lunes, 29 de mayo de 2017

84

Primero sentí el ruido. Luego el golpe. ¿La columna? Tal vez, porque no puedo moverme. Ni siquiera los párpados. Escucho a Matilde llamándome, sí, estoy segura de que es ella. Tengo la cabeza hueca. Un hueco que se agranda de adentro hacia afuera. Un embudo intenta sustraerme Debo organizarme. Estaba ordenando la alacena. Sí, eso lo sé. También que Lorena me fastidiaba. Pero esa nena es un perpetuo fastidio. No recuerdo qué me pedía. Porque siempre pide. Todos piden. Reclaman. Exigen. Exigen de mí. Matilde me exige, ahora, cuando aprieta mi mano. Yo ya no quiero estar acá. ¿Allí o acá? Se confunde el espacio, el tiempo. Un cansancio infinito. Sí, es eso. Me cansé. Quiero irme y volver hace quince años. Añoro la levedad de mis pasos. La insoportable levedad del ser. Regalo de Marcelo. Marcelo. De todas mis decisiones, la única correcta. Yo lo elegí. Yo lo conseguí. Yo lo retuve. Lo supuse solo un instrumento, sin embargo lo quise. Una sirena. Escucho una sirena. Mamá, me da miedo la sirena. Mamá, me dejaste sola. Viví buscando complacerte y cuando al fin creí lograrlo, cuando toqué el fruto de todos mis esfuerzos, te fuiste. Nací para arruinarte. Todo lo arruino. Mamá, tengo miedo. Escucho pasos que se acercan. Retumban. Me retumba la cabeza. Me hablan y no sos vos. Me tocan y no son tus manos. Me molestan. Me apartan a mí de mí. Mamá. Mamita. ¿Qué me pasa? Escucho ruidos desde el baño y me acerco. Estás sentada en el inodoro. Te abrazás la panza y te lamentás Dios, mío ¿por qué? Me acerco pero me decís con rabia andate, Diana. Yo me quedo quieta y vos gritás ¡te dije que te fueras! y levantás las manos. Están llenas de sangre. Sangre. Siento olor a sangre. Y aunque no puedo abrir los ojos sé que me mueven porque el aire se desplaza a mi alrededor. Me inclinan. Marcelo, ¿dónde estás? Matilde, avisale a papá. Necesito verte. Porque vos sí que me quisiste. Yo también. Cómo no quererte. Fuiste arcilla bajo mis manos. Ojalá me lo hubieras impedido. No me abrumaría ahora el peso de estos cinco hijos. Te burlaste de mí, mamá. Otra vez. Decidiste morirte para confirmar mi incapacidad de satisfacerte. Tengo sed, mamá. Voy a buscarte porque quiero la leche. Estás hablando por teléfono, por eso no me ves. Me quedo quietita esperando que termines y escucho que decís el médico me confirmó que ya no hay nada que hacer, Diana me destrozó el útero. Entonces llorás y yo no me animo a preguntarte qué te rompí. El frasco sí que se rompió. Escuché el ruido antes de caerme. Tenía en la mano la mermelada de arándanos. La probamos en Mos y te encantó. La busqué y la encontré y compré varios frascos por suerte. Porque uno se rompió. Tengo frío. Viento y frío. De nuevo la sirena pero ahora desde adentro. Mi cuerpo es impulsado hacia adelante. La ley de inercia. Me gustaba la física. Sin embargo mamá me anotó en economía. Y así te conocí. Marcelo, sacame, no quiero estar acá. Abrazame, tengo frío. Tengo miedo. Gritan. Oxígeno piden. Gritan. Papá habla por teléfono y grita, grita mucho. Cuelga y va hasta la cocina y te grita mi viejo me dijo que no me dejará la empresa hasta que tenga un hijo varón. Me asomo por la puerta y veo que se agarra la cabeza y te sigue gritando ¡pucha digo, hace algo nos estamos fundiendo! Pero vos no hacés nada, solo lloras. Siempre llorabas mamá y yo no sabía cómo consolarte. No podía darte lo único que vos necesitabas. Fede. ¡Cuánto lo hubieras querido! Lindo entre los lindos. Dulce, sano. Inquieto, eso sí. Demasiado inquieto. Suerte que Agustina me ayuda. Agustina es un ángel. Mi Agustita. Siempre lista para mí. Solo ella, porque Matilde acata pero no se rinde. Las otras solo molestan.  Sofía, al menos, es inteligente. Muy inteligente. Fastidia pero me divierte. Mi lauchita. Pero Lorena es una pesadilla. Siempre a mi alrededor. Gorda, tosca. Me mira, me habla, me toca. La culpa es tuya, Marcelo, no me dejaste abortarla. Marcelo, ¿dónde estás? Tantos sobre mí y ninguno sos vos. Por qué me dejan sola. Matilde, hablame. Nunca hablaste mucho. Te escapabas de mí. No sos como tu padre. Te conozco bien, conseguirás lo que te propongas. Sos como yo. A lo mejor por eso, mamá, nunca la quisiste. A ninguna quisiste. Tengo clavada tu mirada de desprecio cuando te enterabas de que eran nenas. Clavada como un puñal. Después de Lorena no quisiste venir más a casa. Decías que el bochinche te alteraba. Me gustaba visitarte. A veces me acompañaba Agustina. Porque ella nunca molestó. Agustita, vení. Rubia como el padre. Como Fede. En cuanto lo conocí me dije aquí está el padre de mi hijo. Buen mozo, inteligente, culto, con una carrera encaminada. Nunca te gustó, mamá, a pesar de la plata. Es viejo para vos decías. Peor a medida que fue haciéndome mujeres. Buscate otro me aconsejaste  una vez. Pero yo lo quería. La piel de mi piel. Marcelo, mi amor, abrazame. ¿Por qué no venís? Me dejaron sola. Mamá, Marcelo, Patricia. Patricia, te extraño. Nunca pensé que tanto. Mi única amiga. Te perdí. Porque papá me enseñó que el fin justifica los medios. Nunca hablamos, mamá, de todo lo que había pasado. Vos sufrías y yo también, pero yo era una nena. No había espacio para hablarte de mis dolores. Ahora no podés escaparte, tendrás que escucharme. No fuiste capaz de prepararme. Y ese día papá vino a buscarme en un auto nuevo. Rojo. Hacía mucho que no lo veía, vos no querías que lo viera. Subo y me siento atrás y papá maneja mucho sin mirarme hasta que para y bajamos. Dianita dice te tengo una sorpresa. Papá me decía Dianita. Marcelo también, cuando hacíamos el amor. ¡Ay, Dianita! Para vos nunca fui Dianita. Porque nunca me viste como una nena. Tenía ocho años. Apenas más grande que Lorena que todavía se porta como un bebé. Yo no. Yo era como Matilde. Grande desde chiquita. ¿Cuál sería la sorpresa?, ¿la bicicleta que me había prometido? Pero no entramos en la juguetería. Papá me da la mano y en el pasillo hay un cuadro de una señora con sombrero que hace silencio con el dedo. Papá me agarra del hombro y caminamos y golpea una puerta. Adelante contestan  y en una cama hay una señora que nunca me la vi. Acercate me ordena y abre una manta y me dice este es tu hermano. Y, ¿sabés mamá? Yo solo pensaba en vos, y rezaba para que nunca lo supieras. Entonces rezaba. Ya no. Cuando te moriste se me murió Dios, quizá por eso me costó tanto seguir viviendo. Sin mamá, sin Dios y sin Patricia cómo hacerme cargo de cinco chicos. El mundo se hundió. Goethe dijo que el peligro de los sueños de juventud es que se cumplen en la madurez. Federico llegó pero a cambio de tu muerte. Como La pata del mono de Poe. La culpa  fue mía. Por algo la vida me había negado el hijo varón. Pero yo insistí. Y Federico es el castigo a mi soberbia. A él lo quise. Lo quiero. Mi hombrecito. ¿Con quién estará? Agustita, seguro. Marcelo no es como vos, papá. A él todos le dan lo mismo.  ¿Estará orgulloso de sus hijos? Lindos chicos todos. Hasta Lorena. Papá sí que estaba orgulloso. Nunca lo había visto así. Conmigo no, claro. Yo vi cómo mirabas a ese bebé. Y yo me quería ir pero no quería volver a casa. Me subo de nuevo al auto. Hasta que papá dice bajá y yo obedezco. Toco el timbre y cuando mamá está abriendo, el auto rojo se va. ¿Cómo es? me  preguntás y yo no sabía que sabías. Te abrazás y yo digo pelado colorado y feo. Pero es varón decís y yo te contesto no sé porque no me fije. Sí, papá me enseñó que el fin justifica los medios. Tu marido no sabe hacer varones decía mamá. Yo también creía que eras vos el culpable. Nacido para las mujeres. Sabías tratarlas. Eras irresistible. Todas las chicas moríamos por vos y ni siquiera te dabas cuenta. Tan serio. Tan cortés y tan serio. Esa sonrisa de actor de cine. Te amaban las mujeres. Tus hijas también te amaban aunque no las registraras. Te querían más que a mí. Siempre lo supe. Salvo Agustita, claro. Irresistible. ¿Me habrás engañado alguna vez? Recién lo pienso. Juraría que no. Y te  sobran oportunidades. ¡Cómo te mira tu secretaria! Pero me siento tan segura. Morís por mi piel. Muero por la tuya. Es extraño luego de los años. Fuiste mi único hombre. Era una mocosa cuando te conocí, apenas más grande que Matilde. Y yo no buscaba amoríos. Solo un padre para mi hijo. Creo que la decisión la tomé en el hospital cuando fui a conocer a mi hermano. De nuevo me trasladan. El aire avanza sobre mí. Percibo el ruido de las ruedas. El ruido de las máquinas. Pitidos. Alarmas. Y entonces te escucho. Intento abrir los ojos pero no puedo. Marcelo, mi amor. Abrazame, tengo frío. Viniste. Estás acá. Nada malo podrá pasarme ahora. Quisiera pedirte perdón. Pero para eso tendría que contarte. A nadie le conté. Y es como una piedra colgada del cuello. Terminaré gritándolo. Como recién. Pobre Lorena. Ella no tiene la culpa pero no logro quererla. Porque quiero a mis otros hijos en tanto son vos. No existe el instinto maternal. Puras patrañas. Se quiere en el hijo al hombre. Quizá solo me pase a mí. Quizá soy un monstruo. ¿Mamá me quería?, ¿quería a papá? Lorena tuvo la culpa. Hace siete años que logro dominarme. No debiste molestarme. Te lo advertí, Lorena, una vez, dos, cien. Me hablabas, me hablabas, me pedías, me tocabas. Siete años luchando contra mí. Me sacaste de las casillas. Marcelo, abrazame. Necesito contarte. A Patricia también. La piedra pesa tanto que me ahoga. Te envidiaba tanto, Patricia. Te hubiera encantado una nena, obvio, pero amabas a todos tus hijos. Me hubiera gustado amar a las mías así. No supe cómo. Traté. Juro que lo intenté. Hice lo que pude. Solo por momento las amaba. Te envidiaba. Cinco hermosos muchachitos. Bellos, fuertes. No tuve más remedio. El fin justifica los medios, ¿verdad, papá? No fue un impulso. Lo evalué, lo planifiqué. Casi te lo cuento, mamá. Estoy segura de que me hubieras entendido. Pero me salió mal. Marcelo, perdóname. Meses planeándolo. No había espacio para errores. Vos no querías más hijos. Decías que me trastornaban. Después de Sofía te cuidaste vos y eso a mí no me servía. Te convencí del diafragma. Lo demás fue fácil. Fácil seducirlo a Alberto. Patricia vivía para sus hijos. Estaba gorda, descuidada. Yo sabía que no funcionaban en la cama. Vos me contabas, Patricia, y yo te aconsejaba. No me creías que  teníamos sexo casi todos los días. Siempre fuimos así. Una sed inagotable. Me resultó más  fácil de lo que calculaba. No tenía ni treinta años y, pese a los tres embarazos, estaba espléndida. En la calle se daban vuelta para mirarme. Fue tan fácil. Seducirlo, claro. El resto fue fruto de muchos esfuerzos. No había espacio para errores. Solo me había concedido a mí misma tres encuentros. El todo por el todo. Y no me sentí culpable ante vos. Era necesario. No tenía nada que ver con nosotros. En vos pensaba mientras él me abrazaba. Culpable con vos, no. Sí con Patricia. Porque Alberto se enloqueció. Y no aceptó  mis reglas, mi posterior distancia. Empezó a llamarme, a perseguirme. Estaba dispuesto a largar todo por mí. Solo le serví para descubrir que ya no te quería. Eso te hice, Patricia, y te juro que no fue mi intención. Solo necesitaba su esperma. Y no encontré otra manera de preservar tu matrimonio que apartarme de ustedes. Por eso me peleé con vos. Por eso inventé lo que inventé. Me di cuenta de que me había equivocado fiero. No conté con que se enamorara. Fue altísimo el costo. Porque  nunca sospeché que me dolería tanto perderte. Y quedé embarazada. Lo único que atenuaba el dolor de perderte fue la convicción de que, por fin, saldaría mi deuda con mamá.  Pero ese generador de machos me hizo otra hembra. Me jodiste la vida, Lorena. Por vos perdí a Patricia. No me perdonaste, mamá. Aún recuerdo tu cara cuando te enteraste de que sería otra nena. Tu marido no sirve para nada dijiste. Y yo no pude defenderte, Marcelo. La culpa era mía. Quise abortarla y no me dejaste. Recuerdo tu cara cuando escuchaste el corazón. La misma cara con que recibiste a cada hija. Y siempre supe que debía apartarte de ellas. Solo debías quererme a mí. En cuanto te vi con Matilde en brazos comprendí que la única posibilidad de seguir siendo el centro de tus días era evitar que te contactaras con ellas. No podía compartirte. Solo mío. Marcelo ¿estás allí? Ya no te escucho. Hace rato que no escucho las alarmas ni los pitidos. ¿Ya no escucho? Sí, ahora sí, pero no sos vos, mi amor. Tampoco es Matilde. Ni Patricia. Ni mamá. Es Lorena. Lorena que me fastidia mientras ordeno la alacena. Tengo el frasco de mermelada en la mano. Es de árandanos. La compré para vos. Lorena habla y habla. Y la piedra que me cuelga del cuello no me deja respirar. Y Lorena me dice vos no me querés, vos siempre me tratás mal, le voy a contar a mi papá.  Entonces me arranco la piedra y le grito dejate de joder porque si no le voy a contar a todos que este no es tu papá, ¿no te diste cuenta de que sos distinta? Y enseguida me arrepiento y voy a decirle que es una broma cuando escucho el estruendo y mi cabeza golpea contra el suelo y se apagan los colores y se apagan los sonidos y por fin te encuentro, mamá.

Yo no quería escucharte por eso sacudí la escalera solo para que te callaras te lo juro por Mati porque aunque siempre me trataras distinto yo te quería tanto y ahora te maté y estás muerta y no se lo puedo contar a nadie si no me meten presa ni siquiera al cura porque le avisa al diablo que está esperándome en el infierno.






sábado, 27 de mayo de 2017

83

Marcelo baja del auto. Libera a Federico de su asiento y lo alza. Está adormilado y se apoya en su hombro. En el estacionamiento distingue el auto de Fernando. ¿Dónde se habrá metido? Avanzan todos hacia la administración. Encuentra allí a su amigo. Fernando besa a Ramona y a cada uno de los chicos. Él se acerca a averiguar, le marcan la tumba con una cruz en un planito y le indican cómo llegar. Es un día precioso. Diana amaba el sol recuerda él. Le gustaba quedarse horas bronceándose. Como un lagarto. Compra un gran ramo de fresias y emprenden la marcha. Esta realidad no me pertenece decide mientras avanza con Federico colgado de su cuello.

Tengo miedo.

Matilde se ubica junto al trozo de césped donde le aseguran está enterrada su madre. Lorena se aferra a su cintura y llora. Cómo consolarla si no sabe cómo consolarse. Su mamá no está más. No era la mejor de las madres pero era su mamá.  Y la pucha, pese a todo, la extraña.

Tengo miedo.

Agustina, frente a la tumba de su madre, quisiera derrumbarse. Sofía le aprieta fuerte la mano. Ella la siente temblar. Acá estamos, mamá piensa te extraño tanto que a veces me cuesta respirar. Pero también se acuerda de Gonzalo,  de sus amigas, de sus risas y se siente culpable. Perdoname, mamá pide por dentro mientras deposita su ramito sobre el césped. 

Marcelo se agacha, con el nene alzado, y deja el ramo junto a las flores de Agustina. ¿Quién eras? piensa. Le queda claro el balance: más allá de todo, fue feliz a su lado. Recuerda el Hernández de Serrat: Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida, un empujón brutal te ha derribado.
Percibe que el nene, la carita enterrada en su hombro, llora. Él le acaricia el cabello. Tanto dolor se agrupa en mi costado, que por doler me duele hasta el aliento. ¿A qué hora murió mamá? pregunta Sofía. A las tres y media contesta Matilde. Él mira el reloj. Exactamente 15 y 30. Un sudor frio le recorre el cuerpo.

Matilde recuerda que cuando escuchó el estruendo estaba haciendo la tarea de fisicoquímica.

Agustina recuerda que cuando escuchó el estruendo estaba haciendo el resumen de historia.

Marcelo recuerda que cuando Matilde lo llamó estaba saliendo de la AFIP.

Cuando escuché el ruido estaba pegando las figuritas que le había ganado a Lorena.



miércoles, 24 de mayo de 2017

82

Matilde recibe mensaje de su padre. Salió antes, primero pasará por su casa. ¿Podrá con todo? se plantea. Luego recuerda a Ramona y se alivia.

Estoy comiendo mi milanesa cuando entra papá y dice que ya se van yo le digo que también voy para que no me deje y me meto un pedazo grande en la boca pero él me dice que coma tranquila que me espera pero es mentira porque a nadie en esta casa le gusta que yo coma.

Agustina sale, apurada. ¡Agus! le grita Gonzalo. Ella se da vuelta. Él se acerca corriendo. Suerte dice el chico. Gracias contesta ella y camina hacia su hermana.

Papá vino a buscarnos y Ramo le pregunta si comió y él dice que no quiere nada pero Ramo no lo escucha y le pone un plato y lo obliga como a mí Ramo es una pesada pero yo sé que nos obliga porque nos quiere.

Marcelo, en el auto, espera a sus hijos. Tendrá que comprar unas flores. Diana amaba las flores. Él solía traerle. Jazmines, fresias, margaritas. Ella detestaba los claveles, las rosas. Sofía se acerca corriendo. Él le abre la puerta de atrás. ¿Voy al fondo? pregunta la nena. Sí, así queda lugar para las chicas. Instantes después se acerca Lorena y se ubica junto a su hermana. Luego Ramona con Federico alzado. Él mira por el espejo retrovisor. Es la vida que armé sin vos le dice a Diana.  ¿Están todos con los cinturones? recuerda. Lorena lucha con el suyo, Sofía la ayuda. Cuando ve a todos ubicados, arranca.

El corazón me late fuerte a lo mejor me muero.

Le hablo a Lorena pero no me contesta capaz que cuando uno va a visitar a su mamá al cementerio no hay que hablar  hasta Fede está callado.

Matilde observa la camioneta detenida en el semáforo. Ya llegó le grita a Agustina, que está en el kiosco de flores de la esquina. Su hermana se acerca corriendo con un ramito. Agus sí que la extraña piensa ella mientras le hace señas a su padre.

Agustina se sienta junto a Ramona. Federico duerme en su asientito. Matilde, adelante, El lugar de mamá piensa ella. La mujer busca algo en un bolso. Les preparé unos sándwiches de milanesa explica seguro que no comieron. Ella tiene el estómago cerrado pero no quiere despreciar a Ramona. Obligándose, mastica. Nadie habla.  Ella escucha el ruido de sus dientes, de sus muelas. No lo soporta. Guarda el sándwich a medio comer en la bolsita. Después lo termino informa ante la mirada admonitoria de Ramona.

Matilde, sentada adelante, come su sándwich. Ramona está en todo piensa. Observa a su padre. Maneja, reconcentrado, muy serio. ¿En qué estará pensando?, ¿cuánto la extrañará?, ¿la habrá perdonado? Ella, ¿perdonó a su mamá? Se le mezclan los sentimientos: pena, bronca. Curiosidad sobre todo. ¿Cómo era en realidad su mamá?, ¿por qué buscó otro hombre si era obvio que vivía pendiente de su papá?, ¿había sido feliz? Mira por la ventanilla. La Panamericana es un mar de coches. En un año va a sacar el registro, ¿se animará a conducir por acá?, ¿manejará el auto de su mamá?, ¿su papá pensará venderlo? El auto era una extensión de su madre. Como ella, ligero, bello, distinguido. Jamás fue en colectivo con su mamá. Tampoco la recuerda caminando. No le gustaría manejar su auto. Yo no soy como ella decide mientras se sacude las migas.



lunes, 22 de mayo de 2017

81

30 Jueves
Matilde se despereza. Junta fuerzas y se levanta. Debajo de la puerta encuentra un papel con un corazoncito. Yo también voy.¿Qué le pasará por la cabeza? piensa. Se acerca al  cuarto de Lorena pero aún duerme. O se hace.Se mete en el baño.

Estoy contenta porque vamos a visitar a mamá seguro que se siente muy sola como yo cuando Lorena se enferma.

Marcelo entra a la cocina. Las chicas ya están desayunando. Buenos días saluda. ¿Cómo hacemos hoy? pregunta Matilde. Hace horas que le está dando vueltas al tema. Trataré de desocuparme a las doce, ¿a qué hora salen ustedes? A la una. Las paso a buscar por la escuela, entonces. ¿Y Sofía? pregunta Agustina. Lorena también va informa Matilde lo mejor será que falten al cole, porque también hay que recoger a Fede y a Ramona. De acuerdo, las busco a ustedes y venimos para acá comunica él y por suerte se acuerda ¿les molesta que también venga Fernando? Las chicas se miran. Para nada dice Matilde. Así te acompaña agrega Agustina. Él descubre que sí, que necesita que su amigo lo acompañe. Watson.

Ramo no me vino a despertar a lo mejor ya se fueron todos y me quedé sola y el diablo va a aprovechar para llevarme al infierno.

Ramo me dice que no vamos al colegio y que después papá nos va a pasar a buscar y me pregunta si quiero el desayuno en la cama y le digo que sí porque hasta me dio hambre.

Marcelo está de frente al pizarrón. La mente de pronto en blanco. Solo unos instantes. Flujo de capitales escribe y dibuja cinco flechas. Como los cinco dedos de una mano. ¿Qué estoy haciendo aquí? Hoy hace un mes que murió su mujer, va a ir al cementerio con sus hijos, sin embargo está ahí. Como si nada lo alcanzara. Completa el esquema en proceso, comunica que hoy terminará más temprano, desalienta con un gesto la fila de estudiantes que amaga formarse, junta sus cosas y sale. Cerca de la puerta su mirada se cruza con la de Feldman. La chica levanta las cejas. Él esboza una sonrisa y continúa su camino.



viernes, 19 de mayo de 2017

80

Marcelo apaga el motor. Ojalá pudiera quedarse adentro eternamente. No sabe si es una buena idea involucrar a las nenas. Todavía son muy chicas. Va a hablar con Matilde. Será mejor dejarlas de lado. Más aliviado, baja.


En la escalera se cruza con Matilde. Ella lo besa en la mejilla. Afectuosamente determina él. Papá, ¿cuándo te parece mejor que les digamos?, ¿en la cena o después? Él no tiene fuerzas para oponerse. Como te parezca mejor contesta pero luego se corrige como te parezca menos malo, en realidad. Matilde hace un respingo con la cara pero no dice nada.


Ahí lo escucho a papá tengo ganas de saludarlo pero también tengo miedo ahora siempre tengo miedo.


Agustina termina su tarea de inglés. Federico, a sus pies, juega con los autitos. ¿Y mamá? pregunta de repente. Ella no sabe qué hacer. ¿Cuánto comprende su hermanito? No está le contesta y se sienta en el piso. El nene la mira un rato largo y después levanta un auto y grita ¡Brmmm! Ella alza otro y exclama ¡mirá que te alcanzo! Federico ríe. Ella, no.


Agus me contestó mal y además me duele la panza y no es de mentira me duele de veras y Matilde me va a obligar a comer mamá también me obligaba pero peor no me quiero ni acordar.


Marcelo espera su turno y espera, también, el curso de los acontecimientos. Matilde, al fin, le tiende su plato. Albóndigas con curry estima por el olor. Las prueba. Sí, acertó. Riquísimas como todo lo que ofrece Ramona. Pero no tiene hambre. Observa al resto de los comensales. El plato de Sofía, lleno. El resto come en silencio como en cámara lenta describiría él. El aire se corta con cuchillo. Cuando su mirada se cruza con la de Matilde, ella levanta las cejas. En un instante el juego se extiende a Agustina. Él siente los ojos de sus dos hijas sobre él como cuatro dardos. No tiene escapatoria. Chicas dice porque Federico no entiende nada mañana va a hacer un mes que murió mamá. Él puede percibir el sonido de los abandonados cubiertos. Ahora son cinco los pares de ojos, porque el nene también se suma. Y descubre a las mayores, pequeñas de repente. Soy yo el que las obliga a crecer. Son sus hijos. Pendientes de sus labios. Los cinco lo miran con ojos de niño. Los quiero felicitar a todos y vaya si Federico merece ser incluido porque cada uno hizo lo mejor que pudo para que esta familia siguiera funcionando; estoy orgulloso de todos y de cada uno; no sé cómo hubiera podido soportar la ausencia de su mamá sin la presencia de ustedes, sin el cariño de ustedes; es maravilloso ver como se sostienen entre sí levanta la mano y la extiende son como los cinco dedos de una mano; ojalá que logren atravesar la vida igual de juntos. Se detiene, toma agua. El silencio es absoluto. Y como mañana hace un mes estuvimos pensando en ir a visitar a mamá al cementerio; los que quieran ir, no es ninguna obligación, solo si sienten la necesidad; piénselo bien y después me dicen; iríamos al mediodía, tengo una clase en la facultad que no puedo suspender. ¡Yo voy! exclama Sofía inmediatamente. Federico levanta la manito ¡y yo! Él no sale de su asombro. Aunque seguramente el nene se cree que todo es un juego. ¡A mamá! exclama Federico como si pudiera leerle los pensamientos. Agustina se levanta y lo alza. ¿Y vos? le pregunta Matilde a Lorena. Lo voy a pensar contesta la nena bajando la vista. Ramona entra. No comieron nada, ¿estaba feo? pregunta. Es que estábamos hablando de mi mamá explica Sofía mañana vamos a visitarla, ¿vos venís? Tengo que cuidar al nene. ¡Si Fede dijo que va! No sé lo que opina el señor dice la mujer. Él busca la mirada de sus hijas mayores que asienten levemente con el rostro. Será bienvenida, Ramona, tampoco sin usted hubiéramos podido transitar este mes. La mujer levanta los platos. Espero que me coman el tiramisú, hice la receta que bajaste de Internet, Matilde. ¡Genia! dice la chica levantando el pulgar. Mientras Ramona está en la cocina, Marcelo observa el conciliábulo entre sus hijas. Cuando la mujer regresa con el postre comienzan a golpear, Federico incluido, contra la mesa y a corear ¡Ramona!, ¡Ramona! Los ojos de la mujer se llenan de lágrimas.


Por fin entiendo lo del cementerio estoy contenta de ir porque yo también soy grande a lo mejor Lore no se anima porque es más chica Fede dijo que sí pero él no entiende nada además quiero ir a ver a mi mamá porque todas las noches la extraño.


Agustina acuesta a Federico. Cuando lo está tapando, el nene pregunta ¿mamá? Y como ella empieza a sospechar que su hermanito entiende mucho más de lo que todos se imaginan le explica mañana vamos a ir a ver el lugar donde está mamá, que se llama cementerio, pero a mamá no la vas a poder ver porque mamá se murió, la llevamos adentro del alma pero no la vamos a ver nunca más, ¿me entendés, Fede? El nene dice que sí con la cabecita, saca una manito a través de los barrotes y se agarra de un dedo de ella. Ella recuerda la frase de su padre como los cinco dedos de una mano.


Matilde entra al cuarto de Lorena. Bajo la luz del velador, solo los ojos de la nena escapan del acolchado.


Seguro que Mati viene a retarme porque no quiero ir al cementerio yo soy un moustruo porque todos van a ir hasta Fede y además me voy a tener que quedar sola porque Ramo también va pero yo no puedo ir y no puedo contarle ni a Matilde.


Matilde se sienta sobre la cama. ¿Qué pasa? pregunta Lorena. Vine a decirte buenas noches y a contarte que a mí tampoco me gusta ir al cementerio. La nena se descubre. ¿Y por qué vas entonces? Para acompañarla a Agustina que ella sí necesita ir y a papá, claro. ¿Estás enojada que no voy? ¡Claro que no! Porque si vos necesitás yo te acompaño, yo a vos te voy a acompañar siempre, a todos los lados. Ella le revuelve el cabello. Como los cinco dedos de una mano piensa


Marcelo, la cabeza apoyada sobre los brazos flexionados sobre la almohada, mira a través de la ventana. No bajó la cortina. Justo se ve la luna. Luna llena. Recuerda la canción luna llena, invisibles son los hilos que manejas. Sí, invisibles los hilos que manejaba Diana. Hace un mes se murió la única mujer que amo. La mujer con quien compartió casa, cama, mesa durante casi veinte años. La mujer con quien tuvo cinco hijos. Sin embargo, necesitó que se muriera para descubrir que era una extraña. Qué quiso Diana en la vida, qué buscó. Por qué lo eligió, por qué insistió para tener tantos hijos si después  los amparó tan poco. ¿Dónde estaba yo mientras transcurría mi propia vida? Su mujer se acostó con su amigo, se embarazó y él ni enterado. Ni la menor sospecha. ¿Cómo pudo hacerle creer que Lorena era su hija? Aunque quizás ella no tenía la certeza. Sin embargo, no logra enojarse con Diana. Fui feliz con ella, a mí me daba lo que yo precisaba; a los chicos quizá no pero a mí sí. Piensa qué habría pasado si hubiera descubierto la infidelidad en vida. Seguramente la habría perdonado. Porque era un imposible prescindir de ella. Y ahora ya no la tiene y sin embargo sigue viviendo. Se levantó cada uno de los treinta días que pasaron, fue a trabajar, dio clases, se ocupó, mal que bien, de sus hijos. Impensable en su vida anterior suponer que él iba a poder recoger a todos y cada uno de sus hijos para llevarlos al cementerio. Ahora sabe que es capaz. Y hasta disfruta por momentos. Qué absurdo. Tuvo que morirse la mujer que lo hizo padre para que él pudiera ejercitar la paternidad. Soy un privilegiado determina. Porque, sin que mediaran sus esfuerzos, se encuentra con cinco pibes maravillosos. Como los cinco dedos de una mano. Y no hay nada que, dentro de sí, desprenda a Lorena del conjunto. Sus hijos. Sí, soy un privilegiado. Surca su mente la imagen de Fernando. Se olvidó de confirmarle. Se olvidó, también, de consultarlo con los chicos. Mañana les preguntará a las mayores. No cree que se opongan. Cierra los ojos. Hoy se siente en paz.


Le prometí a Matilde que voy al cementerio pero tengo miedo de que mamá se levante de la tumba y les cuente.



miércoles, 17 de mayo de 2017

78

Teléfono, contador le avisa su secretaria. Fernando. Che, recién me doy cuenta de que mañana hace un mes de lo de Diana, ¿van a hacer algo? Nadie le permite olvidarse. Voy al cementerio con las chicas informa. ¿Todas? hay sorpresa en la voz de su amigo. Con las dos mayores seguro, hoy les preguntaremos a las chiquitas si quieren ir. ¿Puedo ser de la partida? Él va a decirle que claro, por supuesto, cuando repara en que debe consultarlo con sus hijas. Les pregunto a las chiquilinas y te aviso. Se quedan un rato charlando de política. Antes de cortar él dice gracias, viejo, siempre estás. ¡Watson! ríe su amigo a través del cable.


Matilde está sentada junto a Agustina. Su hermana no le habla desde que subieron al colectivo. A Matilde le hace mal. En el cuerpo le hace mal.  Como ya no lo soporta le pregunta ¿estás enojada conmigo? Agustina, muy seria, por fin la mira. Sos vos la que hace días que me ninguneás; sé que está pasando algo con Lorena pero vos no querés contármelo; seguro pensás que todavía soy chica; pero yo soy chica solo cuando les conviene. Matilde no sabe qué decir, su hermana tiene razón. No quiere imaginarse cómo se sentiría ella en esa situación. Esperá que pase lo de mañana, te prometo que trataré de contártelo, pero no depende solo de mí. Agustina la mira con una intensidad insoportable. Por suerte tienen que bajar.


Marcelo, sentado en el restaurante espera. Diez minutos ya. ¿Habrá entendido bien? Finalmente entra Feldman, jadeando. Perdón profe, el bondi en que venía se quedó y tuve que tomar otro. Él llena su propia copa con agua y se la tiende. Gracias, corrí tres cuadras. Se desprende tanta vida de su respiración agitada, de sus mejillas coloradas que no puede menos que reír. ¿Se ríe de mí?, me imagino lo que debo parecer. Esto preciso piensa él una inyección de energía.


Ramona las espera con tarta de atún y ensalada de remolachas. Una para cada una piensa Agustina Ramo conoce nuestros favoritos. Hoy es mejor día. Le gustó la charla con Gonzalo y la alivió la charla con Matilde. En realidad la alivió sentirse tenida en cuenta. Pero está muy preocupada. ¿Qué será lo que le están ocultando?, ¿Lorena tendrá una enfermedad grave? Porque el Doc está metido en todo esto. Pero Matilde tiene razón: ahora no es momento. Ahora solo importa que ya no estás, mamá. Para conjurar  las lágrimas que se acercan se sirve otra porción de tarta. Ramo, sos lo más dice.


Feldman, lapicera en mano, pregunta y toma notas. Parece una criatura jugando a ser periodista piensa él. Cuanto más seria se pone, más joven le parece. Dan ganas de apretarle los cachetes. Pero es inteligente. Particularmente inteligente. Y a mí siempre me pudieron las minas inteligentes evalúa. Como Diana. Diana, además, era hermosa. Aunque debe reconocer que esta mocosa no está nada mal. Sonríe solo.


Matilde piensa en la invitación de Mariano. Los padres se fueron por unos días. Su hermano mayor y él quedaron solos. Venite a  almorzar mañana, te cocino algo rico le propuso. Ella le explicó que no podía. Entonces el viernes lo dio él por hecho. Ella le dijo que sí, ya no tenía excusas. Pero ya no sabe si quiere. Querer quiere. Pero le da miedo. Ya veremos piensa y regresa a los protones y a los electrones. Le encanta buscar en la tabla periódica.


Escucho música en el cuarto de Mati hoy por suerte está si me animo le pregunto del cementerio.


Ramo me preparó otra vez bizcochuelo de limón y por fin le pude mostrar el mapa a Agus estuvimos un rato solas pero no me contó nada.


Marcelo, mientras espera a un cliente en la DGI, rememora el almuerzo. ¿La chica está buscando algo?, ¿o solo ejerce su desenfadada manera de ser? Lo veo mañana dijo al despedirse. Lo besó en la mejilla y se fue a la carrerita. Él la observó hasta que dobló la esquina. Me divierte piensa me trae aire. Pero también puede traerle problemas. Marcelo, no seas pelotudo, ya estás demasiado grande para repetir historias. Porque Diana también fue su alumna. Su mejor alumna. Recuerda a Sarmiento, a Muiño, a Magaña y a Demare. Cómo le gustaba el viejo cine argentino. Buscará la película por Internet. Quizá la encuentre.


Agustina llena las dos bañaderas. Les avisa a las nenas y tiene que agarrar a Federico a la fuerza. Patalea tanto que ella se enoja. Lo deposita con rabia en el piso. ¡Por mí no te bañés nunca más! grita. El nene la mira con los ojos muy abiertos y hace pucheros. A ella le da lástima. No tiene mamá piensa. Lo alza de nuevo. El nene le rodea el cuello con los bracitos.



lunes, 15 de mayo de 2017

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29 Miércoles

Matilde se despertó a las cinco de la mañana. Desde entonces da vueltas en la cama. ¿Debe ir al cementerio? Recuerda las palabras de Agustina y se corrige. ¿Tiene ganas de ir? Ganas, no. Necesidad tampoco. Pero le resulta inadmisible que su hermana y su padre hagan algún movimiento importante sin su presencia. Ya lo hicieron en realidad. Insoportable que Agustina se haya dirigido a su padre sin consultarla antes a ella. Todo por culpa de Lorena. Por el secreto que no puede compartir con Agustina. Su hermana detectó su distancia y, a su vez, se alejó de ella. ¿Para qué mierda miré la agenda de mamá? Su cabeza es un imparable trompo. Me voy a volver loca. Enciende la luz y decide levantarse.

 Alguien camina por el pasillo Sofi no es porque ella es tan flaca que casi no pisa quiero ver a cualquiera porque tengo miedo pero también tengo miedo de que sea Agus y me diga que ya no es mi hermana.

 Marcelo mira de nuevo el reloj. No puede ser, recién las cinco y cuarto. Noche eterna piensa. Noche oscura y eterna. Se incorpora y levanta la cortina. Empieza a amanecer.

 Matilde se está haciendo un té cuando su padre entra a la cocina. ¿Desvelada? pregunta él. Ella asiente con la cabeza. Somos dos dice él sentándose. ¿Qué te preparo? le ofrece. Lo que tomes vos. ¿Querés comer algo? Todavía no. Minutos después ambos están sentados con sus respectivos jarros entre las manos. Mañana hace un mes de mamá arranca ella. Me parece tanto más y tanto menos comenta su padre. Luego de un rato ella dice me dijo Agustina que van a ir al cementerio. Ella me pidió, ¿vos también venís? Ella repite la fórmula ¿querés que los acompañe? Sí, por favor contesta su padre con una mirada que a ella le dan ganas de abrazarlo. ¿Les comentamos a las nenas? Lo mismo me preguntó tu hermana. A ella le da rabia. Se repone y averigua ¿y qué le contestaste? Que lo iba a pensar. Pensémoslo juntos, entonces. Ambos callan. Yo creo que habría que avisarles decide ella. De acuerdo asiente su padre ¿vos o yo? O Agustina agrega ella, todavía picándole el fastidio. Luego de un rato su padre propone a los mejor podríamos comentárselo los tres. Me parece bien, ¿hoy en la cena? El padre levanta su jarro. Ella lo choca.

Agustina sale del baño y se topa con Matilde. Percibe el desconcierto de su hermana, Claro, recién son las seis piensa ella. Estuve hablando con papá dice Matilde esta noche nos reuniremos los tres para contarles a las nenas del cementerio y que ellas decidan. Ahora es ella la desconcertada. Yo empecé con esto piensa y ella me lo robó. Y después se siente mal consigo mismo. Soy una egoísta se califica entonces dice qué suerte que vas, Mati.


Matilde y Agus charlan en el pasillo dijeron algo del cementerio y también dijeron de nosotras no sé qué pasa pero tengo miedo le voy a contar a Lore.


Sofi me cuenta lo que escuchó no le digo nada pero a mí los cementerios me dan mucho miedo casi como el infierno.


Marcelo llega a su oficina. La secretaria lo espera con un listado infernal de cosas pendientes. Él está embotado. Casi no durmió. Le pide un café bien fuerte y se dispone a la tarea. Le vendrá bien no pensar. No pensar en Diana. Está enfrascado en un blanqueo de capitales cuando recuerda el almuerzo. Sonríe al pensar en Feldman.


En el segundo recreo Agustina está charlando con Valeria. Gonzalo se acerca. Su amiga busca un pretexto y se va. La voy a matar piensa ella. Gonzalo la consulta por un ejercicio de matemática. Ella, aliviada, se lo está explicando cuándo él le pregunta ¿querés que mañana comamos algo en Mac? Es muy chico para animarse tanto piensa ella capaz que le gusto en serio. Descubre que sí, que tiene ganas de almorzar con él pero solo contesta no puedo. Mejor decime de una vez que no querés saber nada conmigo dice él y parece enojado. Ella no quiere contarle porque teme ponerse a llorar y además a él que le importa pero tampoco quiere que él no la merodee más entones se decide y larga de un tirón mañana hace un mes que se murió mi mamá y vamos a ir al cementerio. Perdoname le pide él soy una bestia. Y como suena el timbre solo agrega ¿queda para otro día? Dale promete ella. Por suerte no lloré piensa y traga para aflojar el nudo.


Estoy en el recreo y Sofi me viene a ver no me dice nada pero sé que ella también está pensando en el cementerio.


El celular de Matilde vibra en su bolsillo. Estoy en el buffet informa Mariano. Ella descubre que precisa un abrazo. De quién sea trata de restarle importancia. Se dirige al bar. Porque tengo sed intenta convencerse.