Matilde vuelve a
subir adelante y regresa a los auriculares. A Marcelo le duele la cabeza. Le laten
las sienes. Pocas veces en su vida se sintió tan imbécil como recién, delante
de Bianchi y de su hija. El médico, obviamente, sabía más sobre su familia que
él mismo. No le gustaron sus comentarios. Bianchi ya había tomado nota del
estado de Lorena y, lo que más le molestó, de las responsabilidades adjudicadas
por Diana a sus dos hijas mayores. A Matilde, sobre todo. Es que ella las toma por su cuenta trata de disculparse yo no le pedí que se metiera con la sangre
de Lorena. Trata, pero no lo logra.
Cómo puedo ser tan hijo de puta. Es él quien la precisa. Por primera vez se
plantea que nunca intentó consolarla. Ni a ella ni a ninguno. Ni le preguntó
cómo se sentía. Qué si la chiquilina se desarmaba frente a sus ojos. No lo
hubiera podido tolerar. Ella me sostiene
reconoce. Al detenerse en el semáforo la observa. Está apoyada en el respaldo.
Con los ojos cerrados parece una nena. Su
fuerza emana de la mirada diagnostica. La ve tan frágil así que quisiera
rozarle el cabello. Una bocina lo sobresalta. Arranca.
Lorena esperándolos
en el garaje. Una pesadilla. Sube inmediatamente y se refugia en su cuarto. No
tiene ganas de cenar. No voy a cenar. Se
saca los zapatos y se tira sobre la cama. Ni fuerzas para desvestirse. Cierra
los ojos. Instantes después golpean. Papá,
está lista la comida grita Sofía a través de la puerta cerrada Ramona hizo los canelones que te gustan. No tengo escapatoria evalúa.
Matilde revisa
los cuadernos de Lorena. Se le pegó como un abrojo. ¿Se habrá dado cuenta de algo? Los esperaba sentadita, quién sabe
desde cuándo. Su padre, increíble,
subió sin saludarla. Algo tendrán que decirle. Bianchi dijo que es asunto exclusivo de él. Ja, no lo conoce. Mañana mismo pedirá un turno. ¿Tendrá que estar en ayunas? Pobre gorda.
Marcelo preside
la mesa. Los canelones están riquísimos. Ramona
es una joya. Su mente pasea del consultorio de Bianchi a la DGI. Y siempre
Diana colándose como un fantasma.
Recién en el postre repara en que sus hijos están de nuevo muy callados. Estos chicos solo hablan cuando les presto
atención deduce. Para comprobar su hipótesis fija la vista en Sofía. La
nena parece percibirlo porque levanta la mirada del plato. Él le sonríe. Me
saqué diez en las cuentas que me revisaste ayer cuenta mientras dispersa la
comida con el tenedor. Y eso que no te corregí ni un numerito. Me
dieron rifas para juntar fondos para arreglar el gimnasio comenta Agustina.
Yo te compro dice él. ¿Cuántos
números? ¡Todos! La cara de su hija se ilumina.
Su papá le
compró todas las rifas. Es que él es
especial determina Agustina. Su mamá siempre decía tu papá es especial. A lo mejor por eso no podía hacer todas las
cosas que hacían los demás. Su mamá a veces le gritaba, a todos les gritaba,
pero siempre lo trataba como si fuera especial. Él no se ocupaba de nada, todas
lo tenían que atender. Alcanzale el
vermút, preparale café, llevale las pantuflas, no hagan ruido, no hablen. Porque a su mamá no le gustaba que hablaran con él. No
es que lo dijera pero ella se daba cuenta. Cuando estaba con su padre, ellos no
existían para su mamá. Para él no existían nunca. No sabe para qué los sentaban
a la mesa. Como un decorado. Recién
ahora se da cuenta. Ahora que papá nos habla.
Marcelo se tira
sobre la cama. Tuvo suerte: Matilde no lo interceptó. Se afloja los cordones y
tira los zapatos. Debería revisar las facturas de la imprenta. No lograba
encontrar el error. El millonario error. El solo hecho de encender la
computadora le exigiría unas fuerzas de las que carece. Ni hablar de
desvestirse. Cierra los ojos. Retornan imágenes del consultorio de Bianchi.
Sacude la cabeza. Qué explicarle a Lorena. En realidad no tiene por qué
explicarle nada. Bianchi decidió hacerle análisis y punto. ¿Se supone que él
tiene que acompañarla? Seguramente la nena se sentirá más segura con Ramona. Lo
consultará con Matilde. Ella conoce a Lorena más que él. Yo no
la conozco admite. Casi no la conozco
se rectifica recordando sus ojos de pavor bajo el acolchado. Seguramente
Matilde sabrá cómo manejar la situación. Más tranquilo, se sienta en la cama y
comienza a sacarse la ropa. Obviará la ducha. Está desabrochando el cinturón
cuando recuerda que Bianchi le prohibió que involucrara a Matilde. Ya soy grandecito para que me den
indicaciones se dice con fastidio. Se incorpora y, semidesnudo, abre la
computadora.
Papá se puso contento con mi excelente que yo creí
que nada le importaba.
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