viernes, 13 de enero de 2017

25

Marcelo sube al auto. En tres horas tiene que retirar a la nena. No quiero regresar a casa piensa. ¿Si fuera al cine?, ¿por qué no? Casi veinte años que no va al cine solo. En su juventud le encantaba. En mi juventud se repite. Baja del coche. Busca un bar. Pide un café y el diario. Truman. Escuchó que Darín está increíble. Tendrá que apurarse. Bebe de un trago su café. Llama al mozo. Mientras lo espera le escribe a Matilde.


Ya son las seis y papá no vino capaz que se olvidó de mí le voy a pedir a la mamá de Romi que la llame a Matilde.


¡Chicas, chicas, ya volví! entra Sofía corriendo, enarbolando una revista. Pero nadie responde. Marcelo se extraña ante el silencio. Va hasta la cocina. Dos notas. Preparé matambrito de cerdo y papas a la crema ya le expliqué a Matilde como calentarlos le dejé la mesa puesta vuelvo mañana a la noche cualquier cosa que necesite me llama. Que sería de su vida sin Ramona. Matilde tenía razón, era imprescindible que viviera con ellos. La otra: fuimos a la plaza. Ni una palabra más. No indica a cuál ni hora de partida ni estimada de llegada. ¿De quién es la letra? Cae en la cuenta de que no reconoce las letras de sus hijas. Matilde seguramente, Agustina hubiera sido más cariñosa. Sofía entra en la cocina, aún con la revista. ¡Arriba no hay nadie! Fueron a la plaza informa él. ¿Vamos a buscarlos? propone la nena. Marcelo mira el reloj: siete menos cuarto. Está oscureciendo. No es hora para la plaza. Está por llamar a su primogénita cuando la puerta se abre. Sofía corre hacia sus hermanas. ¡Miren lo que me compró papá! ¿De dónde vienen? encara él a Matilde, en mal tono. De la confitería, compramos masitas para tu amigo, ¿algún problema? le hace frente ella. Súbito silencio. El único problema es que estoy cansado de que me contestes mal señala él. ¡Yo sí que estoy cansada! dice Matilde y sube corriendo. Aún en el cochecito Federico comienza a llorar.


Papi se enojó con Matilde qué raro suerte que no se la agarró conmigo queme demoré mucho con las masas porque me gustaban todas y no sabía cuál elegir.


Las nenas hacen barullo en la bañadera. Matilde entra al baño bufando. Salgan de una vez, Fernando está por llegar. ¡Y a mí qué me importa! se retoba Sofía. Lorena se agarra del borde y se incorpora, Matilde busca la toalla amarilla y la envuelve. Te dejé la ropa preparada sobre la cama le dice. La nena obedece al instante. Sofía, ahora, flota en el agua. Salí de una vez. La nena simula no escucharla. ¡Por mí, ahogate! dice Matilde y sale. Instantes después escucha el ruido del agua escurriéndose. ¿A mí no me secás? protesta Sofía. Matilde regresa. Sofía, desnuda, tiembla sobre el felpudo. Qué flaquita está piensa Matilde mientras busca la toalla verde.


Está sentado en el lugar de Diana observa Marcelo en cuanto se ubican.  A ella no le gustaba que viniera. Las no demasiadas veces en que Fernando había compartido esa mesa él no lograba relajarse. Pendiente de que no hubiera fricciones entre su mejor amigo y su mujer. Por eso había optado por encontrarse con él a solas. Solían almorzar juntos, en algún hueco de sus respectivos trabajos. Desde que Fernando se había separado aumentaron las reticencias de Diana. Marcelo, en consecuencia, evitaba contarle cuando lo veía. Un ruido lo distrae de sus pensamientos. Matilde aparece con una fuente y Agustina con otra. Las chicas se sientan y Matilde comienza a servir. Pavada de ayudantes te mandaste dice Fernando. Marcelo repara en que el primer plato es para su amigo. A él, como siempre, Matilde lo deja para el final. Cola de perro. Fernando intenta trabar conversación con las chicas pero ellas contestan con monosílabos. No están acostumbradas a los invitados piensa Marcelo. Solo Federico parlotea mientras Agustina le corta la carne. Este matambrito está delicioso comenta su amigo. Es cierto, Ramona se ha lucido. Minutos después Fernando y el charlan animadamente. De política, del trabajo. Casi sobre el postre reconoce que sería incapaz de contar qué hicieron sus hijos mientras tanto. Pero  precisaba un respiro, hoy fue padre a tiempo completo. Se sienta con su amigo en el living. Matilde les alcanza un café. De a una las chicas van apareciendo, saludan y suben las escaleras. La última es Agustina, con Fede en brazos. Tus hijos son un lujo comenta Fernando te felicito. Marcelo recibe el impacto. Uno toma por normal lo propio. Sí, sus hijos son un lujo. Gracias, Diana piensa.




Agustina piensa que a su mamá no le gustaba Fernando. Le había contado que se había divorciado y que seguro fue porque no quisieron tener hijos. Pero a ella le cae simpático. Qué suerte que vino, es la primera vez que lo veo a papá contento desde que murió mami. Hoy sí que se ocupó de las nenas. Al final no se animó a preguntarle nada a Matilde, está segura de que su hermana sabe por qué le sacaron sangre a Lorena. La gorda estaba contentísima en la plaza. Federico también. Ojalá que se duerma de una vez. Todavía le falta la guerra del Peloponeso.


Mientras charlaba con Fernando de bueyes perdidos Marcelo se planteó si correspondía compartir con su amigo sus dudas sobre Lorena. Sobre Diana, en realidad. Resolvió esperar a tener certezas. Ahora Fernando se fue y él se encuentra con una noche por delante. Va hasta la cocina. Todo en orden. Sí, mis hijas son un lujo. Busca la botella de vino y se sirve un generoso vaso. Y luego otro. Necesita dormir. No está en condiciones de pasar una noche en blanco.



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