12 Domingo
Marcelo se
despierta con dolor de cabeza. Tomé
demasiado evalúa. Diana se enojaba si él tomaba. El dentífrico era inútil.
Privarlo de su cuerpo era el infalible recurso. El cuerpo de Diana. Marcelo
tiene una ligera erección. Se siente culpable. Profundamente culpable. Va al
baño y se da una ducha antes de lavarse los dientes.
Matilde escucha
los pasos de su padre en la escalera. Me
visto y bajo a prepararle el desayuno piensa. Porque no le gusta que él la
vea en camisón.
Marcelo entra a
la cocina. Nadie por supuesto, recién son las ocho. Necesita salir. Busca un
papel y deja una nota. ¿Quién se
despertará primero? Seguramente Agustina. Por Fede. La nena no tendría que estar tan pendiente del hermano. Debería ocuparme se advierte. Aunque luego decide que ese es el
menor de todos sus problemas. Mañana es lunes. Tendrá que buscar el resultado.
Abre la puerta de calle tratando de no hacer ruido
Matilde se pone
lo primero que encuentra y baja. Su padre ya no está. Encuentra una nota sobre
la mesada. Soy una pelotuda piensa.
Rompe el papel, sube corriendo y se tira boca abajo sobre la cama.
Agustina baja
con Federico en brazos. Ni los domingos
me perdona. Lo sienta en su sillita y le calienta la leche. Después desayuno con las nenas decide.
Mientras el nene empina su jarrito piensa en Fernando. Su mamá no entendía como
alguien podía no querer tener hijos. Merecen
un castigo decía. A lo mejor por eso se separaron. Algo se acuerda de
Marisa. Era muy linda y muy buena. Una vez le regaló una malla para el
cumpleaños. Todavía la tiene, le queda un poco chica pero la guarda porque le
encanta. ¿Por qué no habrán querido tener
hijos? A su mamá eso la enojaba mucho. Un ruido la aparta de sus
pensamientos. Federico tiró el jarrito al piso. La mira y se ríe. A ella le dan
ganas de pegarle. Se asusta. Aprieta los puños, tanto que se le marcan las
uñas, agarra un trapo y, en silencio, limpia las baldosas. Tiene la respiración
agitada.
Marcelo sigue caminando. Mira el reloj: casi
nueve y media. Ya se le fue el dolor de cabeza. El aire me hizo bien. Cabildo está irreconocible. Toda para mí piensa. Domingo. Saca
cuentas. Hace diez días que murió Diana. No puede creerlo. Le pesa como una
eternidad. ¿Cuánto la extraño? se
plantea. Primando el agobio sobre la tristeza. ¿Cómo puede ser que de la noche
a la mañana se encuentre con cinco hijos que dependen para todo de él? ¿Por qué
no hay una prima, una amiga, una madrina que pueda darle una mano? ¿En qué
momento Diana fue apartándolas de su vida? Suerte
que está Ramona. Llega, por fin, a El
Torreón. A Diana le encantaba
desayunar aquí los domingos. Se plantea, recién ahora, con quién quedarían
los chicos. Está por sentarse cuando descubre que ya no tiene ganas. Se acerca
al mostrador y compra dos docenas de medialunas. Lo mejorcito de Belgrano evalúa.
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