Marcelo sube al
auto. En tres horas tiene que retirar a la nena. No quiero regresar a casa piensa. ¿Si fuera al cine?, ¿por qué no?
Casi veinte años que no va al cine solo. En su juventud le encantaba. En mi juventud se repite. Baja del
coche. Busca un bar. Pide un café y el diario. Truman. Escuchó que Darín está increíble. Tendrá que apurarse. Bebe
de un trago su café. Llama al mozo. Mientras lo espera le escribe a Matilde.
Ya son las seis y papá no vino capaz que se olvidó
de mí le voy a pedir a la mamá de Romi que la llame a Matilde.
¡Chicas, chicas, ya volví! entra Sofía
corriendo, enarbolando una revista. Pero nadie responde. Marcelo se extraña
ante el silencio. Va hasta la cocina. Dos notas. Preparé matambrito de cerdo y papas a la crema ya le expliqué a Matilde
como calentarlos le dejé la mesa puesta vuelvo mañana a la noche cualquier cosa
que necesite me llama. Que sería de su vida sin Ramona. Matilde tenía
razón, era imprescindible que viviera con ellos. La otra: fuimos a la plaza. Ni una palabra más. No indica a cuál ni hora de
partida ni estimada de llegada. ¿De quién
es la letra? Cae en la cuenta de que no reconoce las letras de sus hijas.
Matilde seguramente, Agustina hubiera sido más cariñosa. Sofía entra en la
cocina, aún con la revista. ¡Arriba no
hay nadie! Fueron a la plaza informa él. ¿Vamos a buscarlos? propone la nena. Marcelo mira el reloj: siete menos cuarto. Está oscureciendo. No
es hora para la plaza. Está por llamar a su primogénita cuando la puerta se
abre. Sofía corre hacia sus hermanas. ¡Miren
lo que me compró papá! ¿De dónde vienen? encara él a Matilde, en mal tono. De la confitería, compramos masitas para tu
amigo, ¿algún problema? le hace frente ella. Súbito silencio. El único problema es que estoy cansado de
que me contestes mal señala él. ¡Yo sí que estoy cansada! dice Matilde y
sube corriendo. Aún en el cochecito Federico comienza a llorar.
Papi se enojó con Matilde qué raro suerte que no se
la agarró conmigo queme demoré mucho con las masas porque me gustaban todas y
no sabía cuál elegir.
Las nenas hacen
barullo en la bañadera. Matilde entra al baño bufando. Salgan de una vez, Fernando está por llegar. ¡Y a mí qué me importa! se
retoba Sofía. Lorena se agarra del borde y se incorpora, Matilde busca la
toalla amarilla y la envuelve. Te dejé la
ropa preparada sobre la cama le dice. La nena obedece al instante. Sofía,
ahora, flota en el agua. Salí de una vez.
La nena simula no escucharla. ¡Por mí,
ahogate! dice Matilde y sale. Instantes después escucha el ruido del agua
escurriéndose. ¿A mí no me secás?
protesta Sofía. Matilde regresa. Sofía, desnuda, tiembla sobre el felpudo. Qué flaquita está piensa Matilde
mientras busca la toalla verde.
Está sentado en el lugar de Diana observa Marcelo
en cuanto se ubican. A ella no le gustaba que viniera. Las no
demasiadas veces en que Fernando había compartido esa mesa él no lograba
relajarse. Pendiente de que no hubiera fricciones entre su mejor amigo y su
mujer. Por eso había optado por encontrarse con él a solas. Solían almorzar
juntos, en algún hueco de sus respectivos trabajos. Desde que Fernando se había
separado aumentaron las reticencias de Diana. Marcelo, en consecuencia, evitaba
contarle cuando lo veía. Un ruido lo distrae de sus pensamientos. Matilde
aparece con una fuente y Agustina con otra. Las chicas se sientan y Matilde
comienza a servir. Pavada de ayudantes te
mandaste dice Fernando. Marcelo repara en que el primer plato es para su
amigo. A él, como siempre, Matilde lo deja para el final. Cola de perro. Fernando intenta trabar conversación con las chicas
pero ellas contestan con monosílabos. No
están acostumbradas a los invitados piensa Marcelo. Solo Federico parlotea
mientras Agustina le corta la carne. Este
matambrito está delicioso comenta su amigo. Es cierto, Ramona se ha
lucido. Minutos después Fernando y el charlan animadamente. De política, del
trabajo. Casi sobre el postre reconoce que sería incapaz de contar qué hicieron
sus hijos mientras tanto. Pero precisaba
un respiro, hoy fue padre a tiempo completo. Se sienta con su amigo en el
living. Matilde les alcanza un café. De a una las chicas van apareciendo,
saludan y suben las escaleras. La última es Agustina, con Fede en brazos. Tus hijos son un lujo comenta Fernando te felicito. Marcelo recibe el impacto. Uno toma por normal lo propio. Sí, sus
hijos son un lujo. Gracias, Diana
piensa.
Agustina piensa
que a su mamá no le gustaba Fernando. Le había contado que se había divorciado
y que seguro fue porque no quisieron tener hijos. Pero a ella le cae simpático.
Qué suerte que vino, es la primera vez
que lo veo a papá contento desde que murió mami. Hoy sí que se ocupó de las
nenas. Al final no se animó a preguntarle nada a Matilde, está segura de que su
hermana sabe por qué le sacaron sangre a Lorena. La gorda estaba contentísima en la plaza. Federico también. Ojalá
que se duerma de una vez. Todavía le falta la guerra del Peloponeso.
Mientras charlaba
con Fernando de bueyes perdidos Marcelo se planteó si correspondía compartir
con su amigo sus dudas sobre Lorena. Sobre
Diana, en realidad. Resolvió esperar a tener certezas. Ahora Fernando se
fue y él se encuentra con una noche por delante. Va hasta la cocina. Todo en
orden. Sí, mis hijas son un lujo. Busca
la botella de vino y se sirve un generoso vaso. Y luego otro. Necesita dormir.
No está en condiciones de pasar una noche en blanco.
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