19 Domingo
Marcelo
entra a la cocina, por suerte vacía. ¿Habrá café instantáneo? Abre las
alacenas. En la segunda encuentra el frasco. Está agarrándolo cuando aparece Matilde.
Mala suerte piensa se complica la mañana. Dejá dice la
chica sacándole el frasco de la mano y regresándolo al estante te preparo un café como la gente. Él se
sienta y la observa trajinar. Todos sus movimientos son precisos, seguros. Esta chica siempre sabe lo que hace. Escucha
el borboteo de la cafetera, el ruido de la tostadora y del exprimidor. Se van
ensamblando los aromas. Matilde pone individuales, vasos, azucarera, mantequera
y mermelada. Apoya las tazas humeantes y, finalmente, se ubica frente a él. Excelente desayuno dice él. Ella hace
una mueca despectiva pero sonríe. ¿Cómo
la pasaron ayer? pregunta él. Bien contesta
ella alquilamos una peli. Lamento que no
hayan podido salir comenta él no
volverá a repetirse, hablaré con Ramona. Sí, yo también estuve pensando; tengo
varias fiestas de quince y Agustina no puede con todos; además ya está grande,
espero que ella también empiece a salir. Sí, Matilde es una máquina, nada
se escapa de su control. Tengo suerte
se dice. La chiquilina está revolviendo el café cuando, sin mirarlo,
pregunta ¿vos sabés si mamá y Patricia se pelearon? Él se alerta. Se
endereza en la silla, atento a la próxima jugada. Con Matilde es así, en cuanto uno se descuida llega la estocada.
¿A qué viene tu curiosidad?
repregunta. Nada, de pronto me acordé de
Patricia y me puse a pensar que hacía mil que no la veía y que era rarísimo que
no hubiera estado ni en el velorio ni en el entierro de mamá. Él inspira
hondo. Sí, se distanciaron hace muchos
años, tu mamá no quiso contarme por qué. ¿Vos también te peleaste con el
marido? Nunca fuimos amigos. Sin embargo los cuatro cenaban juntos muy seguido.
Él está perplejo. ¿Y a vos quién te dijo?
Nadie, los vi en las fotos. Matilde es peligrosa. Peligrosísima. Se dio así, jamás lo charlé con él, cosas de mujeres. Ella
esboza una sonrisa. Marcelo piensa que siempre logra humillarlo. Está pensando
qué decirle cuando la irrupción de Agustina con Federico en brazos lo exime. ¡Papá! dice el nene tendiéndole los
bracitos.
Matilde
bebe de un trago el resto del café con leche y deja la taza en la pileta. ¿Ya te
vas? pregunta Agustina. Ella se encoge de hombros y se dirige a la puerta. ¡Tau! le dice Federico agitando la
manito. Ella duda un instante pero se
cruza con los ojos del padre y continúa su camino. Es imposible obtener
información de él. Nunca sabe nada, nunca
le interesa nada rumia. Cuando está subiendo se cruza con Lorena. Casi la
hace caer. ¡No seas bruta! le grita.
La nena la mira. Parece afligida. Perdón,
Mati pide. Ella sabe que debería tranquilizarla pero la hace a un lado y
sigue subiendo. Está de mal humor. Aunque tiene que reconocer que su padre es
coherente: nunca se entera de nada, nunca se plantea nada. Transcurre. Con razón que mamá lo engañó vuelve a
pensar. Abre la puerta de su cuarto. ¿Qué estará haciendo Mariano? Seguro que
todavía durmiendo. Se tira sobre la cama revuelta. Mariano le preguntó qué
quería ver. ¿Qué preferirá él? De acción, obvio. Así son los hombres. Cierra los ojos. Sonríe.
Agustina
observa al padre enfrascado en el diario, a Lorena frente a su tostada intacta,
a Federico destrozando la suya con ambas manos. Se siente repentinamente
triste. Muy triste. Sola.
Matilde me empujó y papá ni se dio
cuenta de que estoy en la cocina Sofi tiene suerte todavía está durmiendo mejor
me tomó la leche rápido y la voy a despertar.
Sería
incapaz de contar lo que acaba de leer. Las letras resbalan sobre las retinas
de Marcelo. Abandona el Cronista
Comercial sobre la mesa que descubre ya despejada. Gira y observa a Agustina
enjuagando las tazas. Federico está sentado en el suelo, haciendo un tren con
las cucharitas en fila. Chu, chu
dice. Marcelo no tiene el menor registro de cómo llegaron allí. Los recuerda
alrededor de la mesa, Lorena incluida. ¿Matilde se había ido antes? Ahora se le
dio por Patricia. ¿Esta chica no puede
pensar en cosas propias de su edad? Patricia era encantadora. Espléndida
mujer a pesar de sus cinco hijos. Cuando se juntaban era una romería. Si no se
equivoca, cuando se distanciaron ambas estaban embarazadas. ¿Habrá llegado la
nena que tanto buscaban? ¿Qué habrá sido de Alberto? ¡Papá! el nene sacudiendo su pantalón. Fede, ¡con esas manos roñosas! lo reta Agustina acercándose con un
repasador. Él sonríe y acaricia el cabello de la chiquilina, largo, sedoso. Es un ángel piensa.
Lorena vino a jorobarme y se acostó
conmigo que me ocupa toda la cama la gorda y nos tapamos las cabezas y jugamos
a la cueva y a que viene un moustruo y escuchamos ruidos y un poco nos
asustamos pero es Agus que me trae la leche y tostadas y Lore me pide una
porque dice que casi no desayunó y no sé si le creo pero igual le doy la mejor.
Ya
arreglaron: Mariano la pasa a buscar a las cuatro. Por las dudas le va a avisar
a su papá. Aunque no hay chance de que me
diga que no. Como el quini hoy sale o sale. Lo busca en la cocina pero
ya no está. Tampoco en el living. ¿Se habrá ido? Sube nuevamente. Le pregunta a
sus hermanas pero no lo vieron. Golpea, entonces, la puerta de su cuarto. Adelante le indica. Lo encuentra frente
al placard. Habrá que hacer algo con la
ropa de tu madre dice abriéndolo de par en par. El olor de su mamá la
golpea e, instintivamente, da un paso hacia atrás. Él quizá lo registra porque
cierra con brusquedad. No soporto olerla dice
y a ella le da tanta pena. Pena y rabia. Ella
no se merecía tanto amor piensa. No
te preocupes, papá, yo me voy a ocupar promete. Los dos se quedan parados
mirándose. ¿Precisabas algo? pregunta
él. Hoy a la tarde voy al cine, ¿podrás
ocuparte de los chicos? ¡Por supuesto!, ya te clavé anoche. Matilde está
por salir cuando él pregunta ¿vas con tus
amigas? A ella no le gusta mentir por eso informa con un amigo. ¡Epa, epa! dice él sonriendo. Ella siente calor en
las mejillas y huye.
Marcelo
continúa sonriendo tras la puerta cerrada. También
piensa en cosas propias de su edad. La sonrisa se desvanece cuando registra
que tendrá que hacerse cargo de sus hijos. ¿Agustina también lo abandonará? Acá la única que me abandonó fue Diana
reconoce con rabia. Tendría que llevarlos a algún lado. ¿De nuevo al cine?, ¿a
almorzar afuera? No, para el mediodía todavía contará con Matilde. Siempre lo
aplica a su trabajo: no superponer recursos. Aprovechará, entonces, para salir
ahora un rato. Le hará bien caminar. Al abrir el placard regresa el perfume. Saca
rápido la campera y cierra con fuerza.
Agustina
observa a Matilde rehogar la cebolla. Hasta
que esté traslúcida. ¿Desde qué edad cocina su hermana los domingos? ¿Ocho?, ¿nueve? Ella lucha con el
abrelatas. Matilde abandona la cuchara de madera y dice así no, tenés que presionar fuerte. La lata gira disciplinada bajo sus manos. Dejame protesta ella tengo que aprender. Instantes después su
hermana vuelca el tomate sobre la cebolla. Alcanzame
un cubito pide. ¿Dónde están? pregunta
ella. Matilde abre la heladera bufando. Ella se siente una inútil. Matilde está
revolviendo la salsa cuando pregunta Agus,
¿vos te acordás de Patricia? ¿La amiga de mamá? Sí, ¿te acordás? No, pero mamá
siempre me hablaba de ella, me contaba que la extrañaba. Matilde abandona
la salsa. ¿Te contó por qué se pelearon?
No, una vez le pregunté y se puso a llorar; para un cumple me regaló la caja de
lápices de colores de treinta y seis, todavía tengo la tarjeta. ¿Me la mostrás?
¿Ahora? Dale dice Matilde apagando la hornalla después seguimos cocinando, total todavía es temprano. Ella se
encoge de hombros y la sigue. ¿Qué otro remedio? Cuando a Mati se le ocurre algo…
Matilde
espera mientras Agustina rebusca en sus cajones. ¡Acá está! exclama, triunfal luego de un buen rato. Para que nuestra querida Agus llene de
colores su mundo lee su hermana qué
lindo, ¿no? Ella registra el nuestra.
¿Me la dejás ver? pide. Agustina le tiende la tarjeta. Matilde
observa las firmas. El corazón se le agita: Patricia
y Alberto.
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