lunes, 16 de enero de 2017

26

12 Domingo

Marcelo se despierta con dolor de cabeza. Tomé demasiado evalúa. Diana se enojaba si él tomaba. El dentífrico era inútil. Privarlo de su cuerpo era el infalible recurso. El cuerpo de Diana. Marcelo tiene una ligera erección. Se siente culpable. Profundamente culpable. Va al baño y se da una ducha antes de lavarse los dientes.


Matilde escucha los pasos de su padre en la escalera. Me visto y bajo a prepararle el desayuno piensa. Porque no le gusta que él la vea en camisón.


Marcelo entra a la cocina. Nadie por supuesto, recién son las ocho. Necesita salir. Busca un papel y deja una nota. ¿Quién se despertará primero? Seguramente Agustina. Por Fede. La nena no tendría que estar tan pendiente del hermano. Debería ocuparme se advierte. Aunque luego decide que ese es el menor de todos sus problemas. Mañana es lunes. Tendrá que buscar el resultado. Abre la puerta de calle tratando de no hacer ruido


Matilde se pone lo primero que encuentra y baja. Su padre ya no está. Encuentra una nota sobre la mesada. Soy una pelotuda piensa. Rompe el papel, sube corriendo y se tira boca abajo sobre la cama.


Agustina baja con Federico en brazos. Ni los domingos me perdona. Lo sienta en su sillita y le calienta la leche. Después desayuno con las nenas decide. Mientras el nene empina su jarrito piensa en Fernando. Su mamá no entendía como alguien podía no querer tener hijos. Merecen un castigo decía. A lo mejor por eso se separaron. Algo se acuerda de Marisa. Era muy linda y muy buena. Una vez le regaló una malla para el cumpleaños. Todavía la tiene, le queda un poco chica pero la guarda porque le encanta. ¿Por qué no habrán querido tener hijos? A su mamá eso la enojaba mucho. Un ruido la aparta de sus pensamientos. Federico tiró el jarrito al piso. La mira y se ríe. A ella le dan ganas de pegarle. Se asusta. Aprieta los puños, tanto que se le marcan las uñas, agarra un trapo y, en silencio, limpia las baldosas. Tiene la respiración agitada.


 Marcelo sigue caminando. Mira el reloj: casi nueve y media. Ya se le fue el dolor de cabeza. El aire me hizo bien. Cabildo está irreconocible. Toda para mí piensa. Domingo. Saca cuentas. Hace diez días que murió Diana. No puede creerlo. Le pesa como una eternidad. ¿Cuánto la extraño? se plantea. Primando el agobio sobre la tristeza. ¿Cómo puede ser que de la noche a la mañana se encuentre con cinco hijos que dependen para todo de él? ¿Por qué no hay una prima, una amiga, una madrina que pueda darle una mano? ¿En qué momento Diana fue apartándolas de su vida? Suerte que está Ramona. Llega, por fin, a El Torreón. A Diana le encantaba desayunar aquí los domingos. Se plantea, recién ahora, con quién quedarían los chicos. Está por sentarse cuando descubre que ya no tiene ganas. Se acerca al mostrador y compra dos docenas de medialunas. Lo mejorcito de Belgrano evalúa.



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