viernes, 30 de diciembre de 2016

19

Matilde vuelve a subir adelante y regresa a los auriculares. A Marcelo le duele la cabeza. Le laten las sienes. Pocas veces en su vida se sintió tan imbécil como recién, delante de Bianchi y de su hija. El médico, obviamente, sabía más sobre su familia que él mismo. No le gustaron sus comentarios. Bianchi ya había tomado nota del estado de Lorena y, lo que más le molestó, de las responsabilidades adjudicadas por Diana a sus dos hijas mayores. A Matilde, sobre todo. Es que ella las toma por su cuenta trata de disculparse yo no le pedí que se metiera con la sangre de Lorena. Trata, pero no lo logra. Cómo puedo ser tan hijo de puta. Es él quien la precisa. Por primera vez se plantea que nunca intentó consolarla. Ni a ella ni a ninguno. Ni le preguntó cómo se sentía. Qué si la chiquilina se desarmaba frente a sus ojos. No lo hubiera podido tolerar. Ella me sostiene reconoce. Al detenerse en el semáforo la observa. Está apoyada en el respaldo. Con los ojos cerrados parece una nena. Su fuerza emana de la mirada diagnostica. La ve tan frágil así que quisiera rozarle el cabello. Una bocina lo sobresalta. Arranca.


Lorena esperándolos en el garaje. Una pesadilla. Sube inmediatamente y se refugia en su cuarto. No tiene ganas de cenar. No voy a cenar. Se saca los zapatos y se tira sobre la cama. Ni fuerzas para desvestirse. Cierra los ojos. Instantes después golpean. Papá, está lista la comida grita Sofía a través de la puerta cerrada Ramona hizo los canelones que te gustan. No tengo escapatoria evalúa.


Matilde revisa los cuadernos de Lorena. Se le pegó como un abrojo. ¿Se habrá dado cuenta de algo? Los esperaba sentadita, quién sabe desde cuándo. Su padre, increíble, subió sin saludarla. Algo tendrán que decirle. Bianchi dijo que es asunto exclusivo de él. Ja, no lo conoce. Mañana mismo pedirá un turno. ¿Tendrá que estar en ayunas? Pobre gorda.


Marcelo preside la mesa. Los canelones están riquísimos. Ramona es una joya. Su mente pasea del consultorio de Bianchi a la DGI. Y siempre Diana colándose como un fantasma. Recién en el postre repara en que sus hijos están de nuevo muy callados. Estos chicos solo hablan cuando les presto atención deduce. Para comprobar su hipótesis fija la vista en Sofía. La nena parece percibirlo porque levanta la mirada del plato. Él le sonríe.  Me saqué diez en las cuentas que me revisaste ayer cuenta mientras dispersa la comida con el tenedor.  Y eso que no te corregí ni un numerito. Me dieron rifas para juntar fondos para arreglar el gimnasio comenta Agustina. Yo te compro dice él.  ¿Cuántos números? ¡Todos! La cara de su hija se ilumina.


Su papá le compró todas las rifas. Es que él es especial determina Agustina. Su mamá siempre decía tu papá es especial. A lo mejor por eso no podía hacer todas las cosas que hacían los demás. Su mamá a veces le gritaba, a todos les gritaba, pero siempre lo trataba como si fuera especial. Él no se ocupaba de nada, todas lo tenían que atender. Alcanzale el vermút, preparale café, llevale las pantuflas, no hagan ruido, no hablen. Porque a su mamá no le gustaba que hablaran con él. No es que lo dijera pero ella se daba cuenta. Cuando estaba con su padre, ellos no existían para su mamá. Para él no existían nunca. No sabe para qué los sentaban a la mesa. Como un decorado. Recién ahora se da cuenta.  Ahora que papá nos habla.


Marcelo se tira sobre la cama. Tuvo suerte: Matilde no lo interceptó. Se afloja los cordones y tira los zapatos. Debería revisar las facturas de la imprenta. No lograba encontrar el error. El millonario error. El solo hecho de encender la computadora le exigiría unas fuerzas de las que carece. Ni hablar de desvestirse. Cierra los ojos. Retornan imágenes del consultorio de Bianchi. Sacude la cabeza. Qué explicarle a Lorena. En realidad no tiene por qué explicarle nada. Bianchi decidió hacerle análisis y punto. ¿Se supone que él tiene que acompañarla? Seguramente la nena se sentirá más segura con Ramona. Lo consultará con Matilde. Ella conoce a Lorena más que él.  Yo no la conozco admite. Casi no la conozco se rectifica recordando sus ojos de pavor bajo el acolchado. Seguramente Matilde sabrá cómo manejar la situación. Más tranquilo, se sienta en la cama y comienza a sacarse la ropa. Obviará la ducha. Está desabrochando el cinturón cuando recuerda que Bianchi le prohibió que involucrara a Matilde. Ya soy grandecito para que me den indicaciones se dice con fastidio. Se incorpora y, semidesnudo, abre la computadora.


Papá se puso contento con mi excelente que yo creí que nada le importaba.



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