su hermano.
Matilde
entra a la cocina. Ramona está abriendo el horno. El aroma se apodera del aire.
Le llena los pulmones. Ramo, estuve
averiguando dice. ¿Qué? pregunta
la mujer mientras desmolda el bizcochuelo. Hay
una escuela de adultos en Colegiales, podés hacer el secundario en tres años,
por la noche, si querés empezar en agosto tenés que inscribirte ya mismo. La mujer la mira, atónita. Dale, Ramo, te prometo que yo te ayudo. Suena
el timbre. Yo abro grita Agustina. ¿Qué me decís? insiste ella. Ahora me tengo que ocupar de tus hermanas contesta
Ramona, muy seria. Pero al pasar a su lado le acaricia la cabeza. Gracias, Mati, no sé qué hizo tu mamá para que las hijas le salieran
tan buenas. Las nenas entran a la carrera. ¡Qué olorcito! dice Lorena abrazándose a las rodillas de la mujer. ¡Hasta yo tengo hambre! agrega Sofía.
Agustina entra con Federico en brazos. Instantes después la cocina es un
jolgorio. No creo que seamos el resultado
de sus esfuerzos piensa Matilde pero
la verdad que todas le salimos buenas. ¡Qué rico, Ramo! alaba Sofía. ¡Más! reclama Federico. El celular de
Matilde vibra. Mariano. Hoy es un buen
día decide.
Matilde canta como un payaso y Fede
baila sobre la silla y entonces Agus lo alza y baila con él y Lorena se pone la
servilleta sobre la cabeza y nos reímos tanto que me atraganto con el tercer
pedazo de bizcochuelo que Ramo me cocinó y no entiendo por qué me volvió el
hambre.
Contador, ya me voy informa
su secretaria. Marcelo mira el reloj: se le voló la tarde. Pero preparé una buena clase se tranquiliza. A Feldman le va a encantar se ríe de sí mismo. Suena su celular:
Matilde. Atiende, de antemano preocupado. Hola,
papi lo sorprende la vocecita de Lorena le
pedí el celu a Mati porque me olvidé de avisarte que mañana tengo reunión de
padres, no me retes que Mati ya me retó. Él apoya la frente sobre el codo
flexionado. En un rato voy para casa y lo
charlamos. Lo único que le faltaba: reuniones de padre. Mañana imposible decide. Apaga la
computadora y busca su saco.
Lore me dijo que papá va a ir a su
reunión qué raro yo ni siquiera le avisé mamá no iba casi nunca y yo pensé que
los papás no podían igual papá a mi reunión seguro que no iba a ir.
Agustina
observa a su celular como si esperara que de él surgiera la respuesta. Matilde
golpea la puerta. ¿Tenés un transportador?,
no encuentro el mío. Ella busca uno y se lo da. Quedátelo, tengo otro. Matilde se tira sobre su cama. Recién me llamo Mariano comenta
sonriendo, la cabeza apoyada sobre los brazos flexionados. ¿Qué te dijo? Nada en especial. ¿Y por qué estás tan contenta? ¡Porque
lo escuché!, y vos ¿ya le contestaste al Gonza? No informa ella. Entonces ya le contestaste dice su
hermana levantándose de un brinco. Es
cierto piensa ella y se siente repentinamente muy triste. Federico aparece
en el marco de la puerta. ¡Aus! Ella lo llama y el nene se acerca corriendo.
Lo alza y esconde la cara en su cuellito. Todavía huele a bebé.
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