Salgo a almorzar informa Marcelo a su secretaria.
Camino a la cochera opta por un taxi. Se desploma sobre el asiento. Por primera
vez en años siente la perentoria necesidad de fumar. Diez minutos después no
tiene más remedio que descender. Su corazón es una bomba. Al subir las
escaleras recuerda a Lorena con su vestido de princesa. Se aproxima al
mostrador y extrae el talón de su bolsillo. Instantes después se encuentra con
un sobre en la mano.
¿Te arrepentiste? exclama Ramona al verla ¿o te llegó el olor de las albóndigas? Matilde
levanta la tapa de la cacerola. Sí, este
olor atraviesa las paredes. Cuando regresa de lavarse las manos, encuentra
a Agustina con Federico en brazos. Hola, Ati dice el nene y a ella se le diluye la estúpida bronca que le da verlos
siempre juntos. Ramona sirve y se sienta con los tres. Matilde echa un vistazo al reloj de pared. ¿Ya habrá ido?
Ni la pizza me pasa y eso que es lo más rico de la
escuela le voy a preguntar a la seño si puedo sentarme con Sofi porque me duele
la panza.
Marcelo camina
con el sobre en la mano. ¿Hacia dónde? Descubre un bar en la esquina. Se sienta
y pide un café. Recién cuando se lo traen, rasga el papel. Saltea los
resultados de rutina hasta que se topa con el grupo sanguíneo. B. Qué
suerte que no está Matilde es su primer pensamiento. Porque nadie debe
enterarse. Nadie va a enterarse. Lorena menos que nadie. Pobrecita piensa. Pero después se retracta. Acá el único damnificado soy yo. Y le sube por las vísceras un
irracional odio hacia Matilde. Ella es la culpable de todo. Siento odio por mi hija reconoce y se
asusta. Porque ella sí que es mi hija. ¿Cómo
Diana fue capaz de engañarlo? Y no se
refiere a la simple infidelidad. Vaya y pase con eso. No habrá sido ni la
primera ni la última. Lo realmente grave es que le enjaretó una hija ajena. ¿Solo Lorena? Ya no sabe en qué creer. Dobla el papel y lo
mete en el bolsillo. Apura de un trago el café ya frío y llama al mozo. Cuando
busca monedas para dejar sobre la mesa se topa con el papel. Lo aprieta con
bronca y se levanta.
Matilde, tirada
en la cama, controla el celular por
enésima vez. No quiere ser ella la que pregunte, lo menos que merece es ser
avisada. ¡Está la leche! le comunica
Sofía desde abajo. Matilde pone el teléfono en el bolsillo y baja. Entra en la
cocina y se sienta. Ramona le alcanza a Lorena una taza de Nesquik que la nena
rechaza. ¿Qué te pasa? pregunta la
mujer. Me duele la panza explica
Lorena. Habrás comido como una bestia dice
ella, fastidiada. No intercede Sofía yo la vi, no almorzó. Dámelo a mí, Ramo pide
ella mientras unta una tostada. Va a
preguntarle a las nenas cómo les fue cuando descubre que no le importa. No le
importa nada. Ni la panza de Lorena, ni las cuentas de Sofía, ni las monadas de
Federico, ni las sonrisas bobas de Agustina. Nada de nada. No los aguanto más. En cuanto suba llamará a Rocío. Quizá mañana
pueda ir a su casa. Y quedarse a dormir y no volver jamás. Quizá papá descubra que existo. Vuelve a controlar el celular. No quiero más dice apartando la taza y
sale.
Marcelo no se
decide a bajar del auto. Por suerte tuvo una tarde ocupada. Pero en el trayecto
de regreso la realidad se le impuso, aplastándolo. Hace quince días era un
hombre feliz, enamorado de su esposa, con un excelente trabajo y cinco hijos
sanos. Primero le robaron la mujer. Después el buen recuerdo de su mujer. ¿Para
qué le sirve enterarse del engaño cuando ya no hay nada que pueda hacer al
respecto? No le queda ni el consuelo de llorarla en paz. Agarra, al fin, el
portafolio y abre la puerta del coche.
¡Papá! grita Fede en cuanto lo ve, corriendo a
abrazarlo. Él lo alza.
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