1 Miércoles
Agustina,
sentada a lo indio sobre la cama, hace el resumen de historia. Le encanta
Egipto. Keops, Kefrén y Micerino. Un
estruendo sacude la casa. La birome cae de su mano. Federico entra llorando.
Ella se incorpora y lo alza. El hermanito se aferra a su cuello. Ella cierra
los ojos.
Matilde, frente
a su escritorio, completa el cuestionario sobre las propiedades de la materia. Es cuantificable, es impenetrable, impresiona
los sentidos, tiene… Un estruendo
sacude la casa. Cierra el libro y, descalza como estaba, baja la escalera a los
saltos. Desde el pasillo distingue a Lorena, la espalda apoyada contra la pared
de la cocina, la cara escondida tras las manos. Corre hacia su hermana. Recién junto a ella descubre el motivo del
ruido.
Para mí que se partió la casa Matilde bajó corriendo
a lo mejor es un ladrón mejor agarro mi palo de hockey por si la tengo que
defender
Mati entró en la cocina y ya me vio el corazón me hace mucho ruido pero aprovecho
que ahora está distraída y subo sin
que se dé cuenta.
Matilde aparta
con cuidado lo que quedó de la escalera. Se arrodilla. Su madre yace de
espaldas, los ojos cerrados. ¡Mamá!,
¡mamá! grita pero no obtiene respuesta. Recoge el celular caído y llama al
911. En absoluto silencio, sentada sobre
los talones, permanecerá asida a la mano
de su madre hasta que escuche la sirena.
Suena una
sirena seguro es la policía que me viene a buscar si me meto debajo de la cama
capaz no me encuentran.
Agustina se asoma a la ventana. Sí, es una ambulancia. Sabe
que tiene que bajar pero un terror infinito la paraliza. Porque Matilde gritó mamá.
Sí, papá,
les dije que la lleven al Alemán
informa Matilde. Su cabeza es un trompo. Ve, entonces, a Sofía sentada en el
descanso de la escalera. Observa que tiene un palo de hockey entre las manos. No debo distraerme en detalles se reta. Decile
a Agustina que se ocupe de Fede le ordena.
Su hermana asiente con la cabeza. Ella
regresa a la cocina y observa como los hombres trabajan sobre su madre. Minutos
después, precedida
por la camilla, sube a la ambulancia. Se ubica donde le indican. Cruza los
brazos, inclina el cuello y cierra los ojos.
Marcelo corre
hacia la cochera. Se detiene en seco. Mejor un taxi. Extiende el brazo. La
insoslayable certeza de que su vida está a punto de quebrarse.
Agustina junta
coraje y llama al celular de Matilde. ¿Cómo
está mamá? pregunta. No me dijeron
nada, todavía no llegamos. ¿Te habló? No, Agus, mamá no habla responde su
hermana y corta. Le contestó mal y tiene razón. La dejé sola piensa ella. Alza a Federico y baja. Recién al entrar
a la cocina toma real dimensión de lo ocurrido. Federico intenta jugar con las
latas. Ella le grita y lo aparta de un tirón. El piso está lleno de vidrios. Y
hay sangre. El nene llora. Ella busca la escoba.
Matilde observa
como introducen la camilla en la guardia. La cabeza de su madre se sacude con
los golpes. Cierran la puerta. Como nadie repara en ella, se sienta en el banco
del pasillo. La espalda apoyada contra la pared, los párpados cerrados.
Marcelo entra a
la guardia corriendo. Descubre a Matilde
sentada contra la pared. ¡¿Qué pasó?!
exclama, agitado. Matilde solo eleva ligeramente el mentón. Mamá se cayó de la escalerita de la cocina informa
¿Cómo está? pregunta, la respiración
entrecortada. La chica lo mira fijo durante unos instantes y dictamina para mí que se murió.
4 Sábado
Matilde ve como
bajan el cajón. Todo es verde a su alrededor. Calmo, bello. Pero mamá está muerta. Ataja con un puño las lágrimas que intentan rodar.
Observa a Sofía, a su lado, el ceño fruncido, los labios apretados. Ella se
acerca y la sostiene del hombro. Percibe la presión de la nena contra su
costado. Su padre, enfrente, separado por la fosa, ni las mira.
Ya van a llegar y papá va a seguir preguntando que
por eso no quise ir al entierro y le voy a contar que yo estaba justo abriendo
la heladera porque tenía mucha sed y no vi nada y solo escuché el ruido y
después mamá estaba en el suelo y voy a
rezar mucho para no irme al infierno.
Agustina intenta
hacer la tarea de matemática. Federico, sentado en el suelo, chupetea la oreja
de su oso. Ella se siente ligeramente culpable. Porque no fui por Fede. La vecina se había ofrecido a
cuidarlo pero ella no quiso. Creyó que al despertarse iba a pedir por su
mamá. Ella temblaba pero el nene solo dijo Agu y le tiró los bracitos. A
lo mejor ya lo sabe piensa y no llora porque aunque sabe, todavía no se
da cuenta.
Me duele mucho la cabeza y tengo ganas de vomitar seguro que
es por las flores ojalá que lleguemos pronto papá y Matilde lloraron pero yo no
porque mamá siempre dice Sofía nunca llora debo ser un moustruo malo malísimo
que no llora ni cuando se le muere la mamá.
Me quiero bañar piensa Matilde en el auto.
Escuchó cuando su padre le decía a Fernando suerte
que está Matilde. Porque no existen abuelas ni tías. Pero ella no podrá con
todo. Habrá que pedirle a Ramona que se
quede a dormir. Su mamá nunca quiso, le molestaba la gente extraña. Todo le molestaba a mamá, nosotras también,
a veces hasta Fede. Tendrá que hablar con su padre pero nunca lo vio así. Yo no sabía que podía llorar. Debería
habérselo comentado a Ramona en el velorio. Fue
la única que nos abrazó. Por suerte mañana es domingo, pero el lunes hay
colegio, a las siete y media pasa el micro a buscar a las nenas y hay que
prepararlas. Capaz que Agustina la puede ayudar. Pobre Agus, tan pegada a mamá. Sofía también la preocupa. Vio como
la enterraban y ni una lágrima. Peor
Lorena, que presenció el accidente. En Federico mejor ni pensar.
Marcelo abre la
puerta del auto y ayuda a sus hijas a bajar. A dos de mis hijas piensa. Todavía no puede creerlo. Que voy a hacer yo sin Diana. Sofía se tropieza. Él la agarra fuerte del
codo pero no alcanza. La nena cae de rodillas. Siempre tan atolondrada, vos la reta. Matilde, mientras la ayuda a
levantarse, pregunta ¿te lastimaste? Él
busca la llave en el bolsillo del saco y abre. Silencio absoluto. Las chicas
entran. Matilde lleva a su hermana al baño y le cura el raspón. ¡Ay! grita la nena. Marcelo se deja caer
en el sillón, se afloja la corbata. Acá
estamos piensa y después piensa cómo
sigue esto. Se siente estafado. Diana, de alguna manera, lo obligó. Uno a uno me los fue sacando dictamina. Y ahora ella se fue y él, con
cincuenta y cuatro años a cuestas, se encuentra con cinco hijos. Matilde acaba
de cumplir quince. Federico todavía no tiene dos. Fede. Debería ir a verlo
piensa. Un miedo espantoso comienza a subirle desde las plantas de los pies. Se
incorpora. Camina hacia la escalera. Se apoya en la baranda y girando la cabeza
hacia arriba grita Matilde, salgo un rato. En cuanto abre la puerta
lo sorprende una tarde preciosa, qué absurdo. Camina y camina. Ojalá pudiera no
regresar.
Matilde entra a mi cuarto y me pregunta cómo estoy y
yo le contesto que bien y no me pregunta nada más por suerte parece que no está
enojada porque no fui al entierro.
Agustina golpea
la puerta de Matilde. Entra. Su hermana está tirada en la cama. ¿Cómo fue? pregunta ella. Un entierro contesta Matilde. Nunca vi ninguno. Para mí también fue el
primero, te perdiste la oportunidad. A ella se le llenan los ojos de
lágrimas.
El sol empieza a
caer. Marcelo tiene frío. Habrá que cenar
piensa. Camina hasta El Sanjuanino. Frente al mostrador duda.
No tiene la menor idea de las preferencias de sus hijos, Diana siempre lo
mandaba con la lista. Por las dudas, compra cinco de cada tipo. Y cuatro de
carne para él. Le manda un mensajito a Matilde. Poné la mesa, llevo empanadas.
Ya es de noche mamá nos hacía bañar antes de cenar
pero mamá ya no está más que yo vi como la enterraban y ahora nadie me obliga
porque a nadie le importa.
Matilde no sabe
cómo poner la mesa. No se anima a sentarse en el lugar de su madre, pero si no
se reubica, a Federico solo le queda Lorena para que lo ayude a comer. A lo mejor debería intercambiarlo con Sofía,
pero dejarla a ella al lado de Lorena es pelea asegurada. Además a Sofía hay
que insistirle para que coma. Únicamente
que la ponga a Agus entre las dos evalúa. Quisiera tomarse un avión y desaparecer.
Irme y volver cuando mamá vivía.
21 Martes
Agustina
escucha la alarma. Ni intenta abrir los ojos. No tiene fuerzas. Le costó mucho
dormirse. No voy a levantarme nunca más
decide. Segundo anuncio del despertador. Saca una mano de las cobijas y lo
apaga. Necesita vacaciones de su propia vida. Se adormila. Golpes en la puerta
la sobresaltan. ¡Agus!, ¡Agus! No
junta energía para contestar. Mamá me
decía Agustita recuerda. La
puerta se abre, la luz se enciende. ¿Te
sentís mal? Ella por fin abre los ojos. Matilde sentada en la cama. Va a
decirle que no da más, que abandona el barco, cuando descubre el gesto de
preocupación en la cara de su hermana. Ya
voy dice apartando el acolchado. Matilde le sonríe y la empuja contra el
colchón. Ella está contenta piensa claro, la espera Mariano. Esconde la
cara contra la almohada para ocultar las lágrimas.
Marcelo cubre
la tostada con mermelada de frambuesa. La
preferida de Diana recuerda. Levanta la vista y encuentra los ojos de
Matilde sobre él. Lo recorre una descarga eléctrica. Regresa a su tostada la
unta, ahora, con precisión. Lo llamará a Fernando. Precisa hablar con él. Soñó
mucho con Diana. ¿Dónde estaba?, ¿la
casa de Patricia? De Patricia y de
Alberto se corrige. Vamos, papá
lo sobresalta la voz de Matilde. Observa la mesa. La chiquilina está
levantándose. ¿Y Agustina? pregunta. Se quedó dormida, dijo que la esperáramos en
el auto. Él se sacude las migas y se levanta. Está saliendo cuando Ramona
le alcanza un sándwich en una servilleta. Él la mira sorprendido. Para Agus explica la mujer no desayunó. Marcelo sale, aturdido. Sí, era la casa de Patricia; el cuarto de Patricia; de Patricia y
Alberto.
Cuando
Agustina llega al auto descubre que Matilde se sentó adelante. Todo la pone mal
últimamente. Su padre le tiende una servilleta. Ella levanta una tapa del pan
lactal. Queso y tomate como a ella le gusta. Mamá siempre se equivocaba recuerda mientras mastica.
Cuando
Matilde saca la carpeta de matemática de la mochila, cae al suelo el corazón
con las flechas. Lo recoge y se lo muestra a Rocío. Tu hermanita es lo más tierno que existe. Matilde se queda
pensando, ¿Lorena es tierna? Sí, es
la más cariñosa. Será porque no es hija
de papá decide.
Marcelo
toma el café que le alcanza su secretaria y le pide que cierre la puerta al
irse. Saca un papel del bolsillo y se acerca al teléfono. El corazón le bombea
al compás de cada llamada. Si me atienden
corto intenta tranquilizarse. Infinitos segundos después escucha está hablando con la casa de Celia y
Eduardo, deje su mensaje, por favor.
Deposita el tubo con suavidad. Se
mudaron piensa, aliviado.
La maestra me pide el cuaderno y revisa
la tarea que por suerte la hice toda primero me reta porque la hice con la
birome de Fernando pero después me felicita porque todas las divisiones están
bien y yo le cuento las hice con mi papi y la maestra me revuelve el pelo.
Agustina
cree percibir una mirada. Levanta la vista. Sí, Gonzalo la está mirando y,
además, le sonríe. Ella gira la cabeza como si hubiera visto el diablo. Gonzalo
es horrible, y es un pesado. Sin embargo, ella puede percibir bajo el jumper el
redoble de su corazón.
Marcelo
controla su reloj. ¿Fernando se habrá olvidado?, ¿habrá entendido mal el lugar?
Está por llamarlo cuando lo ve aparecer, apurado. Perdón pide el tránsito está
infernal. Marcelo, aliviado, comprueba que tenía real necesidad de hablar con su amigo. Mientras comparten una
parrillada Marcelo le cuenta sobre las investigaciones de Matilde. ¿Estás seguro de que tiene quince años? Te advertí
que no la conocías. ¡Y yo que me ofrecí como detective! exclama Fernando. A
Marcelo lo irrita la sonrisa de su amigo por eso le pregunta ¿te parece que podría ser Alberto? Hasta
ahora venías bien, ya arrancaste con pelotudeces, ¿cómo puedo yo saberlo? Marcelo
desestima las chanzas de su amigo e insiste ¿alguna
vez viste alguna situación que te llamara la atención? Fernando se queda
pensando. La verdad que no, ¿vos pensás
que puede ser Alberto? Marcelo cabecea. Jamás
lo hubiera sospechado pero es la única pista que tengo, no puedo ponerme a
investigar a todos los tipos que empiecen con A, si es que las elucubraciones
de mi hija pudieran tener algún sentido. ¿Y qué pensás hacer? pregunta
Fernando. Ni idea, ¿vos supiste algo de
ellos últimamente?, hace más de siete años que yo les perdí el rastro.
Fernando toma un trago de vino antes de recordarle yo menos que menos, los conocí a través tuyo. Está cortando la
carne cuando bruscamente abandona los cubiertos. Ahora que me acuerdo, Patricia se atendía con mi hermano, tuvo varios
partos con él. Marcelo lo observa con atención, en absoluto silencio. Que alguien decida por mí, por favor. Pero
no tiene suerte porque Fernando lo presiona ¿tenés
intenciones de contactarte con Alberto? De ninguna manera, ¿qué voy a decirle?,
¿estoy criando a tu hija? Su amigo lo mira. ¿Entonces para qué mierda me preguntás si sé algo de él? Marcelo se
restriega los ojos. Porque, como vos
decís, soy el rey de los pelotudos hace una seña llamando al mozo mejor lo dejamos acá. Fernando le baja
el brazo pará, che, sos más susceptible
que una solterona, ya sé que esto no es fácil, solo estoy averiguando qué
pretendés de mí. ¿Qué pretendo de vos? pregunta él, sorprendido. ¿Te interesa que lo sondee a mi hermano para
ver si sabe algo de ellos? Marcelo se queda meditando unos segundos, ¿qué
tiene para perder? Si no es problema para
vos, no sé en qué anda la relación con tu hermano. No son mis problemas lo mporate
ahora afirma Fernando y llama él al mozo.
Marcelo entra a
la cocina. Encuentra a Matilde preparando jugo y a Agustina, sentada, con
Federico en los brazos. ¡Papá! dice
el nene en cuanto lo descubre. Él deja la bolsa sobre la mesada y lo alza.
Tiene olor a champú. Ya lo bañaron
piensa. Matilde abre el paquete, acomoda las empanadas en una fuente y las
lleva al comedor. Instantes después se escucha la campana. Luego el golpeteo de
pasos en la escalera. Las nenas
decodifica. Con su hijo en brazos se dirige al comedor. Solo seis lugares en la
mesa. Se lleva la mano libre a la garganta.
Agustina se
sienta en el lugar que le adjudicó Matilde. Por suerte su hermana siempre sabe
lo que hay que hacer. Papá ni se dio
cuenta de que yo estaba en la cocina. Su mamá sí que la veía. Le contaba
sus cosas. Vos, Agustita, sos la única
que me entiende decía. Pobre mamá. Siempre
estaba mal, preocupada y ella no sabía cómo ayudarla. Cuando murió la abuela, justo cuando nació Federico, se acuerda
bien, se volvió como loca, gritaba. Ella a veces tiene ganas de gritar pero no
puede.
Papá trajo empanadas de choclo para mí porque son
mis favoritas y me trajo cinco qué raro Sofía come como un pajarito dice
siempre mamá diez años y 20 kilos y me insiste pero a mí no me caben ni dos
pobre papá que me trajo tantas aunque obvio se las va a comer Lorena que es más
chica pero pesa el doble.
Seguro que papá ya sabe por eso no preguntó nada y
como sabe ni me mira aunque nunca me mira y si me habla es para retarme Lorena
que hiciste porque siempre me sale todo mal.
Cenan sin
hablar. Solo el ruido ocasional de un plato, de un vaso. Hasta Federico mastica
su empanada en silencio. Debería decirles
algo piensa Marcelo. Cómo explicarles lo que no tiene explicación. Diana
siempre fue atropellada. Como Sofía.
Si hubiera tenido un poco de cuidado no
estaríamos en esta. Una rabia sorda se va haciendo espacio entre las
costillas. La absurda sensación de que Diana se fue porque se quiso ir. Desde
la muerte de la madre no había vuelto a estar bien. Ni Fede te sirvió. Diana siempre había sido hermética. Hizo conmigo lo que se le antojó. Como
no quiere seguir pensando se levanta de la mesa. Estoy cansado informa. ¡Papá!
lo reclama el nene, incorporándose en la silla alta. Él lo mira
desconcertado. Agustina se acerca y lo alza. Anda, papá lo autoriza Matilde nosotras
nos ocupamos. Él dice buenas noches
y sube.
Agustina no
consigue dormir a Federico. Su mamá lo dejaba llorando pero ella no puede, pobrecito. Antes también le daba pena y a
veces se lo llevaba un rato a la cama. Hasta que su mamá la descubrió y se
enojó. Fue la única vez que me pegó. Pero
tenía razón, no había que malcriarlo. Su
mamá, además, le apagaba la luz. El nene la llamaba Agu, Agu, llorando. Y hoy
no llora pero no se duerme y la mira. Porque ella no apagó la luz. Mañana le preguntará a Matilde si
puede llevar la cuna a su cuarto, aunque sea estos primeros días. No cree que a
su padre le importe porque a papá no le
importa nada.
No quiero dormir nunca más porque me vienen las pesadillas
y la escalera se rompe y me caigo al infierno y el diablo dice te estaba
esperando y me pincha con un tenedor gigante y aunque grito sé que nadie me va
a salvar porque me lo merezco.
No tengo sueño nunca tengo sueño y a veces la
escucho a mamá y bajo descalza para no hacer ruido y la encuentro en la cocina
y me pregunta si quiero un té y me lo hace y nos quedamos las dos sentadas y a
mí me gusta porque a veces me agarra la mano y dice pobre Sofi sos como yo te
cuesta dormir y yo quisiera que el tiempo durara para siempre porque cuando me
agarra la mano me vuelvo buena.
Matilde pone los
platos en el lavavajilla, termina de ordenar la cocina y sube. Se deja caer
sobre la cama. Hace días que casi no
duerme. Debería sacarme la ropa es su
último pensamiento.
Marcelo se
revuelve en la cama. El olor de Diana lo enloquece. Le tendría que haber pedido
a las chicas que cambiaran las sábanas. Mete la mano bajo la almohada de la
derecha. Sus dedos rozan seda. Enciende
la luz. El piyama violeta. Él se lo regaló para el último aniversario.
Recordarlo sobre el cuerpo de Diana lo altera tanto que, con rabia, aparta el
acolchado y se levanta. Tiene la garganta seca. Se pone las pantuflas y baja.
Está abriendo la heladera cuando siente unos pasos en la escalera. Segundos
después Sofía entra a la cocina. Camisón con estrellas, el pelo alborotado.
Descalza. ¿Qué hacés acá? pregunta
él. No puedo dormir contesta la nena
en un susurro. Tan flaquita que de alguna extraña manera, algo en él se
ablanda. ¿Precisás algo? ofrece.
Sofía lo mira un largo rato y luego inclina la cabeza y pregunta ¿vos sabés hacer té? Él se queda
desconcertado. No importa agrega la
nena yo te hago.
5 Domingo
Se despierta
sobresaltado. Con los ojos aún cerrados extiende el brazo hacia la derecha pero
no encuentra resistencia. Seguramente Diana fue a preparar a las nenas para el
colegio. Primero recuerda es domingo.
Recién después Diana murió. Como una
trompada en el estómago. ¿Cómo era mi vida
antes de tenerla? Desde el instante en que la detectó, entre decenas de
adolescentes tomando apuntes, nada volvió a ser igual. Mientras llenaba el
pizarrón de fórmulas sentía calor sobre la nuca. Y, al girar, se encontraba,
una y otra vez, con ese par de ojos negros sentados en primera fila que lo
miraban con una intensidad tal que él tuvo que hacer un considerable esfuerzo
para no perder el hilo de la clase. Y, cuando terminó, la entrevió en la breve
fila de jóvenes que venían a presentar sus dudas, estratégicamente en el último
lugar. Pronto descubrió que Diana no daba puntada sin hilo. Porque tanto
consultó ella que cuando se quisieron acordar el aula estaba vacía. Salieron
juntos. Era de noche. Llovía torrencialmente. Ella no tenía paraguas. Él, sí.
Ella no tenía auto. Él, sí. Ofreció alcanzarla. Y nunca logró alcanzarla a
pesar de haberle hecho cinco hijos. Se incorpora, fastidiado. Va al baño.
Mientras se afeita, observa su imagen en el espejo. Solía afligirse anticipando
qué pasaría cuando el tiempo dejara en claro los casi veinte años de
diferencia. Y ahora, a pesar de las entradas, de las arrugas, ahí está él
mientras, Diana, para siempre espléndida, duerme bajo la tierra. Se seca la
cara y sale. El reloj de pared marca las siete y diez. Parado en el hall
observa la multitud de puertas. Opta por la de Federico. Se alarma al descubrir
la cuna vacía. Se dirige al cuarto de Agustina. Suerte que tienen cartelitos piensa. Abre la puerta entornada
intentando no hacer ruido. Un tenue velador ilumina la cama. Sí, allí está.
Acurrucado contra su hermana que lo abraza. Qué grande está Agustina. ¿Cuántos
tiene?, ¿Trece? Sí, este año comenzó el secundario. Por el camisón entreabierto
se le adivinan los incipientes pechos. El cabello largo, rubio, ondeado,
desparramado sobre la almohada. Agustina quizá lo percibe porque abre los ojos.
De par en par cuando lo descubre. Se desliza con suavidad y se sienta. No podía dormirlo se justifica, agitada te prometo que no lo voy a hacer más. Él extiende la mano para acariciar la
cabeza de su hija que retrocede con un gesto de temor. Él se desconcierta. Tranquila,
Agustina, hiciste bien. Ahora es de sorpresa la carita. Seguí durmiendo que es temprano indica.
Ella obedece y se acuesta. Él sale. Ya en la puerta gira. Gracias por ocuparte de tu hermano dice.
Papá se metió en
el cuarto de Agus si llega a venir acá me tapo toda y me hago la dormida.
Agustina
inspira hondo, intentando regularizar la respiración. Su mamá, cuando el padre
estaba por volver del trabajo, siempre les recomendaba que se portaran bien parece tranquilo pero cuando se enoja… Recién
pensó que iba a retarla. En realidad, creé que nunca la retó. Ni nos miraba piensa.
Marcelo entra a
la cocina. Lo sorprende encontrar la cafetera vacía. Jamás se planteó quién la
llenaba. Sus deseos eran satisfechos sin que mediaran las palabras. Preciso un café ya. Se está poniendo la campera cuando Matilde lo intercepta. Hola, papá, ¿salís? Voy a tomar un café, enseguida regreso. ¿Puedo ir con vos? propone su hija necesito que charlemos. No puede decirle que no quiere hablar con
nadie y menos aún con ella, insobornable testigo de cuanto pasó. Entonces
contesta por supuesto. Ya están en la
esquina cuando él nota que Matilde no lleva abrigo. ¿No tenés frío? pregunta. No
importa contesta la chiquilina. Andá a buscar algo que te vas a resfriar.
Los ojos de Matilde son dos uvas. ¿Me vas
a esperar?
Agustina se
asoma a la ventana. Matilde salió con
papá, qué raro. Igual ella no hubiera podido ir, tiene que cuidar a Federico.
Su padre le pidió. Porque yo también soy grande.
Marcelo mira a
Matilde. Ella sí que es parecida a la madre. Saca cuentas. Tiene cuatro años
menos que Diana cuando la conoció. Observa como agarra la taza, como bebe,
buscando semejanzas. Matilde es más delicada. Diana en todo era exuberante. La chica deja la taza sobre la mesa y lo
mira. Los ojos comparten forma y color, sin embargo tan distinta la expresión. Matilde tiene los ojos tristes piensa y
luego se repite mi hija tiene los ojos
tristes. Y no parece tristeza de
cuarenta y ocho horas. ¿De qué querías
que charláramos? pregunta. Matilde se toma unos segundos antes de
contestar, muy seria de cómo nos vamos a
arreglar. Él no sabe qué decir. La chica continúa hay que pedirle a Ramona que se quede a dormir y si no puede, buscar
otra empleada. Él está por comentarle que su madre no estaría de acuerdo
pero carraspea y asiente. A todo le va diciendo que sí. Porque Matilde ha hecho
una lista de infinitos puntos a considerar. Mi
hija ya es una mujer piensa con enorme alivio.
Agustina le
sirve la leche a Federico y se prepara un té. No tiene hambre. Con el jarro
vacío entre las manitos, el nene la mira fijo. Ella tiembla. Lo mejor será
llevarlo a la plaza así se distrae. Es
un día precioso. Mami, sigue saliendo el
sol.
Agustina lo vistió a Fede y ahora busca los baldes
seguro van a la plaza le pregunto si me lleva y me dice que primero tome la
leche y bajo a la cocina y veo que me preparó la taza y trato pero no puedo que
la panza me duele y la leche no me baja entonces escucho pasos y la tiro en la
pileta y abro la canilla y por suerte me salvé.
Marcelo corrige
la posición para dejar a su hija del lado de la pared. Diana se irritaba cuando
él lo olvidaba. Era difícil satisfacerla. ¿Compramos
ravioles? propone Matilde. Él, sin pensarlo, le pasa la mano por el hombro.
Ella gira la cabeza y le sonríe.
Se fueron todos y si se fueron para siempre no sé
quién me va a cuidar suerte que por lo menos sé cocinar salchichas.
Marcelo entra.
El silencio es una afrenta. Diana era estridente.
Su presencia era rotunda. Su voz, sus pasos, su olor. Teñía su entorno.
Modificaba el espacio que solo parecía estar allí para contenerla. Dejó la casa muerta piensa. Diana era
imprevisible. Poner la llave en la cerradura, un riesgo. Le había contado una
noche, entre lágrimas, que cuando caía el sol comenzaba a alterarse. Me pierdo había dicho. En un instante,
por una nimiedad, el hermoso rostro se
crispaba. Él retenía la respiración. Y de pronto resurgiendo su maravillosa
sonrisa y la tormenta eclipsada. Voy a
buscar a los chicos, seguro que están en la plaza anuncia Matilde abriendo
la puerta de calle. Él se saca los zapatos y se deja caer sobre el sillón.
Qué suerte papá y Matilde volvieron tengo que ser
muy buena y hacer las tareas y ordenar el cuarto y no pelearme con Sofi y
dormir toda la noche así capaz no me vuelven a dejar.
Matilde cierra
la puerta, enojada. Agustina no le avisó nada. Además, la dejó sola a Lorena. ¿Es
tonta?, ¿cómo no se dio cuenta? Apura el paso. Todavía tiene que preparar la
salsa.
Marcelo sigue
recostado en el sillón cuando escucha la llave en la cerradura. Mira el reloj,
extrañado: se quedó dormido. En cuanto se incorpora descubre a Lorena sentada
en el piso, las piernas como indio mirándolo. ¿Qué hacés aquí? pregunta, de mala manera. La nena se para como un
resorte y se aleja corriendo. Él vuelve a sentarse. Desde la cocina le llegan
las voces de sus otros hijos. No los vio pasar. Todos los domingos Diana le
servía un vermut antes de almorzar. Esconde la cabeza entre ambas manos. Lo sobresalta la voz de Sofía papá, acá te traje. Él se endereza
rápidamente. La nena, sonriendo, sostiene la bandeja con un vaso, un plato con
maníes y otro con aceitunas. Él se queda paralizado. La sonrisa de su hija se
desvanece. Matilde me dijo se
disculpa. Él toma la bandeja. Muchas
gracias, señorita dice tiene usted mucha
fuerza porque es una bandeja muy pesada. La carita de la nena resplandece.
Entre cacerolas,
Matilde se afana. Se mueve con soltura mientras da órdenes a sus hermanas.
Recuerda que el lunes, cuando fueron al supermercado, la mamá, frente a la
góndola de los artículos importados, eligió unos bavette Barilla. Para el domingo, estos nunca los probamos comentó.
El domingo llegó pero su mamá no podrá probarlos. Abre el paquete y echa los
fideos en el agua hirviendo.
Es el sabor de Diana decide Marcelo,
sorprendido, en cuanto prueba la salsa. ¿Quién
cocinó? averigua. ¡Matilde!
exclama Lorena, abriendo las manos en gesto de obviedad siempre cocina ella los domingos. Él quisiera verificar que la información
no es correcta. Cómo desplazar de sus neuronas el convencimiento de que era
Diana la que agasajaba su paladar. ¿Desde
cuándo? pregunta. ¡Qué sé yo!
contesta Matilde hace mucho, desde que
era chiquita. ¿Por qué nunca me contaste? La chica baja la vista. Se
instala el silencio solo alterado por los golpes de la cuchara de Federico
contra la mesa. Mamá no quería explica Lorena luego de un rato mientras con la
manito hace señas de cortarse el cuello. A él se le va el hambre. Aparta el
plato. ¿No te gustó? pregunta
Matilde. Él la mira. Parece afligida. Está
riquísimo dice mientras retoma el tenedor. Gracias dice Matilde.
Mati me pidió a mí que secara los platos eso que
estaba Sofi qué raro porque siempre se me cae todo como cuando rompí la jarra
de la abuela y mamá se enojó tanto que por suerte no me acuerdo.
Marcelo corre
las cortinas, se saca los zapatos y se tira sobre la cama. Amaba las siestas
del domingo. Se acostaban tras la modorra del almuerzo y solían hacer el amor.
Los chicos no molestaban, ni siquiera Federico. ¿Dónde estará? se pregunta. Aguza el oído. Nada. Ya no tiene ganas
de dormir. Lo agrede esa cama. Repara, recién, en que alguien la hizo. Levanta
la almohada. Persiste el camisón violeta. No
lo sacaron piensa con fastidio. Se incorpora.
Odio dormir la siesta pero mamá dice que durmamos porque
quiere estar tranquila con papá siempre quiere estar tranquila a veces me
pregunto para qué nos tuvo a Lore y a mí se hubiera quedado con Matilde y con
Agus que no molestan y con Fede claro que molesta mucho pero es varón.
Parado en el
hall otra vez observa las puertas. Están todas abiertas. Mira adentro de cada
habitación: vacías. Todas no. Golpea en el cuarto de Matilde. Como no le
contestan, abre. Las cuatro chicas sentadas sobre la alfombra. Matilde se para.
Sus hermanas permanecen como congeladas. ¿Qué
están haciendo? pregunta él. Hablando
contesta Matilde y desafiándolo con la mirada informa decidimos que nos vamos a dormir la siesta nunca más. Él no sabe
qué decirle. De todos modos, su hija no está pidiéndole opinión. ¿Y Fede? solo atina a preguntar. Ahí está contesta la chica señalándole
la cama. Entre almohadones rosas, hecho un ovillo, duerme el nene. ¿Cierro? pregunta él y sale.
Agustina inspira
hondo. Se asustó cuando entró su papá.
Pero Matilde se animó y se lo dijo, porque ella no le tiene miedo. Aunque
a mamá sí que le tenía. Una vez se negó a dormir la siesta y la llevó de
los pelos a su cuarto. Calladitas las dos
para que papá no se diera cuenta. A ella le tocaba dormirlo a Federico. En su cuna porque si no…
Marcelo necesita
irse. Deja una nota sobre la mesa de la cocina y sale. Camina hasta Cabildo
pero al llegar se da cuenta de que no quiere ver gente. Opta por Olleros, rumbo
a Libertador. Hace frío. Se le atranca el cierre de la campera. Está falseado piensa le voy a decir a Diana pero en cuanto
termina de pensarlo reconoce su error.
¿A quién avisarle?, ¿a Ramona, a
Matilde? Un bloque de piedra sobre la cabeza. Sin mediar su voluntad
ralenta el ritmo de los pasos. Adónde ir. Era Diana quien marcaba el rumbo.
Ella siempre sabía lo que él debía hacer. Cuándo tener un hijo, cuándo mudarse,
cuándo cambiar el auto, cuándo el trabajo. Cuándo ir al cine, cuándo al teatro.
Cuándo hacer el amor. Perdí mi brújula
determina al tiempo que descubre que no sabe dónde está. Se detiene. Le toma
unos segundos reubicarse: llegó a la iglesia redonda. Se le fueron las ganas de
caminar. Se ubica en un barcito de la recova. Solía venir con ella. En lugar
del dos apenas cortados pide un café
doble. Le echa tres sobres de azúcar. Mientras lo revuelve interminablemente
trata de recordar en qué momento perdió el albedrío. Muy pronto. Porque en
cuanto terminó el cuatrimestre y él dejó de tener algún tipo de poder sobre
ella, las discusiones hicieron irrupción. Discusiones que terminaban en cuanto
ella decretaba dejémoslo así, mejor
ándate y él, que en un principio obedecía, pronto descubrió que no podía
respirar con solo pensar que no volvería a verla. Entonces solía regresar un
rato después, deshaciéndose en explicaciones. Pidiendo perdón. En general no
sabía bien de qué debía excusarse pero sí sabía que era la única manera de que
la calma regresara. Llegó a la
conclusión de que era peor irse para capitular después, así que aprendió a
evitar que las llamas se alzaran. Él había ido desarrollando la capacidad de
leer el estado anímico de Diana observando su cuello. Cuando estaba relajada se
mantenía en su exacta línea media, en ángulo
de noventa grados el mentón. Cuando algo comenzaba a irritarla lo
ladeaba ligeramente hacia la izquierda, al mismo tiempo que elevaba el mentón.
Mientras la ira se gestaba podía percibir el creciente latido de su carótida.
Antes del estallido, el mentón buscaba el pecho. Después ya no sabía porque él
era incapaz de mirarla. Esa maravillosa nuca que cuando hacían el amor él
cubría de besos, que ella arqueaba hacia atrás como única manifestación de que
había alcanzado el orgasmo. Más de quince años de matrimonio y jamás la había
escuchado gemir. Fue aprendiendo a leer en los leves movimientos del cuello su
grado de excitación. Él fue desarrollando, a prueba y error, minuciosamente, la
combinación de levísimos roces y caricias que, cuando ella ladeaba el mentón
hacia la derecha indicaba el momento propicio para penetrarla y luego con
lentos y ondulantes movimientos, esperar, con infinita paciencia, que ella se
arqueara en el final. Después solo le quedaba apurar su descarga. Sostiene la
taza con ambas manos y bebe. El café ya está frío. Lo aparta con rabia. Llama
al mozo. Paga, sale y comienza a caminar. Suena el celular. Matilde. Voy a preparar un té/cena, ¿te esperamos? No escribe. Está por
enviarlo cuando se detiene. Cierra los ojos, inspira hondo, borra y teclea llevo sandwhiches de miga. Guarda el
teléfono en el bolsillo. Avanza por Juramento, prestando mucha atención, hasta La Esmeralda. Compra, además, cañoncitos
bañados con almendras y nueces. Los preferidos de Diana.
Matilde me pidió que ponga la mesa y yo ya sé porque
mamá antes de que rompiera la jarra me mandaba los individuales las tazas los
platos las cucharas la azucarera, la lechera y las servilletitas pero antes yo
no quería y ahora sí que me gusta porque recién rompí un platito en la cocina y
Matilde me dijo no es nada Lore en cambio mamá…
Marcelo lleva el
paquete a la cocina. Lo envuelve el aroma del café que Matilde está trasvasando
a la cafetera de porcelana. Agustina
acomoda los sándwiches en una fuente y
busca un plato para los cañoncitos. Ya
va, Fede, ¿no ves que estoy ocupada? le dice al nene colgado de sus piernas. Sofía entra y lo alza. Él se dirige al
comedor. Lo recibe Lorena, parada junto a la mesa. La puse yo informa, orgullosa. Por un breve instante Marcelo piensa
que quizá no sea tan difícil.
Marcelo nota que
Matilde propone, uno tras otro, temas de conversación. Sus hermanas contestan
con monosílabos. Hasta el nene empina su jarrito en silencio. Silencio que
aturde. ¿A nadie le gustan los
cañoncitos? lo rompe él. ¡Son de
mamá! responde al instante Lorena. El aire se congela hasta que Federico
pregunta ¿y mamá? Él percibe el
circuito de miradas cruzadas entre sus hijas. Matilde, dura, directa informa mamá no está más, Fede. La boca del nene
se arquea hacia abajo. Sos una bruta
dice Agustina que se levanta y lo alza. La tensión es insostenible. Quisiera morirme decide él un buen puñado de sus pastillas. De
pronto registra los cinco pares de ojos posados sobre él. Las respiraciones
contenidas. Ojos serios, tristes,
asustados. Y él es un adulto. Sí,
chicos articula con esfuerzo mamá se
murió, difícil para mí, difícil para ustedes hace una pausa pero saldremos adelante busca las
palabras que se les escurren recién
descubro que tengo cuatro mujercitas la voz de le afloja gracias se levanta gracias a cada una de las cuatro deja la servilleta sobre la mesa y
sale. En la puerta se da vuelta. Los diez ojos siguen sobre él. Ojos de niño.
Papá me dijo gracias a mí también aunque soy la
menor capaz me quiere un poco y todo.
Pobre papá piensa Agustina él sí que la quería a mamá. Le dieron ganas de abrazarlo, aunque
no sabe si a él le gustan los abrazos. La
congoja de Federico sacude su propio pecho. Lo aprieta más fuerte.
Papá me dijo gracias a mí que soy tan mala.
Al fin reaccionó papá piensa Matilde era hora. A los hombres todo les
cuesta. Si no fuera por nosotras… decía su
mamá. Recoge los platos y les indica a sus hermanitas en un rato les lleno la bañadera vayan preparando la ropa para mañana.
Yo te ayudo propone Lorena. Juntá las
servilletas le indica ella. Total son irrompibles.
Marcelo sube la
escalera. Aún percibe sobre la espalda las miradas de sus hijos. Se refugia en
el baño. Abre la canilla. Desde que
conoció a Diana sumó a su sagrada ducha matinal, la nocturna. Para estar limpio para ella piensa.
Mientras el agua jabonosa resbala por su cuerpo advierte que su piel jamás
volverá a ser tocada por las manos de Diana. Sus manos pequeñas, delicadas, de
dedos finos y largos, las uñas siempre pintadas de rojo. Recordarlas caminado
por su vientre lo altera. Se enjuaga rápidamente y cierra la canilla. Se queda
parado, mojado, los ojos cerrados, un buen rato. Necesita sentir frío.
6 Lunes
Matilde saca un
brazo de abajo del acolchado y apaga la alarma. ¿Habrá llegado Ramona? De regreso del baño se asoma a la escalera:
ni luz ni ruido en la cocina. Cierra los ojos, inspira hondo. Golpea la puerta
de Agustina. Ya estoy despierta contesta
su hermana. Cuando va hacia el cuarto de Sofía se topa en el pasillo con su
padre. Buen día, hija. Despierto a
las nenas y voy a preparar el desayuno informa ella pero después piensa todavía les queda un ratito. Se viste
rápido y baja. Ni rastros de Ramona. Pone agua en la cafetera. Abre la alacena:
último paquete de café. Le voy a avisar a
Ramona se dice si es que viene.
Prepara un té para Agustina. Enchufa la tostadora. Está abriendo el pan lactal
cuando su padre entra a la cocina. ¿Te
ayudo? ofrece. ¿Sabés? le
pregunta ella, burlona, poniendo dos rodajas en la máquina. Agustina, vestida y
peinada, entra con Federico en brazos. Se
despertó anuncia. Matilde llena de leche el jarrito del nene. Lo pone en el
microondas. La cabeza a mil por hora, ya las siete. Mientras sirve el café
suena el celular. Ramona. Accidente de trenes. No llegará antes de las nueve. Me quedo yo ofrece Agustina. Tenés prueba de matemática le recuerda
ella. El padre, en silencio, mira a una y a otra. Luego dice la espero yo. ¡Qué bien!, ¡nos vamos al colegio
caminando! dice ella mientras piensa tengo
rabia, le tengo rabia y ordena apúrense que se les va a hacer tarde. Padre
y hermana se paran. Ella alza a Federico. Ya
lo cambié le informa Agustina. Suerte
le desea ella acordate de la regla de los
signos. Sube con el nene en brazos. Cierra la puerta que traba la escalera
y lo deja en el piso. Entra al cuarto de Sofía y descubre a las dos nenas
abrazadas en la cama. La garganta se le anuda.
Matilde vino a despertarme pero no me retó porque
estaba con Lorena nos hizo cosquillas mamá siempre me sacaba la frazada y me
gritaba levantate de una vez y yo trataba pero a veces no podía entonces me
zamarreaba.
Agustina, en el
asiento de atrás, repite por dentro más
por más, más. Le da lástima que Matilde se haya tenido que quedar no sé cómo se va a arreglar con Fede, no lo
conoce tanto. Menos por menos, más.
Si mañana no va Ramona, se quedará ella. Más
por menos, menos. Ya están llegando. En cuanto el auto se detiene, baja. Su papá ni le deseó suerte. Menos por más, menos.
Matilde no me tira como mamá que se enojaba con mi
remolino no sé a quién sacaste estos pelos y es verdad Sofi lo tiene lisito
pero a Mati no le salen tan bien las colitas me gustaban más las de mi mamá.
Marcelo observa
a Agustina correr hacia el colegio. Es dulce la chiquilina. En cambio Matilde... Y recién tiene quince años, no quisiera estar en los zapatos de su futuro
marido. Arranca. Su secretaria lo espera con montones de papeles. Tiene
presentación en la AFIP.
Sus amigas están
charlando en la puerta del colegio. Agustina se acerca. En cuanto la ven, hacen
silencio. Miran el piso. Ojalá no me
digan nada piensa y rápidamente pregunta ¿hoy hay prueba de matemática? Sí, y no entiendo nada contesta
Valeria. Mientras ella trata de explicarle se van distendiendo los rostros.
Suena el timbre. Entran. Ya pasó lo peor
piensa.
¿Hay alguien?
pregunta Ramona desde abajo. El nene corre hacia a la escalera y grita ¡Fede!, ¡Fede! Matilde sale de su cuarto, apurada, no
recuerda si trabó la puertita. Por suerte sí. La mujer está subiendo. Federico, aferrado a los barrotes, salta
de alegría. Si tardabas cinco minutos más lo ahorcaba informa mientras Ramona
alza al nene que le aprieta la cara con las dos manitos. La mujer la mira. ¿Cómo está mi mujercita? pregunta. Con
la fuerza de un látigo, las lágrimas acuden a sus ojos. Ramona deja al nene en el suelo y la abraza.
Ella se sumerge en el rotundo pecho, rota al fin en sollozos, mientras un par
de manos con olor a lavandina le acarician el pelo una y otra vez.
Rodeado de
papeles Marcelo apoya la cabeza sobre los codos flexionados. No está en
condiciones de trabajar. Pero menos aún de permanecer en su casa. En el estudio
puede hacerse trampas, aunque sea por segundos, y fantasear con que la
encontrará al anochecer. Que cenarán juntos y juntos se irán a la cama. Quizá
todo es un mal sueño que acabará en cuanto el despertador suene. Suena sí, pero
es el teléfono. Un cliente dándole el pésame. Le pide a su secretaria otro
café.
Matilde entra a
su cuarto, todavía acongojada. ¿Alguna vez estuvo en esa casa sin ninguna de
sus hermanas? Sin mamá, además. Las
lágrimas vuelven. Me tengo que ir
decide. Se recoge el cabello, agarra la mochila y el blazer. ¿Adónde habrá
dejado la SUBE? La encuentra en el bolsillo de la campera. Baja los escalones
de dos en dos. Se asoma a la cocina. Me
voy a la escuela, Ramo informa. ¿A
esta hora? pregunta la mujer. Ella cierra la puerta sin contestarle.
¿Cómo estás? dice Fernando. Marcelo quisiera pedirle
que no pregunte estupideces pero solo contesta como puedo. ¿Nos tomamos un
café? Él se excusa. Es cierto que tiene un día muy pesado pero mucho más
que no quiere hablar con nadie que le confirme lo que es inamoviblemente
cierto: Diana murió.
Matilde golpea
la puerta del aula. Está agitada. Adelante.
Abre con delicadeza. Veinte pares de ojos posados sobre ella. Seguro que todos
saben, sus mejores amigas fueron al velorio. Quisiera desaparecer. Lo siento mucho dice la profesora de
biología y hace ademán de acercarse. Ella rápidamente se ubica en su banco.
Gira la lengua en el paladar, recurso casi
infalible para controlar las lágrimas. Casi. Busca en la mochila pero
Rocío detiene su gesto ofreciéndole un pañuelo de papel. Silencio absoluto en
la clase. La tensión se palpa en el aire.
¿Querés venir a almorzar? propone
Valeria. Agustina duda. ¿Está bien ir a la casa de una compañera cuando a una
recién se le murió la mamá? Dale insiste
su amiga te va a hacer bien. Ella
solo sonríe.
Un rato después
Matilde está concentrada en la clase. Leyes de Mendel. Le encanta la genética.
Todo parece tan ordenado, tan lógico, tan previsible. La profesora les habla de
genes dominantes y recesivos. Ella anota con esmero. Los compañeros siempre le
piden sus apuntes. La profesora explica que los grupos A y B son dominantes
sobre el cero; el Rh positivo sobre el negativo. Averigüen los grupos sanguíneos de su familia, cuando más extendida
mejor, tíos, abuelos; mañana comprobaremos si Mendel fue un genio o un
impostor. Todos ríen mientras ella piensa que no tiene a quién preguntarle.
Marcelo mira por
enésima vez el reloj. El tiempo está detenido. ¿Ramona habrá ido? recién se pregunta. Llama a su casa. La mujer le
informa que Matilde fue a la escuela cerca de las nueve. Está esperando a las
dos mayores con la comida lista. Como
siempre aclara Ramona. Él desconoce las rutinas. Su función termina cuando
deposita a las mayores en la escuela. Las nenas van con micro. Se pregunta
ahora por qué no las alcanzaba Diana. ¿Cómo
está Fede? pregunta. Acá, conmigo, lo
más bien. La vida de todos sigue a su ritmo. Corta fastidiado.
Matilde, en la
esquina, controla la hora. ¿Dónde se metió Agustina? Instantes después la ve
aparecer, flanqueada por dos amigas. Vale
me invitó a almorzar, ¿voy? Mi
hermana me está pidiendo permiso descubre Matilde y en un momento la
mochila sobre sus hombros parece estar rellena de arena. Si tenés ganas… intenta aún frenar responsabilidades pero Agustina
insiste ¿voy? Dale
concede. ¿Y Fede? Quedate tranquila, yo me ocupo contesta
ella mientras piensa en que tendrá que ir a buscarla. Valeria vive bastante
lejos, Agustina todavía es chica. Camina
un par de metros cuando de repente se detiene. Retrocede, corriendo. ¡Agus! grita. Su hermana, a punto de
cruzar, gira la cabeza. ¿Cómo te fue en
la prueba?
Agustina se lava
las manos. Ya las llamaron a almorzar. Le parece que a Matilde le pareció mal
que viniera. Ella no quería volver a su casa. Hoy no. Valeria la ayuda un
montón. Está pero no le pregunta. La mamá por suerte tampoco le dijo nada. Siente
olor a milanesas. ¿Qué habrá
preparado Ramona? Tengo ganas de verla. Matilde
le avisó que ahora se quedará a dormir. Se puso contenta cuando le contó de la
prueba. Es una genia explicando, para mí
que cuando sea grande tiene que ser profesora pero mamá dice que a los
profesores no les alcanza ni para comer, aunque mamá dice cada cosa…
Matilde revisa
el bolsillo con fastidio. Se olvidó las llaves. Toca el timbre. A mamá le molesta que toque piensa. Le molestaba se corrige. Percibe el olor
de Ramona aún antes de que se abra la puerta. A limpio. ¿Fede? ¿Agus? Se ríen juntas ante el
cruce de preguntas. Durmiendo la siesta informa
la mujer estuvo de lo más tranquilo.
Matilde se lava las manos en la pileta de la cocina. Te preparé una sorpresa anuncia Ramona cerrá los ojos. Ella obedece. Inspira profundamente. No logra
identificar el olor. Ya está. Bombas
de papa. Cuántas veces se las pidió
pero Ramona siempre decía que le avisara con tiempo, porque el puré tenía que
estar frío. Matilde, otra vez, gira la lengua. Qué le pasa hoy. Agus se las perdió comenta Ramona. Guardale una para lo noche sugiere ella. ¡Si es que no te las comés todas! Ambas
ríen nuevamente. Las papas crocantes y calentitas van desatando el nudo de la
garganta. Matilde descubre que tenía hambre. Ramona trajina en la cocina. Veni, sentate conmigo pide ella.
Marcelo espera
su bife en el restaurante de costumbre. Diana siempre lo llamaba a la hora del
almuerzo. A veces se le aparecía de sorpresa. Siempre y a veces
trocados en jamás.
Matilde, sentada
a lo indio en la cama, escucha un
bocinazo. Se está poniendo las zapatillas cuando oye que la puerta se abre. Bendita Ramona. No quiero
bajar piensa además tengo mucha
tarea. Retoma los polinomios. Luego de un par de ejercicios, apoya con cuidado los cuadernos
sobre su escritorio y se calza.
La casa está rara sin mamá Ramona me sirvió el
Nesquik y me hizo tostadas aunque se enoja un poco porque solo comí una estás
hecha un alambre me dice y entonces trato y me como otra Ramo es buenísima pero
a ella no puedo contarle del colegio porque no lo conoce un día la voy a llevar
para que vea a mi maestra que siempre me reta pero no es mala yo soy la mala
que no puedo estarme quieta pero hoy no molesté para nada ni ganas tenía y la
seño me felicitó porque fui la primera en resolver las cuentas que estaban
todas bien y me puso excelente si siempre prestaras atención serías la mejor mamá
siempre decía a Sofi no le importa nada pero hay cosas que sí me importan y me
gustó el excelente lástima que no se lo puedo mostrar capaz se hubiera puesto
contenta.
Matilde entra a
la cocina. Las nenas están tomando la leche. ¿Te sirvo algo? pregunta Ramona. Solo un tecito, Ramo, comí
demasiadas papas. Hola saluda Sofía. Hola
contesta ella mientras le tira
despacio del cabello. Que me hacés volcar
protesta la nena sonriendo. Matilde se sienta al lado. ¿Cómo te fue en el cole? le pregunta. Me saqué un excelente dice con la boca llena seguro que no me creés, ¿querés que te lo muestre?
Matilde entró en la cocina y ni me vio parece que
hoy soy invisible en la escuela los chicos no me dijeron gorda las chicas ni me
hablaron aunque la maestra cuando pasaba por el banco me acariciaba la cabeza y
no me retó porque no alcancé a copiar nunca alcanzo pero hoy peor debe ser
porque tenía sueño anoche casi no dormí por las pesadillas.
Te feli dice Matilde devolviéndole el cuaderno a
Sofía. Se echa hacia atrás en la silla y cierra los párpados. Tiene que ir a
buscar a Agustina. Entrecruza los dedos y estira los brazos. El día está
demasiado lindo para el subte. Mejor el
152. Siente que algo roza su pierna. Abre los ojos. Lorena. ¿Qué hacés? le pregunta. Se me cayó el lápiz informa la nena.
Matilde se agacha y lo agarra. Lo tiende hacia su hermana pero cuando esta va a
tomarlo cierra el puño. Dame. Que no te
lo doy. Forcejean. Ríen.
Al fin me vio.
Bocinazos.
Marcelo abre los ojos. El semáforo ya está en verde. Arranca con brusquedad.
Toma Federico Lacroze. Cuando dobla por 3 de febrero descubre a Matilde. Toca
la bocina. La chiquilina lo mira. Él acerca el auto a la vereda. Baja la
ventanilla. ¿Adónde vas? pregunta. A buscar a Agus a lo de Vale. A él eso
no le indica nada. Busca precisiones. Cerca
de Alto Palermo. Él mira la hora. Seis y media. Cuando regresen ya estará
oscuro. Duda. Lo único que quiere es desmoronarse en un sillón. Y que Diana me acerque algo fresco.
Quizá pensó más de un segundo porque su hija ya le está diciendo chau con la mano levantada. Subí le indica te alcanzo.
Su padre abre la
puerta de adelante. Matilde se sienta. Nunca viajó en ese lugar. Ese asiento es
sinónimo de su madre. Se ve, pequeñita, atrás, extendiendo la mano para rozar
el largo cabello que caía como cascada. El recuerdo de su perfume, royéndole la
nariz. Mira el perfil de su padre concentrado en el tránsito. El silencio va
cobrando densidad, hasta que la ahoga. Me
hubiera tomado el 152 piensa. ¿Puede comentarle a su papá que Lorena está
comiendo demasiado?, ¿qué Sofía no come nada?, ¿qué Federico tendría que dejar
el chupete?, ¿que Mariano la invitó a ir al cine?, ¿qué quisiera estudiar
guitarra? Absurdo todo. Quizá pueda decirle que hay que hacer una compra grande
de supermercado. Ella siempre la acompañaba a su mamá. Le gustaba cuando iban
solas. Una tarde, de regreso, fueron juntas a tomar un helado. Vuelve a mirar
al padre e intercepta sus ojos sobre ella. Tengo
que hacer un trabajo para biología, necesito
saber los grupos sanguíneos de toda la familia para confirmar las leyes de
Mendel comenta. Yo soy cero positivo,
sé que tu madre también era Rh positivo por eso no tuvimos problemas, pero de
ustedes no tengo la más remota idea. ¿Cómo lo puedo averiguar? Tu mamá guardaba todo lo referido a salud en
el segundo cajón de su cómoda, fíjate. Ella calla. Un rato después su padre
ofrece si precisás ayuda me avisás. Matilde
se acuerda de Federico, de las nenas, de Agustina, de las compras. ¿Ayuda? La
va invadiendo una sorda rabia. En la
próxima cuadra doblá a la derecha indica mientras teclea en el celular anda bajando.
Me trajo papá informa Matilde. Agustina,
desconcertada, sube al asiento de atrás y su hermana se ubica junto a ella. En
cuanto arrancan Matilde comienza a hablar sin parar. Le dieron cuerda piensa. Tanto le pregunta que ella termina
ponderando las milanesas, hablando del baile de los signos que casi la confunde
pero que logró controlar. Mientras charlan detecta los ojos de su padre en el
espejo retrovisor. Parece pendiente de ellas. Tiene un impulso y dirigiéndose
al espejo pregunta ¿y vos cómo estás,
papá?
Qué alivio que hablen piensa Marcelo saberlas atrás. Porque es tan raro girar
la cabeza a la derecha y encontrar un perfil que no sea el de Diana. Añora el
auto embebido de su olor. Intenso, embriagador. Trata de descubrir quién habla.
Los timbres son parecidos pero Agustina frasea diferente, es más armónica.
Matilde es casi agresiva en sus enunciaciones. Conmigo también es agresiva. Mira hacia atrás y se cruza, en el
espejo, con los ojos de Agustina. ¿Y vos
cómo estás? le pregunta la chica. De pronto le falta el aire. Va a
contestar cansado, tuve mucho trabajo
cuando descubre que no tiene fuerzas.
Como puedo confiesa.
Matilde busca en la cómoda de su madre. Saca el último cajón y lo traslada a su habitación. Cierra la puerta. Mientras intenta ordenar el caos de papeles escucha el parloteo de Federico desde el cuarto de Agustina. En el fondo del cajón descubre un sobre de papel madera. Introduce la mano. Extrae un cartoncito con el borde rosa. Descubrir su nombre la emociona. 9/07/00, 3.200 kg, grupo A Rh+. Da vuelta el sobre y lo sacude. Caen otras cuatro fichas. Solo una celeste. Federico Montes de Oca. 03/10/15, 3.500 kg, grupo A Rh+. Sigue mirando. 14/04/08, 3.900 kg, grupo B Rh+ para Lorena; 2.900 0- para Sofía y 3.3210 0+ para Agustina. Matilde traslada con cuidado los datos a su cuaderno. El grupo de su madre no aparece en ningún lado. Recuerda lo aprendido y hace un cuadro a doble entrada. Si papá es 0, mamá debe haber aportado el A mío y de Fede y el B de Lorena piensa. Cruza, entonces, ABx00. Imposible ahora el 0 de Agustina y de Sofía. Prueba varias veces. Agarra el cuaderno y baja. Encuentra a su padre en el sillón del living. Descalzo, los párpados cerrados. Un pocillo al alcance de la mano. Se lo habrá servido Ramona decide él es incapaz de prepararse ni un café. Se para frente al él. Seguramente la escuchó porque abre los ojos. Papá, es imposible que seas grupo 0 informa. Mirá de lo que me vengo a enterar a los 54 años; ¿sabés cuántas veces di sangre en mi vida? Estuve haciendo todos los cuadros, no da. Quizá te equivocaste con el grupo de tu madre, ¿encontraste los análisis? No, no importa, sea ella lo que sea, si vos sos 0, no puede ser que nosotros seamos 0, A y B. No tengo la menor idea de lo que me estás diciendo, no te puedo ayudar. A vos nunca te interesó ayudarme replica ella y, airada, sube.
Los pasos de Matilde repican en la escalera. Mocosa prepotente, lo único que me falta es lidiar con Mendel piensa Marcelo. Se restriega los ojos. Su lunes no puede terminar peor. Tuvo que cerrar cuatro balances, varias declaraciones de Bienes Personales y ahora los reproches de su hija. Y hace cuatro días que se murió mi mujer. Con absoluta nitidez percibe que también hace cuatro días que murió la madre de su hija. Inspira hondo. Se acomoda el cabello con las manos, se calza. Sube las escaleras apoyándose en la baranda. Golpea la puerta. Pasá. Matilde está tirada sobre la cama. El velador apenas ilumina el cabello revuelto. La chica se incorpora sobre el codo y lo mira. ¿Querés que pensemos juntos lo de la sangre? propone él.
Matilde salta de la cama. Busca papel y lápiz en su escritorio y rehace, frente a su padre, las tablas. Le explica a medida que las realiza. Tenés razón concluye él es imposible, alguno de los análisis está mal hecho; de todos modos necesitamos saber el grupo de tu madre. Ella saca de debajo de la cama el cajón. Juntos revisan los análisis amontonados sin ton ni son. ¡Acá esta! informa su padre triunfal A Rh positivo. Ella mira el papel, sorprendida. Sí, es cierto. Entonces el problema es Lorena, no puede ser B, es un grupo muy raro además, seguro que se equivocaron concluye. ¿Me necesitás para algo más? ofrece su padre. Ella lo mira sorprendida. No, papá, gracias, andá no más muy a su pesar lo libera.
Marcelo baja. Se detiene en la puerta de la cocina. Lorena está sentada sobre la mesada charlando con Ramona que revuelve una cacerola. Él la observa con atención. Sale sin hacer ruido.
Papá me miró.
Matilde, armada de regla y escuadra, copia las tablas con suma prolijidad. Cuando llega al renglón de Lorena duda. A Rh+, al fin se decide. Cómo explicarle a la profesora lo que no tiene explicación. Cierra la carpeta y va al baño. Ocupado, siempre ocupado. ¡Agustina! grita mientras golpea la puerta. Minutos después abre la ducha. Se saca la ropa. Ya desnuda se observa en el espejo. Soy nada evalúa. Se desliza bajo el agua que está demasiado caliente. Que me queme piensa.
Agustina sale del baño. Matilde la empuja al intentar entrar. Está enojada conmigo evalúa ella seguro porque me tuvo que ir a buscar. Y tiene razón. Lo único que le falta es ocuparse también de ella. Tendrá que aprender a viajar sola. Además Federico la necesita y Ramona no puede con todo. Hice mal en irme hoy, remal.
Matilde sale de la ducha, se pone el piyama y baja. Sofía está en el living, recostada en el sillón mirando la televisión. Tinelli. Esto no es para vos dictamina Matilde. ¿Por qué? cuestiona su hermana. Matilde se sienta junto a ella. Ni para vos ni para nadie, es una basura. ¿Por qué? insiste Sofía todas mis amigas lo ven. Todas las mías también piensa ella pero agarra el control remoto y cambia de canal. Una imagen la retiene. Una mujer con su beba y su madre en el pediatra. ¿Hay diabéticos en la familia? pregunta el médico. La escena continúa. Spot de Abuelas de Plaza de Mayo. La identidad. Cambiá le pide Sofía porfi. Matilde obedece. Le revuelve el pelo y se levanta. Recién entonces descubre a Lorena, tirada sobre la alfombra. B Rh+ recuerda.
Mamá no me decía nada cuando miraba a Tinelli me da rabia que Matilde no me deje pero también me gusta porque a lo mejor tiene razón aunque al final me deja se ve que tanto no le interesa.
Matilde la retó a Sofi a ella sí que le charla seguro por el excelente yo en esta familia soy nadie.
Marcelo se ubica en su cabecera. La otra, la de Diana, vacante. Vacío que lacera. Sus hijos parlotean. Como si los estuviera filmando, va recorriendo las caritas. Lindos chicos pese a todo evalúa. Y después se plantea por qué lo pensó. ¿Pese a qué?, ¿a que no los deseo? Nunca precisó tener hijos. Con Diana le alcanzaba y le sobraba. Simples concesiones. Y ahora ella se fue y lo dejó a cargo de sus cinco hijos. Reinicia la ronda. Oscuro el pelo de Sofía, tan flaquita, los ojos muy vivaces. Tizones. Rubia Agustina, ¿la más bonita?, la más dulce decide angelical. Matilde es más interesante. Porque se le parece. Federico es rubiecito. Yo también era pecoso. Qué pestañas, desperdicio para un varón. Marcelo, sin darse cuenta, sonríe. Observa a Lorena con suma atención. La carita redonda, el cuello corto. Vuelve a mirar a todos. Piyamas, olor a champú, cabellos mojados. Tan vivos a pesar de todo. Son mis hijos piensa y se da cuenta de que cada uno lleva en sí un trozo de Diana. No me dejó tan solo.
Papá me mira capaz porque como mucho Matilde me dice y me saca el pan pero papá no me lo saca total a él que le importa.
Agustina come el puré con una mano y con la otra lo ayuda a Federico. Valeria la invitó a su casa de nuevo, tienen que terminar el trabajo de los griegos. Ella se anima a volverse sola. ¿A quién le tiene que pedir permiso? Me parece que a papá. Pero si se lo pregunta ahora va a escuchar Matilde y capaz se ofrece a buscarla y ella no quiero jorobarla más. Su papá ni come. Está en su mundo. Mejor hago el trabajo sola y después se lo paso a Vale.
Marcelo sube las escaleras con Federico alzado. Al llegar arriba duda. ¿Se supone que debe acostarlo? Quizás Agustina percibe su desconcierto porque acude presurosa. Dámelo, estos días duerme conmigo. Él sabe que Diana hubiera puesto el grito en el cielo, sin embargo no dice nada. El nene pasa de brazos. Decile chau a papá. El nene, sonriendo, agita la manito. Él se acerca, le hace cosquillas en el cuello y lo besa. Agustina lo observa. Le pasa la mano por el cabello húmedo. Buenas noches, señorita dice. Su hija sonríe. Encantadora evalúa él. Ahora es Matilde la que llega. Buenas noches repite él. Igualmente contesta su hija, seria. Marcelo enfila hacia su cuarto pero la mano ya en la manija piensa me faltan dos. A Sofía la encuentra lavándose los dientes. La nena, la boca llena de espuma, agita la mano libre respondiendo a su saludo. La puerta de Lorena está cerrada. Él golpea. Nadie contesta. Abre. En la oscuridad detecta un bulto en la cama. Se acerca. El acolchado se desliza levemente y aparecen dos ojos muy abiertos. ¿Qué hacés ahí? pregunta él, sonriendo. Tengo miedo. ¿De qué? Ahora aparece la cabeza completa. No sé. ¿Y por qué no encendés la luz? Porque mamá no me deja. Él, pulsa la perilla del velador. ¿Querés que me quede un ratito? ¡¿Vos?! pregunta la nena, los ojos como platos.
No le puedo contar a papá que tengo miedo del infierno ni que tengo un agujero en la panza que me crece cada día no le puedo decir a nadie solo un poco a Sofi que me contó que ella no tiene agujero sino como una mano que le aprieta y por eso la comida no le baja yo le cuento del agujero pero no del infierno que es muchísimo peor porque fui mala y Dios me va a castigar aunque ya pasaron muchos días capaz que Dios se olvida de tan ocupado que está.
Marcelo cierra el libro y apaga la luz. Lo abruma el peso de su responsabilidad. Cinco hijos piensa cómo pude acceder. Quizá porque Diana jamás lo involucró en la crianza. Su función estribaba en mantenerlos y en bajar los chicos dormidos del auto. Pesaban mucho para ella piensa y el cuerpo se le estremece de ternura. Él siempre la vio frágil. Tan femenina. Tiene absoluto registro de pescar miradas sobre ella y decirse, orgulloso, esta es mi mujer. Nadie, mirándola, podía suponerle cinco hijos. Un mimbre dice y recupera la imagen de sus hijos. ¿Cuándo engordó Lorena? No recuerda que Diana le manifestara su preocupación. Trata de recordar. Sí, era una beba redondita. Quizá solo recuerda su imagen a través del objetivo. Siempre le gustó sacar fotos. Como si solo así se concediera el tiempo para observar con precisión. Aunque seguramente no fueron muchas las fotos a Lorena bebé. En esa época Diana comenzó a estar mal. Trata de hacer memoria. Oprime con fuerza los párpados cerrados. Recuerda su propio mal humor cuando se enteró del nuevo embarazo. Según Diana el diafragma falló. Pero a él le quedó la percepción de haber sido engañado. Le perdí la confianza decide. Al principio del embarazo estaba muy contenta. Esta vez será varón repetía. Tan entusiasmada que no se hizo demasiado problema por la ruptura con Alberto y Patricia, que fue justo en esa época. Sus únicos amigos. Tampoco recuerda por qué la acompañó a hacerse la ecografía. Lo tiene grabado porque fue la primera y única vez. Emocionante escuchar el corazoncito desbocado. Pero cuando el médico dijo que era otra nena a Diana se le vino el mundo abajo. Voy a abortar comunicó mientras regresaban en el auto. Él se encontró convenciéndola de que el embarazo estaba demasiado avanzado para correr riesgos. Además, él había escuchado el corazón. ¿Cómo podía ser que Diana, llevándola adentro, decidiera descartarla solo por ser mujer? Siguió adelante porque también ella tenía miedo. Durante meses Diana estuvo insoportable. Ni soñar en tocarla. Único embarazo en el que fue condenado a la abstinencia más absoluta. El parto fue malísimo. Diana se negaba a pujar. Única cesárea. Marcelo recuerda los ojos asustados de Lorena bajo el acolchado. Pobre hija, arrancaste mal. Ya no tiene sueño. Y como tampoco para él nunca más estará Diana protestando por la luz encendida, presiona la perilla y retoma el libro.
Matilde sale de
la ducha, se pone el piyama y baja. Sofía está en el living, recostada en el
sillón mirando la televisión. Tinelli. Esto
no es para vos dictamina Matilde. ¿Por
qué? cuestiona su hermana. Matilde se sienta junto a ella. Ni para vos ni para nadie, es una basura.
¿Por qué? insiste Sofía todas mis
amigas lo ven. Todas las mías también
piensa ella pero agarra el control remoto y cambia de canal. Una imagen la
retiene. Una mujer con su beba y su madre en el pediatra. ¿Hay diabéticos en la familia? pregunta el médico. La escena
continúa. Spot de Abuelas de Plaza de Mayo. La identidad. Cambiá le pide Sofía porfi.
Matilde obedece. Le revuelve el pelo y se levanta. Recién entonces descubre a Lorena, tirada sobre la alfombra. B Rh+ recuerda.
Mamá no me decía
nada cuando miraba a Tinelli me da rabia que Matilde no me deje pero también me
gusta porque a lo mejor tiene razón aunque al final me deja se ve que tanto no le
interesa.
Matilde la retó
a Sofi a ella sí que le charla seguro por el excelente a mí ni me vio yo en
esta familia soy nadie.
Marcelo se ubica
en su cabecera. La otra, la de Diana, vacante. Vacío que lacera. Sus hijos
parlotean. Como si los estuviera filmando, va recorriendo las caritas. Lindos chicos pese a todo evalúa. Y
después se plantea por qué lo pensó. ¿Pese
a qué?, ¿a que no los deseo? Nunca precisó tener hijos. Con Diana le
alcanzaba y le sobraba. Simples
concesiones. Y ahora ella se fue y lo dejó a cargo de sus cinco hijos.
Reinicia la ronda. Oscuro el pelo de Sofía, tan flaquita, los ojos muy vivaces.
Tizones. Rubia Agustina, ¿la más
bonita?, la más dulce decide angelical. Matilde es más interesante. Porque se le parece. Federico es
rubiecito. Yo también era pecoso. Qué
pestañas, desperdicio para un varón.
Marcelo, sin darse cuenta, sonríe. Observa a Lorena con suma atención. La
carita redonda, el cuello corto. Vuelve a mirar a todos. Piyamas, olor a
champú, cabellos mojados. Tan vivos a pesar de todo. Son mis hijos piensa y se da cuenta de que cada uno lleva en sí un
trozo de Diana. No me dejó tan solo.
Papá me mira capaz porque como mucho Matilde me dice
y me saca el pan pero papá no me lo saca total a él que le importa.
Agustina come el
puré con una mano y con la otra lo ayuda a Federico. Valeria la invitó a su
casa de nuevo, tienen que terminar el trabajo de los griegos. Ella se anima a
volverse sola. ¿A quién le tiene que pedir permiso? Me parece que a papá. Pero si se lo pregunta ahora va a escuchar
Matilde y capaz se ofrece a buscarla y ella no quiero jorobarla más. Su papá ni
come. Está en su mundo. Mejor hago el
trabajo sola y después se lo paso a Vale.
Marcelo sube las
escaleras con Federico alzado. Al llegar arriba duda. ¿Se supone que debe
acostarlo? Quizás Agustina percibe su desconcierto porque acude presurosa. Dámelo, estos días duerme conmigo. Él sabe
que Diana hubiera puesto el grito en el cielo, sin embargo no dice nada. El nene pasa de brazos. Decile chau a papá. El nene, sonriendo,
agita la manito. Él se acerca, le hace cosquillas en el cuello y lo besa.
Agustina lo observa. Le pasa la mano por el cabello húmedo. Buenas noches, señorita dice. Su hija
sonríe. Encantadora evalúa él. Ahora
es Matilde la que llega. Buenas noches
repite él. Igualmente contesta su
hija, seria. Marcelo enfila hacia su cuarto pero la mano ya en la manija piensa
me faltan dos. A Sofía la encuentra
lavándose los dientes. La nena, la boca llena de espuma, agita la mano libre
respondiendo a su saludo. La puerta de Lorena está cerrada. Él golpea. Nadie
contesta. Abre. En la oscuridad detecta un bulto en la cama. Se acerca. El acolchado
se desliza levemente y aparecen dos ojos muy abiertos. ¿Qué hacés ahí? pregunta él, sonriendo. Tengo miedo. ¿De qué? Ahora
aparece la cabeza completa. No sé. ¿Y por qué no encendés la luz? Porque mamá
no me deja. Él, pulsa la perilla del velador. ¿Querés que me quede un ratito? ¡¿Vos?! pregunta la nena, los ojos
como platos.
No le puedo contar a papá que tengo miedo del
infierno ni
que tengo un agujero en la panza que me
crece cada día no le puedo decir a nadie solo un poco a Sofi que me contó que
ella no tiene agujero sino como una mano que le aprieta y por eso la comida no
le baja yo le cuento del agujero pero no del infierno que es muchísimo peor
porque fui mala y Dios me va a castigar aunque ya pasaron muchos días capaz que
Dios se olvida de tan ocupado que está.
Marcelo cierra
el libro y apaga la luz. Lo abruma el peso de su responsabilidad. Cinco hijos piensa cómo pude acceder. Quizá porque Diana jamás lo involucró en la
crianza. Su función estribaba en mantenerlos y en bajar los chicos dormidos del
auto. Pesaban mucho para ella piensa
y el cuerpo se le estremece de ternura. Él siempre la vio frágil. Tan femenina.
Tiene absoluto registro de pescar miradas sobre ella y decirse, orgulloso, esta es mi mujer. Nadie, mirándola, podía
suponerle cinco hijos. Un mimbre dice
y recupera la imagen de sus hijos. ¿Cuándo
engordó Lorena? No recuerda que Diana le manifestara su preocupación. Trata
de recordar. Sí, era una beba redondita. Quizá solo recuerda su imagen a través
del objetivo. Siempre le gustó sacar fotos. Como si solo así se concediera el
tiempo para observar con precisión. Aunque seguramente no fueron muchas las
fotos a Lorena bebé. En esa época Diana comenzó a estar mal. Trata de hacer
memoria. Oprime con fuerza los párpados cerrados. Recuerda su propio mal humor
cuando se enteró del nuevo embarazo. Según Diana el diafragma falló. Pero a él
le quedó la percepción de haber sido engañado. Le perdí la confianza decide. Al principio del embarazo estaba muy
contenta. Esta vez será varón
repetía. Tan entusiasmada que no se hizo demasiado problema por la ruptura con
Alberto y Patricia, que fue justo en esa época. Sus únicos amigos. Tampoco
recuerda por qué la acompañó a hacerse la ecografía. Lo tiene grabado porque
fue la primera y única vez. Emocionante escuchar el corazoncito desbocado. Pero
cuando el médico dijo que era otra nena a Diana se le vino el mundo abajo. Voy a abortar comunicó mientras
regresaban en el auto. Él se encontró convenciéndola de que el embarazo estaba
demasiado avanzado para correr riesgos. Además, él había escuchado el corazón.
¿Cómo podía ser que Diana, llevándola adentro, decidiera descartarla solo por
ser mujer? Siguió adelante porque también ella tenía miedo. Durante meses Diana
estuvo insoportable. Ni soñar en tocarla. Único embarazo en el que fue
condenado a la abstinencia más absoluta. El parto fue malísimo. Diana se negaba
a pujar. Única cesárea. Marcelo recuerda los ojos asustados de Lorena bajo el
acolchado. Pobre hija, arrancaste mal. Ya
no tiene sueño. Y como tampoco para
él nunca más estará Diana protestando por la luz encendida, presiona la perilla
y retoma el libro.
Otra vez vino Lorena y como está gorda me ocupa toda
la cama la dejo porque es más chica porque yo no tengo tanto miedo.
7 Martes
Papá grita Agustina desde abajo ¿podés ir despertando a las nenas que Ramona le está cosiendo un botón a Matilde y yo estoy con Fede? Marcelo se seca la cara, sale del baño y golpea la puerta de Sofía. Como no obtiene respuesta la abre. Está oscuro. Levanta las persianas. En la cama, hechas un ovillo, los cabellos mezclados, las dos nenas. Le sube desde el vientre una tristeza infinita. No puedo con esto piensa y, desoyendo sus ganas de escapar, se inclina y apoya una mano sobre cada cabeza. Arriba, dormilonas dice.
Casi me muero del susto pero papá no me pegó hasta me tocó la cabeza lo que más miedo me dio era que castigara a Sofi porque la culpa es toda mía.
El análisis está mal hecho, el padre es otro o cambiaron por error el bebé en la maternidad es la respuesta de la profesora cuando Matilde plantea un caso hipotético. Sus compañeros siguen presentando dudas pero ella ya no los escucha. El análisis está mal hecho decide al fin la tercera opción está anulada porque Lorena tiene las manos y los pies exactos a los de mamá, ella siempre lo decía, y la segunda no existe, obvio. ¿Te pasa algo? le pregunta su compañera de banco ya tocó el timbre. Matilde, aturdida, se incorpora. Lo siento por vos, hermanita piensa mientras agarra la mochila pero si no encuentro otro análisis te haré pinchar. ¿Vas el sábado a la fiesta? le preguntan ya en la calle. Obvio contesta y olvidando sus preocupaciones se suma a la charla de sus amigas.
De la cocina brota un aroma inconfundible: pollo al horno. ¿Y Fede? pregunta Agustina, lavándose las manos en la pileta. Le di de comer temprano y ya está durmiendo la siesta contesta Ramona. ¿Cómo se portó? Estuvo bastante fastidioso, no se entretenía con nada. Cuando se despierte lo llevo a la plaza dice Agustina, sentándose. Qué suerte que no fui a lo de Vale piensa Fede me necesita y agarra con la mano su pata de pollo. Para algo están los cubiertos sentencia Matilde. Ella se encoge de hombros mientras clava con entusiasmo los dientes en su presa.
Agustina, con Federico en brazos, se detiene en el vano de la puerta. Lo llevo a la plaza informa volvemos a las cinco. Matilde se pregunta por qué su hermana le da explicaciones. ¿Soy yo la responsable? se plantea mientras gira en la silla. Fastidiada cierra la carpeta y baja. Encuentra a Ramona en la cocina, batidora en mano. ¿Qué estás haciendo? Bizcochuelo de limón. Extrañada se pregunta si se le escapó alguna fecha. ¿Por qué? Es el único que le gusta a Sofía contesta la mujer a ver si la tiento. Lo peor es que le va a dar solo un mordisco y se lo va a comer todo Lorena. Ríen juntas. Matilde se sienta. Está inquieta. Un único pensamiento. La carita redonda de Lorena constituye ahora su universo. ¿Te preparo un tecito? la sobresalta la voz de Ramona. Dale. Instantes después el té caliente se desliza por su garganta. La reconforta. Lo precisaba y no se había dado cuenta. Ramona sí que se dio cuenta piensa. Ella sí que nació para ser madre piensa y descubre que no sabe nada de su vida. Ramona siempre estuvo y a ella eso le resultó suficiente. Ramo, ¿te puedo hacer una pregunta? ¿Qué quiere saber mi mujercita? ¿Por qué no tuviste hijos? El rostro de la mujer se desarma. Dios no quiso. ¿Y vos sí? ¡Y cómo no!, perdí dos embarazos y un bebé recién nacido, aunque el médico no quería yo hubiera seguido intentando pero mi marido se murió en un accidente antes de los treinta cuenta Ramona mientras se seca las mejillas con la punta del delantal. No sabía dice ella perdoname. Se siente avergonzada, ¿cómo puede ser que Ramona siempre esté contenta con semejante historia? Perdoname, Ramo precisa insistir. Para nada, chiquita, poco después de que se muriera mi marido empecé a trabajar aquí y ustedes fueron mi vida, dicen que cuando Dios nos cierra una puerta nos abre una ventana; cuando llegué aquí vos tenías un añito y Agus venía en camino, fueron los hijos que no tuve, a Lorena la crié yo. Suena en Matilde la señal de alarma. En un instante sus músculos se tensionan como en un animal ante el peligro. ¿Por qué? pregunta. Los crié a todos se retracta Ramona mientras pone la torta en el horno. Dale, sentate, contame pide ella. La mujer se limpia las manos en el delantal y obedece. ¿Qué querés que te cuente? ¿Por qué con Lorena fue distinto? Ramona se queda pensando. ¿No te acordás de nada? pregunta luego de un rato vos ya eras grandecita. ¿De qué me tengo que acordar? Tu mamá estuvo deprimida, y como estaba medicada no pudo amamantarla, yo me quedé a dormir durante casi un año. Matilde cierra los ojos. Se abalanza sobre ella una imagen. Se ve chiquita, con el uniforme y la mochila, despidiéndose desde la puerta del cuarto. Las persianas bajas. Su madre tirada en la cama, despeinada, levantando la mano. ¿Esa era su mamá? ¿Por qué estaba deprimida? pregunta. A veces pasa después del parto. Pero solo esa vez le pasó. Sí contesta Ramona solo con Lorenita, pobre mi gorda. ¿Y por qué? Ramona se para se me va a quemar la torta pretexta y por más que Matilde hace un par de intentos no hay vuelta atrás: la conversación terminó. Por ahora decide Matilde mientras se dirige a su cuarto.
Marcelo aparta las planillas. Le cuesta concentrarse. Se para y se acerca a la ventana. Apoya la frente sobre el vidrio. Corrientes es un mar de gente. Hormigas atareadas. En lugar de trozos de hojas portan portafolios, mochilas, carteras. Qué llevará cada uno se plantea. Regresa al escritorio. No puede dejar de pensar en Lorena. Rebusca en su memoria. Tanto que sus esfuerzos tienen fruto. Un llanto insistente. Sí recuerda lloraba todas las noches. La impotencia de Ramona esta beba está desesperada, no sé cómo calmarla. Hasta que un día él la encaró a Diana. Hacé algo, me estoy volviendo loco, esta nena no es como las otras. El rostro de Diana se desencajó. ¿Miedo? Lo recuerda con precisión. Santo remedio. Porque a partir de ese día, gradualmente, Diana volvió a la vida. Y él recupero su vida. La recuperó a ella, que era su vida. En cuanto la vio mejor él se puso firme: basta de hijos. Diana accedió a ponerse un espiral. Él la acompañó al ginecólogo: ya había perdido la confianza en ella. El teléfono lo arranca de sus pensamientos: el gerente del Banco Francés. La actualidad se impone.
Matilde entra al cuarto de sus padres. Abre el placard. El perfume de su mamá. Qué van a hacer con toda esa ropa. Desliza la mano por un vestido de seda. La recuerda con él. Parecía una diosa. Camina hacia la cómoda. Se sienta en el piso y abre el último cajón. Los papeles ya no se atrancan: los acomodó. Dispuesta a revisarlos nuevamente saca el cajón. Momento en el que descubre un sobre que se escurrió. Se pone boca abajo, estira el brazo y logra pescar al fugitivo. Grande, de papel madera. Chicos dice con la inconfundible caligrafía de su madre. Y allí se acabó el orden porque adentro se acumulan análisis y certificados de vacunas, sin ton ni son. Con el corazón a mil, mira cada uno de los papeles. Sin embargo, nada le sirve. ¿Para qué habrían de querer saber el grupo sanguíneo de una nena? Coloca el cajón y lo cierra con rabia.
La entrevista con un cliente nuevo lo mantuvo a salvo por una hora. Pero el hombre se fue y la soledad lo conduce, inevitablemente, a Diana. Trata de recordar en qué circunstancias se gestó cada uno de sus hijos. Las tres primeras fueron acordadas, los dos últimos aterrizaron. Aunque él siempre dudó de la contingencia de Lorena. Me la encajó decide. En cuanto a Federico no le quedó ni un resquicio de dudas: el médico recuperó el espiral en el parto. Tenía que ser dictaminó Diana cuando quedó embarazada es el destino. ¿También fue el destino el que la arrojó de la escalera? Me sacan de las casillas las estupideces decide. Le hace bien estar enojado. Lo ayuda a seguir respirando.
Ya volvimos informa Agustina a los gritos. Y a mí qué me importa quisiera decirle Matilde inmersa en las funciones trigonométricas. Casi enseguida escucha la bocina del micro. A merendar la convoca ahora su hermana. El fastidio de Matilde crece. No la aguanto piensa y como necesita algún justificativo decide es una pesada. Baja. La cocina huele a limón. Sus cuatro hermanos están sentados, tomando la leche. Sofía pellizca con dos dedos su trozo de torta. Lorena y Federico comen a boca llena. Ella busca la mirada de Ramona. Te avisé le dice. La mujer ríe. Ella siempre se ríe piensa Matilde y recuerda la charla. Regresa el grupo B. Sacude la cabeza. ¿Cómo les fue en el cole? pregunta. Me saqué otro excelente en matemáticas informa Sofía llevándose una miga a la boca. ¡Esa es mi hermana! dice ella levantando el pulgar. Lorena, enterrada en su taza, permanece ausente. Lore, ¿no me escuchaste? La nena apenas levanta la mirada. Hoy casi copié todo dice. ¿Tenés tarea? Lorena, la boca llena, asiente con la cabeza. ¿Querés que te ayude? Los ojos de su hermana se iluminan.
A mí no me preguntó piensa Agustina claro, porque me vio al mediodía. Pero al mediodía tampoco le preguntó. Ella percibe el fastidio de Matilde pero no lo entiende. A lo mejor porque ayer tuvo que ir a buscarla a lo de Valeria. Suerte que hoy no fue. En cuanto terminen de merendar va a subir a terminar el trabajo. Solo le falta la mitología. Ojalá que Fede no me moleste.
Estoy contenta porque Ramo me hizo la torta que no tengo ganas pero igual me la como y por el excelente que parece que ahora se me acomodó la cabeza y me felicitó.
La angustia de Marcelo no deja de crecer. Preciso paz piensa. En ese estado es imposible seguir trabajando. Se despide, mucho antes de lo habitual, de su sorprendida secretaria y sale. Precisa caminar un rato. Corrientes se le ofrece.
Matilde quiere ver mi cuaderno y a mí me da vergüenza pero no me reta como mamá y me dice que tengo linda letra y nadie se había dado cuenta y me ayuda con la tarea y no sé por qué hoy sí que se me ocurren las oraciones.
Ramona deposita la fuente sobre la mesa. ¿Sirvo? pregunta. Él va a decir que sí cuando Matilde se le adelanta. Dejá, Ramo, yo me arreglo, andá no más y dirigiéndose a él comenta es el cumpleaños de la madre, le dije que se fuera. Él registra que nadie le pidió opinión. Permiso se corrige a sí mismo. La chiquilina se incorpora y comienza a servir el pastel de papas. Agustina le va pasando los platos. A mí poquito, porfi pide Sofía. Abrí la boca para comer y no para protestar responde la primogénita a pesar de que le sirve una porción más chica. Marcelo repara en que arrancó del más pequeño y va en orden de edad. Diana empezaba por mí quisiera recordarle pero espera en silencio que Agustina le tienda su plato. Matilde se sirvió última. Su madre hacia lo mismo. Los chicos comen con entusiasmo. El pastel está riquísimo le dice él a Ramona cuando, ya cambiada, se acerca a saludar. Estás relinda, Ramo comenta Lorena. Super refuerza Agustina. Mirá como me lo como dice Sofía empuñando el tenedor. ¡Milagro! apunta Matilde. Ramona ríe. Fede le tira besos con la manito. Ruido de cubiertos. Cháchara. ¿Por qué no le contás a papá que te pusieron excelente? sugiere Matilde a Sofía. La nena lo mira con intensidad. ¿A vos te importa? le pregunta. ¡Cómo no va a importarme! exclama él. Si querés después te muestro propone. Por supuesto acepta. Y yo te muestro el cuaderno que Matilde dice que la letra me salió linda se acopla Lorena. Me saqué nueve en la prueba de matemática; Mati, sos una genia explicando comenta Agustina. Entonces él recuerda las tablas de Mendel. ¿Cómo te fue en biología? pregunta. La sonrisa de Matilde se esfuma. Después te cuento dice.
Pensé que papá iba a venir a saludarme pero se quedó charlando con Matilde igual no importa porque le gustó mi letra que solo le mostré donde me salió bien capaz que si Matilde me ayuda y mejoro Dios me perdona del infierno.
Aunque su único deseo es desmoronarse sobre la cama, golpea la puerta de Matilde. ¿Querías hablar conmigo? pregunta. La chiquilina deja la tablet sobre la mesa de luz y se sienta en la cama. Sí es su lacónica respuesta. Nada de sonrisas. Así es mi hija piensa mientras recorre la habitación con la mirada. Sacá esos libros, ponelos en el suelo indica Matilde. Él obedece y acerca la silla a la cama. Estuve hablando con la profesora es informado no hay posibilidad de que Lorena sea B. Él se alarma. ¿Le contaste? Cree descubrir sorna en la sonrisa de su hija. No te preocupes sí, era sorna planteé un caso hipotético. Es como la madre, maneja el arte del desprecio diagnostica. ¿Qué vamos a hacer? es arrancado de sus pensamientos. ¿Con respecto a qué? ¿Me estás cargando? la sonrisa de Matilde ya le resulta indescriptible ¿no te interesa saber si Lorena es tu hija? El golpe es brutal. ¿Qué estás diciendo? No hay muchas opciones, papá, o el análisis está mal hecho o vos no sos el padre. Le falta el aire, se lleva la mano al cuello. No tengo ninguna duda de que soy el padre. Los ojos de Matilde son implacables. Pero yo sí. Él no logra articular palabra. Hay que sacarle sangre a Lorena dictamina si querés yo me ocupo de pedir turno con Bianchi. De acuerdo concede él. Trastabilla al incorporarse. Está mareado. Papa, ¿te sentís bien?
Qué raro que hoy Lorena no vino mejor porque ocupa mucho espacio y me empuja igual ya me acostumbré un poco por eso no puedo dormirme por eso y porque escucho ruidos a lo mejor es un ladrón pero no creo porque Ramona dijo que la puerta está blindada mejor me voy a ver a Lore capaz que tiene miedo o que la extraña a mamá.
Es increíble un hombre grande, a él debería preocuparle no a mí reflexiona Matilde. Mañana mismo llamará a Bianchi, el teléfono está en la heladera, ya se fijó. Lo que no sabe es qué le va a explicar su padre, eso es asunto de él. Pobre Lorena piensa ella van a tener que pincharla. Su papá también le da lástima, él la adoraba a su mamá. Seguramente equivocaron el análisis.
Agustina aguza el oído. Recién salió su padre del cuarto de Matilde, estuvo un buen rato. ¿Habrá pasado algo? Mati está rara últimamente. Mañana le va a preguntar, por ahí le cuenta. Su mamá sí que le contaba, cuando se sentía mal siempre venía a su cuarto. Decía que solo yo la entendía. Se quedó mal después de la muerte de la abuela. Estaba siempre nerviosa. Y las nenas se portaban muy mal. La sacaban piensa. Mejor apaga la luz e intenta dormir. Pone el despertador a las cinco y media para repasar la lección de historia. Fija que me llama a mí. Porque sabe que es la única que siempre estudia. Esa profe me adora.
Siente el pulso alterado. Marcelo aprieta su muñeca izquierda con el pulgar de la otra mano, ¿Otra vez la presión? Quizá un baño de inmersión lo ayude. Imposible dormir en ese estado. Pone el tapón, abre la canilla y se desnuda. Mocosa prepotente piensa si no le pongo los puntos terminará volviéndome loco. No puede más. Precisa vacaciones. Vacaciones de mi propia vida. Se sumerge en el agua caliente. Sí, era esto lo que precisaba. El cuerpo, lentamente, se va relajando. No así la cabeza, que bulle, fuera de control. ¿Hoy recién es martes? se pregunta. El tiempo debe de estar equivocado, ya pasó una eternidad. Cuatro días que soy viudo se obliga a recordar. Y estúpidamente sonríe ante lo absurdo de la enunciación. Jamás pensó que se atribuiría ese cargo a sí mismo. Suena a viejo pelado y con bastón. Pero él todavía conserva casi todo su pelo y oh, detalle, tengo cinco hijos pequeños a mi cargo. En un instante la conversación con Matilde lo aplasta contra el fondo de la bañadera. Para qué le habré golpeado la puerta se arrepiente tengo otras cosas en que pensar para ocuparme de acertijos. Qué mierda le importa la inquietud de Matilde ni el grupo sanguíneo de Lorena. Ojalá se descubra que ninguno de los cinco es hijo mío así me puedo rajar de acá. Se escucha y comprueba que una parte de su mente va más rápido que el resto. ¿Hay algún sector de mi cerebro que contempla la posibilidad de que Diana me haya engañado? Se endereza y abre la canilla nuevamente: el agua se está enfriando. Porque el sector que detecta la temperatura me sigue funcionando. Quizá la zona encargada de detectar infidelidades entró hace rato en cortocircuito. Qué manera de decir boludeces piensa. Necesita tener las neuronas ocupadas para apartar algunos pensamientos. Porque el hecho de que Lorena no sea su hija no le aflige por la nena en sí. Solo por llevar implícita la traición de Diana. Trata de reconstruir la época anterior al embarazo. Él acababa de abrir el nuevo estudio. Estaba eufórico. La vida me sonreía se burla de sí mismo. Solo dos nubarrones ese año: el fastidio de Diana por portar otra nena y la ruptura con Alberto y Patricia. Quizá el mal humor de la primera fue lo causante de lo segundo reflexiona. Asunto de mujeres dijo Diana. Y él estaba demasiado ocupado para mediar entre ellas. Demasiado ocupado, ahora, para ocuparse de Bianchi y de Lorena. Le pediré a Ramona que la acompañe. O a Matilde, ella me metió en este baile. El ruido del agua deslizándose lo sobresalta: la bañadera se desbordó. Maldiciendo cierra la canilla, saca el tapón y sale del agua.
8 Miércoles
Al encontrar vacía la cama de Sofía, Marcelo se dirige al cuarto de Lorena. Allí descubre a las dos nenas. Levanta las cortinas. Arriba, dormilonas. Como no observa reacción las observa con más detenimiento. Los párpados apretados, la cara fruncida. Cabecea, sonriendo, y opta por las cosquillas. Risas y más risas.
Papá vino a mi cuarto a despertarme yo lo escucho pero me hago la dormida porque quiero que me toque la cabeza como ayer pero resulta muchísimo mejor porque me hace cosquillas mejor me quedo siempre en mi cama.
¡Papá, apurate que se hace tarde! le advierte Matilde desde la cocina. En la escalera se cruza con Ramona. Le dejé el café servido, voy a levantar a las nenas. Ya las desperté informa. La mujer lo mira, arqueando las cejas y deshace su camino. Él comienza a bajar, extrañamente satisfecho, cuando un grito se le clava, como un estilete. ¡Mamá! Corre. En su cuna Federico solloza. ¡Mamá! Él lo alza. El nene esconde la carita en su cuello. Él le acaricia el cabello, en silencio. ¿Qué decirle?
Cuando escucha el llanto de su hermano, Agustina cruza ambos brazos sobre el pecho. Yo me quedo informa. ¿Estás loca? la reta Matilde ¿y el trabajo de los griegos? Te lo doy y se lo entregás a Vale. ¡Basta, Agus! grita Matilde mamá se murió y Fede se tendrá que acostumbrar. A ella le brota de la panza angustia y bronca. Quiere pero no puede contener los sollozos. ¡Vos también te tendrás que acostumbrar! Insiste su hermana. Ramona se acerca y la abraza. No seas tan dura, muchachita le advierte a Matilde. Cuando se desprende de los brazos de Ramona, Agustina descubre a su hermana, sentada a la mesa, la cabeza entre las manos. Ella quisiera acercarse pero teme ser rechazada. Se lava la cara en la pileta y agarra la mochila. Espero afuera informa.
En la esquina Matilde de despide de sus compañeras y se queda esperando a Agustina. Qué raro que no viene, capaz se fue sin avisarme. A medida que transcurren los minutos disminuye el caudal de los alumnos. Se va aplacando el alboroto. Debería llamarla piensa pero no lo hace. Seguro que se enojó y tiene razón, soy una bruta. Y ella conoce bien a su hermana: así como es de tranquila, cuando se enoja con alguien se enoja para siempre. Controla de nuevo el celular: ningún mensaje. Ya no puede seguir esperando: Ramona se va a preocupar. Recién entonces empieza ella a preocuparse ¿le habrá pasado algo? La vio de lejos en el último recreo. Haciendo un esfuerzo le envía un whats app. Espera un rato. Nada de nada. ¿Si le pregunta a Valeria? No, seguro que Agus le contó. Le empieza a doler el estómago. ¿Qué si Agustina no la perdona? Está paralizada. No puede irse ni seguir quedándose. Se siente mal. Se arrima a la pared. Cierra los ojos. Impensable perder a su hermana. Lo único que me falta. Y, además, se lo merece. Pobre Agus. Siempre tan buena, tan dócil. Por eso mamá la prefería piensa y la inunda un tristeza infinita. Abre los ojos. Su hermana se acerca corriendo. Fui a sacar fotocopias del trabajo y me quedé sin batería. Matilde se acerca y la abraza.
Agustina se desprende del abrazo de Matilde y la observa. No entiende nada. Su desconcierto se torna infinito cuando su hermana le pide perdoname.
No bien terminan de comer Matilde sube a su cuarto y cierra la puerta. Se sienta como indio sobre la cama, celular en mano. Bianchi busca en contactos. El corazón le galopa. Por suerte atiende la secretaria. Toma el primer turno que le proponen. Se da cuenta de que acaba de iniciarse un ciclo: desde ahora será ella la encargada de la salud familiar. La responsabilidad la abruma. Tengo quince años piensa. Y por primera lo enuncia considerándolos pocos. Papá busca ahora.
Suena el celular de Marcelo. Whats app de Matilde. Conseguí turno mañana 18h, ¿podrás? Se le altera el pulso. Es ejecutiva la mocosa es su primer pensamiento. Tengo reunión a las 17,30 es el segundo. De acuerdo teclea. Está por llamar a Izcovich para cancelar la cita cuando le entra otro mensaje. ¿Querés que te acompañe? Por supuesto contesta. De alguna absurda manera se siente aliviado. Amparado define.
Matilde escucha
la bocina. Llegaron las nenas piensa. Está nerviosa. ¿Cómo
va a explicarle la situación a Lorena? Pobrecita.
Se pone las pantuflas y baja. Sus cuatro hermanos alrededor de la mesa. Los
observa desde la puerta. Siente agobio pero también orgullo. Son parte de ella.
Dependen de ella. Porque si lo dejo solo
a papá… Tiene la aguda percepción de que no hace solo cuatro día que son
responsabilidad suya. Mamá siempre
descansó en mí reflexiona. Convive, entonces, la rabia con sus otras
emociones. Porque ahora me hago cargo
porque quiero pero antes me obligabas vos. Se recuerda cocinando, haciendo
las compras. Todo sin que papá se entere.
A Agustina le tocó Federico. Al menos de
eso zafé piensa. En cuanto Ramona regresaba a su casa ellas se veían
cargadas de obligaciones. Pero cuando el padre volvía del trabajo ellas
parecían ser niñas y su madre recogía los laureles. A los ocho años hacía
milanesas, a los nueve iba al rapipago. Sí, Ramona tenía razón: cuando nació
Lorena su madre se puso peor. ¿Qué te
sirvo? pregunta Ramona. Nesquik tibio.
Se ubica entre las nenas. ¿Tenés
tarea? le pregunta a Lorena. Por
suerte, no. ¡Pero yo sí! informa
Sofía. Hacela y después te la miro. Porque
Sofía puede. Es una luz con las cuentas
piensa. Observa a Lorena, la boca llena. Mejor
le digo mañana. Las nenas se levantan. Un rato después Agustina sale con
Federico en brazos. Lo trata como a un
bebé. Ella se queda. Quiere charlar con Ramona.
Ojalá que mañana me den tarea.
Agustina llena
la bañadera y va a buscar el piyama de Federico. Está cansada: anoche el nene
durmió muy mal. Se ve que soñaba con mamá
piensa recordando los gritos de la mañana. Es
lógico, cómo no va a extrañarla. Porque a ella le duele que todos hagan
como que nada pasó. ¿Nadie la quería,
entonces? Ella sí. Con las chicas peleaba mucho. Porque la hacían renegar. Su mamá le contaba a ella todas sus
preocupaciones. De cuando era chica también. Le hablaba mucho de la abuela. La
adoraba. Se puso como loca cuando murió. Toda la vida había soñado con darle un
nieto varón. Y después de la mala suerte de cuatro nenas, cuando al fin lo
consiguió, la abuela justo se murió el mismo día en que nació Fede. Fede. Es mi
sol.
Matilde bebe el
Nesquik con premeditada lentitud. Sus hermanos ya se fueron. Ramona trajina a
su alrededor. Ramo la invoca. ¿Qué? contesta la mujer sin abandonar
sus quehaceres. ¿Vos sabés por qué mamá
se puso tan mal cuando nació Lorena? Ya te dije, a veces pasa, el puerperio que
le dicen. Sí, ya busqué en Internet, pero estuve pensando mucho y me acordé de
que mamá estaba mal ya en el embarazo y por eso no me hicieron el cumple de
ocho. La mujer levanta un par de platos y le señala la taza ¿terminaste? Ella la toma de la muñeca. Vení, sentate. Ramona, suspirando,
obedece. ¿Qué le pasaba a mi mamá? ¿Cómo
lo sabría yo? Vamos, Ramo, mamá a vos te hablaba de todo, la escuché mil veces.
La mujer se mira las manos, juega
con ellas. Tu mamá estaba mal porque era
otra nena. ¿Solo por eso?, ¿cuándo aterrizó Sofi se puso tan mal? Ramona
sonríe. Para nada, en cuanto volvió a
casa me dijo: Ramo, te juro que el próximo será varón, se lo tomó con humor,
además Sofía fue vivísima desde que salió del horno, una ardilla, la sacaba a
tu mamá de las casillas pero siempre la hacía reír; pocas veces vi un bebé tan
gracioso, se la ganó a fuerza de morisquetas; claro, cuando creció un poco
empezó a portarse muy mal y ahí… la mujer se interrumpe. ¿Y ahí qué? Nada dice Ramona
levantándose tengo que preparar la cena.
¡Ramo! La mujer, desoyendo sus pedidos, abre la heladera. Matilde, bufando,
se levanta. Por ahora decide.
Marcelo se
recuesta contra el portón del garaje y se pasa las manos por la cara. Hace
menos de una semana este hubiera sido un momento feliz. Entrar. Sacarse la
corbata, los zapatos, tirarse en el sofá del living, un noticioso en la
televisión. Diana le hubiera alcanzado algo fresco, un trozo de queso. Quizá
Federico se hubiera acercado, él lo hubiera alzado y sentado junto a él. A las
nueve hubiera visto a sus hijas alrededor de la mesa. Diana le hubiese
preguntado por su día y él le hubiera contado satisfecho y con lujo de detalles
las novedades pertinentes. Ella, siempre al tanto de sus actividades, hubiera
hecho un comentario atinado. Los chicos se hubieran levantado con el último
bocado y ellos hubieran compartido un café.
Después una buena ducha y, con suerte, hacer el amor con su mujer. Tenía una buena vida piensa. Claro que a
veces Diana no estaba de muy buen talante. Ni bien la veía se daba cuenta.
Hasta en la textura de sus labios. Sin embargo los chicos siempre se portaban
bien. Demasiado bien evalúa hora. Se
descubre la cara. No recuerda discusiones, altercados. ¿Hablaban? Trata de recordar. Si
hablaban yo no los escuchaba reconoce. Está sorprendido. ¿Eran los mismos
chicos que ayer a la noche compartieron los cuadernos con él? ¿Qué hacían mis hijos durante la cena? ¿Por qué no hablaban ni se reían como ahora? ¿Qué cambió? se pregunta. Su madre se murió se dice, de pronto muy
lúcido. Como no quiere seguir pensando, saca el portafolio del auto. Ya llegué a mi casa piensa y lo invade
un cansancio sobrenatural.
Matilde, frente
al cuarto de Lorena, duda. ¿Se lo tiene
que anticipar o es mejor avisarle un rato antes de salir? ¿Qué decirle?, ¿qué
la llevan por control?, ¿por qué a ella sola? En general iban a lo de Bianchi
todos juntos. Le tocaba a ella hacerse cargo de sus hermanos en la sala de
espera mientras su madre entraba tranquilamente con uno solo. Agus me ayudaba reconoce sobre todo con Fede. Aunque, en
realidad, se recuerda a cargo de sus hermanitas aún antes de que naciera el
nene. Lorena la sobresalta ¿qué hacés acá?, ¿venís a charlar conmigo? A Matilde le da
tanta, tanta pena, que necesita cerrar los ojos. Solo un segundo. ¿Todavía no te bañaste? le pregunta. La
nena se pone seria y niega con la cabeza. Buscá
tu ropa que te voy llenando la bañadera. Instantes después Lorena aparece con un
bultito de ropa entre las manos. Matilde la ve tan desvalida que otra vez
cierra los ojos. Cuando los abre la nena se está desnudando. ¿Te quedás conmigo? Dale contesta
mientras la ayuda a sacarse el buzo un
ratito. ¿Aprovecho para decírselo?
El estómago se le encoge. Le está alcanzando la esponja cuando de pronto se
ilumina. ¡Solo precisamos una orden!, no hace falta que la nena vaya. Ya verá
qué decirle entonces. Paso a paso. El
buen humor recuperado, se inclina sobre la bañera y agita el agua salpicando a
su hermana. ¡Mirá que te devuelvo!
grita la nena entre carcajadas.
Ramona está
sirviendo los bifes a la criolla cuando Lorena pregunta ¿por qué Ramona nunca come con nosotros? Se instala un silencio
espeso. Matilde hace circular los platos que la mujer le va tendiendo. Él no
sabe qué decir por eso no dice nada. Solo ansía que todos los platos estén
llenos de una vez y Ramona se retire. Los seis quedan solos pero la incomodidad
se perpetúa. Para aflojarla pregunta ¿cómo
les fue en la escuela? El ardid funciona porque de a una, y a veces
superpuestas, sus hijas comentan su día. Hasta que llega el silencio. Entonces,
mientras le corta la carne a Federico, Agustina pregunta ¿y a vos cómo te fue en el trabajo? Él la mira sorprendido. Quizá estaba escondida en el garaje y leyó
mis pensamientos. Qué contarles, qué podrían comprender. Criaturas decreta. ¿Tuviste la reunión con el gerente del banco? interviene Matilde.
Él, ahora, mira a su primogénita, atónito. ¿Cómo
sabés? inquiere. ¡Lo contaste la
semana pasada! Con la boca llena Lorena agrega siempre le contabas a mamá. ¿Y
mamá? pregunta el nene. ¡Si serás
tarada! le grita Sofía. Agustina le hace cosquillas a Fede y el asomo de
puchero troca en carcajadas. El enigma ha quedado develado: no hablaban pero
vaya si escuchaban. Está aturdido. ¿Por
qué antes no hablaban? ¿Me puedo levantar? le pregunta Sofía a Matilde que asiente con la cabeza. Se rearmaron las jerarquías piensa él.
Instantes después la nena regresa con un cuaderno y lo coloca ante él. ¿Querés revisarme las cuentas? propone. ¡Si ya te las miré! la reta Matilde. ¡Pero papá es contador! le retruca la
nena. ¡Y profesor! refuerza Lorena.
Dónde estuvo durante todos estos años. Son
mis hijas piensa y no tienen un pelo
de tontas. Algo parecido al orgullo le sube desde el abdomen. Abre el
cuaderno.
Marcelo se
acuesta. Pasa la mano bajo la almohada. El piyama de Diana ya no está. La
ausencia de la seda es contundente. Un gancho al hígado. Knock out. Instintivamente se lleva las manos al abdomen. Momento
en el que golpean la puerta. Se cubre con la colcha. Adelante dice. Es Matilde. El pulso de Marcelo se altera. La
presencia de esa hija ya se ha
transformado en un peligro. ¿Se puede?
insiste la chica, la puerta apenas entornada. Ya te dije que sí contesta, la alerta transformada en malhumor que
intenta contener. Soy un adulto se
reconviene o al menos debería serlo. Vení, sentate le indica señalando la cama
al tiempo que él mismo se incorpora. La chiquilina obedece. Él está incómodo.
¿Alguna vez su hija se sentó sobre la cama? ¿Qué
te anda pasando? intenta aflojar la tensión. Estuve pensando. Ese es el
problema de Matilde, pìensa demasiado evalúa. Con Matilde se corrige. ¿En
qué? arriesga porque su hija calla, quizá ella tampoco está cómoda. No hace falta que llevemos a Lorena a lo de
Bianchi. Algo se afloja dentro de él. No tenía cabal registro de que cuánto
lo afectaba la visita al médico. Lo
llamaré a Izcovich decide. En
realidad solo precisamos plantearle nuestras dudas y que nos dé una orden para
el análisis. El alivio desaparece tan rápido como sobrevino. Nuestras dijo su hija. Implacable el
plural. ¿Estamos asociados? se
pregunta. Y sí se contesta somos los responsables de sacar esta familia
adelante. Digo yo continúa Matilde
así le ahorramos el mal rato a Lorena. Tenés razón concede él. ¿Igual querés que te acompañe? De pronto
él tiene miedo. Preferiría reconoce. ¿Cómo hacemos?, ¿nos encontramos en el
consultorio? Él duda: queda muy cerca de su estudio y a esa hora… Te paso a buscar cinco y media. Matilde
sonríe. En cuanto la chica sale, él
apaga la luz. Ojalá consiga dormir. Se
acurruca.
9 Jueves
Todo empieza a parecer una rutina piensa Marcelo
mientras le toca la bocina a las chicas para que se apuren. Sonríe al recordar
la carita de Lorena cuando entró a su cuarto Me dormí sola, ¿viste? A Sofía, en cambio, le costó despertarla. Estoy soñando dijo apretando los
párpados no me puedo levantar. ¿Con qué? No te quiero contar. Quedate otro
ratito propuso él tapándola le aviso
a Ramona que en diez minutos venga a despertarte. A Federico lo encontró en
la cocina. ¡Papá! lo llamó desde la
silla alta. Toca de nuevo la bocina y se pregunta cómo eran las mañanas antes. Antes de que Diana se muriera necesita
aclararse. Se recuesta sobre el asiento y se restriega los ojos. Lo sobresalta
la voz de Matilde. ¡Vamos, Agus!, dejá de una vez a ese nene, me vas a hacer llegar tarde. Se ubica en el
asiento de atrás bufando. Minutos después llega Agustina corriendo. Él arranca.
Maneja en silencio, tratando de organizar la clase. Anoche no la preparé descubre sorprendido. En el momento de bajarse
Matilde dice acordate de pasar a buscarme.
El tremendo peso de su vida desciende sobre él. ¿Para qué? pregunta Agustina bajando. No es asunto tuyo le aclara Matilde. Tampoco mío piensa él. Enojado con su hija, arranca.
Agustina camina
hacia el colegio, cabizbaja. Está cansada de que Matilde la maltrate. Qué se
cree. Ella no es mi mamá piensa y una
pegajosa tristeza se sube a su mochila. Te
extraño, mami, a mí sí que me faltás. A mí y a Fede se corrige. Hoy recién hace una semana y todos como si
tal cosa. Sin darse cuenta se detiene a pasos de la entrada. Vamos, Agus le indica Matilde
agarrándola del brazo. Ella le va a contestar mal cuando su hermana dice perdóname, estoy muy nerviosa. Los ojos
de Agustina se llenan de lágrimas. Menos mal que tiene a su hermana.
No le quise contar a papá porque en el sueño me
estaba portando muy mal y mamá me retaba y yo me escondía debajo de la cama
pero igual me encontraba.
Me gusta tanto que mi papi me venga a despertar.
La mañana
transcurre lentísima. A Agustina le cuesta seguir a los profesores. ¿Estás mal? le pregunta Valeria en un
papelito. Claro que está mal, pero su amiga supone que es por su madre y ahora
es por su hermana. ¿Qué le está ocultando Matilde? No, estoy cansada contesta.
Matilde observa
a Agustina que, sentada a su lado, mira por la ventanilla. Por suerte no me preguntó nada piensa al bajar del colectivo.
Caminan en silencio. Mientras abre la puerta de calle. Federico se acerca
corriendo. ¡Agus! grita y ella se
fatidia. Tanto que ni lo saluda. No mira pero sabe que Agustina lo está
alzando. Lo va a estropear masculla. Deja la mochila y el blazer sobre
el sillón del living. Se lava las manos y se dirige a la cocina. ¿Qué nos hiciste de rico? le pregunta a
Ramona, mientras la besa. Tarta. ¿De qué?
Zapallitos. A ella le da rabia: es la preferida de Agustina. Compré las salchichas que querías probar añade
la mujer. ¿Me leerá la mente? piensa, el buen humor recuperado. Agustina
ubica al nene en la silla alta y se sienta al lado. Matilde observa los
movimientos de Ramona mientras apresta la comida. Precisos, rápidos. La
reconfortan. Ramo, ¿vos ya comiste?
pregunta de pronto. La mujer gira hacia ella. Parece desconcertada. No todavía. Matilde se levanta y busca
otro plato. No entiende como recién se
da cuenta. ¿Qué hacés? pregunta
Ramona. Desde hoy almorzás con nosotros
determina ella. Como si tuviera tiempo se
defiende la mujer. No te gastes, Ramo
interviene Agustina Matilde ahora nos da
órdenes. Ella la mira sorprendida. ¿Puede
ser tan tarada que le moleste? Vení, Ramo,
sentate al lado mío pide su hermana corriendo los platos.
Marcelo dio la
clase con la solvencia de siempre. Y eso que no la preparé piensa. Un
grupito de alumnos se acerca. Una chica se desprende y se adelanta. Como antes Diana recuerda. Él cree que
es para hacerle consultas pero ella, Feldman si no se equivoca, excelente
alumna, informa queríamos decirle que
lamentamos mucho lo de su esposa. Claro, es la primera clase. El jueves
pasado Diana aún estaba viva. Vino al
centro a hacer unos trámites y almorzamos juntos recuerda. Muchas gracias responde él y bueno, eso agrega la chica. Gracias reitera él y la observa con más
atención. Siempre se sienta en primera fila. Bastante bonita evalúa se le
parece un poco. La chica vacila, se despide hasta mañana y regresa al grupo. No habrá ninguna igual, no habrá ninguna, ninguna con tu piel ni con tu
voz. Rivero retumba en su cabeza.
Nada más que cenizas, nada más.
Matilde se asoma
a la ventana. Y veinticinco ya. ¿Se habrá
acordado? Ni siquiera sabe si su padre es puntual. Más que llevarnos a la escuela… Desde la cocina le llegan las voces
de sus hermanos. Hoy no merendó con ellos. No quiere verle la cara a Lorena.
Agustina se acerca. Qué pesada, seguro
que me va a preguntar de nuevo. Pero su hermana solo se aproxima y la mira.
Va a echarla cuando escucha la bocina. Agarra el morral y sale. Chau
dice.
Marcelo abre la
puerta de adelante. En cuanto sube, Matilde se pone los auriculares. Menos mal piensa él, aliviado. Cuánto diga esta chica es para problema
piensa. Arranca. Hasta ahora había logrado espantar la escena que se avecinaba.
¿Qué le iba a contar a Bianchi?, ¿que dudaba de que Lorena fuera su hija?
Bianchi había visto nacer a sus cinco hijos. Los había atendido durante quince
años. Marcelo se pregunta, ahora, si alguna vez acompañó a Diana a las
consultas. Quizá con Matilde bebé. ¿Diana los llevaría de a uno?, ¿todos
juntos?, ¿para control?, ¿solo cuando estaban enfermos? ¿Cuándo fue la última
oportunidad en que vio a Bianchi?, ¿en el parto de Federico? No, cuando Sofía se rompió el brazo. Fue
un sábado, recuerda bien, por eso él estaba en casa. Encontraron a Bianchi
directamente en el sanatorio. Él se tuvo que ir antes de que la enyesaran
porque tenía reunión de cátedra. Se
pregunta, ahora, con quién se habrían quedado los chicos. Federico era un bebé.
¿Matilde se habría hecho cargo? Gira la vista y la ve sentada a su lado. Siempre tan seria piensa. ¿Va a entrar
al consultorio con ella? Qué situación absurda. ¿Para qué le habré pedido que me acompañara? Porque sería injusto
si se contara a sí mismo que la chica se impuso. Tuve miedo reconoce. Siempre lo ampararon las mujeres. Primero su
madre, luego Diana, ¿ahora su hija? Le sube una profunda vergüenza por sí
mismo. Tiene quince años se dice solo quince años. Ya no puede pedirle
que se vaya. Faltan pocas cuadras
para llegar. En cuanto encuentre un lugar, estacionará. Quizá Matilde percibe
sus intenciones porque se saca los auriculares e indicá allí justo sale un auto, papá. Estaciona y bajan. La chiquilina
dice tomá el carnet.. Tiene el impulso
de tomarla del hombro pero lo reprime.
En cuanto entran,
la secretaria se levanta del escritorio y se acerca. La abraza con fuerza. Lo siento mucho, Matilde. Ella lucha
contra las lágrimas y las vence. Se desprende y se aleja. ¿Qué espera su papá?,
¿qué sea ella la que haga los trámites? Mamá
siempre me dejaba a mí recuerda con rabia esto no termina nunca, estoy harta. Está furiosa consigo misma,
¿por qué se ofreció a acompañarlo? Es un
hombre grande piensa. No quiere estar delante cuando él tenga que plantear
el problema. Para eso hubiera venido
sola, mucho más fácil. Se sienta y agarra una revista. Hay varios chicos
dando vueltas. Este consultorio siempre
es un quilombo. Su padre se ubica en la silla próxima, pero ella se
enfrasca en las hojas. Media hora después los llaman. Esta por incorporarse
cuando el padre le dice preferiría pasar
solo, ¿te molesta? Ella niega con la cabeza. Un enorme alivio.
Bianchi se
sienta, cruza una pierna sobre la otra rodilla y sonríe. No hay escritorio que nos separe piensa Marcelo, incómodo. ¿Cómo están los chicos? pregunta. Bastante bien contesta él. ¿Cómo te arreglás?, ¿tenés ayuda? Él
carraspea. Le pedí a la empleada de
siempre que se quede a dormir y además las dos mayores se ocupan mucho de sus
hermanitos. Bianchi se pone serio. Matilde
y Agustina son dos chicas, no sería bueno para ellas que asumieran demasiadas
responsabilidades; yo ya venía alertándola a Diana, el hecho de que fueran las
mayores no dejaba de lado que fueran dos criaturas; es frecuente en las
familias numerosas adjudicarles a los más grandes tareas que no son propias de
un niño. Marcelo lo escucha tan sorprendido como molesto. ¿El médico está
intentando hacerlo sentir culpable? ¿De
que mi mujer se haya muerto? piensa fastidiado. La muerte de la madre es un hecho tremendo para un niño,
independientemente del tipo de lazo que esta tuviera con sus hijos; tendremos
que estar muy atentos; la que más me preocupa es Lorena concluye el médico. ¿Por qué? pregunta Marcelo,
desconcertado. La vi muy caída la última
consulta, además subió mucho de peso…. Un, dos, tres piensa Marcelo ahora o nunca. De ella precisamente quería
hablarte. Le cuenta, entonces, del trabajo de Matilde, de las leyes de
Mendel, del grupo B de la nena. Bianchi lo observa con atención. Cuando él se
detiene pregunta ¿por qué viniste? Marcelo
lo mira, desconcertado. Matilde opina que
hay que hacerle a Lorena un nuevo análisis de sangre. Ella no puede cargar de
ninguna manera con tamaña responsabilidad, vos sos el que el de ahora en
adelante deberá tomar las decisiones lo mira con intensidad ¿te interesa a vos despejar la duda de que
Lorena sea hija tuya? Marcelo recibe un brutal impacto. Él no dijo nada al
respecto, es Bianchi el que está mencionando la posibilidad de que Diana me haya engañado. Algo debe
decir. Estoy quedando como un pelotudo piensa.
Sé que es hija es mía pero quiero que
Matilde se quede tranquila. Te estoy
preguntado por vos. No le deja escapatoria. Sí, yo también quiero quedarme tranquilo. Bianchi busca el
recetario y hace la orden. Minutos después el hombre le da la mano y lo
acompaña a la puerta. Cuando salen, Matilde se incorpora. Bianchi se acerca a
saludarla. No sabía que estabas aquí,
¿querés charlar conmigo? Matilde niega con la cabeza. Ya me dio la orden le explica Marcelo. ¿Qué le decimos a Lorena? pregunta la chica. Él se queda
desconcertado: ni se lo planteó. No es
problema tuyo, Matilde, tu papá ya se ocupará. Él no sabe cómo pero no
puede preguntarlo ahora. Se siente mal, muy mal. Instante a instante, peor. Ojalá pudiera rajarme.
Matilde salió con papá le pregunté a Agustina adónde
fueron pero me contesto qué te importa pero sí que me importa porque tengo tarea
y un poco la hice pero se la quiero mostrar a Mati porque hoy cuando volví del
colegio no me quiso ni mirar ni tomó la leche con nosotros capaz que está
enojada conmigo que si Matilde se enoja conmigo yo me muero porque a pesar de
todo yo la extraño mucho a mi mamá me voy a sentar en el escalón del garaje así
Mati no se me escapa.
Matilde vuelve a
subir adelante y regresa a los auriculares. A Marcelo le duele la cabeza. Le
laten las sienes. Pocas veces en su vida se sintió tan imbécil como recién,
delante de Bianchi y de su hija. El médico, obviamente, sabía más sobre su
familia que él mismo. No le gustaron sus comentarios. Bianchi ya había tomado
nota del estado de Lorena y, lo que más le molestó, de las responsabilidades
adjudicadas por Diana a sus dos hijas mayores. A Matilde, sobre todo. Es que ella las toma por su cuenta trata
de disculparse yo no le pedí que se
metiera con la sangre de Lorena. Trata, pero no lo logra. Cómo puedo ser tan hijo de puta. Es él
quien la precisa. Por primera vez se plantea que nunca intentó consolarla. Ni a
ella ni a ninguno. Ni le preguntó cómo se sentía. Qué si la chiquilina se
desarmaba frente a sus ojos. No lo hubiera podido tolerar. Ella me sostiene reconoce. Al detenerse en el semáforo la observa.
Está apoyada en el respaldo. Con los ojos cerrados parece una nena. Su fuerza emana de la mirada
diagnostica. La ve tan frágil así que quisiera rozarle el cabello. Una bocina
lo sobresalta. Arranca.
Lorena esperándolos
en el garaje. Una pesadilla. Sube inmediatamente y se refugia en su cuarto. No
tiene ganas de cenar. No voy a cenar. Se
saca los zapatos y se tira sobre la cama. Ni fuerzas para desvestirse. Cierra
los ojos. Instantes después golpean. Papá,
está lista la comida grita Sofía a través de la puerta cerrada Ramona hizo los canelones que te gustan. No tengo escapatoria evalúa.
Matilde revisa
los cuadernos de Lorena. Se le pegó como un abrojo. ¿Se habrá dado cuenta de algo? Los esperaba sentadita, quién sabe
desde cuándo. Su padre, increíble,
subió sin saludarla. Algo tendrán que decirle. Bianchi dijo que es asunto exclusivo de él. Ja, no lo conoce. Mañana mismo pedirá un turno. ¿Tendrá que estar en ayunas? Pobre gorda.
Marcelo preside
la mesa. Los canelones están riquísimos. Ramona
es una joya. Su mente pasea del consultorio de Bianchi a la DGI. Y siempre
Diana colándose como un fantasma.
Recién en el postre repara en que sus hijos están de nuevo muy callados. Estos chicos solo hablan cuando les presto
atención deduce. Para comprobar su hipótesis fija la vista en Sofía. La
nena parece percibirlo porque levanta la mirada del plato. Él le sonríe. Me
saqué diez en las cuentas que me revisaste ayer cuenta mientras dispersa la
comida con el tenedor. Y eso que no te corregí ni un numerito. Me
dieron rifas para juntar fondos para arreglar el gimnasio comenta Agustina.
Yo te compro dice él. ¿Cuántos
números? ¡Todos! La cara de su hija se ilumina.
Su papá le
compró todas las rifas. Es que él es
especial determina Agustina. Su mamá siempre decía tu papá es especial. A lo mejor por eso no podía hacer todas las
cosas que hacían los demás. Su mamá a veces le gritaba, a todos les gritaba,
pero siempre lo trataba como si fuera especial. Él no se ocupaba de nada, todas
lo tenían que atender. Alcanzale el
vermút, preparale café, llevale las pantuflas, no hagan ruido, no hablen. Porque a su mamá no le gustaba que hablaran con él. No
es que lo dijera pero ella se daba cuenta. Cuando estaba con su padre, ellos no
existían para su mamá. Para él no existían nunca. No sabe para qué los sentaban
a la mesa. Como un decorado. Recién
ahora se da cuenta. Ahora que papá nos habla.
Marcelo se tira
sobre la cama. Tuvo suerte: Matilde no lo interceptó. Se afloja los cordones y
tira los zapatos. Debería revisar las facturas de la imprenta. No lograba
encontrar el error. El millonario error. El solo hecho de encender la
computadora le exigiría unas fuerzas de las que carece. Ni hablar de
desvestirse. Cierra los ojos. Retornan imágenes del consultorio de Bianchi.
Sacude la cabeza. Qué explicarle a Lorena. En realidad no tiene por qué
explicarle nada. Bianchi decidió hacerle análisis y punto. ¿Se supone que él
tiene que acompañarla? Seguramente la nena se sentirá más segura con Ramona. Lo
consultará con Matilde. Ella conoce a Lorena más que él. Yo no
la conozco admite. Casi no la conozco
se rectifica recordando sus ojos de pavor bajo el acolchado. Seguramente
Matilde sabrá cómo manejar la situación. Más tranquilo, se sienta en la cama y
comienza a sacarse la ropa. Obviará la ducha. Está desabrochando el cinturón
cuando recuerda que Bianchi le prohibió que involucrara a Matilde. Ya soy grandecito para que me den
indicaciones se dice con fastidio. Se incorpora y, semidesnudo, abre la
computadora.
Papá se puso contento con mi excelente que yo creí
que nada le importaba.
10 Viernes
Papá no vino a despertarme yo sabía que la buena
suerte no me iba a durar y le contesté mal a Ramo total ella nunca se enoja.
Ramo me insiste para que tome la leche y hoy no me
la aguanto porque papá no me hizo cosquillas capaz que ya se cansó de venirme a
despertar.
Matilde mira por
la ventanilla. Bosteza. Durmió pésimo. Una pesadilla tras otra. En todas su
mamá. Mamá. Se despertó, por primera
vez desde su muerte, con la aguda necesidad de verla. Mamá. Cuando gira la mirada se topa con la nuca de su padre. Una y
mil veces piensa en recordarle que debe hablar con Lorena. Pero se contiene.
Además está Agustina. En el recreo largo llamará al laboratorio, ya agendó el
número. ¿Qué te parece? le pregunta su hermana. Ella la mira,
desconcertada. Mati, ¿dónde estás?
Marcelo está
enfrascado con la documentación de la imprenta. Por fin encuentra el error.
Satisfecho, sonríe. Suena el celular. What´s App de Matilde. La sonrisa de
Marcelo se desvanece. Problema en puerta
piensa. Podés llevarla de lunes a sábado,
de 8 a 13, no hace falta que esté en
ayunas. El problema ya entró. El podés
lo deja desvalido. ¿Cómo enfrentar solo a su hijita? Cierra la carpeta con los
documentos y se deja caer sobre el respaldo de su sillón. Mira el reloj. Más
vale que se apure.
Matilde controla
el celular a cada rato. Su padre aún no le contestó. Eso que tiene las dos rayitas celestes. ¿Es capaz de haberse
arrepentido? Mientras copia los ejercicios de polinomios del pizarrón
reflexiona. ¿Qué será peor?, ¿tener una
esposa infiel o saber que tu mamá fue infiel? Tu mamá que está muerta,
además. Mi mamá.
Agustina copia oraciones
del pizarrón. Y piensa mientras copia. Su mamá le decía que a su padre había
que saber llevarlo, que por las buenas se conseguía cualquier cosa de él. Ella sí que sabía. Se ve que a Matilde
no se lo dijo, porque siempre lo trata mal. No sabe por qué su hermana está tan
enojada con él. Hoy ni lo saludó al bajarse del auto. Pobre papá, hace lo que puede. La profesora borra el pizarrón antes
de que ella, que siempre es la primera, alcanzara a copiar. Qué raro.
Marcelo se
encuentra frente al pizarrón, tiza en mano, y no recuerda qué iba a escribir.
El corazón se le detiene un segundo. Siente la transpiración que corre bajo su
camisa. Borra lo anterior para darse tiempo. Su mente es un campo de hielo. O
un desierto, da lo mismo. Nada de nada. En algún momento va a tener que girar.
Para acabar con la agonía, gira. La jovencita de la primera fila, Feldman si no
se equivoca, le sonríe. Optimización del
consumo intertemporal. Él también, profundamente aliviado, le sonríe. A ella cuando sonríe se le hacen hoyitos.
Agustina señala
un asiento vacío a su lado pero Matilde la desestima con un cabeceo. También está enojada conmigo piensa ella. Necesita estar sola. Taparse con
una frazada y no despertarse nunca más. La panza le hace ruido. La oprime con
ambas manos. ¿Qué habrá cocinado Ramona?
Su hermana
tropieza con el escalón y cae de
rodillas en el piso. Matilde da un salto para evitar ser arrastrada en la
caída. ¿Sos tarada vos? le grita. Sin ayudarla a levantarse abre la
puerta. Cuelga la mochila del perchero, va al baño a lavarse las manos y se dirige a la cocina. ¿Olor a arroz? Al
entrar ve solo tres platos sobre la mesa. ¿Qué
te dijimos, Ramo? protesta Agustina mientras abre el cajón de los
cubiertos. Ramona, con Fede en brazos,
deja la fuente de risotto sobre la mesa. Dame
ese nene y sentate de una vez ordena su hermana. No es tan tarada reconoce Matilde. Minutos después almuerzan los
cuatro. Ramona resplandece.
Clase concluida.
Marcelo golpea el borrador contra el pizarrón. Un fino polvillo blanco se
esparce a su alrededor. Qué boludo
piensa mientras desliza las manos por las mangas de su saco azul. Cuando
levanta la vista descubre entre las filas de los consultantes, con un cuaderno
bajo el brazo, a Feldman creo.
Agustina
deposita a Federico en su cuna. Le costó dormirlo. Mamá no me dejaba que lo durmiera en brazos piensa y se siente
ligeramente culpable. Solo ligeramente porque antes le daba lástima. Y rabia
también, pobre Fede. Se tira en su
cama, con las zapatillas puestas. Hoy tuvo gimnasia. No le gusta hacer
gimnasia. Porque no soy buena
reconoce. Su torpeza le resulta insoportable. Y por más que se esfuerce la
pelota pasa a su lado sin que alcance a rozarla. La nota de gimnasia le baja el
promedio. Cuando descubrió el 6 en el
boletín se le saltaron las lágrimas. Esforzate,
Agus dijo su madre es una lástima.
Porque entonces tenía madre. Y le vuelve la rabia. A su mamá nada le alcanzaba.
Pero más rabia le da no tenerla. Fede habla en sueños. Mamá dice. Agustina aprieta los puños.
Agustina le
golpea la puerta. Llegaron las nenas, ya
está la merienda informa. Como si
ella no las hubiera escuchado. No tengo
hambre comunica. No quiere ver la carita de Lorena nunca más. Pobre gorda repite mientras recuerda que
ahora el problema es de su papá. Recoge con rabia el acolchado del piso y se
tapa.
Matilde no bajó qué raro justo hoy que la maestra me
puso felicitado porque copié todo ahora no sé a quién mostrárselo a Agus solo
le interesa Fede y Ramo pobre no entiende.
Marcelo está
buscando las llaves del auto cuando el celular vibra. Matilde
piensa mientras bufa. No. Fernando. Tiene el impulso de cortar pero atiende. No
lo ve desde el entierro a pesar de las varias propuestas desestimadas. Está por
invitarlo a cenar cuando recuerda la charla con Lorena. Venite mañana propone los
chicos se pondrán contentos de verte. Mientras va caminando hacia la
cochera piensa que Fernando es, en realidad, su único amigo. Diana se encargó de espantar al resto.
Lo ve ahora con claridad meridiana. ¿Por qué no luchó por conservarlos? ¿Luchar contra Diana? Pelea perdida de
antemano. Baja hasta el segundo
subsuelo. Momento en el que descubre que se dejó las llaves en el estudio. La puta que te parió.
Matilde sigue encerrada en su cuarto le quería
contar que Romina me invitó mañana a su casa es la primera vez que me invita
debe de ser porque estoy más tranquila no sé por qué ya no tengo ganas de
portarme tan mal.
Durante toda la
cena Marcelo percibe los ojos de Matilde sobre él. Un perpetuo recordatorio de mis deberes. Quizá para obviarlos se
dirige a sus otras hijas. Agustina, sonriendo, cuenta que sacó un diez en
historia. Agustina siempre sonríe. Sonrisa
dulce pero acotada. Controlada. Sofía comenta que una amiguita la invitó a su
casa mañana. Mañana es sábado señala
Agustina. ¿Y eso que tiene que ver?
pregunta Sofía. Él también se pregunta qué tiene que ver. Agustina eleva los
hombros pero calla. ¿Puedo, papá?
insiste la nena. Él, instintivamente mira a Matilde, que desvía la mirada. Claro accede. ¡¡Bien!!
Me imagino que la llevarás vos lo provoca su primogénita. Claro repite él fastidiado mientras
prescribe esta chica precisa un parate. Avanza. Avanza sobre mí. Federico se retuerce en la silla alta. Todavía no terminamos le explica
Agustina. Bajalo indica Matilde. Bajalo repite él. Agustina mira a uno y
a otro le saca el babero al nene, le da un beso y lo baja. Instantes después
Marcelo siente que le agarran el brazo. Upa,
papá. Él lo alza.
Papá hoy le habla a todas menos a mí.
Qué raro que papá me deje ir a lo de Romi mamá no
quería que hiciéramos programa los sábados.
Matilde está por
entrar a su cuarto cuando descubre al padre en el pasillo. Sabe que no debe
pero dice el laboratorio también está
abierto los sábados. Enojada consigo misma da un portazo y se tira sobre la
cama.
Marcelo estaba yendo al cuarto de Lorena
cuando Matilde lo intercepta. No toleraré
que me baje línea. Invierte el
sentido de sus pasos, sino ella creerá que le está haciendo caso. ¿Tiene ganas de ducharse? No. A través de la puerta cerrada de
Agustina la escucha cantar. Arroró, mi niño. ¿Me habrá dormido en brazos
alguna vez mi mamá? Siempre tan rígida, tan estricta. Seguramente fue ella
la que le inculcó el sentido del deber. Retorna al cuarto de Lorena y golpea la
puerta. Como no le contestan, abre. La nena, otra vez, solo es un par de ojos
debajo del acolchado. ¡Ah, papi, sos vos!
dice descubriéndose. ¿Y quién pensabas
que era? Un espíritu. No te preocupes
dice él mientras se sienta sobre la cama soy de carne y hueso. ¿Te puedo tocar? pregunta la nena. Por supuesto accede. Las manitos de
Lorena avanzan sobre su brazo. Sí dice
sonriendo sos de veras. A ella
también se le hacen hoyitos, nunca había reparado. Uno, dos y… Tengo que decirte algo, hijita consigue
arrancar. La nena hace una mueca. ¿Bueno
o malo? pregunta. Malo y bueno. La
nena se endereza, se sienta como indio. Una muñeca cae al suelo. Él la recoge. ¡¿Qué?! Marcelo inspira hondo. Mañana tendrán que sacarte sangre. ¡No
quiero! A nadie le gusta que le saquen sangre pero a veces es necesario. ¿Y por
qué es necesario que me saquen sangre justo a mí? Él traga saliva, qué
decirle. Bianchi lo considera necesario.
¿Y por qué? No sé exactamente contesta él y se avergüenza de estar
mintiéndole a una criatura. Es solo un
segundo, casi no duele agrega. Sí, yo
ya vi en la tele, ¿a vos te sacaron alguna vez? ¡Muchísimas! ¿Y vos me vas a
acompañar? ¡Claro! La nena se encoge
de hombros y se desliza hasta acostarse nuevamente. Ahora contame lo bueno. Después vamos a ir a desayunar juntos adonde
vos quieras. ¿Solos? ¡Solos! ¿Y puedo pedir submarino? ¡Por supuesto! ¿Y
churros? Él cabecea. Eso es más complicado, no hay en todos
lados. ¿Y no podemos buscar? Él le hace cosquillas en la panza. Mirá que sos glotona. De repente se
ilumina. Te voy a llevar a El Vesuvio. Lorena
ríe. Él se incorpora. Ahora dormite que
mañana tenemos que madrugar. ¿No te podés quedar otro ratito? Él cabecea
pero se sienta.
Papá entró al cuarto de Lorena comprueba
Agustina. Qué raro. A su mamá le
hubiera agarrado un ataque. Lo quería
solo para ella. Es muy raro conocer a su papá recién a los trece años. Muy raro.
Matilde entorna
la puerta. Sí, su papá está en el cuarto de Lorena. Qué le estará diciendo. Yo no
sabría que decirle. ¿Irán mañana al laboratorio? ¿Papá querrá que los acompañe? Bianchi se equivocó, ella empezó
con todo esto y sí es asunto suyo.
Papá salió del cuarto de Lorena no lo vi cuando
entró capaz que ahora viene a visitarme qué suerte que mañana voy a lo de Romi
y lo mejor de todo es que me va a llevar papá ojalá que vayamos los dos solos.
No estoy enojada con el Doc porque voy a salir sola
con mi papá y eso que casi no me importan los churros.
11 Sábado
Marcelo empuja
con suavidad la puerta entornada. ¡Ya
estoy lista! informa Lorena parada al lado de la cama. ¿Qué hacés así?, te vas a
cansar. No quería que se me arrugara
el vestido, mami siempre nos paraba cuando nos vestía para los cumples.
Marcelo sonríe. Sí, parece lista para una fiesta. El vestido a media pierna,
zapatos blancos, vincha con flores. Va a decirle que no hace falta, ponete un pantalón que hace frío, cuando
el entusiasmo reflejado en la carita, como por arte de magia, troca una a una
sus palabras. ¡Pero qué señorita más
preciosa!, ¿me permite que la lleve del brazo? La sonrisa de la nena es
indescriptible. Él siente un nudo en la garganta. Me estoy reblandeciendo determina mientras se aproxima al brazo en jarras de su hija.
Matilde apoya la
oreja en la puerta. Su papá ni le avisó.
Parece que ya no me precisa masculla mientras regresa a la cama.
Ramona deja la
cafetera sobre la mesa. ¿Qué hacés con
esa ropa? dice con los ojos abiertos de par en par. Me voy a sacar sangre contesta la nena. ¿Y para eso te pusiste tu mejor vestido? La nena lo mira
desconcertada. Marcelo le guiña un ojo y le explica a la mujer es que después tendremos una salida muy especial. ¡Me voy a tomar submarino con
churros con mi papi! Ramona sonríe. Me
parece que nadie comerá mis tostadas. ¡Guardámelas
para cuando vuelva! Marcelo se acuerda de pronto. Ramona, esta noche viene a cenar el señor Fernando, ¿me podría dejar
algo preparado? Sí, claro, ¿qué le
gustaría? Lo dejo a su criterio dice él. Se dirige, entonces, al garaje. La
nena lo sigue. No podés salir así la
detiene la mujer esperá que te voy a
buscar el tapadito blanco.
Matilde se cruza
a Agustina en el pasillo. Bajan la escalera empujándose, entre risas. ¡Se van a caer! grita Ramona desde la
cocina. Sofía ya está allí, revolviendo interminablemente su taza. Fede, en el
piso, juega con los autitos. ¡Hola, Agus!
dice mientras le tira los brazos a su hermana. La chica lo alza y se sienta. Seguí malcriándolo vos la reta ella,
repentinamente irritada. ¿Y Lorena?
pregunta Agustina. Ella se tensiona. Se
fue a sacar sangre con tu papá contesta Ramona. ¡¿Qué?! exclaman al unísono sus hermanas. El Doc dijo informa para demostrarles que ella sí está al tanto. ¡Qué raro! comenta Ramona ¿es por lo del peso? También aclara ella
haciéndose la interesante. Entonces vos
sos la próxima le dice Agustina a Sofía.
¡¿De veras?! le pregunta la nena. Matilde sonríe y le tira del pelo. ¡Como no te termines de una vez esa leche!
¡Está fría! protesta Sofía. Ramona recoge la taza y la pone en el
microondas. Acá son varias las
malcriadoras dice ella, el buen humor recuperado ante la panera llena de
tostadas calentitas que Ramona pone en el centro de la mesa.
Marcelo observa
a su hija por el espejo retrovisor. Qué pensarán los que ven a una chiquilina arregladita como pa ir de boda como
diría Serrat un sábado a las nueve de la mañana. La nena mira por la
ventanilla, en absoluto silencio. ¿En qué estará pensando?, ¿en los churros? Él sí que no quiere pensar. Por suerte ayer
durmió bien, luego de ver una película en la televisión. Cuento chino. Se rió un rato. A Diana no le gustaban las
argentinas. Ni siquiera las de Darín. Me
las perdí todas. Ya están cerca. Habrá que descubrir un hueco donde
estacionar. Por suerte es sábado.
A medida que se
acercan el paso de la nena, que comenzó salticando, se ralenta. Cuando llegan
al laboratorio se empaca. No quiero ir
dice cruzando los brazos. ¿Por qué?
pregunta él, sabiéndose estúpido. Tengo
miedo. Ojalá estuviera Matilde, no sabe qué decirle. Todos los que pasan se
dan vuelta para mirarlos. Ya sé que no es
divertido, princesa, lo lamento mucho, pero hay que hacerlo dice al fin
extendiendo la mano. Lorena se toma de ella, suspira pero avanza.
Afortunadamente los atienden enseguida. Una señorita con ambo celeste se les
acerca. Me parece que vos sos Lorena dice. La nena asiente con la cabeza sin
mirarla. Yo me llamo Gloria y voy a
sacarte sangre informa, acuclillándose. La nena la mira. Solo te dolerá un poquito, trataré de
hacerte el menor daño posible, ¿me acompañás? Lorena se incorpora. ¿Mi papá puede venir? ¡Por supuesto! Entran
los tres a un pequeño cuarto con dibujos infantiles pegados a la pared. Si no me hacés doler después te hago uno
promete la nena. Siéntese por favor le
indica la mujer señalándole la silla de extracción. Va a aclararle que el paciente no es él
cuando comprende. Se ubica y la mujer invita a la nena a sentarse en sus
rodillas. Ahora te voy a colocar una
bandita ajustable alrededor del brazo. Lorena se deja hacer. Te voy a limpiar con alcohol y vas a sentir
frío; ahora te voy a poner la aguja en el brazo, vas a sentir como una picadura
de mosquito, si preferís cerrá los ojos. Marcelo percibe la sacudida de la
nena y escucha un pequeño grito. Él también cierra los ojos. Es absurdo:
juraría que la mujer se equivocó y es a él a quien está pinchando. Listo anuncia la extraccionista. ¡¿Ya está?! pregunta Lorena. La mujer le
pone una curita. En un rato te la podés
sacar. Los dos se levantan. ¿Querés
un caramelo? ofrece la mujer. La nena niega con la cabeza. No puedo explica voy a desayunar con mi papá. Ya está en la puerta cuando gira. ¿Dónde están los marcadores?
Matilde mira su
reloj. ¿Ya la habrán pinchado? A ella solo le sacaron una vez, cuando entró al
secundario. Me acompañó mamá
recuerda. Después fueron a desayunar. Sonríe a solas. Cuando mamá estaba de buenas era… Se le escapa la palabra. Irresistible encuentra al fin. Imposible
permanecer enojada con ella. Me compraba
y me vendía piensa con rabia.
Sentados en El Vesuvio, Marcelo observa a su hija.
Comprueba que, a pesar de que es regordeta, tiene manos delicadas, dedos largos
y finos. Como ella. Igual no está en
duda que es hija de Diana. ¿Puedo pedir
otro churro? pregunta Lorena. No,
hija, comiste tres, ya es suficiente. Okey dice la nena mientras se limpia
la boca con una servilleta de papel es
que estaban riquísimos, muchas gracias, papi. Luego cruza los bracitos y se
queda mirándolo. Él no sabe qué decir. Por eso propone ¿vamos?
A papá sí que le importa que esté gorda a mamá lo
único que le importaba es que Sofía fuera flaca por eso siempre nos daba
golosinas a Matilde también le importa no le voy a contar que me comí tres pero
sí le voy a contar que vinimos ella no es la única que sale sola con papá ojalá
que el Doc me haga sacar sangre todos los sábados.
Papá salió con Lorena qué me importa total me
prometió que después me lleva a lo de Romi.
En cuanto
escucha el auto, Matilde baja. Lorena entra corriendo. ¡No me dolió! le anuncia. Al
menos ella supone que yo estoy enterada piensa. El padre le da un beso en
la frente. ¿Cómo les fue? pregunta
ella. Mejor de lo pensado, casi no se
mosqueó. Matilde fija los ojos en su padre. No se la va a hacer fácil. Ella
merece explicaciones. Segundos después él informa el resultado estará el lunes a partir del mediodía. Yo puedo
retirarlo ofrece ella. Si
querés te paso a buscar por el colegio y almorzamos juntos propone su
padre. Ella, contra su voluntad, sonríe.
Marcelo está
arrepentido. No debería haberla involucrado a Matilde. Pero en la milésima de
un segundo evaluó qué sería peor: ¿recibir solo la noticia y tener luego que
comunicársela o afrontarlo con ella? Le pesa la sola idea de abrir el sobre.
Pero también le pesa saber que, más allá de violar las indicaciones de Bianchi,
deberá sobrellevar un almuerzo a solas con su hija.
Agustina observa
a Lorena. Volvió contentísima. ¿Cómo la dejaron salir disfrazada?, se habrán
burlado de ella parece un globo. No sabe
por qué Bianchi le hizo sacar sangre. Aquí hay algo que no le cierra. Matilde
ya sabía y a ella, por supuesto, la dejaron de lado. Yo soy grande solo cuando les conviene.
Papá, está la comida anuncia Sofía.
Marcelo está a punto de decirle que no va a almorzar. Cero apetito. Pero luego
recuerda que ya perdió la posibilidad de guiarse por las propias necesidades.
Apaga la computadora suspirando y va a lavarse las manos.
Agustina observa
a su familia. A lo que queda de mi
familia piensa. Lorena, ante su milanesa casi sin tocar, cuenta con detalle
cómo le sacaron sangre. Estaba a upa de
papi explica dándose aires. Matilde
hace referencia a un supuesto almuerzo acordado para el lunes. ¿Qué hubiera
opinado de todo esto su mamá? No le hubiese gustado para nada. Yo era la única que la conocía. Sofía,
ahora, le recuerda a su padre que debe llevarla a lo de la amiga. Parece que yo no existiera piensa. Hecha
un impulso se levanta de la mesa. ¡Agus!
grita Fede. Él es el único que la registra. Ella obvia los reclamos y sube
corriendo las escaleras.
Me puse el jean nuevo informa Sofía ¿te gusta? Estás muy elegante contesta Marcelo, sonriendo. Al menos obvió las puntillas piensa
aliviado. Lo compré con mami aclara
la nena y la sonrisa de él se esfuma como por arte de magia. Diana. Le sobreviene un agotamiento
infinito. No quiere llevar a la nena. No quiere verlo a Fernando. No quiere
almorzar con Matilde. Prefiere no pensar en el sobre de los resultados. Diana. Se incorpora y busca las llaves
del auto.
Yo no quería este pantalón mamá como siempre eligió
ella pero se ve que ella sabía lo que le gusta a papá porque me dijo que estoy
muy elegante papá maneja muy bien todo lo hace bien tengo muchas ganas de jugar
con Romi pero ojalá que no lleguemos nunca.
¿Por qué hicieron tantos cosas los griegos? piensa Agustina
enfrascada en el resumen de historia. Matilde entra en su cuarto sin golpear. A
ella le da rabia. Está por protestar cuando su hermana propone ¿querés que llevemos a Lorena y a Fede a la
plaza?, Ramona ya se fue y el nene está rehincha. Dale dice ella cerrando
el libro. Llevo el elástico informa
Matilde mientras sale. ¿Cuántos miles de años que su hermana no quiere saltar
con ella? Agustina busca la campera y baja la escalera canturreando. A lo mejor
Matilde le cuenta algo. La encuentra en el hall, metiendo a Fede en el
cochecito. El nene le muestra una pala roja.
¡Agus, mirá! Lorena viene corriendo de atrás y se abraza a su cintura. Abrochate la campera ordena ella. ¡Tengo calor! protesta su hermanita. ¡Vos siempre tenés calor! Está por
agregar porque sos gorda cuando se
detiene a tiempo. Segundos después la nena regresa con la campera a medio
poner. Ella la ayuda a subirse el cierre. Matilde y el nene ya están afuera.
Hay sol. Hace frío pero está soleado.
Marcelo sube al auto. En tres horas tiene que retirar a la nena. No quiero regresar a casa piensa. ¿Si fuera al cine?, ¿por qué no? Casi veinte años que no va al cine solo. En su juventud le encantaba. En mi juventud se repite. Baja del coche. Busca un bar. Pide un café y el diario. Truman. Escuchó que Darín está increíble. Tendrá que apurarse. Bebe de un trago su café. Llama al mozo. Mientras lo espera le escribe a Matilde.
Ya son las seis y papá no vino capaz que se olvidó de mí le voy a pedir a la mamá de Romi que la llame a Matilde.
¡Chicas, chicas, ya volví! entra Sofía corriendo, enarbolando una revista. Pero nadie responde. Marcelo se extraña ante el silencio. Va hasta la cocina. Dos notas. Preparé matambrito de cerdo y papas a la crema ya le expliqué a Matilde como calentarlos le dejé la mesa puesta vuelvo mañana a la noche cualquier cosa que necesite me llama. Que sería de su vida sin Ramona. Matilde tenía razón, era imprescindible que viviera con ellos. La otra: fuimos a la plaza. Ni una palabra más. No indica a cuál ni hora de partida ni estimada de llegada. ¿De quién es la letra? Cae en la cuenta de que no reconoce las letras de sus hijas. Matilde seguramente, Agustina hubiera sido más cariñosa. Sofía entra en la cocina, aún con la revista. ¡Arriba no hay nadie! Fueron a la plaza informa él. ¿Vamos a buscarlos? propone la nena. Marcelo mira el reloj: siete menos cuarto. Está oscureciendo. No es hora para la plaza. Está por llamar a su primogénita cuando la puerta se abre. Sofía corre hacia sus hermanas. ¡Miren lo que me compró papá! ¿De dónde vienen? encara él a Matilde, en mal tono. De la confitería, compramos masitas para tu amigo, ¿algún problema? le hace frente ella. Súbito silencio. El único problema es que estoy cansado de que me contestes mal señala él. ¡Yo sí que estoy cansada! dice Matilde y sube corriendo. Aún en el cochecito Federico comienza a llorar.
Papi se enojó con Matilde qué raro suerte que no se la agarró conmigo queme demoré mucho con las masas porque me gustaban todas y no sabía cuál elegir.
Las nenas hacen barullo en la bañadera. Matilde entra al baño bufando. Salgan de una vez, Fernando está por llegar. ¡Y a mí qué me importa! se retoba Sofía. Lorena se agarra del borde y se incorpora, Matilde busca la toalla amarilla y la envuelve. Te dejé la ropa preparada sobre la cama le dice. La nena obedece al instante. Sofía, ahora, flota en el agua. Salí de una vez. La nena simula no escucharla. ¡Por mí, ahogate! dice Matilde y sale. Instantes después escucha el ruido del agua escurriéndose. ¿A mí no me secás? protesta Sofía. Matilde regresa. Sofía, desnuda, tiembla sobre el felpudo. Qué flaquita está piensa Matilde mientras busca la toalla verde.
Está sentado en el lugar de Diana observa Marcelo en cuanto se ubican. A ella no le gustaba que viniera. Las no demasiadas veces en que Fernando había compartido esa mesa él no lograba relajarse. Pendiente de que no hubiera fricciones entre su mejor amigo y su mujer. Por eso había optado por encontrarse con él a solas. Solían almorzar juntos, en algún hueco de sus respectivos trabajos. Desde que Fernando se había separado aumentaron las reticencias de Diana. Marcelo, en consecuencia, evitaba contarle cuando lo veía. Un ruido lo distrae de sus pensamientos. Matilde aparece con una fuente y Agustina con otra. Las chicas se sientan y Matilde comienza a servir. Pavada de ayudantes te mandaste dice Fernando. Marcelo repara en que el primer plato es para su amigo. A él, como siempre, Matilde lo deja para el final. Cola de perro. Fernando intenta trabar conversación con las chicas pero ellas contestan con monosílabos. No están acostumbradas a los invitados piensa Marcelo. Solo Federico parlotea mientras Agustina le corta la carne. Este matambrito está delicioso comenta su amigo. Es cierto, Ramona se ha lucido. Minutos después Fernando y el charlan animadamente. De política, del trabajo. Casi sobre el postre reconoce que sería incapaz de contar qué hicieron sus hijos mientras tanto. Pero precisaba un respiro, hoy fue padre a tiempo completo. Se sienta con su amigo en el living. Matilde les alcanza un café. De a una las chicas van apareciendo, saludan y suben las escaleras. La última es Agustina, con Fede en brazos. Tus hijos son un lujo comenta Fernando te felicito. Marcelo recibe el impacto. Uno toma por normal lo propio. Sí, sus hijos son un lujo. Gracias, Diana piensa.
Agustina piensa que a su mamá no le gustaba Fernando. Le había contado que se había divorciado y que seguro fue porque no quisieron tener hijos. Pero a ella le cae simpático. Qué suerte que vino, es la primera vez que lo veo a papá contento desde que murió mami. Hoy sí que se ocupó de las nenas. Al final no se animó a preguntarle nada a Matilde, está segura de que su hermana sabe por qué le sacaron sangre a Lorena. La gorda estaba contentísima en la plaza. Federico también. Ojalá que se duerma de una vez. Todavía le falta la guerra del Peloponeso.
Mientras charlaba con Fernando de bueyes perdidos Marcelo se planteó si correspondía compartir con su amigo sus dudas sobre Lorena. Sobre Diana, en realidad. Resolvió esperar a tener certezas. Ahora Fernando se fue y él se encuentra con una noche por delante. Va hasta la cocina. Todo en orden. Sí, mis hijas son un lujo. Busca la botella de vino y se sirve un generoso vaso. Y luego otro. Necesita dormir. No está en condiciones de pasar una noche en blanco.
12 Domingo
Marcelo se
despierta con dolor de cabeza. Tomé
demasiado evalúa. Diana se enojaba si él tomaba. El dentífrico era inútil.
Privarlo de su cuerpo era el infalible recurso. El cuerpo de Diana. Marcelo
tiene una ligera erección. Se siente culpable. Profundamente culpable. Va al
baño y se da una ducha antes de lavarse los dientes.
Matilde escucha
los pasos de su padre en la escalera. Me
visto y bajo a prepararle el desayuno piensa. Porque no le gusta que él la
vea en camisón.
Marcelo entra a
la cocina. Nadie por supuesto, recién son las ocho. Necesita salir. Busca un
papel y deja una nota. ¿Quién se
despertará primero? Seguramente Agustina. Por Fede. La nena no tendría que estar tan pendiente del hermano. Debería ocuparme se advierte. Aunque luego decide que ese es el
menor de todos sus problemas. Mañana es lunes. Tendrá que buscar el resultado.
Abre la puerta de calle tratando de no hacer ruido
Matilde se pone
lo primero que encuentra y baja. Su padre ya no está. Encuentra una nota sobre
la mesada. Soy una pelotuda piensa.
Rompe el papel, sube corriendo y se tira boca abajo sobre la cama.
Agustina baja
con Federico en brazos. Ni los domingos
me perdona. Lo sienta en su sillita y le calienta la leche. Después desayuno con las nenas decide.
Mientras el nene empina su jarrito piensa en Fernando. Su mamá no entendía como
alguien podía no querer tener hijos. Merecen
un castigo decía. A lo mejor por eso se separaron. Algo se acuerda de
Marisa. Era muy linda y muy buena. Una vez le regaló una malla para el
cumpleaños. Todavía la tiene, le queda un poco chica pero la guarda porque le
encanta. ¿Por qué no habrán querido tener
hijos? A su mamá eso la enojaba mucho. Un ruido la aparta de sus
pensamientos. Federico tiró el jarrito al piso. La mira y se ríe. A ella le dan
ganas de pegarle. Se asusta. Aprieta los puños, tanto que se le marcan las
uñas, agarra un trapo y, en silencio, limpia las baldosas. Tiene la respiración
agitada.
Marcelo sigue caminando. Mira el reloj: casi
nueve y media. Ya se le fue el dolor de cabeza. El aire me hizo bien. Cabildo está irreconocible. Toda para mí piensa. Domingo. Saca
cuentas. Hace diez días que murió Diana. No puede creerlo. Le pesa como una
eternidad. ¿Cuánto la extraño? se
plantea. Primando el agobio sobre la tristeza. ¿Cómo puede ser que de la noche
a la mañana se encuentre con cinco hijos que dependen para todo de él? ¿Por qué
no hay una prima, una amiga, una madrina que pueda darle una mano? ¿En qué
momento Diana fue apartándolas de su vida? Suerte
que está Ramona. Llega, por fin, a El
Torreón. A Diana le encantaba
desayunar aquí los domingos. Se plantea, recién ahora, con quién quedarían
los chicos. Está por sentarse cuando descubre que ya no tiene ganas. Se acerca
al mostrador y compra dos docenas de medialunas. Lo mejorcito de Belgrano evalúa.
Agustina intenta
concentrarse en la Paz de Nicias pero no lo consigue. Federico grita a sus pies
mientras juega con sus camiones. Ya no lo aguanta. Se lo lleva a Matilde que
despotrica pero lo agarra. Vuelve a su cuarto, cierra la puerta y sigue leyendo. Inútilmente. Tengo la cabeza llena de mamá piensa.
Pero luego se corrige mamá siempre me
llenó la cabeza. Tiene rabia. Y le da culpa tener rabia.
Marcelo entra a
la cocina pero no encuentra a nadie, tampoco la nota. Mientras sube grita ¿aquí no hay nadie que quiera desayunar?,
voy a tener que comerme todas las medialunas. Como por arte de magia las
puertas se van abriendo. ¡Yo!, ¡yo
también!, ¡papi, esperame! Un rato después la cocina es un jolgorio. Parecen pajaritos piensa. Y también
piensa que no comprende por qué Diana prefería El Torreón.
Me comí tres medialunas qué me trajo papá qué raro
nunca en mi vida me comí tres medialunas que ni sabía que me entraban.
Agustina piensa
que su mamá siempre le contaba que las medialunas de El Torreón eran
riquísimas. Pero nunca nos trajo.
Me llené con una medialuna qué raro.
Mientras mastica
las medialunas la rabia de Matilde se va diluyendo. Su papá le dijo que estaba
muy rico el café.
Macelo está
mirando un partido en la televisión del living. Este Messi es increíble, acaba de meter el segundo gol. Cuando no juega para nosotros piensa. Lo
sobresalta el papá de Matilde. La
mira. Tiene un paquete de fideos en cada mano. ¿Cuál preferís? Él mira instintivamente la hora. Ya la una y
media. ¿Te vas a poner a cocinar a esta
hora? Desayunamos tarde replica ella. ¿Tenés
ganas? Matilde se encoge de hombros. No
me queda otra contesta. Él baja el volumen mientras valora la situación. ¿Qué te parece si almorzamos afuera? Nunca
comemos afuera dice su hija arqueando las cejas. Él se incorpora. Siempre hay una primera vez.
Me voy a poner de nuevo el jean porque papá nos va a
llevar a almorzar tengo la panza llena de medialunas pero igual voy a comer
algo.
Agustina está
luchando con Federico que no se queda
quieto. Cuándo dejará los pañales. Le va a decir a Ramona a ver si lo empiezan
a entrenar. Sus hermanas están contentísimas. Pero a ella le parece mal que
vayan a comer afuera. Su mamá se murió hace solo diez días. Ni que fuéramos a festejar.
Marcelo se
arrepiente de su osadía. Cinco pedidos simultáneos, casi a los gritos. No están acostumbrados piensa. El mozo
lo mira desconcertado. ¡Se acabó!
dice al fin ¡milanesas con papas fritas
para todo el mundo! Cinco pares de
ojos sorprendidos sobre él. Les grité registra preocupado. Es la primera vez desde que se murió la madre que les grito. ¿Muchas
veces les gritó antes? Casi no formaban
parte de mi vida reconoce. El susto les dura poco y enseguida parlotean
animadamente. ¡Miá, pa! lo convoca
Federico. Tiene un grisín adentro de cada agujerito de la nariz. Parecés un dragón se ríe Lorena. Comé dice Matilde mientras le alcanza
pan con manteca a Sofía. Agustina ata una servilleta alrededor del cuello de su
hermano. Ahora son mi vida.
Nunca probé una milanesa más rica será por eso que
me entra toda.
Marcelo se
encuentra a las tres y media de la tarde en la vereda con sus cinco hijos. Más
por sí mismo que por ellos propone ¿vamos
al cine? Gritos, saltos. Quiero ver
Minion, me contó Romi que es redivertida dice Sofía. Consenso general.
Excitados, empujándose se meten en el auto.
Agustina está
angustiada. No quiere ir al cine. Yo sí
que me acuerdo de vos, mamá.
Bajo la luz de
la pantalla Marcelo recorre, a derecha e izquierda, la fila con la vista. Los perfiles
de sus hijos se delinean a diferente altura. Cuando llega al de Matilde, ella
gira la cabeza y las miradas se cruzan por unos instantes. Esta chica tiene el radar siempre encendido evalúa. Sí, nunca se relaja.
Papá nos llevó al cine porque yo dije le voy contar
a Romi.
En cuanto
llegan, Marcelo se recluye en su cuarto. La imperiosa necesidad de estar solo. Sobredosis
de niños evalúa. Buscando sus pantuflas abre ¿por error? la parte
del placar que corresponde a Diana. El perfume lo obliga a cerrar los ojos. Le diré a Ramona que se ocupe de vaciarlo.
Va a cerrarlo cuando, sin poder evitarlo, entierra la cabeza entre blusas y
vestidos. Inspira con fruición.
¿Por qué le sacaron sangre a Lorena? pregunta
Agustina. El corazón de Matilde se agita. Bianchi
dijo contesta segundos después de lo que correspondía. Sí, ¿pero por qué? ¡Yo que sé! ¡Sí que sabés, te conozco bien! Si te
interesa tanto preguntale a papá. Agustina se queda mirándola, parece
triste. ¡Ahora ándate, estaba estudiando! le ordena ella. Cuando su hermana, cabizbaja, cierra la
puerta, Matilde se tira sobre la cama. Agus
siempre se las arregla para hacerme sentir culpable piensa.
Me parece que las chicas se están peleando por mí algo
raro está pasando capaz que ya se dieron cuenta.
Matilde golpea
la puerta de su padre. ¿Qué? contesta
él sin abrir. ¿Te parece que prepare unos
sándwiches?, hoy comimos mucho. Lo
dejo a tu criterio es la respuesta. A ella le da rabia. Demasiadas cosas a
su criterio.
Agustina sabe
que su mamá se hubiera enojado. Nunca
quería que comieran sándwiches. Ni cuando Matilde estaba cansada y no tenía
ganas de cocinar.
Las dos
chiquilinas van armando los sándwiches bajo pedido. Vos preparate el tuyo le ordena Matilde. Marcelo obedece. Minutos
después: ¿te podés encargar de servir la
bebida? Me fastidia el tono de esta chica piensa, sin embargo sigue
acatando. Está agotado pero no quiere que esa cena termine nunca. No quiere
enfrentar la cama vacía. No quiere enfrentar el sobre que mañana le tocará
abrir.
Matilde da
infinitas vueltas en la cama. Mañana
estarán los resultados piensa. Aprieta
fuerte los párpados.
A las dos de la
mañana Marcelo se da por vencido y enciende la luz. Probará con el Tetris.
13 Lunes
Agustina está
desayunando cuando aparece Matilde y anuncia Ramo, hoy no vengo a almorzar. ¿Por
qué? pregunta la mujer lo que ella no se anima. Tengo que hacer unos trámites con mi papá. Agustina quisiera seguir
preguntando pero sabe que no debe. Su padre entra a la cocina. ¿Le sirvo el café? ofrece Ramona. Él
controla la hora. No, gracias, ya es
tarde, apúrense chicas, las espero en el auto. Ella termina el café con
leche de un trago, agarra otra tostada y se levanta. Voy con vos, papá, esperame dice. Sin embargo él no ralenta el
paso. Desde la puerta del garaje lo ve subirse al coche. A lo mejor no me escuchó.
Papá no vino a despertarme y Matilde pasó por mi
cuarto y ni me saludó seguro que están enojados algo hice pero no sé qué.
Marcelo enciende
el motor del auto. Hace frío. Está arrepentido de haberle pedido a Matilde que
lo acompañara. Fue una estupidez. Todavía está a tiempo. Le va a decir que le
surgió un compromiso, que él irá más tarde.
Le va a avisar por el celular, no quiere verle la cara. Porque él no
precisa testigos. Es asunto suyo. Ni siquiera tiene la obligación de
informarla. Además, seguro que hubo un error. ¿Cómo dudar de Diana?
Papá no vino a despertarme a lo mejor porque Lorena
ya no se pasa a mi cama seguro que a ella sí que la despertó.
Su padre maneja
en silencio. Nunca habla cuando maneja
piensa Matilde. En realidad, casi nunca habla con ellas. No parece nervioso. Lo
más probable es que se hubieran equivocado en el sanatorio, nacen demasiados
bebés. ¿Adónde la llevará a
almorzar?, ¿irán antes o después? Mejor
después, así ya estamos tranquis. Ojalá que Agustina no le pregunte
nada. No me gusta mentirle. Tiene biología en la primera hora. Por suerte
cambiaron de tema. Ya estoy harta de
Mendel.
Lleva horas
pensando sin decidirse y el balance de la inmobiliaria, en consecuencia, no
prospera. Toma el celular. Surgió un
inconveniente, iré yo a buscar el resultado cuando termine. Pone enviar. Ya
está más tranquilo.
Matilde lee el
mensaje. Como si le hubieran pegado en la nuca. Cierra los ojos. La
insoportable sensación de no ser. No
existo para mi papá. Un pesar infinito que, sin embargo, convive con la
bronca. Un tirón en la manga. Matu,
¿estás bien? le pregunta su
compañera de banco. Para los demás sí
que existo estipula ella.
Agustina camina
hacia la parada del colectivo cuando siente un tirón en la mochila. La agarra
con todas sus fuerzas con el corazón a mil. Gira. Es Matilde. ¿Qué hacés acá? le pregunta sorprendida.
Se canceló el trámite explica a gatas
su hermana. Ella experimenta un súbito ascenso de su decaído humor. Se
reacomoda la mochila. Corré indica
Matilde ahí viene el bondi.
Salgo a almorzar informa Marcelo a su secretaría.
Camino a la cochera opta por un taxi. Se desploma sobre el asiento. Por primera
vez en años siente la perentoria necesidad de fumar. Diez minutos después no
tiene más remedio que descender. Su corazón es una bomba. Al subir las
escaleras recuerda a Lorena con su vestido de princesa. Se aproxima al
mostrador y extrae el talón de su bolsillo. Instantes después se encuentra con
un sobre en la mano.
¿Te arrepentiste? exclama Ramona al verla ¿o te llegó el olor de las albóndigas? Matilde
levanta la tapa de la cacerola. Sí, este
olor atraviesa las paredes. Cuando regresa de lavarse las manos, encuentra
a Agustina con Federico en brazos. Hola, Ati dice el nene y a ella se le diluye la estúpida bronca que le da verlos
siempre juntos. Ramona sirve y se sienta con los tres. Matilde echa un vistazo al reloj de pared. ¿Ya habrá ido?
Ni la pizza me pasa y eso que es lo más rico de la
escuela le voy a preguntar a la seño si puedo sentarme con Sofi porque me duele
la panza.
Marcelo camina
con el sobre en la mano. ¿Hacia dónde? Descubre un bar en la esquina. Se sienta
y pide un café. Recién cuando se lo traen, rasga el papel. Saltea los
resultados de rutina hasta que se topa con el grupo sanguíneo. B. Qué
suerte que no está Matilde es su primer pensamiento. Porque nadie debe
enterarse. Nadie va a enterarse. Lorena menos que nadie. Pobrecita piensa. Pero después se retracta. Acá el único damnificado soy yo. Y le sube por las vísceras un
irracional odio hacia Matilde. Ella es la culpable de todo. Siento odio por mi hija reconoce y se
asusta. Porque ella sí que es mi hija. ¿Cómo
Diana fue capaz de engañarlo? Y no se
refiere a la simple infidelidad. Vaya y pase con eso. No habrá sido ni la
primera ni la última. Lo realmente grave es que le enjaretó una hija ajena. ¿Solo Lorena? Ya no sabe en qué creer. Dobla el papel y lo
mete en el bolsillo. Apura de un trago el café ya frío y llama al mozo. Cuando
busca monedas para dejar sobre la mesa se topa con el papel. Lo aprieta con
bronca y se levanta.
Matilde, tirada
en la cama, controla el celular por
enésima vez. No quiere ser ella la que pregunte, lo menos que merece es ser
avisada. ¡Está la leche! le comunica
Sofía desde abajo. Matilde pone el teléfono en el bolsillo y baja. Entra en la
cocina y se sienta. Ramona le alcanza a Lorena una taza de Nesquik que la nena
rechaza. ¿Qué te pasa? pregunta la
mujer. Me duele la panza explica
Lorena. Habrás comido como una bestia dice
ella, fastidiada. No intercede Sofía yo la vi, no almorzó. Dámelo a mí, Ramo pide
ella mientras unta una tostada. Va a
preguntarle a las nenas cómo les fue cuando descubre que no le importa. No le
importa nada. Ni la panza de Lorena, ni las cuentas de Sofía, ni las monadas de
Federico, ni las sonrisas bobas de Agustina. Nada de nada. No los aguanto más. En cuanto suba llamará a Rocío. Quizá mañana
pueda ir a su casa. Y quedarse a dormir y no volver jamás. Quizá papá descubra que existo. Vuelve a controlar el celular. No quiero más dice apartando la taza y
sale.
Marcelo no se
decide a bajar del auto. Por suerte tuvo una tarde ocupada. Pero en el trayecto
de regreso la realidad se le impuso, aplastándolo. Hace quince días era un
hombre feliz, enamorado de su esposa, con un excelente trabajo y cinco hijos
sanos. Primero le robaron la mujer. Después el buen recuerdo de su mujer. ¿Para
qué le sirve enterarse del engaño cuando ya no hay nada que pueda hacer al
respecto? No le queda ni el consuelo de llorarla en paz. Agarra, al fin, el
portafolio y abre la puerta del coche.
¡Papá! grita Fede en cuanto lo ve, corriendo a
abrazarlo. Él lo alza.
Matilde escucha
el auto. Su estómago zozobra. Minutos después, pasos en la escalera. Seguramente viene a avisarme piensa.
Pero los pasos avanzan frente a su puerta sin detenerse. No le voy a preguntar nada se jura.
Agustina está
fastidiada. ¡Fede!, ¡basta de tirar la
comida al piso! El nene le sonríe y le tira un beso con la mano. Lorena se
ríe. ¡Estoy enojada, Federico! Es un
malcriado aporta Matilde y la culpa
es tuya. Sí acota Sofía mamá lo tenía cortito. Ya que todas saben
cómo tratarlo se los regalo dice ella levantándose bruscamente. ¡¡Agustina!! exclama su padre. Ella lo
desoye y sube. Está harta. ¿Por qué me
metiste en este lío, mamá? Con la fuerza que le da la furia traslada la
cuna de su cuarto al del nene. Que se
ocupe Matilde, que tanto critica. Se lava los dientes, se pone el camisón y
dando un portazo se recluye en su cuarto.
No me gusta que Agus grite mamá sí que siempre
gritaba pero mamá no está más pobrecita mi mamá.
Papá me mira y me mira capaz porque casi no como que
todavía me duele la panza eso que Ramo me hizo arroz.
Agustina está histérica piensa Matilde. Lo único que le falta es tener que
acostarlo a Federico. Suerte que Rocío le dijo que sí. Al menos mañana zafará.
¿Y Agustina? pregunta Ramona cuando trae el queso y
dulce. Marcelo no sabe qué contestar. Se
enojó informa Matilde rompiendo el silencio provocado por la intempestiva
partida y me encajó a Fede. No te preocupes dice la mujer yo me ocupo. Todos comen el postre
callados. Ramona recoge los platos, regresa, deja un café frente a él y alza al
nene. Las nenas suben tras ella. Quedan en la mesa Matilde y él, a quien urge
levantarse pero no puede porque el café
está hirviendo, imposible apurarlo de un trago. Matilde le clava la mirada pero
él no se da por aludido. Todavía no resolvió que decirle. ¿Cómo dio el análisis? pregunta la chica, al fin. La mente de
Marcelo trabajando a mil por hora. El
resultado estará recién mañana. Él es el que todavía no está en condiciones. Precisa una tregua. Podrías haberme avisado dice Matilde
mientras se levanta. Su servilleta cae al piso.
Agustina llora
sobre la cama. Que Matilde se arregle.
Pero pronto escucha la voz de Ramona. Ni siquiera para Federico es
imprescindible.
Marcelo se encuentra
solo en esa mesa hace minutos exultante de vida. Le mentí a mi hija piensa. Y él que está acostumbrado por su
profesión a mentirle al fisco se pregunta cuántas veces mintió a sus
afectos. Solía recurrir a compromisos
inexistentes cuando su madre insistía para verlo por tercera vez en una semana.
También a Fernando. Mentiras livianas, intrascendentes. ¿A Diana le mentí? Se queda pensando unos segundos. No recuerda
ninguna. Es que ella se hubiera dado
cuenta. Esboza una sonrisa involuntaria. Tenía un nivel de percepción más
allá de lo normal. Al menos con respecto a él. Bruja, mi bruja. La
sonrisa se le deshace. Diana me engañó
precisa decirse. ¿Cuándo?, ¿cómo?, ¿con
quién? Jamás sospechó nada. Ella parecía vivir para él. No para los chicos, para mí. Entonces, ¿por qué? Ramona aparece en el comedor. ¿Le sirvo otro café? propone. Él está
por aceptar cuando recapacita. Es imprescindible que duerma. Rechaza el
ofrecimiento y se dirige al bar. Mejor un whisky.
Matilde da
vueltas en la cama. Está furiosa. ¿Qué pensará su papá?, ¿que ella no tiene
sentimientos? Si mamá lo engañó, se lo
merece.
Me siento muy mal me parece que voy a gomitar.
14 Martes
Marcelo se mira
en el espejo mientras se afeita. Durmió de un tirón. Bendito whisky. Pero ahora le duele la cabeza. Toma la última
aspirina. Le tengo que avisar a Diana
piensa durante la milésima de un segundo. Chasquea con fastidio. Se enjuaga y
se seca. Baja. En la cocina las chicas desayunan. Ramona le alcanza una taza. Ramo, no vengo a almorzar informa
Matilde. ¿Los trámites con tu papá?
pregunta la mujer. No, me voy a lo de
Rocío. Marcelo recorre la mesa con la vista. No se había dado cuenta de que
estaba Federico. Imagen repetida desde
que Diana se murió. Pero ya no es como siempre. Se atora con el café.
En el recreo
largo Matilde se aparta de su grupo. Busca el celular y presiona el número del
laboratorio. Buenos días dice quisiera averiguar si ya están listos unos análisis.
La van pasando por distintos internos hasta que una mujer le informa esos estudios ya fueron entregados. Papá fue
en cuanto nos dejó piensa ella pronto
me avisará. ¿Cuándo fueron retirados? pregunta. Ayer es la respuesta. Matilde siente que se le corta la
respiración. Gracias alcanza a decir.
No me pasan los fideos tengo un nudo en la panza le
voy a decir a la seño que me quiero ir a casa.
Agustina atiende
el teléfono. Es del colegio, Lorena no se siente bien. Ramona se acerca y habla
con la secretaria. No podemos ir ni vos
ni yo le cuenta hay que avisarle a tu
papá. Yo me ocupo dice Agustina, porque si Matilde no está, le corresponde
a ella.
A Marcelo le
sorprende recibir llamada de Agustina. ¿Qué
pasó? pregunta, alarmado. Diez minutos después sale hacia la escuela. Si
hay alguien a quien hoy no tiene ganas de ver es a Lorena.
Me dijo la seño que ya llamó y que me viene a buscar
mi papi qué suerte espero no gomitarle el auto.
Marcelo abre la
puerta de atrás y ayuda a Lorena con el cinturón de seguridad. Maneja en
silencio pero cada tanto la mira por el espejo retrovisor. No es mi hija se dice. No es
mi hija y por ella tuve que interrumpir una reunión. La nena, por suerte, viaja calladita. Estaciona frente a su casa. Bajá le indica. Lorena forcejea pero logra liberarse. Toca el
timbre. Marcelo espera que abran, saluda con la mano a Agustina y parte. Si se
apura quizá todavía los encuentre reunidos.
Agustina abre y
se encuentra con su hermanita. Su padre la saluda desde el auto. Ella también
levanta la mano. ¿Qué te pasa, Lore?
dice agarrándole la mochila. Tengo ganas
de gomitar. Ramona se acerca y le toca la frente. Fiebre no tiene determina ¿vomitaste?
La nena niega con la cabeza. ¿Querés
jugar al ludo? le pregunta ella. ¡Dale!
Entonces no estás tan enferma, anda a
buscarlo a mi cuarto pero no lo despiertes a Fede. Entonces recuerda que el
nene ya no duerme en su cuarto. Su hermana corre por la escalera. Está pasando algo con esta chica comenta
Ramona. ¿Qué querés decir? Nada cabecea la mujer. Ramona tiene
razón: está pasando algo de lo cual ella no está comunicada. Juraría que
Matilde le oculta algo. ¡Vamos, Agus!
la voz de Lorena la despega de sus pensamientos yo juego con el azul. Ella gira y ve a su hermanita disponiendo el
tablero sobre la mesa de la cocina. Igual
me duele la panza se justifica no es
de mentira. Agustina la observa. Tiene rara la cara.
Matilde merienda
en casa de Rocío. Le cuesta seguir la conversación de su amiga. Pensar que estoy aquí como si tal cosa y
nadie sabe lo que me está pasando. Unta con manteca una galletita. ¿Por qué
su padre le ocultó que había retirado los análisis? No le encuentra el sentido.
Siente la urgente necesidad de estar en su casa. En un rato me voy le comunica a Rocío. Pero si íbamos a hacer los resúmenes… Ella se levanta de la mesa. No aguanta más. Me tengo que ir, Ro.
No me gusta viajar sola en el micro Lore y yo
siempre jugamos a que vamos en avión a veces yo soy pasajera y otras azafata si
mañana falta al colegio yo tampoco voy Lorena es remolesta pero no puedo ir al
colegio sin mi hermana.
Matilde se baja
del colectivo. Le gustaría correr pero le da vergüenza. Apura el paso. Ya en la
esquina de su casa ve que Ramona se acerca por Teodoro García cargada con las
compras. Va a su encuentro y pese a la resistencia de la mujer agarra un par de
bolsas. Mañana vamos a comprar un changuito
decide ella te vas a reventar la espalda.
Es que antes tu mamá hacía la compra grande con el auto se justifica
Ramona. Sí, pero mamá se murió y todavía
falta para que yo pueda manejar contesta ella con rabia. No ve la hora de
sacar el registro. Capaz que a los dieciséis el padre la autoriza a manejar.
Recién piensa que hace más de una semana que el coche de su madre está muerto
de risa en el garaje. ¿Muerto de risa? Mamá
y el auto eran uno piensa. Tu papá fue
a buscar a Lorena al colegio le informa Ramona. El corazón de Matilde se
agita. ¿Por qué? Le dolía la panza. Me hubieras avisado se fastidia ella. Solo pueden retirarla los padres informa
la mujer. Sí, pero mi mamá se murió dice
por segunda vez en pocos minutos le voy a
decir a papá que me dé una autorización a mí. Sí, es urgente que aprenda a
manejar. Deja las bolsas en el piso y busca las llaves.
Marcelo termina
el balance. Le llevó más tiempo de lo calculado. No puede creer lo que le está
pasando. ¿Si lo hablara con Fernando?
Imposible. Hablar del engaño es reconocer su existencia. En tanto no hable el
problema no existe ni existió. El único inconveniente es Matilde. Una testigo
complicada. Y Bianchi reconoce. Eso
es más sencillo, puede cambiar de pediatra. Se agarra la cabeza con ambas
manos. ¿Puedo ser tan pelotudo? No
está en su ADN hurtarle el cuerpo a los problemas. Lo que pasó, pasó. Ya verá
como pone en orden sus sentimientos con respecto a Diana. Lorena no es su hija
pero es demasiado chica para ser notificada. Lo hará cuando llegue el momento. Cuando se embarace decide. Pero a
Matilde debe decírselo ahora. Que ella procese la información como pueda. No es mi problema piensa ya tengo demasiados. Acomoda los
papeles, apaga la luz y sale.
Matilde ni me preguntó por la tarea lo único que les
importa a todos es la panza de Lorena y Fede claro ni Ramona me retó porque no
terminé la leche ni nadie me manda a bañar.
Matilde está
enjuagándole la cabeza a Lorena. ¿Será mejor que mañana no vaya a la escuela?
Si sigue mal tendrán que llevarla a lo de Bianchi. Tendré se corrige. A lo mejor en los análisis salió algo. Los miércoles tiene Plástica, le parece. Lore, ¿te pidieron algo para dibujo? La nena abre los ojos de repente. Sí, ¡témperas!, si no la seño me mata, el
miércoles pasado me olvidé, ¡ay!, me entró jabón, pásame la toalla. Matilde
piensa que por suerte tiene témperas, ¿dónde las dejó? Cuando gira descubre a
Sofía en el marco de la puerta. ¿Qué
hacés ahí todavía seca?, apurate que pronto llegará papá. La nena en lugar
de quejarse se desnuda al instante. ¿Quién entiende a sus hermanas?
Agustina no sabe
qué hacer. ¿Traigo de nuevo la cuna? Anoche
se le partió el alma cuando lo escuchó llorar. Ramona le dijo que se calmó
enseguida, que lo dejara de nuevo en su cuarto, a tu mamá no le gustaría que durmiera con vos. Eso es cierto, pero
es lo único en que ella no estaba de acuerdo con su mamá. ¡Cómo lo dejabas llorar!
El agua está preciosa Matilde sí que sabe llenar la
bañadera.
Marcelo abre la
puerta. Ramo, ¡ya llegó papá! informa
Sofía enfundada en un camisón largo. Él se pregunta si antes los chicos cenaban
en piyama. Antes de que se muriera Diana
precisa. No tiene registro. Federico viene corriendo a abrazarlo. Sofía no. Él
lo alza, se acerca a la nena y le da un beso ¿Tus hermanas? le pregunta. Arriba,
Ramo me dijo que le avisara ni bien llegaras, por eso yo me quedé abajo
cuenta muy orgullosa. ¡Sofi!, llamá a las
chicas indica Ramona desde la cocina. Parece
que hoy te tiene de secretaria comenta él, sonriendo. La nena sube a los
saltos. ¡Chicas, chicas! grita a todo
pulmón.
Papá me dio un beso y me hizo bromas parece que
funciona esto de portarme bien.
El olor del pastel de papas me revuelve la panza con lo que me encanta capaz que me estoy por
morir y si me muero para colmo me voy al infierno.
El reino del revés piensa Matilde. Sofía come con
entusiasmo y Lorena se eterniza ante su puré de calabaza. ¿La mandará mañana al
colegio? ¿Debería consultarlo con su padre? Todavía no pudo estar a solas con
él. No entiende por qué le mintió. Lo mira. Está muy callado. La mitad del
pastel de papas todavía en su plato. Eso que está riquísimo. Todo hace rico Ramona. Federico come
tranquilo. Parece que aprendió del
quilombo de anoche. Agustina lo trata como siempre. Esperemos que hoy lo acueste
ella.
Marcelo no logra
conectarse con sus hijos. Ni siquiera lo intenta Su cabeza a mil mientras cena.
Deja los cubiertos y los mira. Uno por uno. ¿Serán todos suyos? Ya sabe que
todos no, ¿pero el resto? Lo único que arrojaría certezas sería un estudio
genético de toda la familia. ¿Para qué le serviría saberlo?, ¿eso lo absolvería
de tener que hacerse cargo de ellos? ¿Por qué Diana lo engañó?, ¿y si tenía una
doble vida por qué no abortó al saberse embarazada? Porque para ella no era un
asunto moral. En realidad sí quiso
abortar a Lorena y él no lo permitió. Pero
fue cuando supo que no era varón. ¿Puedo recoger? le pregunta Ramona. Él
primero se sobresalta y luego asiente. ¿No
le gustó? pregunta la mujer ante su plato inconcluso. No, no eso, no tengo apetito, muy rico, gracias. ¡Estás como yo, papi! exclama
Lorena. A él se le estruja el alma.
¿Un café sí? pregunta Ramona ¿o un tecito? Un té, mejor, Ramona, gracias. ¿Me traerías uno a mí,
porfi? pide Matilde. Quizá si se
quedan a solas su padre le comente algo. El silencio se hace incómodo. Cuando
Ramona se retira luego de dejar las tazas ella no aguanta más y aunque se había
propuesto esperar a que surgiera de su padre pregunta ¿retiraste los análisis? Él carraspea. Sí, hoy a la tarde. El adverbio de tiempo confirma que su padre
sigue montado en la mentira. ¿Cómo
dieron? Su padre decide que es imprescindible tomar el té porque solo luego
de beber media taza informa es A, se
habían equivocado. ¿Me los podés mostrar? Ahora él precisa vaciar la taza. Los dejé en la oficina. Matilde se
levanta. Ya no lo quiere escuchar. ¿Cuánto puede creerle?
Marcelo ve con
alivio que Matilde se aleja. No quise
mentirle piensa. Pero no lo pudo evitar. La decisión se tomó sola. Asunto
terminado. Además, ¿qué le importa a
Matilde? Él es el único damnificado. Y Lorena, claro. Pero eso es harina de
otro costal. Asunto terminado por ahora. Tiene mil cosas de las que ocuparse.
Ya habló con el abogado. Tendrán que hacer sí o sí la sucesión por el tema del
auto. No soporta verlo en el garaje. Su
presencia es prueba insoslayable de la ausencia de Diana. Diana. Todo tiene su beneficio secundario porque desde que se sabe
traicionado la rabia lo protege contra la insoportable necesidad de tenerla. Se
dirige al bar.
Matilde entra al
cuarto de Lorena. ¿Cómo te sentís? le
pregunta. La nena saca la mano de abajo del acolchado y la agita. Maso dice. Ella se inclina y le da un
beso. La nena la abraza.
15 Miércoles
Antes de
vestirse, Matilde va al cuarto de Lorena. Encuentra también a Sofía, hecha un
ovillo a los pies de la cama. Lorena
tiene los ojos abiertos. Matilde se acuclilla a su lado. ¿Cómo te sentís? pregunta tocándole la frente. Mal, me siguen las ganas de gomitar pero no gomito. En cualquier
otro momento ella la hubiera corregido pero ahora su cabeza gira a mil por
hora. Así no la puede mandar al colegio. Tratá
de dormir, ahora le digo a Ramo que te venga a ver, cuando yo vuelva de la
escuela llamamos al Doc. Sofía se sienta de un salto. ¡Yo tampoco voy! exclama. No
sabía que el dolor de panza era contagioso. Sofía se para. No me gusta ir al colegio sin Lorena. Dejate
de pavadas, si siempre están como perro y gato dice Matilde mientras gira
para mirarla. Su hermana está muy seria, parece a punto de llorar. Sin Lorena no puedo, Mati, porfi. A ella
le gustaría pedirle clemencia a alguien que la dispensara de tener que seguir
accionando cuando lo único que quiere es abrazarse a sus hermanas y dormir y
dormir. Sofía, ahora, se mete entre las sábanas al lado de Lorena. Matilde se
sienta en la cama y las mira. Se ven tan desvalidas. Está bien, quedate concede. La nena se le cuelga del cuello. Gracias, Mati, sos lo más. Casi no pesa.
Parece un pajarito.
Marcelo, camino
al baño, se cruza con Matilde saliendo del cuarto de Lorena. Hoy las nenas no van al colegio informa. ¿Por qué? pregunta. Lorena se siente mal y Sofi no quiere ir
sola. No es una consulta, es una decisión. Quince años tiene la mocosa piensa demasiadas alas.
Ramo, cuando puedas subí a ver a Lorena, no se
siente bien; hoy ninguna de las dos irá al colegio indica Matilde
y a Agustina le da rabia. Su mamá no la hubiera dejado faltar a Sofía. Quizá ni
a Lorena. Odiabas que faltáramos. Aquí no se crían flojos les decía. Pero
a Matilde no le importa lo que pensara su mamá. Ella hace lo que se le canta. Matilde le da rabia. Le da rabia pero
la envidia. Siempre está segura de todo. Mamá
también era así asocia ella de repente. En
eso se parecen. En eso solo. Te
extraño tanto, mami.
Ramo vino y ahora me trajo un té y le dijo a Fede
que no me moleste y Sofi fue a buscar las figus y me dijo que me va a dar la
que me falta para completar la hoja y me siento un poco mejor pero igual me
duele qué raro ni Agustina ni papi me dijeron chau.
Le di la figu a Lore y un bombón que tenía guardado
porque tanto no me gustan y no lo quiso y eso es grave y tengo miedo de que le
pase algo porque no me había dado cuenta de que es la única de la familia que
es casi como si fuera yo.
Ramo, ¿cómo sigue la gorda? averigua Matilde
en el segundo recreo. Ahora está
durmiendo, no quiso comer nada pero al
menos se tomó el té informa la mujer mientras
no sea el apéndice… Rocío al otro lado del patio le hace señas con la mano
pero ella cabecea. Ya no le gusta lo de Lorena. Su mamá sabía qué darles y
cuándo consultar. Pero yo no. ¿Y si
por su culpa le pasa algo a su hermanita? ¿Lo
llamo a papá? se plantea. Él sabe menos que ella. Tendría que llamarlo a
Bianchi. Pero no le gusta llamar. A veces su mamá le pedía y ella no tenía más
remedio. Cuando atendía la secretaria le pasaba pero igual le daba vergüenza.
Vergüenza y rabia. Yo no era la mamá. El
timbre la sobresalta. Va hacia el aula.
Contador, llama el Doctor Silvetti le informa su
secretaria desde la puerta. Marcelo se reclina en el respaldo de su sillón y se
echa el cabello hacia atrás con ambas manos. No está de ánimo para encarar la
sucesión. Decile que estoy en una reunión
indica. Vuelve al balance pero es inútil. No puede concentrarse. Diana me engañó se repite una y otra vez
como si todavía necesitara convencerse. ¿Cuándo?,
¿cómo?, ¿con quién? Tiene el cerebro embotado. Voy a intentar pensar se propone pero fracasa en el intento una y
otra vez. Hace unos días tenía cierto registro del embarazo y del parto de
Lorena. Ya no. Se le confunden todos. Se le superponen imágenes de distintas
épocas. La luna de miel, el noviazgo, vacaciones, alguna pelea, la depresión de
Diana, Diana haciéndole el amor. Perdí el
norte piensa. La secretaria vuelve a aparecer, entra y entorna la puerta. ¿Qué pasa ahora? le pregunta él con
injustificado fastidio. El señor
Fernando. ¿Por teléfono? La puerta
se abre. No, estoy acá, no tendrás más
remedio que atenderme dice su amigo con
su más amplia sonrisa.
A Matilde le
sudan las manos, La llave se le traba. Dejame,
abro yo dice Agustina. Matilde tira la mochila y sube la escalera a toda
velocidad. Encuentra a Lorena en la cama, dormitando. ¡Esta la comida! informa Ramona desde abajo. Matilde sale del
cuarto y cierra la puerta. ¡Ahora no
puedo! grita. Va a su cuarto, se sienta en el piso, inspira hondo y saca el
celular del bolsillo del blazer. El
doctor no está le informa la secretaria llamalo
al celular, ¿tenés el número? Ella lo agenda. El corazón le late
fuerte. Más todavía cuando reconoce la
voz de Bianchi. Soy Matilde, Matilde Monte
de Oca, mi hermanita Lorena no se siente bien desde hace días hace una
pausa para tragar saliva, si no corta rápido se va a poner a llorar y yo, Doc, tengo miedo y no sé qué hacer. Las
lágrimas no la obedecen y corren por sus mejillas. Tranquilizate, chiquita, en tres cuartos de hora estoy por allá.
Me comería una parrillada, ¿te prendés? propone
Fernando. Por supuesto acepta Marcelo ¿con papas fritas?. Si pecamos, pecamos completo dice su
amigo. La charla transcurre plácidamente por la inflación, el levantamiento del
cepo y Milagro Salas mientras las fuentes van bajando. Marcelo piensa que nunca
se sintió tan bien desde que murió Diana.
Se atora con un trozo de molleja. Su amigo le ofrece un vaso con agua. ¿Cómo estás? le pregunta y Marcelo sabe
que no se refiere a sus vías aéreas. Mal contesta.
¿La extrañás mucho? No es solo eso, estoy
abrumado, ¿sabés lo que es convertirse de buenas a primera en el único
responsable de cinco chicos? Se da
cuenta de que no ha sido una buena pregunta. No, su amigo no lo sabe ni lo
sabrá. Siente el fuerte impulso de sincerarse. Necesita compartir el peso del
engaño. Pero, por otro lado, no soportaría que la imagen de Diana que conserva
su amigo se modificara. Si él no habla sigue existiendo la mujer que tanto amó.
Mejor hablemos de otra cosa, necesito
distenderme dice y opta, ahora, por la copa de vino.
Agustina lo está ayudando a comer a Federico
cuando entra Matilde. Va a venir el Doc
informa mientras se sienta. Mejor
comenta Ramona tendiéndole el plato. Agustina piensa que, pese a todo, es una
suerte que su hermana se ocupe. A ella también le preocupa Lorena pero qué
puede hacer. Sofía bufa mientras desmenuza los zapallitos rellenos. No me gustan protesta. Tenés que comer un poco de verdura dice
Ramona. Pero no quiero. Probalos al
menos, les puse salsa blanca trata de convencerla la mujer. Me duele la panza. ¡¡Comé de una vez y déjate de joder!! grita intempestivamente
Matilde. Agustina ve como la cara de su hermanita se transforma en un instante.
Agarra el tenedor y entierra la vista en el plato. Agustina quisiera recordarle
a Matilde que su mamá odiaba las malas palabras pero no se anima. Los cuatro
siguen comiendo en el más rotundo silencio hasta que suena el timbre Es Bianchi dice su hermana levantándose.
Agustina aparta el plato. A ella también se le fue el hambre.
Marcelo abre la
puerta del estudio. Al menos me distraje
un rato piensa. Justo está sonando el teléfono. De nuevo el doctor Silvetti
le informa su secretaria tapando el tubo con la mano. Él cierra los ojos un
instante para espantar la imagen del Mercedes
de Diana. ¿Qué le digo? insiste la
mujer. La pesadilla no cesa. Pasámelo
dice, vencido, él.
Matilde se alisa
el jumper antes de abrir la puerta. Vine
rapidito, ¿viste? dice Bianchi mientras se inclina a darle un beso. Gracias, Doc dice ella Lorena está arriba. El médico le pone la
mano en el hombro y se dirigen hacia la escalera. Antes de subir ella,
instintivamente gira. Los cuatro ex comensales los observan desde la entrada de
la cocina. Contame que pasó le pide
Bianchi. Ella resume la situación durante los escasos minutos que les toman los
escalones. ¿Se puede? pregunta
Bianchi mientras empuja la puerta entreabierta. Lorena está sentada en la cama,
los ojos abiertos de par en par. ¿Me
podrías dejar a solas con esta señorita? propone Bianchi. A ella le da rabia
pero obedece. Va hasta su cuarto. No quiere que sus hermanas vean que fue
excluida.
El Doc me aprieta la panza y me pregunta si me duele
y también me pregunta si estoy triste y si la extraño a mi mamá yo no me había
dado cuenta pero le digo que sí y también me pregunta si empecé a sentirme mal
después de que me sacaron sangre y yo le digo que no porque me acuerdo de los
churros pero después pienso más y digo puede ser entonces me pregunta si me
preocupó que me sacaran sangre y le digo que no me dolió y me acuerdo de que
Mati y Agus se pelearon por eso pero no
le digo nada y me cuenta que me hicieron análisis solo para ver cómo estaba que
cada tanto se hacen aunque me parece que no es cierto porque las chicas me
dijeron que a ella nunca les tocó y me insiste con si estoy preocupada mientras
me acaricia la cabeza pero de infierno ni al Doc le puedo contar.
Matilde lleva a
Bianchi hasta el living. Tu hermanita no
tiene nada serio le dice me parece
que solo es emocional, ¿tenés los análisis a mano?, le indiqué también un
hepatograma. Él también la pone
molesta. Ella nunca habló con el doctor al respecto. Mi papá los tiene en la oficina, capaz que me los puede mandar por fax
comenta. Buena idea, veo que sos muy
operativa. Sofía espía desde la puerta. A Matilde le fastidia pero Bianchi
dice me parece que aquí hay otra señorita
que me quiere saludar. La nena viene corriendo y le da un beso. Él le
señala el sillón. Vení así me entretenés
mientras tu hermana resuelve algunas cosas,
¿me parece a mí o estás un poco más gordita? ¡Es que ahora como! le cuenta
la nena. Si, ¡montones de zapallitos! dice
Matilde mientras sale. ¡Yo cuando era
chico odiaba los zapallitos! A ella le llegan las carcajadas de los dos
mientras sube la escalera a los saltos.
Sofi se está riendo con el Doc y eso no vale porque
él me vino a visitar a mí mejor bajo total el Doc me dijo que no estoy grave
para nada.
Contador, teléfono comunica su
secretaria. ¿Quién es ahora? pregunta
Marcelo de mala manera. Su hija Matilde. Él
se alarma. Matilde se maneja siempre por what´s app. Atiende. Hola, papá, Bianchi está en casa y necesita
los análisis de Lorena, te llamé por este teléfono para que me los mandes por
fax. ¿Qué hace Bianchi en casa? Después te explico, Lorena está bien, pero
ahora estoy apurada. El cerebro de él trabajando a mil por hora. Enviar los
estudios es poner en evidencia ante su hija que le mintió. No puede mandarlos. No los tengo aquí se excusa decile que después se los acerco al
consultorio. Silencio, insoportable silencio. Papá, mándame los estudios de una vez, no soy tonta, ya me di cuenta de
que la Lorena es B. Marcelo siente que se marea. En su vida pasó mayor
vergüenza. Sin poder evitarlo, corta. Intenta regularizar la respiración.
Cuando lo logra abre el cajón y busca el sobre. Sale de su oficina y se lo
tiende a la secretaria. Por favor, mandaselos
a Matilde por Fax, me voy a tomar un café informa regreso en un rato. Mientras espera el ascensor se pregunta si
habrá alguna posibilidad de no tener que regresar esta noche a su casa. Ni esta noche ni nunca más.
Matilde necesita
unos minutos para recuperarse. No me
gusta tener este papá piensa. Su certeza es absoluta: mis hermanos dependen de mí. Baja la escalera tan despacio como
puede. Encuentra a Bianchi de gran charla con las tres chicas, Federico sentado
en la falda. Al verla entrar las nenas callan. Toy con doc informa Fede. Bianchi deposita al nene en el piso.
Matilde siente que el papel le quema en las manos. Quizá el hombre lo percibe
porque indica ahora déjenme un ratito
solo con Matilde. Los cuatro salen de mala gana. Veni, sentate propone él. Ella obedece y le tiende los estudios. Él
los mira. El hepatograma está perfecto
como imaginaba y le sobran glóbulos rojos. Ella siente que transpira aunque
no tiene calor. Luego de unos segundos de silencio Bianchi pregunta ¿vos viste los resultados? Ella asiente
con la cabeza. ¿Todos? Ella quisiera evaporarse pero no tiene más
remedio que volver a asentir. ¿Querés
hablar conmigo del tema? propone él. A ella le da vergüenza decir que no
por eso calla. No quiere hablarlo con él ni con nadie. No logra desprenderse
del engaño de su padre. Bianchi se incorpora. Me esperan otros niñitos dice. ¿Qué
hago con mi hermana? pregunta ella, alarmada. Nada, ya se le pasara, que coma solo lo que quiere. ¡Si es por ella
revienta! No Bianchi es enfático confío
en que comenzará a modificar su vínculo con la comida. Matilde lo mira:
Bianchi le da paz. Desde chiquita. Gracias,
Doc dice gracias por todo. Él le
acaricia el cabello.
Agustina espera
que Matilde despida a Bianchi y la intercepta. ¿Qué te dijo? pregunta. Que
Lore no tiene nada. Agustina odia que su hermana la tome por tarada. ¿Cómo que no tiene nada?, ¿por qué le
sacaron sangre? pregunta. Ya tenés
bastante con Fede dice Matilde e intenta alejarse pero ella la agarra de la
camisa. Mati, por favor pide. ¡¡Dejame en paz!! grita su hermana antes
de salir corriendo.
Otra vez las chicas se pelearon por mi culpa yo no
sé qué está pasando.
Me tengo que ir de acá piensa Matilde.
La va a llamar a Rocío. O a Martina. No
quiero verlo a papá, no sé cómo le da la cara. Percibe que la opinión que
tiene sobre su padre desciende minuto a minuto. Con razón que mamá lo engañó piensa y como por arte de magia la
bronca pasa de uno a otra. Pobre papá.
Agustina propone ¿quién
quiere ir a la plaza? Sus tres
hermanos gritan, alborozados. Necesita salir de la casa. Matilde se fue sin
siquiera saludarla. Ramo, no venimos a merendar
informa ella mientras busca galletitas y un cartón de jugo de la heladera. Sofi, agarra los vasos indica y vos, Fede, buscá los baldes. ¡¿Y yo?!
pregunta Lorena. ¡Vos sacate el piyama!
Yo no sé cómo viviría sin mis hermanas.
Se ve que el Doc dijo que no tengo nada a lo mejor
fue de tanto que comí capaz el chocolate y los churros papá tenía razón tres
fueron demasiados por las dudas solo me como una galletita de agua.
Hasta mañana, contador se despide la
secretaria. Marcelo se incorpora y mira por la ventana. Ejércitos de transeúntes apurados por volver a su hogar. Perdí mi hogar piensa. Ya son las ocho. Seguramente Ramona tiene la comida preparada. No quiero ir piensa. No voy a ir. Se dirige al teléfono.
Agustina corta,
contrariada. Papá no viene a cenar le
comunica a Ramona. Ni Matilde tampoco
dice la mujer mientras pone la mesa. Ella experimenta una súbita angustia. Ramo, poné en la cocina ordena y sentate con nosotros. Como mande la patroncita dice la mujer,
en mal tono, mientras recoge los platos. Agustina tiene miedo. No podría
soportar que Ramona se enojara. Perdoname,
Ramo pide mientras los ojos se le llenan de lágrimas. La mujer se seca las
manos en el delantal y la abraza.
Lo extraño a mi papi que quería contarle que vino el
Doc y dijo que estoy sana pero estoy contenta porque Ramo hizo pollo y como le
gané a Sofi con el huesito de la suerte pedí de deseo que me perdonen del
infierno.
Qué raro que seamos tan poquitos por eso Ramo se
sentó con nosotros y como Matilde no está lo malo es que Agus se hace la
mandona pero lo bueno es que zafé de bañarme.
Matilde cena
pastel de papas en lo de Martina. Ni punto de comparación con el de Ramona. ¿Qué habrá cocinado? Se olvidó de
comentarle que Bianchi dijo que Lorena ya puede comer de todo. Si se siente
bien, claro. ¿Cómo estará la gorda?
Mañana es jueves, ¿Sofía se acordará de la flauta? Che, Mati, mamá te está preguntando si querés más la sobresalta su
amiga. Perdón, no, no, gracias contesta
ella. En cuanto termine de cenar llamará a su casa.
Marcelo invirtió toda la cena en rememorar el
embarazo de Lorena. Nada nuevo. La
certeza de Diana de que sería varón, la posterior decepción, el propósito de
abortar, la cesárea, la depresión de Diana. Mala época para él. Fernando de
viaje y la relación con Alberto cortada.
Diana había sido muy amiga de Patricia. Entre ellas se produjo un fuerte
quiebre que arrastró la relación con su amigo. Pide la cuenta. La mitad de la
pizza queda en su plato. Ni ganas de tomar café. Y eso es grave.
Mati llamó para preguntarme si había preparado la
flauta y le dije que sí pero no es verdad menos mal que la tengo a ella que
siempre me salva.
Mati llamó para ver cómo me sentía y le conté que
mejor entonces me dijo que le avise a Ramona que mañana me despierte para el
cole porque mi papá ya no me despierta más.
Agustina atiende
el teléfono. Es Matilde. Le cuenta que su papá no vino a cenar. Su hermana comentó ¡no te
puedo creer! Lo dijo mal. Siempre está enojada con su papá. No sé qué mierda le pasa.
Marcelo abre con
cuidado la puerta de entrada. Silencio absoluto. Por hoy zafé piensa.
Marcelo entra a la cocina. Agustina está
desayunando. Ramona le ofrece café. ¿Cómo
estás? le pregunta a su hija. Bien
contesta ella con la boca llena, traga y repregunta ¿y vos?Qué decirle. Durmiópésimo,
se le parte la cabeza.Todo en orden
miente. Desorden. Caos. El universo
tiende al desorden. Entropía, cree recordar. Por cambiar de tema pregunta ¿cómo sigue Lorena? Mejor informa
Agustina dijo Matilde que hoy vaya a la
escuela. Él siente que mengua. Ya es un enano, ya un mosquito. Una
cucaracha, mejor. ¿Qué pasa que no baja?inquiere.
Se quedó a dormir en lo de Martina ¿no te
avisó?No, no le avisó.No le consulta nada la mocosa. Voy a saludar a las nenas dice por salir de la insoportable
sensación.
Abrí los
ojos y estaba mi papi qué suerte ahora le voy a contar del doc.
Papá me
vino a despertar y yo que tenía miedo de que se hubiera cansado de nosotros y
de que no volviera más.
Marcelo detenido en un semáforo gira hacia atrás.
Agustina le sonríe. Mágica sonrisa que le devuelve la paz. Repara recién en que
la chiquilina está viajando sola atrás.
¿Por qué no te pasás? le propone. Su hija hace un gesto de sorpresa.
Su papá le dice que se siente adelante.Ella agita la
cabeza. Porque ese sigue siendo el lugar de su mamá.
Matilde busca a Agustina en el recreo. Su hermana se
ilumina al verla. Hay tanta entrega en su cara que a Matilde le da culpa.
Siempre le da culpa Agustina. ¿Querés que almorcemos en Mac? le
propone. La sonrisa de su hermana es un arcoíris.
La
maestra se dio cuenta de que falté y me pregunta y le cuento de la panza de
Matilde y del doc y me toca la cabeza y todo.
Marcelo termina su clase satisfecho. Bálsamo para el
alma tantas miradas jóvenes posadas sobre él. Pobres, me admiran piensa si
supieran…No tiene ganas de volver al estudio ni de ver a su secretaria. Siempre me trae problemas.Va al bar de
la esquina de la facultad. El bullicio ensordece. Es lo que buscaba, no quiere
pensar. Pura juventud. Energía en el ambiente. Se sienta contra la ventana.
Pide un café y un tostado. Está hojeando el diario cuando Feldman entra al bar.
Calzas. Pollerita corta. Excelentes piernas. Lo ve y sonríe. Se acerca. Qué raro usted por acá.Su vista recorre
las mesas. Quizá porque no encuentra a nadie conocido pregunta ¿me puedo sentar?Él se sorprende hasta
las vísceras pero pliega el diario y dice por
supuesto. Ella se saca el morral, deja libros y cuadernos sobre la mesa. No me gusta comer sola se justifica
mientras se sienta.
Le pedí
a la seño que me deje sentar con Lore porque estuvo enferma y se rió pero me
dijo que sí.
Matilde se acerca con la bandeja a la mesa que
Agustina está reservando. Estaba antojada
con Macse justifica mientras se sienta. En
casa te devuelvo la plata, no sabía por eso no traje se disculpa su
hermana. No, yo invitodice ella y
Agustina la mira sorprendida. ¿Por qué?
Como no tiene respuesta dice porque sí.Mientras
comen hamburguesas y papas fritas hablan del colegio. Mañana tengo prueba de geografía informa Agustina. Después te pasó la que me tocó a mí, siempre
toma lo mismo ofrece ella. Charlan luego de Federico. Ella insiste con que
su hermana lo malcría. Se hace un repentino silencio. Agustina lo rompe Mati ¿por qué siempre estás enojada con
papá? A ella se le va el buen humor.
A vos qué te importa dice mientras recoge los restos y se incorpora.
Antes de que Feldman termine de acomodarse se
aproxima un muchacho a la mesa. Hola,
Flor, te estaba buscando dice hay que
inscribirse antes de la dos. La chica
mira el reloj. Estamos jugados dice mientras se levanta y luego agrega perdón, profe y se va. Marcelo queda
desconcertado. No sabe si lamentarlo o alegrarse. Le da otro par de mordiscos
al tostado y llama al mozo.
Matilde, en el colectivo, trata de retomar el
diálogo pero su hermana le contesta con monosílabos.Tiene razón, me saqué piensa ella pero no le dice nada y se
concentra en su celular. En cuanto llegan Matilde se mete en su cuarto. Se tira
en la cama. Pero no logra relajarse. Rebotan en su cabeza Lorena, su papá, su
mamá. ¿Qué hará su padre?, ¿aceptar tan tranquilo una hija que no es suya?, ¿le
interesará al menos saber con quién fue engañado? Trata de acordarse de su mamá
en esa época. Ella tenía ocho años. Recuerda cuando fueron a conocer a Lorena
al sanatorio. También cuando la trajeron. Entró a la casa en brazos de su padre
y se la dio a ella. Le llega pegajosa la tristeza de su mamá. Depresión dijo Ramona y ella buscó en
Internet. Depresión puerperal. Justo
con Lorena. Cuando nació Federico también se puso mal pero recién había muerto
la abuela. ¿Quién era mi mamá? piensa
Matilde. Pasaba de la risa al grito como un gato de una rama a otra. Siente la
necesidad de verla. Al menos en fotos. Se levanta y baja. Busca en el living
los álbumes. Los saca y los lleva a su cuarto. Suerte que todavía no llegaron
las nenas.
Marcelo regresa al estudio tratando de organizar su
día. Ni bien llega le pide a la secretaria un café y se recluye en su
escritorio. Analiza su agenda rebozante. Soy
un hombre muy ocupado enuncia con infantil orgullo. Qué sentido darle
vueltas a lo que no tiene solución. Es un viudo con cinco hijos a cargo. Ya
está. Es así. Abre el bibliorato de Cercosur.Vuelvo
a ser yo se reconoce, aliviado.
Matilde
se sienta en el piso. Ordena los álbumes por fecha y abre el primero. Un
retrato a página completa de su mamá. Queda sobrecogida. Su mamá era más que
bella. Luego del primer impacto regresa sobre la imagen. ¿Me parezco en algo? se pregunta. Busca en el celular entre sus
fotos hasta que encuentra una en posición similar. Pone la pantalla al lado de
los veinte años de su madre. Va comparando rasgo por rasgo. Por separado todos
son similares. Hasta demasiado similares. Sin embargo no se descubre en el conjunto.
Mamá tenía… No encuentra la palabra. ¿Brillo?, ¿luz? Algo que partía de su
rostro pero lo trascendía. Cuando su mamá entraba a un lugar era imposible
obviar su energía. Se apoderaba de mí
determina. Da vuelta la hoja. Su papá ahora. ¿Quétendría? Saca cálculos. Unos
treinta y cinco. También se impresiona. Tenía
toda la onda. Con razón que consiguió a su mamá a pesar de la diferencia de
edad. Busca en su celular una foto de él actual. El día que fueron al cine.
Amplía su rostro. A pesar de sí misma tiene que reconocer que sigue siendo un
hombre…. Busca otra vez la palabra que se le escapa. ¿Interesante?, ¿atractivo?, ¿buenmozo?
Una vez Rocío le comentó que parecía un actor. El problema no es por fuera piensa. En la tercera están juntos. Él
la mira que parece que se deshace. Da vuelta con rabia. Sigue mirando. Hasta
que se topa con su madre embarazada. De
mí piensa. Se la ve radiante. Luego entrando ella en escena. Qué raro verse
tan pequeñita. Obvio que ya las conocía pero hoy es otro el impacto. Observa a
su madre. Parece una chica con una muñeca nueva. Su padre solo aparece en
alguna que otra foto mal sacada. Evidentemente él era el fotógrafo. La
sorprende pensar que su padre tuvo que invertir muchos minutos de su ¨valioso¨
tiempo tras la cámara para pescarle una sonrisa. En el siguiente álbum hace
aparición Agustina. Qué hermosa beba. La pelusa rubia formando un halo
alrededor de la cabecita redonda. Y desde principio esa sonrisa que derrite el hielo como decía su mamá.
Ya no le parece una chiquilina. Se la ve… orgullosa
define. Siempre fue especial con Agustina su mamá. Ella muy seria, la mano en
la boca, asomándose a la cunita. Esa era
la hermana con la cual hoy compartió las hamburguesas. Algo se le afloja
adentro. Hojea rápido hasta llegar al nacimiento de Sofía. Una beba pequeñita y
oscura define. Los ojitos como
brasas. El rostro de su madre se va animando a medida que transcurren las
imágenes. Parece divertida. Matilde
disminuye ahora, la velocidad de avance. Más allá de ellas cuatro, alguna
imagen fuera de foco de su padre, algunas de sus padres con dos parejas de
amigos, es una constante la presencia de su abuela. Sin embargo a ella le falta
el registro interno de dicha presencia. Quizá porque cuando su abuela venía su
madre se eclipsaba como madre, pura hija. Tiene que reconocer que su padre fue
bastante constante. Por más que el caudal de fotos fue disminuyendo ha seguido
registrado con cierta frecuencia la evolución de la familia. Ya imágenes de su
madre embarazada de Lorena. Ellas tres merodeando sin ser nunca el centro.
Matilde revisa, ahora, las fotos desde esa óptica. Siempre su madre en el centro
de la escena. Claro, las sacó papá reflexiona. Su madre que meses anteriores se veía radiante, comienza a opacarse a
medida que la panza le crecía. Luego escasas fotos del nacimiento. En el sillón
del sanatorio, las cuatro. Ella sosteniendo, orgullosa, a la hermanita. Ni una
de Lorena con la mamá. Un primer plano de la beba. Carita redonda. Siempre cachetona la gorda piensa con
una sonrisa. Más adelante fotos de Lorena con Ramona. Otra de ella sosteniendo
a la hermanita que la mira. ¿Mi hermanita?Solo un instante de
infinito desconcierto. Luego piensa, aliviada, que sigue siendo su hermana. La
madre en común. Se le llenan los ojos de lágrimas. Cierra el álbum. Pobrecita.La aguda necesidad de
abrazarla.
Agustina
va a buscar a Matilde para merendar y la ve salir del cuarto cargada de
álbumes.¿Qué estuviste mirando? pregunta
ella. No jodasle contesta su hermana.Su
mamá siempre le decía Matilde tiene
demasiado carácter. Decía también suerte
que existís vos.Pobre mamá, era demasiado sensible.
Marcelo aparta
los papeles. Está cansado. Hace horas que trabaja sin pausa alguna. Satisfecho
también. Logró ajustar varias diferencias. Se echa hacia atrás en el respaldo y
bosteza. Momento en el que se le aparece el rostro de Matilde. Se endereza
involuntariamente. Se había olvidado. De ella, de Lorena, de Diana, de todo.
Bendito trabajo. Mira el reloj: por suerte todavía es temprano. Retoma las
liquidaciones.
Matilde ni me mira suerte que Agustina
se olvida un poco de Fede y me insiste para que coma está bueno el bizcochuelo
que hizo Ramo.
Matilde está más que rara no para de
hacerme bromas capaz está contenta porque ya me curé de la panza y no tiene que
ocuparse más de mí.
Matilde
comprueba que sus hermanas están distraídas y se cuela en el cuarto de sus padres.
Abre el placard: sigue la ropa de su mamá. Tendrá que tomar una decisión al
respecto. Nada se mueve en esta casa si
yo no me ocupo. De todos modos, debería consultarlo con su padre. Capaz se
enoja. Por lo que me importa. Levanta
la vista. En el estante superior varias cajas. Ni siquiera sabe qué está
buscando pero arrima una silla y se sube.
Agustina
ve como Matilde se mete en el cuarto de su mamá y cierra la puerta. Se llena de
rabia. Seguro que está revisando todo. Ella
no tiene ningún derecho a tocar tus cosas, mamá.
Hoy tengo ganas de verla a mami a veces
me decía dónde está mi lauchita flaquita y me hacía cosquilla muy de vez en
cuando claro pero a veces sí y hoy tengo muchas ganas de que alguien me lo
diga.
Marcelo
está preparando la clase de mañana. Recuerda a Feldman y sonríe.Flor dijo el
chico. ¿Florencia? Le hace acordar a
Diana. Igual de decidida. No tan linda, claro. ¿Por qué se habrá sentado con él
la chiquilina?, ¿estará buscando que le suba las notas? No le hace falta reconoce excelente
estudiante.Diana también era brillante. Una lástima que hubiera abandonado
la carrera. Eso que él la impulsó. Pero ella solo deseaba niños y más niños. No
quiere pensar en Diana. No va a pensar en Diana. Se sumerge en su clase. Tengo que deslumbrar a mi admiradora se
burla de sí mismo.
Matilde
baja la primera caja. Multitud de dibujos y cartitas infantiles. Reconoce
varias con su letra. Va a leerlas cuando cierra la caja con brusquedad. La sube
y baja otra, llena de agendas. Saca cuentas. Lorena tiene siete años o sea,
nació en el 2008. El 14 de agosto del 2008. Localiza las agendas del 2007 y
2008, las saca y devuelve caja y silla a su lugar. Esconde las libretas debajo
de la remera y sale.
Basta, Fede dice Agustina.
El nene le sigue tirando agua en la cara. A ella le sube una rabia sorda. ¡Te dije que basta! le grita. El nene la
mira con los ojos muy abiertos y hace un puchero. A Agustina se le parte el
corazón. Busca la toalla, lo saca y lo abraza. El nene se le cuelga del cuello.
Ella se seca las lágrimas con la punta de la toalla.
Hasta mañana, contador se
despide su secretaria desde el marco de la puerta. Hasta mañana, Andrea. Siete y media pasadas, hora de regresar. No
ir hoy sería un exceso. Se pone el saco, junta los apuntes de la facultad,
apaga la luz y sale. No le voy a decir
nada decide mientras camina hacia el auto.
Matilde
cierra con llave la puerta de su cuarto.
Se tira boca abajo sobre la alfombra y abre la agenda del 2007. En la segunda hoja el calendario del todo el
año. Círculos en cada mes. Matilde ya
sabe lo que significan. Cuando ella menstruó por primera vez la mamá le indicó
que debía registrar siempre la fecha. Círculos azules desde enero a octubre sobre
el fin del mes. En noviembre un cuadrado fuertemente remarcado a mediados de
mes. Nada en diciembre. Abre la agenda del 2008. Círculos azules a mediados de octubre, noviembre y
diciembre. Regresa a la primera. ¿Qué marcó su mamá?, ¿la fecha de ovulación?
¿lo habría hecho en todos los embarazos? Matilde se apresta a buscar más
agendas cuando la llaman a cenar. Mañana se
dice.
Marcelo
entra. Los chicos están viendo televisión en el living. Al escucharlo apagan y
vienen a saludarlo. Federico se le cuelga de las piernas. Él lo alza. Minutos
después Ramona convoca a cenar. Agustina le sustrae al nene. A lavarse las manos indica a sus
hermanas. ¡Ya me bañé! trata Sofía de
zafar. ¡Yo también! se prende Lorena.
¡¡Vamos!!Bufando se dirigen al baño.
Él se ubica en la mesa. Las nenas se van sentando. Agustina ubica a Fede en su
sillita. Ramona deposita la fuente sobre la mesa. Él no se anima a preguntar
por Matilde. Quizá hoy tampoco está
piensa aliviado. ¡Mati! grita Agustina
¿venís o sirvo yo? Le responden el
retumbe de los pasos en la escalera. Matilde llega agitada y se sienta. Ni me saludó registra él. Agustina va
pasando los platos que Matilde llena. Costillitas de cerdo, jamón, ají, papas a
la española, arvejas. Casi a la riojana
piensa él Ramona es un crack. Yo no
quiero ají dice Sofía ni arvejas. Vos
te callás y comés todo indica Matilde
te serví poquito. Dame más se queja Lorena al recibir su plato. Acordate de tu panza y no te quejes porque
le pido a Ramo que te traiga arroz. Federico come las papas con la mano con
cara de suma alegría. Agustina le corta la carne. Todo sigue igual piensa él reconfortado. Hasta que al recibir el
plato su mirada se cruza con la de Matilde. Dura. Inconmovible. Baja la mirada
y se concentra en la comida. Exquisita. Un lujo Ramona. Diana se la dejó bien
entrenada.
Qué suerte que de nuevo estamos todos y
aunque Matilde me obliga a las arvejas
no están tan feas.
Estoy comiendo despacito para que me
dure porque Matilde no me deja comer más por suerte no me deja si no me vuelve
la panza.
Buenas noches dice Matilde en
cuanto termina la ensalada de frutas. No quiere quedarse a solas con su padre.
Está levantándose cuando Lorena pide ¿me
mirás la tarea?¿A esta hora?, te hubieras acordado antes. ¡Si vos te encerraste
en tu cuarto toda la tarde! A
Matilde se le detiene el corazón, ¿qué habrá visto su hermanita? Dale, apurate dice para que la nena no
siga hablando. Ya en la escalera gira instintivamente la cabeza y se encuentra
con los ojos de su padre. Ambos desvían la mirada.
Matilde no me miró la tarea pero no me
importa total era muy fácil se la mostraría a papá pero se ve que está cansado
porque casi no habló y Agustina para variar ya está con Fede.
Marcelo
ve como sus hijos se van levantando. El café llega cuando ya no queda ninguno.
Observa el trajín de Ramona sacando la mesa. Ellos siempre se quedaban tomando
el café, único momento del día en que podían charlar tranquilos. Nunca había
registrado que los chicos se acostaban solos. Se plantea ahora, que Ramona no
estaba a la noche. ¿Qué pasaba con los platos? Alguna imagen vaga de las
mayores rumbo a la cocina. Quizá los dejaban en el lavavajillas porque ellos sí
llevaban las tazas de café y no conserva imágenes de la cocina embarrullada.
Luego subían directo al dormitorio. Tal vez se equivoca y Diana recorría los
cuartos. Él seguro que no. Toma el último trago y alcanza el pocillo a la
cocina. No se hubiera molestado dice
Ramona. Está por salir cuando se detiene. Ramona,
¿le puedo hacer una pregunta? Lo que mande, señor. ¿Quién lavaba los
platos hace una pausa antes? La mujer parece sorprendida. ¡La señora Diana!, bueno, con el
lavavajillas, claro, a lo sumo me dejaba alguna cacerola pegoteada. Buenas
noches dice él que descanse, la cena
estuvo espléndida. Gracias, señor, si quiere comer algo en particular no tiene
más que pedirme, la señora armaba los menús pero yo ya conozco el movimiento de
la casa. Él sube. En el hall de arriba se detiene. Silencio. Se acerca al
cuarto de Sofía. La nena duerme. Él se acerca y la tapa. La puerta de Agustina
está abierta. No hay nadie. Va hasta el cuarto de Federico. Solo la luz de un
pequeño velador. La chica golpea suavemente la espalda del nene. Al verlo se lleva la mano a la boca indicando silencio.
Se incorpora con delicadeza y sale en puntas de pie. Me costó dormirlo informa en un susurro. Él le da un beso y le pasa la mano por el
cabello. Gracias le dice. ¿Por qué? pregunta ella levantando las
cejas. Por cuidar al nene. ¡Es mi hermano
dice! desplegando su beatífica sonrisa. La puerta de Lorena está entornada,
la luz encendida. Cómo le cuesta entrar. La
nena no tiene la culpa atina a decirse. ¿Quién
está ahí? pregunta Lorena con voz temblorosa. Soy yo informa entrando. Creí
que era un moustruo. ¿Tan feo soy? dice mientras se sienta en la cama. ¡Vos sos relindo! Él le acomoda las
sábanas, le da un beso y se incorpora.
¿Te apago la luz? propone.¡¡No!!,
igual mamá no se entera. Marcelo traga saliva. ¿En qué mundo vivió? Sale.
Frente al cuarto de Matilde duda. Está
cerrado intenta justificarse. Y sigue de largo.
Papi vino a darme un beso y no me reto
por la luz capaz no pasa nada si la apago.
Matilde
abrió Internet. Ovulación pone en el
buscador. Siente unos pasos junto a su puerta. Es papá reconoce. El corazón se le agita. Cierra inmediatamente la
página. Pero los pasos se alejan. Apaga la computadora. Ya es tarde. Mañana
se dice.
17 Viernes
Luego de
despertar a las nenas Marcelo baja. En la cocina encuentra a las dos mayores. Papá, Ramona precisa dinero para las compras
comunica Matilde a lo mejor conviene que
le hagas una extensión de la tarjeta, porque nos estamos perdiendo todos los
descuentos, me parece que a mí recién podés cuando cumpla dieciséis, vos debés
saber. Sí, es él el que debería haber pensado en el asunto. Esta chica lo único que quiere es hacerme
pasar por estúpido. Para afirmarse dice depende
del banco, algunos lo permiten desde los catorce años. Como la chica se
queda mirándolo fijo él necesita agregar lo
voy a pensar. ¿Más café, señor? Ramona, por suerte, rompe el silencio.
Matilde es increíble piensa
Agustina. Ahora se le ocurrió lo de la tarjeta. La tranquiliza saber que para
todo, siempre, está. Superhermana tengo.
Me apuré en bajar pero ya se habían ido
casi le pido a Ramo que me diga lauchita.
Matilde
se acoda sobre el banco. La mañana se le hace eterna. Un esfuerzo seguir la
clase, aunque Biología le encanta. ¿Eso les pasará a sus compañeros que les va
mal? Le gustaría preguntarle a la profesora por lo de la ovulación pero no
tiene nada que ver con lo que están viendo. Cuando levanta la mirada se topa
con los ojos de Mariano clavados sobre ella. Él le sonríe. Ella se turba.
Marcelo
concluye la clase antes de lo calculado. ¿Aceleró o se olvidó algún tema? Los
alumnos lo miran expectantes. Los que
quieran pueden retirarse, aprovechen estos diez minutos para despejar dudas. El
bullicio es repentino. El grueso de los estudiantes se va retirando. Él se
sienta frente a su escritorio. No le sorprende ver que Feldman se queda en la
clase. Una decena de alumnos va presentando diferentes dudas. Cuando se aquieta
el flujo se acerca Feldman. No me quedó
claro el concepto de tasa marginal de sustitución dice. Él le explica con
entusiasmo. En un momento se para y comienza a escribir fórmulas en el
pizarrón. Se acerca el muchacho del bar. ¿Te
espero, Flor? propone. Anda yendo al
bar, te veo allí indica ella. Él continúa su tarea. ¿Te quedó claro? pregunta cuando termina de desarrollar el tema. Espectacular, profe, muchísimas gracias. Él
recoge las cosas. ¿Va al bar? le
pregunta ella. Él evalúa rápidamente la situación y contesta no, hoy no, apurate que te están esperando.
¡Por mí! exclama ella sonriendo mientras se cuelga el morral. Él la observa salir. Podría ser mi hija piensa.
Agustina mira a su hermana todavía sentada ¡Mati, la parada! exclama. Matilde,
varios asientos más adelante, se incorpora de un salto. Hoy está fatal. Parece una momia piensa ¿qué le pasará? Mientras bajan se
corrige, Matilde considera que yo soy una
momia, como si no existiera. Caminan a la par. No se anima a preguntarle
nada porque no quiere ser maltratada. También quisiera contarle lo que le pasó
con Valeria. Pero las palabras se le atrancan en la garganta. Llegan antes de
que logre destrabarlas.
Ya está la comida anuncia
Ramona ni bien entran. Matilde se dirige al baño. Antes de llegar la intercepta
Federico, las manitos en alto. ¿Me avás? Cuando
lo levanta frente a la canilla lo siente muy pesado. ¿Cuánto hace que no lo
alza? Agustina no me deja oportunidad
piensa. Antes de devolverlo al piso le resopla en el cuello. Las carcajadas del
nene. ¡Más! exige. Ella repite el
juego y luego lo aprieta con fuerza. Es tan tiernito. ¡Vengan que se enfría! ordena Ramona. Matilde entra a la cocina
con Fede aún en brazos. Panqueques de espinaca. A mamá le encantaban recuerda.
La maestra nos hizo copiar una nota en
el cuaderno de comunicaciones que dice que nos vamos de excursión a Temaiken y que necesita familiares para que nos
acompañen mi mamá se murió aunque igual no hubiera ido papá nunca vino al cole me
queda Matilde pero ella también va a la escuela.
Marcelo
camina un par de cuadras. No quiere toparse con alumnos. Con Feldman piensa. Opta por un restaurante. Los precios le
garantizan la ausencia de jóvenes. A
Diana le gustaría evalúa. Le hubiera
gustado se corrige. Diana. Siempre se inmiscuye. No quiere pensar en ella.
En su traición. Por primera vez se pregunta cómo habría reaccionado él si se
hubiera enterado del engaño antes. Antes de su muerte necesita decirse. ¿La habría enfrentado?,
¿habría prescindido de ella en aras del honor?, ¿habría enfrentado la burla
generalizada? Menos mal que se murió
se encuentra pensando y cuando se da cuenta es tarde, ya lo pensó. Se va a
volver loco. Necesita hablarlo con alguien. ¿Fernando?, ¿un psicólogo? Alberto era psicólogo recuerda. ¿Un
psicólogo? Nunca fue a un psicólogo. Lo último que le falta. Cabecea y se
enfrasca en el menú.
Matilde
espera que Agustina vaya a acostar a
Federico y se mete en el cuarto de sus padres. Busca la silla y repite el
procedimiento, Baja la caja y para apurar el trámite se la lleva completa. Se
encierra en su cuarto.
Agustina
logra que Federico se duerma. Va al baño. Cuando se baja la bombacha descubre
una mancha de sangre. Se marea. Se agarra con ambas manos de la tapa del
inodoro. No tengo mamá es su primer
pensamiento. Se queda unos minutos sin saber qué hacer. ¿Matilde o Ramona? Mejor mi hermana decide. Pero no se
anima a levantarse. Por suerte trajo el celular.
Matilde
ya revisó casi todas las agendas. Todos los calendarios tachonados de círculos,
salvo los meses correspondientes a los embarazos. Nunca un cuadrado a mitad de
ciclo. En eso está cuando suena el celular. WhatsApp de Agustina. Qué extraño. Estoy en el baño, vení solo dice.
Matilde se asusta y sale corriendo.
Agustina,
los ojos cerrados, escucha los golpes. Entrá
dice, muerta de vergüenza. Matilde abre y cierra la puerta antes de que ella se
anime a mirarla. ¿Qué te pasó?
pregunta su hermana. Agustina siente que las lágrimas le ruedan por las
mejillas. Matilde se arrodilla. No seas
tontita le dice y luego agrega qué
suerte, ahora somos dos.
El
bullicio de las nenas contando de la escuela se mezcla con el parloteo
indescifrable de Fede mientras desmenuza las galletitas en la leche. Pero hoy
no tiene ganas de retarlo. ¿Soy la misma?
se pregunta. En cuanto termine de merendar la llamará a Valeria. De pronto
recuerda el distanciamiento y se le encoge el alma. Se prometió que no sería
ella la que aflojara pero necesita contarle. ¿Te sentís bien, Agus? pregunta intempestivamente Ramona estás pálida. Segundos después agrega y ahora colorada, ¿tendrás fiebre?
pregunta la mujer mientras se acerca y le roza la frente. No me pasa nada contesta ella, la vista baja. ¿Seguro? Cuando la sube
descubre a Matilde las cejas levantadas, el dedo cruzado sobre los labios en
señal de silencio. Mira entonces a Ramona. Sonríe.
Agus está rarísima ni le preparó la
leche a Fede Ramo también se dio cuenta capaz está de la panza como antes yo.
Escuché a Agus que hablaba por teléfono
con Vale y lloraba seguro que se pelearon.
Marcelo
está hablando con el abogado. Una sucesión con menores siempre es complicada.
Para vender el auto tiene que tener autorización judicial. Quizá lo pueda conservar para Matilde piensa. Diana amaba su coche.
Seguramente a ella le hubiera gustado que lo heredara su hija. Heredar. En la palabra contenido todo el
horror. Porque Diana se murió. Le duelen las costillas al admitirlo. Le pide a
Silvetti que le dé un poco de tiempo. Todavía no está para internarse en más
trámites.
Matilde
se refugia en su cuarto. Saca la caja que escondió apresuradamente bajo la cama
luego de ayudar a Agustina. Le gustó ayudarla. A ella la asistió su mamá. Tiene
que reconocer que estuvo bien. Esa vez
estuviste bien, mamá.A ella también le dio mucha vergüenza. Agustina
parecía una nena asustada. Justo cuando
deja de serlo.Busca la agenda del 2007. El calendario. Sí, está recuadrado
el 15 de noviembre. Va ahora a la agenda en sí. Descubre que su madre anota
todas sus actividades. Hasta las idas al supermercado. La sorprende verse
incluida: 17h, dentista Matilde; 10h,
reunión padres Mati. 16.30: retirar Mati casa Rocío; etc., etc. Había cosas que
mamá hacía por mí. Claro, eso era antes. Antes de que naciera Lorena, de
que llegara Fede, de que se muriera la abuela. Antes. Al pie de un día ha anotado se cayó elprimer diente de Agus.Matilde se conmueve. Hoy habría
anotado primera regla de Agustina.Así
la llamaba. Regla. Busca ahora el 15
de noviembre. En medio de la rutina habitual, luego de 8h: llevar nenas al colegio a las 9 solo una A y un punto. Luego 12h:
retirar nenas del colegio. A Matilde le parece absurdo que su madre anotara
todos los días los horarios escolares. ¿La necesidad de llenar su agenda?, ¿de
sentirse ocupada? Qué estupidez. Le
causa gracia pensarse anotando todos los días 7.45: colegio. Sonríe sola. Mira entonces el 14 de noviembre. Se
reitera 8h: llevar nenas al colegio;
9h: A.; 12h: retirar nenas del colegio.
9h:A. Retrocede. Páginas surcadas por
colegio,
super, la casa de mamá, cine, cena con Fernando y Viviana, café con Patricia.
Avanza ahora. 16 de noviembre. 9h: A.
A Matilde se le agita la respiración. Busca en el índice la página de la A.
Montones de nombres: Álvarez, Anita, Andrea, Alberto, Arancibia, albañil,
Adolfo, ANSES. No entiende. No entiende nada. No entiende nada de nada. Mete
con rabia todo adentro de la caja y luego de comprobar que no hay moros en la
costa la regresa a su lugar.
Matilde se mete a cada rato en el cuarto
de mamá si lo hiciera yo me sacaría de las orejas mami nunca me dejaba tocar
sus cosas Sofi rompe todo lo que toca decía.
Agustina
está tirada en la cama. A cada rato
revisa la ropa. Tiene miedo de mancharse. Matilde la tranquilizó pero no lo
puede evitar. La aterra ir mañana al colegio. ¿Y si falta? ¿A quién le tiene
que pedir permiso?, ¿a su papá?, ¿y explicarle por qué? Prefiere mil veces ir a
la escuela. ¿A Matilde? Mamá, vení
piensa mientras sofoca el llanto contra la almohada.
Al pasar
por el cuarto de Agustina, Matilde se detiene. ¿Está llorando? Pone la oreja contra la puerta. Sí, está llorando.
Duda unos instantes pero finalmente golpea. Como no le contestan, abre.
Encuentra a su hermana hecha un ovillo sobre la cama. La espalda se le sacude. Así encogida parece
una nena. Matilde se sienta junto a ella. Quisiera abrazarla pero no puede. ¿Qué te pasa? le pregunta luego de un
buen rato. La extraño a mamá contesta
su hermana, la voz entrecortada por la congoja. A Matilde le da rabia. Rabia y
pena. Haciendo un gran esfuerzo, logra ponerle la mano sobre la cabeza. Dale, Agus. Su hermana se da vuelta y le
ofrece el rostro congestionado. Mañana no
quiero ir a la escuela dice. Matilde, con la velocidad de un rayo, se ve,
dos años atrás, pidiéndole lo mismo a su madre en idénticas circunstancias.
Pero su madre fue inflexible. Con la velocidad del segundo rayo recuerda que es
viernes. ¡Agus, mañana no hay clase!
Su hermana se sienta en la cama de un salto. Parece que crecer te puso tonta dice ella mientras la empuja.
Agustina cae sobre el colchón. Ríen juntas.
A
Marcelo lo pescan las ocho en la oficina. Hace rato que se fue su secretaria.
Satisfecho del trabajo bien realizado. Busca el teléfono. Ramona, hoy llegaré más tarde. No hay problema señor, mañana las chicas
no madrugan. Viernes. No sabe si alegrarse. El fin de semana ya no es un
premio. Nunca más habrá Diana, ni cine, ni restaurantes con velas. Ahora solo niños
y más niños. No, no se alegra.
Yo escuché que Agus lloraba seguro por la
panza y le iba a avisar a Ramo cuando entró Matilde y ahora se ríen suerte que
ya no se pelean por mí.
Agustina
se dispone a lavarle la cabeza a Federico cuando descubre el frasco vacío. Mati
le grita a su hermana que está bañando a las nenas porfi, ¿me alcanzás el shampoo? Termino de enjuagarla a Lorena y te lo
llevo es la respuesta. Porque no se anima a dejarlo a Fede solo en la
bañera. Ya no está para más golpes esta familia.
Matilde
le tiende el plato. La suprema en un costado, la simétrica montañita de puré,
el trozo de limón entre ambos. Recorre con la mirada el resto de los
platos. Nada de chorreaduras ni
imprecisiones. Una perfecta ama de casa
no le queda más que reconocer. Ya pueden
empezar informa ahora la chiquilina con idéntica inflexión a la que
utilizaba Diana. Al instante el silencio imperante se ve sustituido por el
ruido de los cubiertos. ¿Me cortás?
solicita Lorena, sentada a su lado. Ya
sos grande la reta Matilde. Dejá que
yo te corto intercede Agustina. La nena desoye a ambas e insiste papi, ¿me cortás? Él también las desoye
y accede al pedido. Gracias, papi
dice Lorena con la boca llena. Papi.
Matilde
se pone el piyama. Lamenta haber devuelto la caja. Es extraño poder conocer a
su madre retrospectivamente. Yo nunca le
preguntaba nada reconoce. No se animaba. Matilde, desde chiquita, sabía
perfectamente de qué su madre no quería hablar y, como si existiera entre ellas
un pacto secreto nunca verbalizado, obviaba su curiosidad en pos de no
incomodarla. Jamás se hubiera atrevido a preguntarle de dónde venís, qué
hiciste, por qué estás preocupada. Y ahora la multitud de agendas le ofrecía a
su madre en bandeja. La posibilidad de rastrear sus días, sus gustos, sus
ocupaciones, sus placeres. Se pregunta si su padre ya se habrá acostado. Quizá
si aún está tomando el café le da tiempo de meterse en el cuarto. Demasiado
riesgo. Para aplacar su cabeza busca el libro de turno. Demián. Le encanta Hermann Hesse.
Marcelo
entra al cuarto y cierra la puerta. Con llave. Como si así pudiera soslayar la
responsabilidad de responder por tantas vidas. Se siente extranjero de sí
mismo. Como si se hubiera acostado siendo libre y se hubiera despertado con
grilletes en los tobillos. Nada de lo que le acontece ha dependido de su
voluntad. Más allá de su profesión en la cual se reconoce protagonista
absoluto, desde el instante en que conoció a Diana las cosas dejaron de ser
producto de sus decisiones. Durante
dieciséis años me limité a dejarla hacer admite. Y ahora ella se bajó del
escenario y lo dejó rodeado de actores de reparto a los cuales debe dirigir.
Como dice Serrat sin saber el oficio y
sin vocación. Abre la cama y enciende el velador.
18 Sábado
Marcelo
se despierta a las siete. Intenta retomar el sueño pero a las siete y media
desiste. Lo abruma el día por delante. Lo sofoca pensar en compartirlo con sus
hijos. Ni pensar que el devenir de las horas pueda dejarlo a solas con Matilde.
Es la que primero se levanta. Tendrá
que evitarla. Va al baño, se afeita, se viste y baja. Cuando está por abrir la
puerta, Ramona lo intercepta. Buenos
días, señor, ¿le preparo el desayuno? No, gracias, regreso a media mañana informa
y se apura en cerrar. No sea que la conversación haya despertado a Matilde.
Papi se levantó me quedé quietita por si
me venía a saludar pero bajó voy ir
preguntarle a Sofía si ya está despierta.
Matilde
escucha el ruido de la puerta de calle. Se asoma por la ventana y ve a su padre
caminando por la vereda. Se despereza y, descalza, se dirige al cuarto de su
madre. La caja la espera.
Agustina
se despierta sobresaltada. Comprueba, aliviada, que no tiene el pantalón del
piyama manchado. Tiene ganas de hacer pis pero le da miedo levantarse. Siente
que la sangre le baja y se marea. Se sostiene de la pared. Junta coraje y va
hasta el baño. Llega sin que ocurra ningún desborde. Suspira aliviada. Mati tenía razón, no pasa nada.
Matilde
saca las agendas y va abriendo, al azar, páginas de distintos años. Comprueba,
con sorpresa, que su madre visitaba a su abuela casi todos los días. También
que veía a Patricia al menos una vez por semana y cenaban en su casa muchos sábados. Patricia. Matilde tiene un vago recuerdo
de ella. ¿Era la que le regaló la casa para las barbies? Qué raro, Patricia ni apareció en el velorio. Mira ahora
las anotaciones, centrada en su nombre. Continúa con similar frecuencia hasta
que su madre quedó embarazada de Lorena. Y luego nunca más. Evidentemente
Lorena representó para su madre un antes y un después. También en su manera de
ser madre. Mamá cambió admite. De
alguna manera siente que su propia niñez terminó con el nacimiento de Lorena.
De ahí en más su mamá la trató como si ella fuera grande. Me exigió como si fuera grande. Empezó a hacer las compras, a
levantar la mesa, a lavar los platos, a ocuparse de sus hermanitas. Tenía ocho años piensa con rabia. A esa
edad ella bañaba a Lorena y Lorena todavía precisa que la bañen. Recuerda a su
hermanita ayer jugando en la bañera, pidiéndole que no se fuera. Yo también era una nena reconoce con
rencor.
Marcelo
camina por Libertador. Sumido en sus pensamientos no sabe cómo llegó hasta
allí. No lo decidí, ocurrió. Sigue
hasta Virrey Loreto y entra en Mos. A
veces venía con Diana recuerda
fastidiado. Ojalá existiera una lavandina que la extrajera de sus neuronas. Se
sienta. Lo embriaga el aroma a café. Agarra un diario.
Ramona
está abriendo el horno. Me despertó el
olor dice Matilde. Llegaste justito,
¿té o café? Matilde piensa que desde
que murió su madre, más allá de que tenga que ocuparse de sus hermanos, hay
alguien que siempre se ocupa de ella. Ramona le alcanza la taza humeante y pone
sobre la mesa un plato con tres madalenas. Todavía
están calientes, tené cuidado le avisa. Sin escuchar la advertencia Matilde
muerde una. ¡Ay! exclama. Te avisé dice la mujer sonriendo. Ramo, sentate le pide ella. Ramona
obedece. ¿Te puedo hacer una
pregunta?¡Uy!, ya empezamosse ríe la mujer. ¿Vos te acordás de Patricia? ¿La amiga de tu mamá?, sí, claro. ¿La
viste en el entierro? No, no estuvo. Qué raro, ¿no?, capaz vive en otro país.
No, no hace mucho la vi por la calle. ¿La saludaste? La mujer la mira
sorprendida ¿te parece que después de
tantos años se iba a acordar de mí? ¿Vos sabés por qué se pelearon? Ramona
se queda en silencio. Tal vez trata de hacer memoria. No, yo le pregunté a tu mamá porque la señora Patricia venía mucho, a
veces a tomar el té y otras veces a cenar con el marido, tu mamá me pedía que
les dejara la comida preparada. ¿Y qué te contestó? Que no se la nombrara nunca
más porque se le partía el alma, se ve que la extrañaba, era su única amiga y
justo le pasó cuando estaba embarazada de Lorena que pobrecita la señora Diana
ya no estaba nada bien. Ramona se incorpora. Ahí escucho a las nenas, les voy a preparar la leche. Matilde
resopla y regresa a la madalena. Ahora está tibia. Deliciosa. Mastica con
fruición.
Lorena me vino a despertar porque es una
pesada y estábamos cambiando figus en la
cama cuando subió el olor y la gorda dejó todo y bajo corriendo y yo claro la
seguí porque además un poco de hambre tengo.
Marcelo abandona
el diario y pide un segundo café. No se acordaba de que lo hicieran tan rico.
Sábado. ¿Qué hizo el sábado pasado?, ¿Fernando
vino a cenar?, ¿o eso fue el sábado anterior? Saca cuentas. No, el sábado
anterior había sido el entierro. Increíble la densidad del tiempo. Imposible
que solo hubieran pasado dos semanas desde la muerte de Diana. Le pesaban como
un año, como una década. Como un siglo. Sábado.
No cree pueda soportar quedarse en su casa. Algo tendrá que inventar.
Agustina
entra a la cocina cuando Matilde está saliendo. ¿Todo bien? le pregunta su hermana, guiñándole un ojo. Sí contesta ella, deseando no ponerse
colorada. Se ubica en su lugar. ¿Y Fede?
le pregunta Ramona. Todavía está
durmiendo contesta ella. Las nenas bajan la escalera corriendo. ¿Qué me preparaste, Ramo? pregunta
Lorena ¡madalenas! exclama cuando la
mujer levanta la servilleta que las cubre.
¿Quién te dijo que son para vos? protesta Sofía. ¿Ahora también pelean por la comida? las reta Ramona. ¡Cha chegué! dice Fede que entró a la
cocina sin hacer ruido, todo despeinado, el piyama con patas. ¡Buen día, patroncito! dice Ramona
mientras lo alza, lo besa y lo sienta en
la sillita. Agustina piensa que solo hace dos semanas que se murió su mamá y
que la vida se desliza obviándola. Ramona le tiende la taza a Lorena. Yo quiero Nesquik dice la nena. ¿Y qué te parece que te preparé?, ¿whisky? bromea
la mujer. Hasta ella misma se siente bien esta mañana. Suerte que somos muchos piensa.
Matilde
aprovecha que todos están desayunando y agarra los álbumes de fotos. Sube
cargada y cierra con llave la puerta de su cuarto. Va dando vueltas las hojas
hasta que aparece gente de la edad de sus padres. Alguna que otra reunión.
Varias fotos con Fernando y la mujer, no recuerda cómo se llamaba. Varias con
otra pareja. Las observa con atención: sí, esa era Patricia. Ahora que la ve la
reconoce. Tampoco recuerda cómo se llamaba el marido. Las fotos desaparecen
antes del nacimiento de Lorena. Matilde se acuesta de espaldas en la alfombra.
¿Qué está buscando?, ¿conocer a su mamá? Y
a mí que me importa piensa con rabia. Suena su celular. Mensaje de Mariano:
¿Qué hacés hoy? El corazón se le
agita.
Marcelo
controla la hora, ¿Fernando ya se habrá levantado? Mejor lo pesco temprano, antes de que haga otro programa. La voz
que lo atiende no arroja dudas: acaba de despertarlo. Minutos después se
encuentra sumado al proyecto de su amigo: teatro. Se había olvidado de las
aficiones de Fernando. ¿Cuántos miles de años que no va al teatro? A Diana no
le gustaba.
Me comí dos madalenas Mati se hubiera
puesto contenta pero no desayunó con nosotras Agus no se dio cuenta qué raro
pero Ramo sí que me felicito.
Matilde subió corriendo y ni me
saludó y Agus ni me miró seguro que
están enojadas conmigo suerte que existe Ramona.
Matilde
aprieta el celular entre las manos. No sabe qué contestar. Imposible llamarla a
Rocío: los sábados no existe hasta el mediodía. Inspira profundamente y teclea Nada, ¿por qué? Las manos le sudan.
Agustina
duda. Valentina la está invitando a dormir. Van otras dos chicas. Tiene miedo
de que le pase algo pero se muere por ir.
Además tendría que consultar. Te
llamo en quince contesta. Minutos después golpea la puerta de Matilde.
Pasá dice Matilde.
Agustina entra y se queda parada en el medio del cuarto. Parecés un poste, ¿qué te pasa? le pregunta ella. Hay piyamada en casa de Vale. ¿Me estás pidiendo permiso? contesta de
mal modo. Mati, no seas así dice su
hermana cerrando los ojos. A ella, como siempre, le da culpa. Obvio que podés ir. Es que no sé si quiero.
¿Por qué? Agustina se queda muda mientras las mejillas se le ponen
coloradas. Ah dice ella no seas tonta, no pasa nada, te voy a
comprar unas toallitas nocturnas que son súper. ¿Estás segura? pregunta su
hermana, el rostro más distendido. Obvio
contesta ella aunque recuerda la vez que manchó las sábanas en la casa de
Rocío. Yo me animo a viajar sola dice
entonces Agustina. No te preocupes, yo te
acompaño promete mientras su celular vibra. Mariano. ¿Querés ir al cine? Se ve que su desconcierto es evidente porque
Agustina le pregunta ¿qué pasó? Ella
no tiene tiempo de evaluarlo por eso contesta Mariano me invita al cine. La sonrisa de su hermana se despliega. ¿Te gusta? pregunta. Matilde descubre
que de eso se trata. No sé contesta. Dale, Mati, no te hagas la tonta. Ahora
es ella la que siente calor en las mejillas. Es relindo agrega su hermana yo
que vos ni lo pienso. Matilde sonríe mientras teclea dale. Cualquier cosa vos tenés la culpa. De acuerdo dice Agustina
ofreciéndole la palma. Ella se la
golpea. Las dos ríen.
Una
mañana espléndida. Fresca y soleada. Hace mucho que Marcelo camina. Sin plan
previo. Solo se desliza hacia donde lo conducen sus pasos. Casi ha logrado no
pensar. Casi. Destellos apenas. Entonces silba. O canturrea. O recita. Estoy
triste. Pero siempre estoy triste. No sabe cómo llegó hasta el hipódromo.
Ya es hora de regresar.
Papá se fue y nadie sabe adónde Lorena
me dijo que capaz que no vuelve pero ella siempre dice tonterías.
En
cuanto abre la puerta lo asalta el aroma. Ramona está friendo pescado, casi
podría jurarlo. Qué bueno, hace rato que tenía ganas. Se tira en el sillón del
living. Caminó mucho, está cansado. Sofía baja la escalera a los saltos. ¡Volviste, papá! La nena parece tan
aliviada que él se sorprende. ¡Cómo no
iba a volver! la tranquiliza. ¡Papá!
grita Fede desde los brazos de Agustina, pugnando por bajarse. Él lo agarra y
le hace cosquillas. El nene se ríe. Lorena sale de la cocina. Pregunta Ramona si ya estás listo. Él es
el primero en sentarse. Los chicos se van ubicando. Queda libre solo una silla.
¿Y Matilde? pregunta él. Ni idea contesta Sofía. Hoy ni la vi agrega Lorena. Él se
asusta, no entiende por qué pero se asusta. Tanto que nota que el pulso se le
acelera. Voy a buscarla propone
Agustina levantándose. Ramona deja la bandeja sobre la mesa, junto al lugar de
Matilde. Arriba no está informa
Agustina una infinidad después. ¿Te
fijaste en el baño? pregunta él. Obvio
contesta la chiquilina. ¡Llamenla al
celu! propone Lorena. Claro, cómo no se le ocurrió desde el principio.
Agustina está corriendo a buscar su celular cuando se escucha el ruido de la
puerta de entrada. Instantes después Matilde aparece en el comedor. Él
experimenta un inmenso alivio. Gracias a
Dios piensa.
Matilde
entra a comedor. Cinco pares de ojos clavados sobre ella. ¿Dónde andabas? dice su padre, muy serio. Fui a la farmacia explica ella mientras la mira a Agustina con
complicidad. La próxima vez avisá, nos
preocupamos dice su padre. Ramona entra y retira las fuentes. Las voy a calentar comenta. Ella se va a
lavar las manos y a dejar la bolsita. Cuando regresa, Ramona está depositando
la bandeja. Ella se sienta y sirve. Papá se preocupó por mí piensa. No me gusta el pescado protesta Sofía
cuando recibe su plato. Callate y comé
le ordena ella. Mientras se dedica al filet y al puré mira de reojo a su padre.
Sofía se eterniza desmenuzando la merluza. Un trozo vuela sobre el mantel. ¡Si no vas a comer, levantate! grita su
padre. Se impone un silencio sobrenatural. Hasta Federico suspende en el aire
el camino de su cuchara. Matilde ve el estupor en los ojos de Sofía. A pesar de
que hacía unos instantes compartía el fastidio de su padre, ahora le da
lástima. Está a punto de defenderla cuando observa la expresión en los ojos de
su padre. Calla, entonces.
Tengo hambre porque papá me echó de la
mesa porque me miró.
Marcelo
se queda desconcertado. No debí gritarle
piensa. Pero le gritó. Está harto. Harto de adolescentes prepotentes y nenas
malcriadas. Suerte que arregló con Fernando. Es más: no esperará a la noche.
Precisa irse. Ya. Agarra el café que
le extiende Ramona y va a tomarlo al living. Se desploma sobre el sillón.
Agustina
entra a la cocina y se encuentra a Sofía sentada a la mesa, mojando un pan en
el huevo frito. ¿Qué estás haciendo?
la reta. La culpa es mía intercede
Ramona yo se lo ofrecí. Mamá se hubiera
puesto furiosa es el primer pensamiento de Agustina. No sabe cómo debe
reaccionar, entonces sale. ¿Precisabas
algo? le pregunta Ramona. Cómo decirle que se había sentido sola. Nada, Ramo, gracias contesta sin darse
vuelta.
Matilde
no quiere hablar con su padre pero precisa preguntarle si podrá alcanzar a Agustina.
Lo encuentra en el sillón del living. Recostado. Parece dormido. Ella está por
retroceder cuando él abre los ojos. ¿Me
buscabas? le pregunta. Ella que solo querría huir se encuentra diciendo Agustina tiene una piyamada, ¿vos podrás
llevarla? El padre hace una mueca antes de informar salgo dentro de un rato y no vuelvo a cenar. A Matilde ya no le
importa el traslado de su hermana. Está pensando en Mariano. La puta que lo parió piensa papá me jodió de nuevo.
La cama
de Agustina está sepultada bajo la ropa. No sabe qué ponerse. ¿Cuál piyama será mejor? Entra Matilde. Al final te llevo yo le informa. Ella
lamenta tanto molestarla. ¿Qué arreglaste
con Mariano? pregunta. Matilde cabecea. Todavía
nada, pero voy a cancelar. ¡¿Por qué?! Papá va a salir contesta su hermana.
Ella no tiene ninguna duda. Me quedo yo. Matilde
arquea las cejas, parece sorprendida. No
te preocupes, Agus, arreglo para otro día. Me quedo yo reitera ella. No dice Matilde sacando el celular del
bolsillo ya mismo le aviso a Mariano. ¡Y
yo le aviso a Vale! dice ella manoteándole el teléfono. Caen las dos sobre
la cama forcejeando. Ríen.
Las chicas primero gritaban pero ahora
se ríen qué suerte creí que de nuevo se estaban peleando por mí.
Marcelo
se ducha. Envuelto en la toalla, se encierra en su cuarto. Se tira desnudo
sobre la cama y enciende la televisión. Muchas horas por delante. Ojalá pudiera
dormirse un rato. Cierra los ojos.
Matilde
está enojada. Consigo misma sobre todo. Los
hijos son de él piensa. Se le
aparece al instante el rostro de Lorena. Es increíble, no le ha hecho ni un
comentario al respecto. Le debe dar
vergüenza evalúa. Capaz que ya se
olvidó sonríe con sorna. ¿Y si le dice ahora que las dos tienen que salir?
Igual es absurdo pensar que él pueda hacerse cargo de Fede. La rabia crece. No sirve para nada dictamina. Lo escucha
bajar la escalera. No se la voy a hacer
fácil decide y baja tras él. ¿Ya te
vas? le pregunta. Él la mira. Parece molesto. ¿Querés que alcance a Agustina? propone. Ella quisiera decirle que
no quiere nada porque Agustina no es su hija pero no puede. Sí atina a decir no te preocupes, nos quedaremos las dos. No
te entiendo. Las dos teníamos programa pero nos quedaremos cuidando a los
chicos dice con retintín, disfrutando cada una de sus palabras. Que se
sienta culpable al menos. ¿Y Ramona?
pregunta él. Es sábado, papá, ya se fue informa
y, sin saludarlo, sube corriendo la escalera. Instantes después escucha la
puerta cerrándose. Es la última vez
se promete a sí misma.
Marcelo
recuerda a esos muñecos inflables a los cuales les pegan y siempre vuelven a
pararse. Está esperando la próxima cuando Matilde escapa por la escalera. No me dio tiempo a reaccionar intenta
disculparse mientras abre la puerta. No puede quedarse porque Fernando ya sacó
la entrada para el teatro. Yo no sabía
que Ramona se iba. Aunque debe reconocer que no pensó ni por un instante
quién iba a cuidar a los chicos. Nunca
fueron mi responsabilidad. Enciende el motor. Ramona antes tampoco estaba
los fines de semana. ¿Los chicos quedaban solos cuando ellos salían? Arranca.
Su padre
ni siquiera se disculpó. Matilde está
indignada. Me hizo quedar como una tarada
con Mariano. Quién sabe si volverá a invitarla. ¿Tendría que haber aceptado
el ofrecimiento de Agustina? Demasiado
chica para tanta responsabilidad. A lo mejor habría que preguntarle a Ramona si
puede quedarse los sábados. Pobre, Ramo piensa
necesita salir un poco. O si conoce a
alguien. Se acercan varias fiestas de quince. Alguien tendrá que quedarse con
los chicos porque si cuenta con su papá… ¿Se habrá olvidado de que Lorena no es
su hija?, ¿pensará averiguar quién es el padre? La rabia comienza a transformarse
en tristeza. Se tira en la cama. Se dormiría ya mismo. Y que reventaran todos.
Golpean la puerta. Voy a alquilar una
peli para las nenas le informa Agustina. Ella se incorpora de un salto. Bancame diez y te acompaño. Genial comenta
su hermana le pido a Sofi que vigile un
ratito a Fede. Matilde espera que Agustina salga y le escribe a Mariano ¿te enojaste? Reteniendo la respiración
espera el repiqueteo del celular. Para
nada, ¿qué hacés mañana? La cara no le alcanza para contener la sonrisa. Nada, ¿por?
Luego de
varias vueltas Marcelo consigue estacionar el auto. Casi una hora por delante.
Está por entrar a un bar cuando decide caminar. Corrientes se le ofrece.
Cuántas veces la habría caminado con Diana. Cuando eran jóvenes se eternizaban
en las librerías. Hace rato que no leo piensa.
Se mete en Cúspide.
Revisan
películas juntas. Se ríen recordándolas. Sofía
dijo que quiere ver otra vez Minios cuenta Agustina. Es un plomo comenta su hermana ¿querés
que veamos de nuevo "La bella y la bestia"? propone ella. Dale acepta Matilde igual le va a gustar. Van caminando juntas por la calle. Ya está
oscuro. Agustina piensa que en el fondo no tenía tantas ganas de ir a la
piyamada. Lorena me pidió que le hiciera
pochoclo se acuerda ella, en la esquina de su casa tengo que ir a comprar maíz. Te acompaño propone su hermana. Cruzan.
Mientras esperan que las atiendan ella pregunta ¿qué pasó con Mariano? La
cara de su hermana resplandece. A lo mejor vamos mañana al cine. ¿A lo
mejor?, aunque haya un tsunami, prometémelo. Matilde ríe levantando la
palma. La chocan.
Le pedí a Agus que compre para hacer
pochoclo pero seguro que se olvida.
Agus me encargó que le cuide a Fede pero
no me hace caso Matilde tiene razón es un malcriado ojalá que vuelvan pronto
cuando estaba mamá se portaba mejor es que con ella no había muchas vueltas.
Marcelo
guiado por la ilustración de la tapa
toma un libro. La mujer justa, de
Sandor Marai. Tan parecida a Diana. Mira la solapa. Tema: la infidelidad. Sin pensarlo dos veces
lleva el libro a la caja.
Matilde
saca las empanadas del horno, las coloca sobre una fuente y, desestimando la
mesa que Ramona había dejado puesta, la lleva al living. Agustina la sigue con
la bebida. Sus tres hermanos las esperan sentados alrededor de la mesita baja.
Gritos de alegría. ¿Están preparados?
pregunta Matilde. ¡¡Sí!! es la
unánime respuesta. Acciona la tecla de play.
En un país lejano un joven príncipe que
vivía en un resplandeciente castillo, a pesar de tener todo lo que pudiera
desear, el príncipe era egoísta, déspota y consentido. Pero una noche de
invierno… Enciende la lámpara y apaga la luz alta. Observa los cinco pares
de ojos atentos sobre la pantalla, las bocas llenas de empanadas. Son mis hermanos piensa y el cuerpo le
duele de amor. Ojo con las migas
dice.
Marcelo
se estira en su butaca. El teatro no es lo suyo. Mira el reloj. Ya falta poco
por suerte. La novia de Fernando es agradable. La otra pareja de amigos,
también. Espera que la cena mejore el programa. Tengo ganas de irme a casa piensa. Aun con los chicos.
Ojalá que este día no termine nunca y no
solo por los pochoclos no voy a dormirme me pican los ojos los voy a cerrar
pero por un ratito nada más.
Les ayudé a las chicas con los platos
porque yo también soy grande pero se metieron en el cuarto de Matilde y
cerraron la puerta y no me dejaron pasar ufa la voy a visitar a la gorda si es
que no reventó con tanto pochoclo que estaba rebueno la verdad.
Agustina
se tira sobre la cama de su hermana. Federico, por suerte, quedó rendido antes de que terminara la
película. Valeria le mando un mensajito diciéndole que la extrañaban. Otra vez será piensa, y le sorprende no
estar triste. Matilde está chateando con Mariano. Qué raro que me deje estar acá. Ella la observa. Parece otra. Está radiante. Porque últimamente
Matilde está siempre de mal humor. ¿Desde
que murió mamá? No, desde antes. Discutía bastante con su mamá. ¿Sobre qué?
No consigue recordarlo. Discutían
concluye. Nos encontramos a las cinco
le cuenta su hermana, apretando en la mano el celular. ¿Dónde? Cabildo y Juramento. ¿Le pediste permiso a papá? ¡¿A papá?!, en
todo caso a vos que a lo mejor te toca quedarte sola con los chicos. Las
dos sentadas como indios sobre la cama, las manos nuevamente chocan.
Marcelo
sube la escalera, los zapatos en la mano. Silencio absoluto. Abiertas las
puertas de Agustina y de Sofía. Se asoma. Las camas vacías. Observa a Federico bajo la tenue luz del
velador. Duerme abrazado a su oso. Murmullos tras las otras puertas. Se las arreglaron piensa pero está claro
que para el próximo fin de semana deberá encontrar otra solución. Porque le
esperan infinitos sábados. Solo, estoy
tan solo piensa mientras se desmorona, vestido, sobre la cama.
19 Domingo
Marcelo
entra a la cocina, por suerte vacía. ¿Habrá café instantáneo? Abre las
alacenas. En la segunda encuentra el frasco. Está agarrándolo cuando aparece Matilde.
Mala suerte piensa se complica la mañana. Dejá dice la
chica sacándole el frasco de la mano y regresándolo al estante te preparo un café como la gente. Él se
sienta y la observa trajinar. Todos sus movimientos son precisos, seguros. Esta chica siempre sabe lo que hace. Escucha
el borboteo de la cafetera, el ruido de la tostadora y del exprimidor. Se van
ensamblando los aromas. Matilde pone individuales, vasos, azucarera, mantequera
y mermelada. Apoya las tazas humeantes y, finalmente, se ubica frente a él. Excelente desayuno dice él. Ella hace
una mueca despectiva pero sonríe. ¿Cómo
la pasaron ayer? pregunta él. Bien contesta
ella alquilamos una peli. Lamento que no
hayan podido salir comenta él no
volverá a repetirse, hablaré con Ramona. Sí, yo también estuve pensando; tengo
varias fiestas de quince y Agustina no puede con todos; además ya está grande,
espero que ella también empiece a salir. Sí, Matilde es una máquina, nada
se escapa de su control. Tengo suerte
se dice. La chiquilina está revolviendo el café cuando, sin mirarlo,
pregunta ¿vos sabés si mamá y Patricia se pelearon? Él se alerta. Se
endereza en la silla, atento a la próxima jugada. Con Matilde es así, en cuanto uno se descuida llega la estocada.
¿A qué viene tu curiosidad?
repregunta. Nada, de pronto me acordé de
Patricia y me puse a pensar que hacía mil que no la veía y que era rarísimo que
no hubiera estado ni en el velorio ni en el entierro de mamá. Él inspira
hondo. Sí, se distanciaron hace muchos
años, tu mamá no quiso contarme por qué. ¿Vos también te peleaste con el
marido? Nunca fuimos amigos. Sin embargo los cuatro cenaban juntos muy seguido.
Él está perplejo. ¿Y a vos quién te dijo?
Nadie, los vi en las fotos. Matilde es peligrosa. Peligrosísima. Se dio así, jamás lo charlé con él, cosas de mujeres. Ella
esboza una sonrisa. Marcelo piensa que siempre logra humillarlo. Está pensando
qué decirle cuando la irrupción de Agustina con Federico en brazos lo exime. ¡Papá! dice el nene tendiéndole los
bracitos.
Matilde
bebe de un trago el resto del café con leche y deja la taza en la pileta. ¿Ya te
vas? pregunta Agustina. Ella se encoge de hombros y se dirige a la puerta. ¡Tau! le dice Federico agitando la
manito. Ella duda un instante pero se
cruza con los ojos del padre y continúa su camino. Es imposible obtener
información de él. Nunca sabe nada, nunca
le interesa nada rumia. Cuando está subiendo se cruza con Lorena. Casi la
hace caer. ¡No seas bruta! le grita.
La nena la mira. Parece afligida. Perdón,
Mati pide. Ella sabe que debería tranquilizarla pero la hace a un lado y
sigue subiendo. Está de mal humor. Aunque tiene que reconocer que su padre es
coherente: nunca se entera de nada, nunca se plantea nada. Transcurre. Con razón que mamá lo engañó vuelve a
pensar. Abre la puerta de su cuarto. ¿Qué estará haciendo Mariano? Seguro que
todavía durmiendo. Se tira sobre la cama revuelta. Mariano le pregunto qué
quería ver. ¿Qué preferirá él? De acción, obvio. Así son los hombres. Cierra los ojos. Sonríe.
Agustina
observa al padre enfrascado en el diario, a Lorena frente a su tostada intacta,
a Federico destrozando la suya con ambas manos. Se siente repentinamente
triste. Muy triste. Sola.
Matilde me empujó y papá ni se dio
cuenta de que estoy en la cocina Sofi tiene suerte todavía está durmiendo mejor
me tomó la leche rápido y la voy a despertar.
Sería
incapaz de contar lo que acaba de leer. Las letras resbalan sobre las retinas
de Marcelo. Abandona el Cronista
Comercial sobre la mesa que descubre ya despejada. Gira y observa a Agustina
enjuagando las tazas. Federico está sentado en el suelo, haciendo un tren con
las cucharitas en fila. Chu, chu
dice. Marcelo no tiene el menor registro de cómo llegaron allí. Los recuerda
alrededor de la mesa, Lorena incluida. ¿Matilde se había ido antes? Ahora se le
dio por Patricia. ¿Esta chica no puede
pensar en cosas propias de su edad? Patricia era encantadora. Espléndida
mujer a pesar de sus cinco hijos. Cuando se juntaban era una romería. Si no se
equivoca, cuando se distanciaron ambas estaban embarazadas. ¿Habrá llegado la
nena que tanto buscaban? ¿Qué habrá sido de Alberto? ¡Papá! el nene sacudiendo su pantalón. Fede, ¡con esas manos roñosas! lo reta Agustina acercándose con un
repasador. Él sonríe y acaricia el cabello de la chiquilina, largo, sedoso. Es un ángel piensa.
Lorena vino a jorobarme y se acostó
conmigo que me ocupa toda la cama la gorda y nos tapamos las cabezas y jugamos
a la cueva y a que viene un moustruo y escuchamos ruidos y un poco nos
asustamos pero es Agus que me trae la leche y tostadas y Lore me pide una
porque dice que casi no desayunó y no sé si le creo pero igual le doy la mejor.
Ya
arreglaron: Mariano la pasa a buscar a las cuatro. Por las dudas le va a avisar
a su papá. Aunque no hay chance de que me
diga que no. Como el quini hoy sale o sale. Lo busca en la cocina pero
ya no está. Tampoco en el living. ¿Se habrá ido? Sube nuevamente. Le pregunta a
sus hermanas pero no lo vieron. Golpea, entonces, la puerta de su cuarto. Adelante le indica. Lo encuentra frente
al placard. Habrá que hacer algo con la
ropa de tu madre dice abriéndolo de par en par. El olor de su mamá la
golpea e, instintivamente, da un paso hacia atrás. Él quizá lo registra porque
cierra con brusquedad. No soporto olerla dice
y a ella le da tanta pena. Pena y rabia. Ella
no se merecía tanto amor piensa. No
te preocupes, papá, yo me voy a ocupar promete. Los dos se quedan parados
mirándose. ¿Precisabas algo? pregunta
él. Hoy a la tarde voy al cine, ¿podrás
ocuparte de los chicos? ¡Por supuesto!, ya te clavé anoche. Matilde está
por salir cuando él pregunta ¿vas con tus
amigas? A ella no le gusta mentir por eso informa con un amigo. ¡Epa, epa! dice él sonriendo. Ella siente calor en
las mejillas y huye.
Marcelo
continúa sonriendo tras la puerta cerrada. También
piensa en cosas propias de su edad. La sonrisa se desvanece cuando registra
que tendrá que hacerse cargo de sus hijos. ¿Agustina también lo abandonará? Acá la única que me abandonó fue Diana
reconoce con rabia. Tendría que llevarlos a algún lado. ¿De nuevo al cine?, ¿a
almorzar afuera? No, para el mediodía todavía contará con Matilde. Siempre lo
aplica a su trabajo: no superponer recursos. Aprovechará, entonces, para salir
ahora un rato. Le hará bien caminar. Al abrir el placard regresa el perfume. Saca
rápido la campera y cierra con fuerza.
Agustina
observa a Matilde rehogar la cebolla. Hasta
que esté traslúcida. ¿Desde qué edad cocina su hermana los domingos? ¿Ocho?, ¿nueve? Ella lucha con el
abrelatas. Matilde abandona la cuchara de madera y dice así no, tenés que presionar fuerte. La lata gira disciplinada bajo sus manos. Dejame protesta ella tengo que aprender. Instantes después su
hermana vuelca el tomate sobre la cebolla. Alcanzame
un cubito pide. ¿Dónde están? pregunta
ella. Matilde abre la heladera bufando. Ella se siente una inútil. Matilde está
revolviendo la salsa cuando pregunta Agus,
¿vos te acordás de Patricia? ¿La amiga de mamá? Sí, ¿te acordás? No, pero mamá
siempre me hablaba de ella, me contaba que la extrañaba. Matilde abandona
la salsa. ¿Te contó por qué se pelearon?
No, una vez le pregunté y se puso a llorar; para un cumple me regaló la caja de
lápices de colores de treinta y seis, todavía tengo la tarjeta. ¿Me la mostrás?
¿Ahora? Dale dice Matilde apagando la hornalla después seguimos cocinando, total todavía es temprano. Ella se
encoge de hombros y la sigue. ¿Qué otro remedio? Cuando a Mati se le ocurre algo…
Matilde
espera mientras Agustina rebusca en sus cajones. ¡Acá está! exclama, triunfal luego de un buen rato. Para que nuestra querida Agus llene de
colores su mundo lee su hermana qué
lindo, ¿no? Ella registra el nuestra.
¿Me la dejás ver? pide. Agustina le tiende la tarjeta. Matilde
observa las firmas. El corazón se le agita: Patricia
y Alberto.
Marcelo
regresa de buen humor. La caminata fue reparadora. Un día frío pero precioso.
Entra a la cocina silbando. Traje helado
informa. Guardalo en el congelador indica
Matilde en el freezer se pone muy duro.
Como si él no supiera, como si fuera la primera vez en su vida que compra
helado. Esta chica tiene el poder de
irritarme rumia mientras abre la heladera. Lorena entra a la cocina. ¿Qué más llevo? pregunta. La panera indica Agustina. Cuando lo
descubre grita ¡vino mi papi! y a él
se le estruja el estómago. Le revuelve el cabello con la mano. Ella también lo
tiene sedoso.
¡Ay! grita Sofía me quemaste. Matilde observa la mano
chorreada de su hermana. Ni siquiera recuerda haberle servido. No es para tanto dice mientras trata de
prestar atención al plato que le acerca Lorena. Tené cuidado, porfi pide la nena. No puede dejar de pensar en la
tarjeta. Patricia y Alberto. A. De pronto deja de escuchar. Como si
una campana de vidrio cubriera a su familia. Solo le llega el ruido de los
cubiertos, de las copas. Metal, vidrio. La campana es impermeable a la voz
humana. A. Observa a Lorena mojando
el pan. Luego a su padre limpiándose los labios antes de beber. ¿Tienen algo en común? Sí, es la misma la
salsa que embebe el pan y la que deja su
huella en la servilleta. Matilde sacude la cabeza. Estoy mal decide. Trata de pensar en Mariano. Ya ni tiene ganas de
verlo. Estoy muy mal reconfirma. A.
El
almuerzo concluido. Marcelo observa cómo sus hijos se van levantando de a uno.
Hasta que se encuentra solo ante la mesa sembrada de vajilla sucia, de
servilletas abolladas. Atina a juntar un par de platos cuando se acerca
Agustina. Dejá, papá, yo me ocupo. Está
levantándose cuando Matilde le tiende una taza. Ya tiene azúcar informa dos.
Gracias dice y prueba el café.
Fuerte, caliente, dulce. Perfecto. Agustina se afana con la bandeja. Desde la
cocina llega ruido de platos. ¿Matilde los está poniendo en el lavavajillas? Parece
que todos saben lo que tienen que hacer menos él. La tarde por delante. Una
insidiosa modorra apoderándose de él. Necesita una buena siesta. Termina su
café y se levanta. Cuando está subiendo para acostarse lo intercepta Lorena. Papi, es domingo, ¿qué vamos a hacer?
Me estoy cambiando porque papi me invitó
a dar una vuelta me pidió que le avisara a los chicos pero Matilde va a salir
con su novio que ella no me dice pero yo igual me doy cuenta Agus se tiene que
quedar con Fede que ya se durmió y a Sofi no le dije nada porque entré a su
cuarto la miré y la vi muy cansada.
Marcelo
espera a sus hijos. Adónde los puede llevar. ¿A tomar un helado? Está demasiado fresco. ¿A la plaza? Fede se
divertiría, las chicas están grandes. ¿A un shopping? A las chicas podría interesarles pero para el nene seguro que es un
plomo. Le preguntará a Agustina. Que ella resuelva. Aliviado se acerca a la
ventana. Está linda la tarde aunque las hojas de los árboles bailan al son del
viento. ¡Ya estoy lista! Lo
sobresalta la voz de Lorena. La reconozco piensa antes de girar. La
nena está con una pollera cortita, las piernas desnudas. La vincha con la flor
en la cabeza. Pero qué bonita que se me
puso. La carita de la nena es una fiesta. ¿Salimos? pregunta Lorena. ¿Y
tus hermanos? Fede duerme y Agus tiene que cuidarlo y Mati está por salir. ¿Y
Sofia? La nena mira al piso cuando contesta muy seria Sofi también duerme, mucho duerme. Él trata de disimular la
sonrisa. ¿Y a dónde quiere ir mi
princesa? Adónde me lleve mi príncipe contesta la nena y la fiesta se
reinicia. Él está por decirle que está muy desabrigada, que se ponga un pantalón
pero cambia de idea. Mejor vamos a dar
una vuelta en carroza propone mientras tiende un brazo del que la nena se
toma.
Escucho el ruido de la puerta y bajo
corriendo pero cuando llego el auto ya está en la esquina qué raro Lorena y
papá salieron solos capaz que papá se enojó conmigo porque no terminé los
ravioles aunque él no me dijo nada fue Mati la que me retó y ahora qué hago yo
un domingo sin Lore sin la gorda no sé qué hacer.
Justo cuando salimos la vi a Sofi en la
ventana pero por suerte papi no la vio le pedí si podía viajar adelante y
primero me dijo que soy muy chica pero le pedí mucho y me dejó total me apreté
fuerte el cinturón además soy demasiado gorda para salir volando aunque eso no
le dije no sé adónde vamos pero no quiero llegar nunca.
Matilde
se prueba otra remera más. Se asoma de frente y de perfil al espejo. La cama
sepultada por ropa y más ropa. Mira el reloj. ¡Agus, vení! grita mientras sus manos húmedas luchan contra el
escote atrancado en su cabeza.
Matilde la
llama a los gritos. Agustina se asusta y va corriendo a su cuarto pero cuando
la ve le da risa y se acuerda del texto que leyeron en el colegio. Parecés el del cuento de Cortázar dice.
Escucha las carcajadas sofocadas de su hermana. Desenrolla el sweater y tira
hacia arriba hasta que aparece el rostro colorado de su hermana. ¿Qué me pongo? le pregunta. Ella busca
sobre la cama la remera azul que compraron con su mamá, un día que salieron las
tres juntas. Le queda relinda y le marca
bien el cuerpo. Su hermana dice que le da vergüenza pero ella al fin la convence,
sobre todo porque es tarde y Mariano debe de estar por llegar. Mientras Matilde
se pinta los labios ella le cepilla el cabello. Le presta el perfume que
también le regaló su mamá. La verdad es que su hermana está preciosa, sobre
todo porque los ojos le brillan. No sabe por qué le dan ganas de llorar.
Matilde
escucha el timbre y el corazón se le transforma en una bomba. No quiere
atender. ¡Mati! le grita Agustina.
Entonces agarra la campera y el morral y baja a los saltos. ¡Tratá de no caerte! se burla su hermana
y desde arriba de la escalera la saluda con ambos pulgares en alto. Sofía
también se asoma. ¡Mati, estás divina! Ella
inspira hondo y va a abrir. ¡Portate
bien! le recomienda Agustina riendo. Absurdamente, justo antes de que la
puerta termine de abrirse, se le aparece el rostro de su madre que ya nunca
podrá pedirle que se porte bien. La garganta se le anuda. Vuelve a inspirar y
ensaya una sonrisa. Mariano se inclina a darle un beso, tropieza con el
escaloncito y la arrastra. Caen los dos, enredados. Se ríen a carcajadas.
Agustina
se deja caer sobre la cama. Podría aprovechar que Federico duerme para hacer la
tarea de historia. Pero hoy está tan triste.
Marcelo,
como no sabe qué hacer, decide pasar por lo de Fernando. Deja a Lorena en el
auto, baja y toca el portero eléctrico. Su amigo se sorprende. Aún más cuando
al abrir la puerta descubre a la nena. ¡Hola,
Fer! grita Lorena abrazándose a su cintura. Minutos después, la nena
ubicada frente al televisor, Fernando, mientras hace café, comenta es notable lo mimosa que es tu hija. Él
se queda pensando. Sí, Lorena es la más cariñosa. A mí no sale piensa. Y después piensa que no tiene por qué
parecérsele. Siente la imperiosa necesidad de compartir su angustia con
Fernando. Porque está angustiado. Repentina y francamente angustiado. Tengo que hablar con vos dice como
manera de comprometerse. ¿Qué pasó?
Sorpresa en la cara de su amigo, lo conoce bien, no lo soltará. Ahora no puedo explica él, cabeceando
hacia la nena nos vemos en la semana. ¡El
lunes mismo! dictamina Fernando que lleva la bandeja al living y le alcanza
un vaso de jugo a la nena. ¡Me gusta
tanto estar en esta casa!, ¡qué suerte que mi papi me trajo! Bomboncito de hija
tenés comenta Fernando. Un anzuelo jala del alma de Marcelo. Y tira y tira
hacia abajo.
Agustina
prepara la merienda. Solo tres tazas sobre la mesa. ¿Cuánto hace que murió su
mamá?, ¿quince días?, no, un poco más. Sacude la cabeza. No quiere pensar en
eso. ¿Cómo le estará yendo a Matilde? Se hacía la que no le importaba pero
estaba muy nerviosa. Ella la conoce bien. ¿Si le pregunta por WhatsApp? Me mata. Saca la manteca y el dulce de
la heladera y las galletitas de la lata. No tiene ganas de hacer tostadas. ¡¡Chicos!! llama y se sienta en su lugar.
Ya se está poniendo oscuro y no vuelven
y ya me aburrí de ver la tele y tengo rabia la voy a buscar a Agus capaz que me
deja bañarme con Fede.
Matilde
y Mariano caminan por Teodoro García. Falta poco para llegar. Ya comentaron la
película largamente. Ahora hace rato que guardan silencio. De pronto él se
detiene. Ella lo imita. Él la mira con intensidad, apoya las manos en sus
hombros y, poco a poco,
la va
acercando a la pared. Matilde teme que él escuche su corazón. Él aproxima la
cara. Ella siente una llamarada que le sube por las piernas. Cierra los ojos.
Percibe el aliento de él. Huele a pastillas de menta. Instantes después, labios
sobre sus labios. Manos sobre sus mejillas. A ella los pezones le duelen
mientras los huesos se le ablandan. Tanto que teme desvanecerse. Por eso se
agarra de Mariano. Él la abraza fuerte. Dulcemente fuerte.
¡Sofi!, no seas grandulona reta
Agustina a su hermana que le saca a Fede un pato de plástico, cuando escucha
pasos en la escalera. Corriendo. Inconfundibles. ¡Mati!, ¿cómo te fue?pregunta. Como no obtiene respuesta se seca
las manos. Sofi, cuídalo indica
mientras se levanta del borde de la bañera. Encuentra a su hermana tirada boca
arriba sobre la cama. Bajo la tenue luz del velador Agustina la observa. Tiene
los ojos cerrados, una sonrisa indescriptible. Un desconocido anhelo la obliga
a apoyar las manos sobre su propio abdomen. Repite ahora, casi en un susurro ¿cómo te fue? A Matilde le toma varios
segundos abrir los párpados. Segundos que ella aprovecha para sentarse sobre la
cama. Por fin sus miradas se cruzan. Me
besó dice Matilde y tiene la cara tan resplandeciente que ella, venciendo
su temor al rechazo, se deja caer sobre su hermana que también la abraza.
Agustina, sin saber por qué, llora.
Agus me dejo aquí y Fede no me hace caso
y yo me quiero ir con ellas me quiero ir con alguien que me hable a mí.
Matilde
sigue tirada sobre la cama, a oscuras. Quisiera poder detener el tiempo.
Dejarse estar, flotar, solo un manojo de sensaciones. Lorena irrumpe en su
cuarto. ¡Mati!, ¡estuve en casa de
Fernando! Y quizá porque ella no acusa recibo la nena agrega ¡yo sola con papi! Matilde se incorpora
a medias, enciende la luz. Más de las ocho, habrá que pensar en la cena. ¿Me escuchaste? insiste su hermanitaclaro a vos qué te importa si saliste con tu
novio. A ella le da risa pero se hace la enojada. ¡Dejate de decir pavadas y andá a bañarte! ¡Ufa! protesta Lorena,
saliendo. Matilde se despereza. No tiene más remedio que levantarse. La espera
la vida real.
Marcelo
entra a la cocina. Encuentra a Agustina frente a la heladera abierta. No sé qué preparardice al ver a su
padre. No te preocupes, traje pizzas, no
me di cuenta de avisar. ¿Y Matilde? averigua, extrañado del cambio de
responsabilidades. La chiquilina revolea los ojos y tuerce la boca. Ya me imagino dice él, sonriendo. ¿Qué te imaginas? irrumpe la nombrada.
Él la mira. Está tan linda, el pelo revuelto, las mejillas coloradas, que,
involuntariamente, le aprieta un cachete. La chica abre los ojos de par en par.
¿Te divertiste? le pregunta. No estuvo mal la película. ¿Y el resto? pregunta
él guiñando un ojo.Mejor me voy, ya que
están tan graciosos dice Matilde saliendo. Él la mira a Agustina que se
encoge de hombros y luego se agacha para encender el horno.
Agus me dijo que ponga la mesa y papá
que le avise a las chicas todos me dan ordenes pero nadie me cuenta nada a
veces me parece que soy invisible que no estoy.
¡Ya voy! contesta
Matilde al tercer grito de Sofía. No tiene ganas de ver ni a Agustina ni a su
padre pero no prueba bocado desde el mediodía. Baja y encuentra a todos
sentados. Las bandejas con las pizzas al lado de su lugar. Ya estaba por servir yo dice Agustina y a ella le da rabia. Mucho
cuchicheo con el padre en la cocina la mosquita muerta. Las chicas le van
tendiendo los platos. Ella regula el tamaño de las porciones. Su padre sonríe
al recibir la suya. La irrita, siempre la irrita. Repentinamente recupera el
recuerdo de la tarjeta. Pero espanta la idea con un leve parpadeo. Hoy tiene la
cabeza para pensar en otra cosa. Involuntariamente sonríe.
Marcelo
contempla a Matilde. Come con entusiasmo. Quién tuviera esa edad. Está grande
la mocosa. Grande y linda. Se parece a la
madre decide, momento en que descubre que hace unas cuantas horas que no
piensa en Diana. No estuvo mal su domingo. Una buena idea visitar a Fernando.
Quedaron en almorzar mañana. Ya se le fue el impulso de contarle nada. La
necesidad. Quizá convenga cancelar el encuentro. Igual pueden hablar de
cualquier cosa. Sin que él lo hubiera registrado, Federico salió de su silla y
se está colgando de sus pantalones. No
molestes a papá lo reta Agustina. Dejalo
dice él mientras lo sienta en su falda. El nene agarra lo que quedó de su
porción y se lo mete en la boca. ¡Fede! grita
Matilde. Él lo deja hacer mientras se plantea, por primera vez, cuánta
conciencia tendrá el nene de la ausencia de su madre. ¿Seguirá esperándola? Lo
escucha reír. ¿Soy yo el único que la
necesita?
Sofi ni me habla capaz que está enojada
conmigo porque no la desperté para salir mejor voy a su cuarto y le regalo la
birome que me dio Fernando todavía no tengo nada de sueño porque nunca me quiero
dormir y además me regaló dos.
Marcelo
apaga la luz. No puede evitar extender el brazo hacia la derecha. No ocurrió
ningún milagro. Diana no regresó. ¿Si lo hiciera podría perdonarla? Aprieta tan
fuerte los puños que le quedan las uñas marcadas.
Matilde
no puede dormirse. Vueltas y vueltas en la cama. Vibra el celular. Lo busca,
agitada. Buenas noches escribió
Mariano. Buenas noches contesta ella.
Está tan contenta que tiene que compartirlo.
Agustina
está desvelada. No entiende qué le pasa. Distingue un contorno en el marco de
la puerta. ¿Dormís? le pregunta
Matilde. Sí, estoy dormida pero hablo. Su
hermana entra. Mariano me escribióinforma. ¿Qué? Buenas noches. ¿Y por esa boludez me
despertás? se burla al tiempo que le tira la almohada por la cabeza.
Minutos después juegan a la lucha sobre la alfombra.
20 Lunes
Mientras
se lava los dientes, Matilde trata de recordar su sueño. Cree que aparecía
Mariano. Porque se despertó sintiéndose, nuevamente, blanda y húmeda. Se mira
en el espejo. Qué cara. Escupe el
dentífrico y se enjuaga la boca. Se cepilla el cabello y se lo recoge con
cuidado. Luego libera un pequeño mechón. Se pone un poco de rubor. Más no
puede, la retarían. El celular vibra. Lo extrae del bolsillo del jumper. Buenos días. Sonríe. Buenos días contesta. ¿Debería agregar
algo más? Golpes en la puerta la sobresaltan. ¡Mati!, para hoy protesta Agustina ya son las siete. Sin prestarle atención teclea nos vemos en un rato. Vuelve a mirarse
en el espejo, se reacomoda el mechón y abre.
Te pintaste dice su hermana. ¡No me
jodas! dice ella y la empuja al salir.
Marcelo
toma su café con leche. Son más de las
siete comenta Ramona. Qué raro, las chicas nunca se demoran. Se incorpora
para ir a buscarlas cuando Matilde entra a la cocina y se sienta. ¡Qué arregladita que estás hoy! dice
la mujer mientras le alcanza una taza humeante. Él la observa. Va a comentarle
algo cuando se arrepiente. Ayer se enojó. Sonríe para sí. Se levanta. Las espero en el auto indica. Ya sentado
en el auto, el motor en marcha, recuerda la cita con Fernando. Se le crispa la
boca del estómago. Mira el reloj. Toca la bocina. Minutos después aparecen las
chicas, corriendo. Agustina con una tostada en la mano. Recién es lunes piensa él al tiempo que arranca.
Las tostadas están riquísimas no sé por
qué Ramo no me quiere preparar otra suerte que Sofi me pasa la suya por debajo
de la mesa está toda mordisqueada pero le queda bastante y a mí no me da asco
porque es mi hermana.
Anoche soñé con mamá y me decía no come
nada mi pajarito porque siempre me decía pajarito y ya no puede decírmelo más.
Matilde
se baja del auto y descubre a Mariano apoyado, con la pierna flexionada, contra
la pared. Ella se acomoda el cabello y se dirige a paso vivo hacia él. ¡Mati, esperame! grita Agustina. Ella
ni gira porque Mariano se endereza y le sonríe.
Agustina
corre tras Matilde hasta que descubre cuál es el apuro de su hermana. Se siente
tan absolutamente prescindible que se le llenan los ojos de lágrimas. Apoya la
mochila en el suelo y simula atarse los cordones.
El micro está por llegar y Sofi todavía
no tomó la leche y yo tengo sueño porque no dormí por la pesadilla del infierno
y recién me acuerdo que no hice firmar el cuaderno de comunicaciones y la
maestra me va a retar total ya estoy acostumbrada.
Lorena me llama y justo Ramo sale de la
cocina y aprovecho y tiro la leche en la
pileta y agarro la mochila y Ramo me pone la campera y por suerte tengo la
birome que me regaló Fernando y la llevo en la mano aunque igual no la puedo
usar porque la seño quiere que escribamos con tinta que para lo único que le
sirve es para que hagamos manchones y así nos puede retar.
Marcelo
se ubica ante el escritorio tapizado de carpetas. Papeles y más papeles que su
secretaria, sin mayor suerte, intentó clasificar. Así está mi cabeza piensa. Saca cuentas. Diecinueve días sin Diana. Transcurrieron pese a todo. Él siguió
yendo a trabajar, las chicas al colegio. Comieron. Mejor o peor, todos
durmieron. Siempre encontró una camisa y, por lo visto, los chicos también
tuvieron que ponerse. Nada se detuvo. Sus hijos siguen creciendo aun sin su
mamá. Federico cada día habla más, Agustina tuvo su menarca, Matilde un
noviecito. Lorena se me pegó como abrojo
piensa. ¿Por qué justo ella?, ¿percibirá algo?, ¿sospechará? Sofía, en cambio, es una sombra. Recién se da
cuenta. Tendrá que prestarle más atención. Suena el teléfono. El señor Fernando le comunica su
secretaria. Obvio, no me la iba a dejar
pasar. Bufando atiende.
Matilde
cruza solo unas palabras con Mariano antes de que toque el timbre. Entran a las
aulas. Él está en otro tercero. Tengo
novedades le dice a Rocío en cuanto se sientan. ¡Largá! reclama su amiga. Risas y cuchicheos. ¡Montes de Oca! la reta la profesora de Biología. Matilde se queda
desconcertada. Debe de ser la primera vez que le llaman la atención. Perdón pide mientras Rocío le dibuja con
el dedo corazones en la pierna y ella intenta contener la risa.
La maestra pregunta cuánto es treinta y
cuatro por cinco y yo pienso que la mitad de trescientos cuarenta es ciento
setenta y soy la primera que contesto y la maestra me dice que soy muy
inteligente que si estudio un poco más en
el próximo acto me pone de escolta y yo pienso que es una lástima que mamá no
me pueda ver ella siempre dice Sofi es más rapida que una ardilla.
Agustina
está copiando los ejercicios con números periódicos cuando algo la hace mirar hacia la derecha. Pesca los ojos de
Gonzalo sobre ella. Él, al darse cuenta, regresa de inmediato a su hoja. Ella
recupera el buen humor aunque si alguien que justo, justo no le interesa, ese
es Gonzalo.
La suplente me pregunta por qué mi mamá
no firmó el cuaderno de comunicaciones y yo le digo que se olvidó.
Marcelo
descubre a Fernando en la mesa contra la ventana, quien levanta la mano al
verlo. Él se desmorona sobre la silla. Tuve
una mañana fatal notifica hubo
vencimiento de autónomos. No podría interesarme menos comenta su amigo supongo que no era de eso que querías
hablarme. Sí, como suponía, Fernando no le dará respiro. ¡Todavía ni me senté! busca una
prórroga. Pues no sabía que eras tan
bajito. Minutos después cada uno recibe su correspondiente plato. ¿Vas a esperar al postre? reclama su
amigo. Él inspira profundo. Uno, dos y… Lorena
no es hija mía. El estupor en la cara de Fernando precede a su ¡¿qué?!
Él le habla de Matilde, de Mendel y de los grupos sanguíneos mientras
saborea su escalope al marsala. Está
buenísimo comenta e interrumpe la charla para beber un trago de agua. Su
amigo, que lo escuchó en silencio, cabecea y dice ¿estás seguro de que estás hablando de vos? Él se sorprende. ¿Por qué me lo preguntás? Fernando se
encoge de hombros al decir parece que te
importara un carajo. La frase de su amigo es un látigo. Se atora con el
agua que comienza a salirle por la nariz. A
ver si nos entendemos dice Fernando en cuanto él logra respirar de nuevo Diana te engañó, que a esta altura ya no
tiene importancia, y de esa aventura, por llamarla de alguna manera, nació
Lorena. Yo no dije eso se defiende él. Ah,
entendí mal, ¿se hizo una inseminación artificial? Matilde, Fernando, todos
conspiran contra él. Lo humillan, lo maltratan. No sé para qué mierda te conté. Quizá porque tenés que tomar una
resolución. ¿Qué resolución? Fernando cierra los ojos y ladea la cabeza. ¿Me estás tomando de pelotudo o el pelotudo
sos vos? Él recibe otro latigazo. Se acoda en la mesa y esconde el rostro
entre las manos. Claramente el pelotudo es él. Che, no tepongas así dice Fernando luego de unos segundos mientras
le toca un brazo. Él se descubre. No sé
qué hacer confiesa. Ya hiciste
bastante. No, la ejecutiva fue Matilde, esa chica es un avión. Pero vos te
subiste en un ala, hubieras podido pararla. ¿A Matilde?, ja, se ve que no la
conocés. Su amigo abre los brazos sonriendo. Solamente desde que estaba en la panza. En serio te digo, yo tampoco
tenía idea de a quién había engendrado, aunque a esta altura ya dudo de todas
mis paternidades. Cortala dice
Fernando no creo que Diana fuera una
encubridora serial hace una pausa pero
si estás intranquilo bien podrías hacer un estudio genético de todos. ¿Para
qué?, si ya sé que Lorena no es mi hija y no sé qué hacer con esa información.
Primero deberías estar bien seguro, un ADN, nada de grupos sanguíneos. Él
se queda pensando. No por ahora, quizá
cuando sea grande, cuando se plantee ser madre. Su amigo llama al mozo. ¿Querés postre? le pregunta. Por mí directo al café. Ya frente a las
tazas Fernando le pregunta ¿sabés quién
es? ¿Quién? contesta él, distraído. Su amigo revolea los ojos sí, sos el rey de los pelotudos, a ver, ¿por quién puedo estar preguntándote?
Él siente que enrojece. No tengo la menor
idea. ¿Pensante al respecto? Él baja la cabeza. La verdad es que no mucho, al menos no con dirección. ¿Te interesa
saberlo? Él se alerta, el corazón se le transforma en una bomba. ¿Sabés algo? Pero como podría saberlo yo
si no lo sabés vos que dormías con ella; solo me parece que no te desvela
descifrar el enigma. A él de repente le da rabia, está harto de que le den
palos. Todo me desvela, ¿te crees que es
muy fácil vivir sin ella, hacerme cargo de los cinco chicos?, hace diecinueve
días que murió, no sé cómo hago para seguir respirando. Tenés razón dice
Fernando palmeándole el brazo tomate tu
tiempo, cuando estés en condiciones tratamos de pensar juntos, me hubiera
encantado ser detective. Él está por enojarse de nuevo cuando opta por
sonreír. Elemental, querido Watson
dice.
Agustina,
parada en la esquina del colegio, tiene un nudo en la garganta. ¿Matilde
volverá con ella? Ya no me precisa
piensa. Mira el reloj. Esperará solo cinco minutos más. De pronto ve que
Gonzalo se acerca. Se da vuelta y comienza a caminar rápido. Instantes después
siente pasos tras de sí y se apura. Hasta que una mano sobre el hombro la
detiene. ¿Te ibas sin avisarme? dice
Matilde. Me estaba escapando de Gonzalo.
La cara de sorpresa de su hermana la compensa de la angustia de la espera. ¡Dale, contame! pide Matilde sacándole
la mochila del hombro. ¡Vos contame! dice
ella, repitiendo el gesto ¿estuviste con
Mariano? Entre risas y cuchicheos llegan a la parada. Yo te saco le ofrece Matilde mientras busca la SUBE.
Ramo, las albóndigas estaban buenísimas,
después dame la receta dice Matilde al salir de la cocina.
Agarra la mochila y sube. Tiene tarea de matemática. Mil ejercicios de regla de
Ruffini. Un plomo. Entra a su cuarto y cierra la puerta. Encuentra un sobre de
Disney arriba del escritorio. Lo abre. Un corazón atravesado por una flecha. M y M. Sonríe, enternecida, hasta que
regresa a su mente otra inicial. A. Aunque
sabe que es absurdo tiene la absoluta certeza de que esa A es del padre de
Lorena. Se promete que luchará por la
identidad de su hermanita. Te la merecés,
gordita mía piensa mientras guarda el sobre adentro de la carpeta
cuadriculada.
Agustina
busca en su cajón minas para el compás cuando encuentra la tarjeta que ayer le
mostró a Matilde. Patricia. Se acuerda bastante de ella, eso que era chiquita.
Quizá porque su madre varias veces se la nombró. ¿Cuándo fue la última vez? Siente que se acerca una imagen que no
puede apresar. Cierra los ojos y contiene el aliento. Sí, fue el día del último
cumpleaños de su mamá. ¿Sabés una cosa,
Agustita?, hoy la extraño mucho a Patricia. ¿Y por qué no la llamás? Recuerda
la mano de su madre sobre su cabello. Todo
es demasiado complicado, Agustita; no crezcas. ¿Le interesará a Matilde su
recuerdo? A Mati ahora solo le importa
Mariano piensa y sigue buscando las minas.
Marcelo
se recuesta sobre el sillón giratorio. Se balancea. Recién al charlar con
Fernando se dio cuenta de que nunca se planteó seriamente con quién lo había
engañado Diana. Porque me engañó.
Acude a su mente el comentario de su amigo: eso es lo menos importante. El
dilema ahora es quién es el padre de su hija. Sonríe solo. ¿Entelequia?,
¿sofisma?, ¿falacia? Si es mi hija yo soy
el padre. Porque sí siente que es su hija aunque sabe que no es el padre.
También podría saber que es el padre pero no sentirla como su hija. Le queda
claro que Lorena es una más de los cinco. Nada particular le había generado
antes y nada particular le genera ahora. Detiene sus elucubraciones. No es
cierto: ahora le genera una ternura especial. Es que se me pegó como un abrojo se repite. Tu hija es un bombón había dicho Fernando la otra tarde. ¿La hija
de quién? Quizá su amigo tiene razón y no le interesa descubrirlo. Experimenta,
de golpe, una fuerte necesidad de ver a sus hijos. A mis cinco hijos. Mira el reloj. Se apura con el balance.
¿Tenés tarea? pregunta
Matilde sentándose. Unas cuentas
redifíciles contesta Lorena con la boca llena ¿me ayudás? Dale, trae el cuaderno. ¿Y si las hacemos en mi cuarto? Matilde
recuerda sus propios ejercicios inconclusos. Malditas las ganas de ocuparse de
su hermana. Ahora o nunca dice tengo mucho que hacer. ¡Ufa! protesta la
nena levantándose, justo en el momento en que se abre la puerta de calle. ¡Es mi papi! la escucha gritar. Minutos
después regresa a la cocina de la mano de su padre. ¿De su padre? se pregunta ella. Hola
saluda él en general. ¿Le preparo un
café? ofrece Ramona. Por favor y
dejando un paquete sobre la mesa agrega llegué
un poco tarde. ¡Yo tengo espacio! dice Lorena. Matilde observa que el padre
le acaricia la cabeza. ¿Y la tarea?
pregunta. Después le pido a mi papi
contesta la nena enarbolando un vigilante. A ella le da rabia. Tanta rabia que
se levanta. ¿No querés una factura?
ofrece su padre, con Federico en la falda. Ya
comí contesta ella llevando la taza a la pileta. Yo también dice Agustina pero
estas medialunas se ven demasiado bien. Matilde sale. Desde la puerta los
mira. No me necesitan piensa. Sube
corriendo y teclea. Hooolaaa. Queda
prendida de la pantalla hasta que las dos tildes se ponen azules. ¡Hola! contesta Mariano.
Papi dijo que
las facturas eran para todos pero seguro que me las trajo para mí porque ni
Mati y ni Sofi las probaron y Agus se comió una sola para disimular.
Agustina
observa a su padre, asistiendo la tarea de Lorena con Federico en la falda. Qué raro que viniste tan temprano
comenta. Él la mira sonriendo. Tenía
ganas de verlos contesta. A ella le dan ganas de llorar. Todo le da ganas
de llorar últimamente.
Matilde le preguntó por la tarea solo a
Lorena Agus se ocupó de Fede Ramo ni me retó porque no comí y papá ni me mira otra
vez soy invisible.
Matilde
no logra concentrarse. Van tres ejercicios en que no le coincide Ruffini con
el teorema del resto. Y eso que esto es una boludez. Y no es
Mariano quien la distrae. Cierra la carpeta bruscamente y se levanta.
Marcelo
está subiendo la escalera cuando lo intercepta Matilde. Papa, necesito hablar con vos. Sus sensores se alteran. Problema en puerta piensa. Comienza a
bajar cuando ella ordena vamos a mi
cuarto. ¿Qué querías decirme? pregunta él ubicado en la única silla del
cuarto cuando el silencio empieza a pesarle. Estuve investigando informa la chiquilina y él no puede menos que
recordar la propuesta de Fernando. ¿Sobre
qué? pregunta arriesgándose a adjudicarse, aunque sea solo en pensamiento,
otro pelotudo. A lo mejor ocurre un
milagro y las investigaciones de su hija se refieren al laboratorio de química.
Matilde lo mira con lo que él cataloga de soberbia. Sobre mamá. El corazón de Marcelo se transforma en una orquesta. ¿Te interesa? La soberbia es ahora
infinita. Por supuesto atina a
contestar aunque quisiera decirle, como a él, Fernando no podría interesarme menos. Estuve revisando sus agendas, las del año
anterior al nacimiento de Lorena, obvio. La chica abre el cajón del
escritorio y extrae un par de libretas idénticas. Sí, él se las iba regalando,
año a año. Las compraba en la esquina del estudio. Mamá anotaba todo con lujo de detalle le dice mientras abre una al
azar. Él observa el infinito listado de actividades. Lo conmueve reconocer la
caligrafía de Diana. Precisa, angulosa. Matilde le retira la agenda y la abre
por donde marcaba el cordoncito. Mirá
indica. Él descubre, entre montones de palabras enteras, una A. Y otras dos en los días
subsiguientes. Quizá porque él guarda silencio ella dice ¿no te llama la atención? Él quisiera preguntarle qué relación
podría tener esa A con el padre de
Lorena cuando sus neuronas comienzan a activarse. Una cita piensa. Miré también
el almanaque dice la chica mientras se lo muestra. Las mujeres marcamos con un círculo la fecha de la menstruación le
informa. Él observa los prolijos circulitos azules. Un universo desconocido
para él. Círculos que se interrumpen abruptamente. ¿Aquí quedó embarazada? pregunta. Veo que me vas siguiendo acota Matilde. ¿Y este cuadrado? pregunta él. Según
mis cálculos es la fecha de ovulación. Pero
no lo marcaba siempre comenta él. No,
es extraño, sobre todo porque esa fecha coincide con una de las A. Marcelo
logra desprenderse del impacto para decirse esta
chica es demasiado inteligente. Sin darse cuenta piensa en voz alta si el encuentro se produjo en la fecha de
ovulación es lógico que quedara embarazada. Matilde sonríe. Parece
satisfecha. Llegaste a la misma
conclusión que yo. La chica vuelve a tomar la agenda entre sus manos. Busqué en la A dice. Él lee Álvarez, Anita,
Andrea, Alberto, Arancibia, albañil, Adolfo, ANSES. Igual no creo que lo
anotara en su agenda comenta él. Al
menos que fuera alguien conocido acota su hija. Él la mira. La mente de su
hija lo excede, quince años, otra que Watson. El marido de Patricia se llamaba Alberto, ¿no? Marcelo siente que
se marea. Instintivamente se agarra del borde la silla. ¿Pensás que puede ser él? pregunta. Te lo dejo picando dice la chica al tiempo que cierra las agendas.
Él se levanta. Fernando tiene razón: es un pelotudo.
Papá se metió en el cuarto de Matilde y
hablan y hablan yo apoyé la oreja en la puerta y creí que me llamaban pero hablaban
de mí pero no pude escuchar nada capaz que ya saben lo que pasó que si saben yo
me muero justo ahora que mi papi me empezó a querer.
Agustina
va al baño y descubre a Lorena tras la puerta de Matilde. La agarra del cuello
de la remera. ¿Qué hacés espiando? le
dice en voz baja. La nena pone tal cara de terror que a ella le da lástima. Andá a buscar el piyama que ahora te preparo
el baño ordena. La nena le da un beso y sale corriendo. Agustina, entonces,
se acerca a la puerta. Sí, Matilde está hablando con su padre. A mí siempre me dejan de lado piensa
mientras se aleja de puntillas. ¿Dónde se
habrá metido Fede? Hace rato que no lo ve. Él sí que precisa un buen baño.
Para variar, se tiró toda la leche encima.
Ya no es mi problema piensa
Matilde cuando su padre se va, y regresa a los ejercicios. Ahora sí le salen de
un tirón. Vibra el celular. Rocío. Me
dijo Tamo que Pancho le contó que Mariano está muerto por vos. Se ríe sola
mientras teclea decile a Tamo que le diga
a Pancho que le diga a Mariano que yo todavía estoy viva. El celular sigue
vibrando de ida y de vuelta hasta que la llaman a cenar.
No voy a bajar a lo mejor ni se dan
cuenta qué me importa como dice mi mamá a mí la comida nunca me interesa.
Marcelo
se ubica en su lugar. Es el primero. Los chicos van llegando. Cuando Ramona
aparece con el vacío al horno él recién nota la silla vacía. ¿Y Sofía? pregunta. Estará dando vueltas para comer menos dice Matilde displicentemente
mientras corta la primera rodaja. Voy a
buscarla, ya vuelvo aclara Lorena
no te olvides de servirme. Él observa
el accionar de su primogénita. Preciso,
contundente califica. Está recibiendo su plato cuando Lorena regresa sola. Dice que no tiene hambre informa la nena
sentándose. Agustina se está incorporando cuando él recuerda la imagen de la
sombra. Voy yo dice.
Papá me vino a buscar y me hizo bromas y
un poco de hambre me volvió y Matilde es buena y me sirvió poco y además la
carne está bastante rica.
Agustina
repara en que Sofía aún no se bañó. Observa entonces a Federico. Se olvidó de
ponerle el babero y ya se enchastró el piyama. No puedo estar en todo piensa por
mí que se acuesten roñosos. Le sobreviene un cansancio infinito. La carne
duerme en su plato. No tiene fuerzas ni para cortarla. ¿Por qué te fuiste, mamá? Quizá su madre también estaba cansada.
Sí, hacía tiempo que estaba cansada. Tiempo que no se ocupaba como debía de los
chicos. Siente pena pero también siente rabia. Agus, ¿te pasa algo? le pregunta Matilde. Ella la mira.
Preocupación en los ojos de su hermana. Somos
dos arrastrando el barco evalúa. Le sonríe y empuña tenedor y cuchillo.
Agus por fin se dio cuenta de que no me
bañé y le digo que no tengo ganas y que ella no es quien para mandarme pero la
miro y veo que está por llorar entonces me saco rápido la ropa y me meto y le
digo gracias Agus está bien calentita y ahora sonríe pero igual está muy triste
y a mí me da tanta pena.
Qué lástima que ya me bañé la escucho a
Sofi que se divierte con Agus.
Marcelo
se mete en su cuarto. Es mi cueva
piensa. Lástima que no puede encerrar sus pensamientos. Arroparlos, ponerlos a
descansar. Todavía no tuvo tiempo de considerar los hallazgos de Matilde. No
carece de lógica que la A corresponda
al padre de Lorena. De ahí a que sea Alberto hay un mundo. Además bien podría
ser una clave. Una suerte de X. Alberto.
¿Qué será de la vida de Alberto?, ¿seguirá viviendo en el mismo lugar? Matilde
lo enunció claramente: ahora le toca a él. Y aunque si por él fuera le hurtaría
el bulto, sabe que su hija considera que es su obligación hallar al
¨responsable¨. Y él no puede defraudarla. Mañana hablará con Fernando. Watson. Sonríe solo.
21 Martes
Agustina
escucha la alarma. Ni intenta abrir los ojos. No tiene fuerzas. Le costó mucho
dormirse. No voy a levantarme nunca más
decide. Segundo anuncio del despertador. Saca una mano de las cobijas y lo
apaga. Necesita vacaciones de su propia vida. Se adormila. Golpes en la puerta
la sobresaltan. ¡Agus!, ¡Agus! No
junta energía para contestar. Mamá me
decía Agustita recuerda. La
puerta se abre, la luz se enciende. ¿Te
sentís mal? Ella por fin abre los ojos. Matilde sentada en la cama. Va a
decirle que no da más, que abandona el barco, cuando descubre el gesto de
preocupación en la cara de su hermana. Ya
voy dice apartando el acolchado. Matilde le sonríe y la empuja contra el
colchón. Ella está contenta piensa claro, la espera Mariano. Esconde la
cara contra la almohada para ocultar las lágrimas.
Marcelo cubre
la tostada con mermelada de frambuesa. La
preferida de Diana recuerda. Levanta la vista y encuentra los ojos de
Matilde sobre él. Lo recorre una descarga eléctrica. Regresa a su tostada la
unta, ahora, con precisión. Lo llamará a Fernando. Precisa hablar con él. Soñó
mucho con Diana. ¿Dónde estaba?, ¿la
casa de Patricia? De Patricia y de
Alberto se corrige. Vamos, papá
lo sobresalta la voz de Matilde. Observa la mesa. La chiquilina está
levantándose. ¿Y Agustina? pregunta. Se quedó dormida, dijo que la esperáramos en
el auto. Él se sacude las migas y se levanta. Está saliendo cuando Ramona
le alcanza un sándwich en una servilleta. Él la mira sorprendido. Para Agus explica la mujer no desayunó. Marcelo sale, aturdido. Sí, era la casa de Patricia; el cuarto de Patricia; de Patricia y
Alberto.
Cuando
Agustina llega al auto descubre que Matilde se sentó adelante. Todo la pone mal
últimamente. Su padre le tiende una servilleta. Ella levanta una tapa del pan
lactal. Queso y tomate como a ella le gusta. Mamá siempre se equivocaba recuerda mientras mastica.
Cuando
Matilde saca la carpeta de matemática de la mochila, cae al suelo el corazón
con las flechas. Lo recoge y se lo muestra a Rocío. Tu hermanita es lo más tierno que existe. Matilde se queda
pensando, ¿Lorena es tierna? Sí, es
la más cariñosa. Será porque no es hija
de papá decide.
Marcelo
toma el café que le alcanza su secretaria y le pide que cierre la puerta al
irse. Saca un papel del bolsillo y se acerca al teléfono. El corazón le bombea
al compás de cada llamada. Si me atienden
corto intenta tranquilizarse. Infinitos segundos después escucha está hablando con la casa de Celia y
Eduardo, deje su mensaje, por favor.
Deposita el tubo con suavidad. Se
mudaron piensa, aliviado.
La maestra me pide el cuaderno y revisa
la tarea que por suerte la hice toda primero me reta porque la hice con la
birome de Fernando pero después me felicita porque todas las divisiones están
bien y yo le cuento las hice con mi papi y la maestra me revuelve el pelo.
Agustina
cree percibir una mirada. Levanta la vista. Sí, Gonzalo la está mirando y,
además, le sonríe. Ella gira la cabeza como si hubiera visto el diablo. Gonzalo
es horrible, y es un pesado. Sin embargo, ella puede percibir bajo el jumper el
redoble de su corazón.
Marcelo
controla su reloj. ¿Fernando se habrá olvidado?, ¿habrá entendido mal el lugar?
Está por llamarlo cuando lo ve aparecer, apurado. Perdón pide el tránsito está
infernal. Marcelo, aliviado, comprueba que tenía real necesidad de hablar con su amigo. Mientras comparten una
parrillada Marcelo le cuenta sobre las investigaciones de Matilde. ¿Estás seguro de que tiene quince años? Te advertí
que no la conocías. ¡Y yo que me ofrecí como detective! exclama Fernando. A
Marcelo lo irrita la sonrisa de su amigo por eso le pregunta ¿te parece que podría ser Alberto? Hasta
ahora venías bien, ya arrancaste con pelotudeces, ¿cómo puedo yo saberlo? Marcelo
desestima las chanzas de su amigo e insiste ¿alguna
vez viste alguna situación que te llamara la atención? Fernando se queda
pensando. La verdad que no, ¿vos pensás
que puede ser Alberto? Marcelo cabecea. Jamás
lo hubiera sospechado pero es la única pista que tengo, no puedo ponerme a
investigar a todos los tipos que empiecen con A, si es que las elucubraciones
de mi hija pudieran tener algún sentido. ¿Y qué pensás hacer? pregunta
Fernando. Ni idea, ¿vos supiste algo de
ellos últimamente?, hace más de siete años que yo les perdí el rastro.
Fernando toma un trago de vino antes de recordarle yo menos que menos, los conocí a través tuyo. Está cortando la
carne cuando bruscamente abandona los cubiertos. Ahora que me acuerdo, Patricia se atendía con mi hermano, tuvo varios
partos con él. Marcelo lo observa con atención, en absoluto silencio. Que alguien decida por mí, por favor. Pero
no tiene suerte porque Fernando lo presiona ¿tenés
intenciones de contactarte con Alberto? De ninguna manera, ¿qué voy a decirle?,
¿estoy criando a tu hija? Su amigo lo mira. ¿Entonces para qué mierda me preguntás si sé algo de él? Marcelo se
restriega los ojos. Porque, como vos
decís, soy el rey de los pelotudos hace una seña llamando al mozo mejor lo dejamos acá. Fernando le baja
el brazo pará, che, sos más susceptible
que una solterona, ya sé que esto no es fácil, solo estoy averiguando qué
pretendés de mí. ¿Qué pretendo de vos? pregunta él, sorprendido. ¿Te interesa que lo sondee a mi hermano para
ver si sabe algo de ellos? Marcelo se queda meditando unos segundos, ¿qué
tiene para perder? Si no es problema para
vos, no sé en qué anda la relación con tu hermano. No son mis problemas lo importante
ahora afirma Fernando y llama él al mozo.
Lo bueno de comer en la escuela es que me
sirven todo lo que quiero y nadie me reta pero esta polenta nada que ver con la
de Ramo tiene poca salsa y le falta el quesito cuando llegue a casa le voy a
pedir que me haga.
Matilde,
en la esquina del colegio, ve como Agustina se acerca casi corriendo. ¿Qué te pasa? le pregunta. Me estoy escapando de Gonzalo, Vale me avisó
que Ariel le dijo que quería hablar conmigo. ¿Y vos no querés? Lo que no quiero
es que me vea, ¡apurate! pide su hermana. Las dos emprenden una carrera.
Hasta que ella se pisa los cordones de las zapatillas y aterriza en el suelo.
Agustina, entre risas, la ayuda a levantarse.
La polenta nunca me gusta pero esta está
asquerosa por suerte en el colegio no les importa si dejo el plato lleno si me
agarra hambre que como mamá dice sería un milagro le pido a Ramo que me haga un
bizcochuelo y listo.
Agustina
está abriendo la puerta de su casa cuando suena el celular. ¡Seguro que es tu admirador! la carga
Matilde. Ella mira y comprueba, sorprendida, que su hermana tiene razón. ¿Te puedo llamar? lee. Matilde espía
sobre su hombro. Este pibe está muerto
por vos. Qué me decís, peor Mariano. Sí se defiende Matilde pero a mí me gusta. Entran. ¿Le vas a contestar? pregunta su
hermana. No sé responde ella. Porque
no sabe si le gusta.
Los bocadillos estaban riquísimos comenta
Matilde mientras recoge los platos. Dejá
dice Ramona sacándoselos de la mano yo
junto, vos andá a estudiar. Ella entrega los platos al tiempo que pregunta ¿vos hiciste el secundario? ¡Qué va!, en
cuanto terminé el primario, enseguida tuve que empezar a trabajar. ¿Te gustaba
estudiar? Sí, claro, la maestra le insistió a mamá para que me mandara al
secundario, decía que yo era muy inteligente,
pero para ese entonces papá ya nos había abandonado, yo era la mayor de
siete, pobre mamá, demasiadas bocas para alimentar. Matilde está saliendo
cuando una idea la atraviesa. Sube corriendo y se sienta frente a la
computadora. Secundario para adultos teclea.
Marcelo
se saca los anteojos y se restriega los
ojos. Está harto del balance. Cada vez tiene menos paciencia. Antes disfrutaba de mi trabajo piensa.
¿Antes de qué? Cuando ella estaba. Su
día estaba surcado por señales de su existencia. Un llamado, un mensaje, hasta
algún almuerzo compartido en el centro. Y, sobre todo, la certeza de hallarla a
su regreso. A él le bastaba con verla para confirmar que su vida tenía sentido. No precisaba demasiado
más. Verla bien, claro. Porque cuando la encontraba ausente, apagada, la
angustia de ella se trasladaba a él en un instante. Se pone de nuevo los
lentes. Va a ser mejor que prepare la clase. Recuerda la pollerita de Feldman y
sonríe. Cierra el Excel del balance y abre el Word. Método
de Lagrange tipea.
Agustina
suspende el rítmico golpeteo sobre la espalda de Federico, a través de los
barrotes de la cuna. Parece que, al fin, logró dormirlo. Se levanta con
precaución y sale de puntillas. No alcanza a llegar al pasillo cuando escucha ¡Aus! Aprieta los puños. Tiene mucha
tarea y, además, todavía no pudo contestarle a Gonzalo. ¿Qué le dirá? Aún no
sabe pero no puede no contestar. Sería de maleducada. ¡¡Aus!! insiste el nene. Está harta. ¡Basta, Fede! le grita. Al instante el reclamo se transforma en
llanto. ¡Mamá, mamá! Ella cierra los
ojos. No aguanta más. Acuden las lágrimas. De pena, de impotencia, de rabia. Se
las seca con la manga del pullover y regresa junto a su hermano.
Matilde
entra a la cocina. Ramona está abriendo el horno. El aroma se apodera del aire.
Le llena los pulmones. Ramo, estuve
averiguando dice. ¿Qué? pregunta
la mujer mientras desmolda el bizcochuelo. Hay
una escuela de adultos en Colegiales, podés hacer el secundario en tres años,
por la noche, si querés empezar en agosto tenés que inscribirte ya mismo. La mujer la mira, atónita. Dale, Ramo, te prometo que yo te ayudo. Suena
el timbre. Yo abro grita Agustina. ¿Qué me decís? insiste ella. Ahora me tengo que ocupar de tus hermanas contesta
Ramona, muy seria. Pero al pasar a su lado le acaricia la cabeza. Gracias, Mati, no sé qué hizo tu mamá para que las hijas le salieran
tan buenas. Las nenas entran a la carrera. ¡Qué olorcito! dice Lorena abrazándose a las rodillas de la mujer. ¡Hasta yo tengo hambre! agrega Sofía.
Agustina entra con Federico en brazos. Instantes después la cocina es un
jolgorio. No creo que seamos el resultado
de sus esfuerzos piensa Matilde pero
la verdad que todas le salimos buenas. ¡Qué rico, Ramo! alaba Sofía. ¡Más! reclama Federico. El celular de
Matilde vibra. Mariano. Hoy es un buen
día decide.
Matilde canta como un payaso y Fede
baila sobre la silla y entonces Agus lo alza y baila con él y Lorena se pone la
servilleta sobre la cabeza y nos reímos tanto que me atraganto con el tercer
pedazo de bizcochuelo que Ramo me cocinó y no entiendo por qué me volvió el
hambre.
Contador, ya me voy informa
su secretaria. Marcelo mira el reloj: se le voló la tarde. Pero preparé una buena clase se tranquiliza. A Feldman le va a encantar se ríe de sí mismo. Suena su celular:
Matilde. Atiende, de antemano preocupado. Hola,
papi lo sorprende la vocecita de Lorena le
pedí el celu a Mati porque me olvidé de avisarte que mañana tengo reunión de
padres, no me retes que Mati ya me retó. Él apoya la frente sobre el codo
flexionado. En un rato voy para casa y lo
charlamos. Lo único que le faltaba: reuniones de padre. Mañana imposible decide. Apaga la
computadora y busca su saco.
Lore me dijo que papá va a ir a su
reunión qué raro yo ni siquiera le avisé mamá no iba casi nunca y yo pensé que
los papás no podían igual papá a mi reunión seguro que no iba a ir.
Marcelo
descubre tras la cortina de la ventana la carita de Lorena. Él agita la mano y
ella le devuelve el saludo. En cuanto abre la puerta la nena corre a abrazarlo.
¡Vino mi papi! Él le revuelve el
cabello. Hola, princesa. La nena le
tiende un cuaderno. Él descubre que es la primera vez en su vida de padre que
tiene en las manos un cuaderno de comunicaciones. En cuanto logra sacarse el
saco y depositar las carpetas, lo abre. Un dolor en las vísceras descubrir en
la portada la letra de Diana. Reponiéndose hace girar las hojas. Solo para encontrar su firma una y otra vez.
Llega por fin a la última notificación. Sí, la reunión es al día siguiente, a
las ocho horas. Entrega de boletines. Claro, sus hijas tienen boletines.
Piensa, ahora, cuántas veces los miró. Está asustado. Vivió una vida al margen
de sus cinco hijos. Solo habían sido un aditamento de Diana. Él había aportado
el esperma y la cuota alimentaria. Ni el
esperma con Lorena se corrige. ¿Vas a
ir? pregunta la nena y hay tanta expectativa en su carita que él asiente.
La nena brinca como si se tratara de ir al circo. A pocos metros, apoyada
contra la pared, descubre a Sofía. ¿Vos
no me saludás? propone él. La nena se acerca, taciturna, y le ofrece la
mejilla. ¿Te pasa algo? pregunta él.
La nena niega con la cabeza y se escapa, escaleras arriba. Ahora es Federico el
que acude corriendo. Él lo alza.
Agustina
está bañando a Federico cuando suena su celular. El corazón se le agita. ¡Aus!, ¡Aus! dice el nene señalando el
teléfono apoyado sobre la repisa del lavatorio. No se anima a atender. Cortan.
Ella se apoya la mano sobre el corazón. Puede sentir el golpeteo. Luego de unos
segundos vuelve a sonar. No tiene más remedio que mirar. Sí, Gonzalo. Hola, Agustina, quería saber si me podés
prestar las fotocopias que dio la profe de Lengua, las de Neruda, me dijeron
que vos sos la única que las tiene. Dale, mañana te las llevo contesta.
Corta. Claro, por eso me perseguía, si seré boluda piensa mientras le
enjuaga la cabeza al nene. ¡Lo ojo, lo
ojo! protesta su hermano. Ella lo mira: la carita llena de espuma. Busca
una toalla y lo limpia. Estoy triste
piensa. Y después recuerda la poesía pero
siempre estoy triste.
Matilde
sirve el pan de carne. Por suerte esa rebanada salió perfecta, no se le rompió.
Una cucharada de puré de calabaza, otra de arvejas salteadas. Le tiende el
plato a su padre. Recién lo mira. Ni lo
saludé descubre .Él toma el
plato, sonriendo. Él tampoco me saludó. Mientras
sirve su propio plato evalúa si su padre pensará hacer algo con la información
que ella le dio. Seguro que ya se olvidó
decide y se lleva el tenedor a la boca. Delicioso,
Ramona es lo más.
Marcelo
observa comer a sus hijos. Todos charlan, animados. Todos no. Sofía está
enfrascada en su plato. Aparta las arvejas. Hace dibujos con el tenedor sobre
el puré. En un momento la nena levanta la vista y al cruzarse las miradas, baja
la suya. Algo le pasa, sus hermanas
deberían prestarle más atención. Le va a decir a Agustina porque con
Matilde no se anima. Se concentra en la comida. Lujo de cocinera Ramona. ¿Le
estará pagando lo suficiente? Diana era la que se ocupaba. Mañana se fijará lo
que marca el convenio. Agustina comenta que tiene problemas con el tema nuevo
de contabilidad. Cuando quieras te
explico ofrece él. Para la próxima
prueba te aviso dice la chica sonriendo. Sonríe pero tiene los ojos tristes nota él. ¡Más dulce de leche! pide Lorena. No, ya te serví suficiente niega Matilde. ¡Porfi, Matita querida! Matilde cabecea y le sirve media cucharada.
¡Amarreta! se queja la nena. La verdad es que Lorena es muy graciosa decide
él sonriendo pero la sonrisa se desvanece cuando agrega no será porque lo heredó de mí.
Papá ni me miró no sé por qué a mí no me
quiere a mí nadie me quiere desde que se murió mi mamá.
Agustina
está subiendo la escalera con Federico para acostarlo cuando el padre la chista
desde el sillón del living. No la vi bien
a Sofía le comenta ¿vos sabés qué le
pasa? Ni idea dice ella. Te pido que
le prestes un poco más de atención le indica su padre y a ella el mundo
termina de hundírsele. Quisiera decirle que tiene trece años, que Federico le
está chupando la sangre, que no puede más pero promete no te preocupes, papá, yo me ocupo. Gracias, hija dice su padre y
después sube el volumen del televisor. Ella se lleva las manos a los oídos. Le
duele la cabeza. Ojalá que el nene hoy se duerma pronto. Si no, lo dejará
llorar. Basta para mí piensa.
Mañana me toca jugar de madre
recuerda Marcelo fastidiado ¿cuánto
durará? Tiene gente citada a las diez. Hablará con la maestra, él no puede
ocuparse. Quizá pueda ir Ramona. O tendrá que tomar una persona que se ocupe de
estas cosas. Si las hicieran a la tarde
podría ir Matilde piensa. Primera vez
y última decide. Pone el despertador y apaga la luz.
Agustina
sale de puntillas del cuarto de Federico. Hoy
me la hizo fácil piensa. Está por meterse en su cuarto cuando recuerda el
pedido de su padre. La puerta de Sofía está abierta. ¿Dormís? susurra. No, no
puedo. ¿Querés que me quede un ratito? Su hermana corre las cobijas. Ella
se acuesta. Minutos después ambas duermen.
Agustina
observa a su celular como si esperara que de él surgiera la respuesta. Matilde
golpea la puerta. ¿Tenés un transportador?,
no encuentro el mío. Ella busca uno y se lo da. Quedátelo, tengo otro. Matilde se tira sobre su cama. Recién me llamo Mariano comenta
sonriendo, la cabeza apoyada sobre los brazos flexionados. ¿Qué te dijo? Nada en especial. ¿Y por qué estás tan contenta? ¡Porque
lo escuché!, y vos ¿ya le contestaste al Gonza? No informa ella. Entonces ya le contestaste dice su
hermana levantándose de un brinco. Es
cierto piensa ella y se siente repentinamente muy triste. Federico aparece
en el marco de la puerta. ¡Aus! Ella lo llama y el nene se acerca corriendo.
Lo alza y esconde la cara en su cuellito. Todavía huele a bebé.
Marcelo
descubre tras la cortina de la ventana la carita de Lorena. Él agita la mano y
ella le devuelve el saludo. En cuanto abre la puerta la nena corre a abrazarlo.
¡Vino mi papi! Él le revuelve el cabello.
Hola, princesa. La nena le tiende un
cuaderno. Él descubre que es la primera vez en su vida de padre que tiene en
las manos un cuaderno de comunicaciones. En cuanto logra sacarse el saco y
depositar las carpetas, lo abre. Un dolor en las vísceras descubrir en la
portada la letra de Diana. Reponiéndose hace girar las hojas. Solo para encontrar su firma una y otra vez.
Llega por fin a la última notificación. Sí, la reunión es al día siguiente, a
las ocho horas. Entrega de boletines. Claro, sus hijas tienen boletines.
Piensa, ahora, cuántas veces los miró. Está asustado. Vivió una vida al margen
de sus cinco hijos. Solo habían sido un aditamento de Diana. Él había aportado
el esperma y la cuota alimentaria. Ni el
esperma con Lorena se corrige. ¿Vas a
ir? pregunta la nena y hay tanta expectativa en su carita que él asiente.
La nena brinca como si se tratara de ir al circo. A pocos metros, apoyada
contra la pared, descubre a Sofía. ¿Vos
no me saludás? propone él. La nena se acerca, taciturna, y le ofrece la
mejilla. ¿Te pasa algo? pregunta él.
La nena niega con la cabeza y se escapa, escaleras arriba. Ahora es Federico el
que acude corriendo. Él lo alza.
Agustina
está bañando a Federico cuando suena su celular. El corazón se le agita. ¡Aus!, ¡Aus! dice el nene señalando el
teléfono apoyado sobre la repisa del lavatorio. No se anima a atender. Cortan.
Ella se apoya la mano sobre el corazón. Puede sentir el golpeteo. Luego de unos
segundos vuelve a sonar. No tiene más remedio que mirar. Sí, Gonzalo. Hola, Agustina, quería saber si me podés
prestar las fotocopias que dio la profe de Lengua, las de Neruda, me dijeron
que vos sos la única que las tiene. Dale, mañana te las llevo contesta.
Corta. Claro, por eso me perseguía, si seré boluda piensa mientras le enjuaga
la cabeza al nene. ¡Lo ojo, lo ojo!
protesta su hermano. Ella lo mira: la carita llena de espuma. Busca una toalla
y lo limpia. Estoy triste piensa. Y
después recuerda la poesía pero siempre
estoy triste.
Matilde
sirve el pan de carne. Por suerte esa rebanada salió perfecta, no se le rompió.
Una cucharada de puré de calabaza, otra de arvejas salteadas. Le tiende el
plato a su padre. Recién lo mira. Ni lo
saludé descubre .Él toma el
plato, sonriendo. Él tampoco me saludó. Mientras
sirve su propio plato evalúa si su padre pensará hacer algo con la información
que ella le dio. Seguro que ya se olvidó
decide y se lleva el tenedor a la boca. Delicioso,
Ramona es lo más.
Marcelo
observa comer a sus hijos. Todos charlan, animados. Todos no. Sofía está enfrascada
en su plato. Aparta las arvejas. Hace dibujos con el tenedor sobre el puré. En
un momento la nena levanta la vista y al cruzarse las miradas, baja la suya. Algo le pasa, sus hermanas deberían
prestarle más atención. Le va a decir a Agustina porque con Matilde no se
anima. Se concentra en la comida. Lujo de cocinera Ramona. ¿Le estará pagando
lo suficiente? Diana era la que se ocupaba. Mañana se fijará lo que marca el
convenio. Agustina comenta que tiene problemas con el tema nuevo de
contabilidad. Cuando quieras te explico ofrece
él. Para la próxima prueba te aviso
dice la chica sonriendo. Sonríe pero
tiene los ojos tristes nota él. ¡Más
dulce de leche! pide Lorena. No, ya te
serví suficiente niega Matilde. ¡Porfi,
Matita querida! Matilde cabecea y le sirve media cucharada. ¡Amarreta! se queja la nena. La verdad es que Lorena es muy graciosa decide
él sonriendo pero la sonrisa se desvanece cuando agrega no será porque lo heredó de mí.
Papá ni me miró no sé por qué a mí no me
quiere a mí nadie me quiere desde que se murió mi mamá.
Agustina
está subiendo la escalera con Federico para acostarlo cuando el padre la chista
desde el sillón del living. No la vi bien
a Sofía le comenta ¿vos sabés qué le
pasa? Ni idea dice ella. Te pido que
le prestes un poco más de atención le indica su padre y a ella el mundo
termina de hundírsele. Quisiera decirle que tiene trece años, que Federico le
está chupando la sangre, que no puede más pero promete no te preocupes, papá, yo me ocupo. Gracias, hija dice su padre y
después sube el volumen del televisor. Ella se lleva las manos a los oídos. Le
duele la cabeza. Ojalá que el nene hoy se duerma pronto. Si no, lo dejará
llorar. Basta para mí piensa.
Mañana me toca jugar de madre
recuerda Marcelo fastidiado ¿cuánto
durará? Tiene gente citada a las diez. Hablará con la maestra, él no puede
ocuparse. Quizá pueda ir Ramona. O tendrá que tomar una persona que se ocupe de
estas cosas. Si las hicieran a la tarde
podría ir Matilde piensa. Primera vez
y última decide. Pone el despertador y apaga la luz.
Agustina
sale de puntillas del cuarto de Federico. Hoy
me la hizo fácil piensa. Está por meterse en su cuarto cuando recuerda el
pedido de su padre. La puerta de Sofía está abierta. ¿Dormís? susurra. No, no
puedo. ¿Querés que me quede un ratito? Su hermana corre las cobijas. Ella
se acuesta. Minutos después ambas duermen.
22 Miércoles
Marcelo recuerda
la entrega de boletines mientras se afeita. Maldición
masculla. Le explicaré a la maestra que
estoy muy ocupado. Impensable sentarse entre las madres. Voy, firmo y listo. Se seca la cara, se
pone loción y sale. Al pasar frente al cuarto de Lorena siente un chistido.
Abre la puerta entornada. No te olvides
de la reunión, papi reclama la nena. Él se acerca, le da un beso y la
arropa. Tranquila, princesa, descansá que
todavía tenés un ratito. Se cruza con Agustina en el pasillo. La chica se
acerca y le da un beso. Buenos días,
papá. Entran juntos a la cocina. Buen
día, señor dice Ramona, mientras le alcanza el café con leche. Matilde no
levanta la vista de su tostada. A él tampoco le dan ganas de saludarla. Es una maleducada piensa. Minutos
después todos se incorporan. Al mediodía
te agarro le advierte Matilde a Ramona. Esa
cabecita loca dice la mujer sonriendo. En el auto Agustina pregunta ¿qué pasa con Ramo? Me enteré de que no terminó el secundario,
estuve averiguando, quiero que siga, ¿me ayudás a convencerla? ¡Obvio! Matilde
no es cualquier chica evalúa él, súbitamente orgulloso de su hija.
Papi me dijo que va a ir a la reunión
capaz que me visita en el aula le voy a pedir a Ramo que hoy me haga trenzas.
Lorena está contenta porque papá va a ir
a su entrega de boletines yo no le dije nada total yo firmé por él en el
cuaderno de comunicaciones y me autorizó para que me lo den a mí total mamá
tampoco iba muy seguido.
\
Agustina
se acomoda en su asiento todavía pensando en Matilde. ¿Cómo se le ocurrió lo
del secundario para Ramona? Marti va
siempre un paso por delante decide. Gonzalo se le acerca. Se cortó el pelo.
Le queda mejor piensa. Ella busca las
fotocopias de Neruda. ¿Ya armaste grupo
para hacer el trabajo? le pregunta el chico. Ella siempre trabaja con
Valeria pero dice todavía no. ¿Querés
hacerlo conmigo? Dale contesta mientras piensa ojalá Vale no se enoje.
Marcelo
le pregunta a la portera por el aula. Muchas mujeres cotorreando. Solo otro
hombre. Entra la maestra y logra imponer silencio. Hizo mal, debería haberla
interceptado antes de entrar. Ahora no puede interrumpirla. Inspira hondo y
busca un asiento. El otro hombre se ubica a su lado. Solidaridad de género piensa. Minutos después, mientras escucha
hablar de comprensión de texto, tablas de multiplicar y sustantivos, sin saber
por qué mira hacia el patio. Pegada contra el vidrio de la puerta, la ñata de
Lorena. Él agita levemente la mano. Ella se lleva la mano a la boca y le tira
un beso.
Vi que papá salía de la reunión de Lorena y pensé que
capaz mi maestra le avisaba de mi reunión pero cómo lo va a reconocer si papá
no piso la escuela nunca jamás en la vida para colmo Marina me dijo mirá ese no
es tu papá que capaz lo vio en mi cumpleaños pero yo le contesté que no.
Matilde
se acomoda el pelo antes de salir al recreo y se pone unas gotas del perfumito
que le regaló su mamá. Contra el mástil, según lo acordado, la espera Mariano.
Ella apura el paso.
Espero que tengas algo interesante para
decirme chacotea
Marcelo tuve que interrumpir un balance
interesantísimo. Fernando se deja caer sobre la silla. Está agitado. Juzgá vos. Si no hablás, difícil. Pasé por
el consultorio de mi hermano, espero que aprecies mi actitud, no recuerdo la
última vez que estuve por allí, casi se desmaya al verme. Fernando se
interrumpe y lo mira. ¿Y? pregunta él
cuando comprueba que no seguirá hablando. Patricia
se sigue atendiendo con él. Marcelo casi puede escuchar el redoble de su
corazón. ¿Y? reitera. ¿Qué querés saber? pregunta Fernando con
una sonrisa que irrita a Marcelo. Sabe
que me tiene en sus manos piensa. ¿Se
mudaron? es lo único que se le ocurre preguntar, y, además, ya lo sabe. Olvidate del plural recomienda Fernando se separaron. ¡¿Ellos?! exclama él,
profundamente sorprendido, siempre los vio como una pareja modelo ¿hace poco? intenta minimizar su
desconcierto. No, más de siete años, poco
después de que naciera su último hijo. ¿Otro varón?, tampoco esta vez tuvieron
suerte, nos reíamos juntos, ellos todos varones, nosotros, todas nenas. ¿No te
llama la atención que se hayan separado justo en ese momento? comenta su
amigo. Él lo mira desconcertado. ¿Qué
momento? pregunta. Coincidente con el
nacimiento de Lorena. Marcelo queda boquiabierto. Ni lo había relacionado. Mi cabeza es una especie en extinción piensa. ¿Tu hermano sabe por qué se separaron? Es el ginecólogo, no el
psicólogo regresa esa maldita sonrisa de su amigo y yo tampoco soy su amiguito del
alma como para que me haga confidencias. Fernando le tiende un papel. Copié sin que se diera cuenta el teléfono de
Patricia; el de Alberto, obvio, no lo tiene. Él aparta la mano como si los
números fueran fuego. ¿Todavía tenés
hambre? pregunta Fernando llamando al mozo. Marcelo aprieta los puños. Su
amigo tiene el don de irritarlo. Media hora después, los restos del almuerzo
durmiendo en los platos, Marcelo pregunta ¿te
puedo pedir un último favor? Fernando se lleva la mano extendida a la sien.
¡Siempre listo! exclama. ¿Podrás averiguar el grupo sanguíneo de
Alberto?, seguramente tu hermano lo consignó por los embarazos. Consignó, qué
palabra de contador comenta su amigo. ¿Y?
Fernando reitera el gesto. Haré lo
que pueda, aunque te costará un almuerzo en un lugar como la gente, ni te
sueñes que me arreglarás con esta fonda. Ambos ríen.
Ya están
en el colectivo cuando Agustina comenta esta
tarde tengo que ir a hacer un trabajo. ¿A lo de Vale? pregunta Matilde. No, a lo de Gonzalo contesta ella
temiendo ponerse colorada. ¡Esa!, ¿y
cuántos son? Dos, los grupos son de a dos. Ah, ¿y los armó la profe? No, él me
propuso. Matilde comienza a tararear la marcha nupcial. ¡No seas boluda! se enoja ella, a mí no me gusta para nada. Vi que se cortó
el pelo comenta su hermana claro,
quería estar lindo para hoy. Cortala, Mati. Su hermana de pronto la mira
muy seria. Te viene bien, Agus, necesitás
distraerte. A ella se le hace un nudo en la garganta. Quisiera poder
abrazarla.
Ramona
les sirve la tarta y se sienta junto a ellas. ¿Pensante en lo que te dije? pregunta Matilde. Estás completamente loca dice la mujer. ¿Por qué no probás? Para qué, ya estoy grande. Ella busca
argumentos válidos. Los va mencionando de a uno: superarse, poder conseguir
otro trabajo, aumentar la autoestima, etc., etc. Ramona, inflexible. Hasta que
Agustina dice las podés ayudar a las
nenas en la tarea. Matilde observa que Ramona alza las cejas. Sí, su
hermana encontró un buen recurso. Claro,
Ramo, ahora que no está mamá las nenas necesitan más que nunca redobla ella
la apuesta de Agustina. ¿Dónde dijiste
que era? pregunta la mujer mientras levanta los platos.
Hoy sí que no me pasa bocado.
Agustina
espera que Federico se duerma y se mete bajo la ducha. ¿Qué se pondrá?, ¿el jean nuevo? No quiere parecer
producida. Instantes después, mientras el secador le esponja el cabello, se
mira en el espejo. Mamá decía que yo era
muy linda, la más linda. Y a ella siempre la ponía molesta que la comparara
con sus hermanas. Ella se ve insípida. Cara
de nada. Envidia la mirada de Matilde. Hasta la de Sofía. El desenfado de
Lorena. Detiene el secador. No tengo
arreglo decide y, sin siquiera pintarse, sale del baño envuelta en una
toalla. ¡Tan, tan, tatán! corea
Matilde al verla pasear. Ella quisiera matarla.
Matilde despliega la tabla periódica. ¿Dónde te metiste, cadmio? Protones,
electrones, neutrones. Número atómico, másico. Regla de las diagonales. Le
encanta fisicoquímica. Los compañeros la cargan. Porque me gusta estudiar. Siempre le gustó. ¿Está mal?, ¿soy un monstruo? Bien que me piden cuando necesitan. Ayer
le estuvo explicando a Mariano. Bastante duro, el pobre. Igual no me importa. ¿No le importa? Un poco se decepcionó. Mamá siempre decía que yo era la más
inteligente, saliste a tu padre. ¿Papá es inteligente? Si tiene que
juzgarlo por estas últimas semanas, no. Hace un gesto de fastidio. Es un
pelotudo piensa. Pero luego se siente culpable. Tiene miedo se corrige. Seguro que dejará todo como está. Pobre Lorena. Vuelve a lo suyo. Acá está el rubidio.
Ya salgo informa Agustina
a Matilde. ¿Sabés cómo ir? Sí, voy
caminado, son unas diez cuadras. Dejame la dirección, después te paso a buscar. No te preocupes, me
dijo Gonzalo que él me acompaña. Matilde sonríe. Es rápido el pendejo. Mirá que sos pelotuda dice ella enojada y
sale dando un portazo. Matilde es insoportable. Tiene solo dos años más, no sé de qué se las da. Ya en calle
inspira profundo. Sin darse cuenta, sonríe.
Matilde
escucha la bocina del micro y cierra la carpeta. Basta por hoy. Está bajando cuando escucha a Federico. ¡Aus!, ¡Aus! Va al cuarto del nene. Lo
encuentra intentando trepar por las barandas. Lo alza. ¿Y Aus? No está contesta ella irritada. Qué pegoteo que tiene ese
chico con su hermana. Excesivo piensa
malo para los dos. Lo deja en el piso
y busca sus zapatillas. ¿Habrá que cambiarlo? Le dirá a Ramona. El nene se
abalanza hacia la escalera. Esperame,
Fede, con cuidado. Lo único que falta es que se le caiga. Las nenas ya
están en la cocina. Papi fue a buscar mi
boletín informa orgullosa Lorena. Ramona ubica al nene en su sillita.
Matilde se sienta. ¿Y Agus? pregunta
Sofía. Ni que su hermana fuera imprescindible. Fue a hacer un trabajo informa. Ramo,
¡hiciste buñuelos! exclama Lorena hoy
es mi mejor día. Ella hinca el diente en un buñuelo. Tibiecito, delicioso.
Mira a Sofía, inmóvil frente a su taza. Dale,
Sofi, comete uno, si a vos te gustan. La nena cabecea. La observa mejor.
Tiene mala cara. ¿Cuándo es tu entrega de
boletines? le pregunta. No sé
contesta su hermana sin mirarla. Traeme
el cuaderno de comunicaciones. Se me perdió. Andá a buscar la mochila. La
nena sigue sentada. Sofi, te estoy
hablando. Después dice la nena porfi
y a Matilde le impacta el ruego de su voz. Bueno,
pero comete ya un buñuelo. La nena suspira y agarra uno.
Matilde me pidió el cuaderno y se va a
dar cuenta de la firma y le va a decir a papá que me va a querer todavía menos
todo me sale mal desde que se murió mi mami.
La reunión de Sofi también fue hoy yo vi
muy bien los carteles después le voy a preguntar por qué miente capaz que sacó
notas muy malas ojalá que Matilde no la rete.
Agustina
contesta a las preguntas de la mamá de Gonzalo. Quiere que esa merienda termine
ya. Ella pensó que estaría sola con él. Hasta compró un paquete de galletitas
como le enseñó su mamá. Pero ante esa mesa colmada le dio vergüenza y las dejó
en el fondo de la mochila. De pronto mira a Gonzalo que se muerde el labio y
revolea los ojos. ¿Listo? le pregunta
el chico y ella asiente con la cabeza. Él se para y ella lo imita. ¿No vas a probar el budín? reclama la
mujer.
Ella duda y mira nuevamente a Gonzalo. Él agarra el plato con el
budín y un cuchillo y dice lo comemos en
el cuarto, tenemos que terminar el trabajo. ¡Llevá servilletas! indica la
madre. Él no le hace caso y sale. Mi
vieja es infernal se justifica te
agarra y no te suelta, bah, como todas las viejas. A ella se le llenan los ojos de lágrimas. Se
odia por no poder contenerlas. Perdoname
pide Gonzalo soy una bestia. Deja el
plato sobre el escritorio, busca la caja de pañuelos y le alcanza uno. ¿La extrañás mucho? pregunta. Agustina
no puede contener los sollozos. Él se acerca y la abraza.
Matilde
entra en el cuarto de Sofía y cierra la puerta. La nena está sentada en el
piso. Ella la imita. ¿Me das el cuaderno?
pide. Sofía lo busca en la mochila y se lo extiende. A Matilde la impacta ver
la letra de su mamá en la carátula. Todos dicen que ella la tiene parecida.
Encuentra la notificación. La reunión fue hoy. Comprueba que la nota está
firmada así como la autorización para entregarle al alumno el boletín. Mira
bien la firma. Lucha por esconder una sonrisa. ¿Me querés contar qué pasó? Sofía, muda. ¿Tenés malas notas? La nena niega con la cabeza y le tiende el
boletín. Todo muy bien salvo un sobresaliente en matemática y un bien en prolijidad. Te feli, ¿por qué no querías mostrarlo? ¡Sí que quería! exclama la
nena recuperando la energía. ¿Y entonces?
De nuevo silencio. Matilde siente que empieza a perder la paciencia. ¿Me vas a contar sí o no? Sofía calla.
Ella experimenta una extraña violencia. Para conjurarla se levanta. No es su
problema. Sale del cuarto sin mirar a su hermana.
Matilde se metió en el cuarto de Sofía
cuando Mati se enoja conmigo yo me pongo remal con Agus es distinto es buena
hasta cuando reta pobre Sofi no sé si me va a querer contar porque hay cosas
que no se le pueden contar ni a tu más hermana no se le pueden contar a nadie.
Agustina
camina del lado de la pared. Ya está oscuro. Hace frío. Las primeras cuadras
charlaron del colegio, ahora van callados. La sorprendió Gonzalo. No es un
tarado como todos. No se burló de ella, no la cargo. Le dio un abrazo y después
no volvió a tocar el tema. Ni le dije
gracias. Trabajaron bien además. Se le ocurrieron muchas cosas
interesantes. Me equivoqué piensa y
también piensa que cuando se despidan le va a agradecer. Al llegar a la esquina
Agustina ve el auto de su padre entrando a la cochera. Se detiene en seco. ¿Qué pasa? pregunta Gonzalo. Ya llegamos informa ella. El chico la
mira, parece desconcertado. Bueno, nos
vemos mañana dice él. Gracias por
acompañarme ella. Él se inclina y
la besa en la mejilla. Ella siente su olor. A lavanda, a hombre. Casi a la
carrera se dirige a su casa.
\
Marcelo
llega a la mesa cando todos están sentados. Se ubica en su lugar. Matilde le
alcanza el plato. Guiso de lentejas. Papi,
¿cómo estaba mi boletín? pregunta Lorena. Muy bien, lo tengo en el portafolio, después te los doy, me dijo la
maestra que estás haciendo muchos progresos. La carita de la nena
resplandece. Es cierto, la maestra estaba sorprendida. ¿Y a vos, Sofía, cuándo te lo dan? Marcelo detecta la rápida mirada
que le nena dirige a Matilde. Ya se lo
entregaron informa la primogénita está
espectacular. ¿No hicieron reunión?
pregunta él mirando a la nena que agita la cabeza con energía. Esta vez no aclara Matilde. Zafé de una piensa él. Federico no
quiere comer. Escupe las lentejas. Agustina lo reta. Dejalo dice él yo cuando era
chico odiaba las lentejas y ahora me encantan. Yo tampoco quiero dice Sofía. Vos te las comés porque igual nada te
gusta la mandonea Matilde. Demasiadas
mujeres en esta mesa decide él. Y falta la única que precisa.
Matilde me salvó de papá mejor me como
todas las lentejas.
Agustina,
la luz apagada, está acostada, mirando el techo, las manos bajo la nuca.
Sonríe.
Marcelo
no logra dormirse. Fernando tiene razón: demasiadas casualidades. El divorcio
de Patricia y Alberto, el distanciamiento de Diana, el nacimiento de Lorena.
¿Era él el único boludo que estuvo al margen de todo? Matilde, en qué me metiste.
Matilde
boca abajo en su cama, piensa. En Sofía y su boletín, en Agustina y Gonzalo, en
su padre y Lorena. Está harta de problemas. Suena el celular. Se incorpora. Buenas noches dice Mariano. Será tonto pero es copado piensa ella
mientras teclea buenas noches. Deja el
teléfono sobre la mesa de luz, se acuesta de nuevo, se tapa bien. Bosteza.
23
Jueves
Marcelo
se mira en el espejo mientras se seca la cara. Lo que hace una noche sin
dormir. Extraño el insomnio. Uno se convierte en Billy, the kid. Escapan las inhibiciones. Se sofocan los temores.
Planeó llamar a Patricia. Rastrear a Alberto. Pero después de lavarse los
dientes y de afeitarse reapareció el Marcelo que él era. ¿Qué podría decirle a
Patricia?, ¿invitarla a consolarnos
juntos, dos magníficos cornudos? Otra parte de sus neuronas piensa que todo
es una fantochada. Colgado como un títere de las elucubraciones de su hija
adolescente. Mocosa entrometida. De
pronto recuerda que es jueves. Clase en la facultad. Se pone perfume. Para Feldman se ríe de sí mismo.
Agustina
entra a la cocina. Ramo, dice Sofi que
subas notifica.¿Qué hace despierta
tan temprano? pregunta la mujer. Está
haciendo la tarea informa ella. Si espera
ayuda de mí está lista dice Ramona mientras se seca las manos con el
repasador. ¿Viste, Ramo, tenés que seguir
estudiando? aprovecha Matilde la volada. La mujer menea la cabeza y sale. No me contaste nada de ayer dice Matilde. ¿Qué querés que te cuente? ¿Pasó algo?¿Le
puede contar a su hermana que lloró y él la abrazó? Sí, terminamos el trabajo. Dale, Agus, no me tomes de gila. Nada, Mati,
nada, ya te dije que no me gusta. Pero él está muerto por vos. Agustina
percibe que se le altera el pulso. ¿Por qué
decís eso? Porque vi cómo te miraba. Claro, habías llevado los prismáticos. No
te hagas la boluda se impacienta su hermana. Buenos días saluda su padre, entrando a la cocina ¿ese es
lenguaje de señoritas? A espaldas de él, Matilde le saca la lengua. Ella
devuelve el gesto. Delirios de su hermana. Ojalá.
Me olvidé de hacer la tarea justo ahora
que la seño me dijo que estoy mejorando y me puso sobresaliente le pedí a Agus
que me ayudara pero se le hacía tarde ahora está subiendo Ramo ella no sabe pero
necesita que me vista mientras yo me ocupo de las cuentas.
Matilde
baja del auto. Más temprano que de costumbre. Entre la decena de chicos
arracimados frente a la puerta de la escuela descubre a Mariano. Se acomoda el
cabello con ambas manos. Sin esperar a Agustina, camina hacia él.
Marcelo
atiende, pacientemente, la fila de alumnos. Tantas consultas repetidas, podrían
ponerse de acuerdo. Feldman no se acerca. Es
que mi clase estuvo impecable piensa riendo para sí no le dejé lugar a sus dudas. Porque Feldman es una alumna
brillante. Está saliendo del aula cuando la chica lo intercepta. Profe, ¿tiene un minuto? Él solo sonríe.
Me gustaría hacerle una entrevista para
la revista del Centro de Estudiante, ¿me haría ese favor? Él se siente
estúpidamente orgulloso. Con mucho gusto
contesta. ¿Puede ahora? Él recuerda
el reciente mensaje de Fernando. Lamentablemente
no.¿Mañana? De acuerdo. ¿Tomamos un café después de la clase? propone
Feldman. Esta chica es un avión
piensa él al tiempo que recuerda a
Matilde. Viene potente la nueva
generación.
Ramo la estuvo ayudando a Sofi y no me
preparó tostadas me estaba haciendo el nesquik cuando Fede empezó a llorar y
Ramo vuelta a subir y justo apareció el micro
por culpa de mis hermanos me voy a morir de hambre suerte que agarré un
paquete de obleas antes de salir para peor Sofi me pide seguro que para
molestar porque ella como dice mamá vive del aire.
En
cuanto se sientan, Fernando le entrega un papel doblado. Se lo tiende en
silencio, inverosímil en su amigo. Marcelo observa el ligero temblor de su mano
al tomarlo. Lo abre. La letra lo ataca como un luchador de Sumo. B, Rh+. B. Apoya la frente sobre la mano. Los párpados de pronto
pesadísimos. Como la tapa de un cofre
piensa mientras los cierra. ¿Diana puede
haber sido tan hija de puta como para engañarme con Alberto? dice al fin,
descubriéndose. ¿Hubieras preferido un
desconocido? pregunta Fernando al
menos sabés que el padre de tu hija no es ningún monstruo, y, más allá de lo
que haya sucedido con Diana, siempre me pareció muy buen tipo. Los ojos de
Marcelo insisten en cerrarse. Escucha que su amigo continúa de todos modos no tomes esto como una
certeza. Marcelo se endereza ¿sí como
un fuerte indicio? Fernando se encoge de hombros. ¿Qué pensás hacer? pregunta luego de un largo y denso silencio. Primero, metabolizarlo, luego, ya veré.
¿Café? pregunta Fernando alzando la mano. Mientras el mozo se acerca agrega
al menos tendrás una respuesta para tu
hija. ¿Mi hija?, aborrezco tu sentido del humor. Sí, Marcelo, tu hija, Lorena
es tu recontrahija. Él siente que las lágrimas acuden. Simula un bostezo y
se restriega los ojos. Para mí, doble
aclara. Los cafés terminados, la angustia controlada, Marcelo comenta te debo un almuerzo. Sí, me pondré en
campaña para elegir el lugar, andá ahorrando. Si serás pelotudo comenta él.
Al despedirse Marcelo oprime fuerte el brazo de su amigo y la garganta se le
anuda de nuevo.
Agustina
hace ochos sobre la polenta. ¿No te
gustó? pregunta Ramona. Ella carga el tenedor y lo lleva a la boca. Está rica como siempre, es que no tengo
hambre. Es el amor dice Matilde por lo bajo y ella quisiera ahorcarla. Por
suerte Ramona no escuchó. Otra que amor. Gonzalo casi no le habló. Seguro que después del llanto de ayer piensa
que soy una tarada. Qué le importa a ella. Aus, ¡mirá! la convoca Federico. Está haciendo pelotas con la
polenta. Dejá de hacer chanchadas lo
reta ella mientras le limpia las manitos con la servilleta. ¡Chachadas, no, peotas! Tiene razón el chico
dice Matilde riendo. Ella quisiera ahorcarlos a los dos. Hoy sí que no
tiene paciencia.
La maestra me pide el boletín pero papá
se olvidó de firmarlo me parece que ni lo miró.
Matilde
está inquieta. No puede sacarse de la cabeza a Lorena. Se avergüenza de sus
padres. Su mamá, más allá de la infidelidad, fue capaz de fraguar la identidad
de su hija. Su papá no se dio cuenta y ahora que lo sabe, es incapaz de actuar.
Si yo no me ocupo todo quedará acá piensa.
¿Qué puede hacer? La bocina del micro la aparta de sus pensamientos. Llegaron
las nenas.
Cuando
Agustina entra a la cocina, con Federico en brazos, sus tres hermanas ya están
sentadas. Un bizcochuelo sobre la mesa. Lorena parlotea, pero Sofía está muda.
Ella recuerda las indicaciones de su papá y se siente culpable. ¿Y a vos, Sofi, cómo te fue? pregunta.
Los ojos de su hermana se avivan. Me
saqué un diez en los problemas, ¿querés que te los muestre? Sí contesta
ella pero primero toma la leche. La
nena empina la taza y luego se levanta. Regresa corriendo. Mirá dice con la carita iluminada. Con qué poco se alegra. Es que no puedo con todo piensa. Yo también quiero ver pide Matilde. Por
suerte no está sola.
Yo también me saqué un diez pero mejor
no digo nada porque Sofi al fin se puso contenta y si está contenta capaz que
me juega a las figus y además así se distraen y puedo comer más bizcochuelo.
Marcelo
está inquieto. Hormigas en la cola
decía su madre. Mira el reloj. Interminable tarde. Acomoda sus papeles. Me voy, Sandra informa. Está pendiente la llamada al doctor
Sarratea. Quedará para mañana contesta mientras abre la puerta.
Llegó mi papi qué suerte tan temprano le
voy a pedir a Agus que me peine.
¿Le preparo algo, señor? lo
recibe Ramona. No, gracias contesta
Marcelo. Solo tiene ganas de dormir. Por fortuna logra llegar a su cuarto sin
que nadie lo intercepte. Se saca los zapatos y se tira sobre la cama. Suena su
celular. Maldiciendo, atiende. Me quedé
preocupado dice Fernando ¿cómo estás?
¿Te digo la verdad?, como la mierda, yo ya sabía que Lorena no era mi hija pero
saber de quién es hija me dio vuelta. Avisame si querés tomar un café después
de cenar. Gracias, Fer, de veras. Yo puedo acercarme, ya sabés, siempre listo. Marcelo
corta y cierra los ojos. Desmaterializarse. Desaparecer.
Iba a golpear la puerta de mi papi pero
escucho que habla por teléfono y no lo puedo creer ya se enteró entonces era
verdad y Fernando también lo sabe estoy perdida seguro que me entregará a ese
que dice es mi papá yo de esta casa no me voy porque si me voy de esta casa me
muero ya perdí a mi mamá ahora a mi papi y peor todavía a mis hermanos que
capaz ni hermanos son mejor mucho mejor me muero ya mismo me muero.
Agustina
está haciendo la tarea de biología. Relaciones
intra e interespecíficas. Curioso el equilibrio de la naturaleza. Con
víctimas y verdugos. WhatsApp. ¿Cuántos
ejemplos para cada relación? pregunta Gonzalo. Resucitaste piensa mientras sonriendo teclea tres o cuatro, ¿precisás alguno?
Matilde se
asoma al cuarto de Sofía y la ve tirada sobre la alfombra. ¿Terminaste la tarea? No tenía contesta la nena y luego pregunta Mati, ¿me podés firmar el boletín? No, Sofi,
solo papá puede. Pero vos sos grande.
Ella se sienta en el piso. ¿Por qué
no querés mostrárselo a papá?, tu bole está rebién. Porque a él no le interesa
y a vos sí. Sin planearlo acaricia la cabeza de su hermanita. La nena la
abraza. Ella le palmea la espalda como si fuera un bebé.
Marcelo
baja la escalera. Lo precede Agustina con Federico alzado. En la mesa esperan
Matilde y Sofía, charlando. Se ubican y Matilde comienza a servir la lasagna.
La fragancia invade el comedor. A Marcelo se le abre el apetito. Repara en el
lugar vacío. ¿Y Lorena? pregunta él. La voy a buscar se ofrece Agustina
dejando la servilleta sobre la mesa. Marcelo recibe su plato. Ya comió la mitad
cuando Matilde dice voy a ver por qué no
bajan. Regresa un rato después e informa Lorena está vomitando en el baño. ¡Habrá comido mucho! comenta
Sofía jugando con la lasagna. Vos ocupate
de tu plato la reta Matilde mientras lo ayuda a comer a Federico. Él se
levanta.
Agustina
sostiene la cabeza de Lorena, arrodilladas ambas junto al inodoro. La nena no
para de vomitar. Llora y vomita. Tiembla. Agustina tiene miedo. Mamá llama internamente. Porque precisa
ayuda pero no puede dejar a su hermana sola. Como si la hubiera oído su padre
aparece en el marco de la puerta. ¿Qué está
pasando? pregunta. La cabeza de Lorena gira hacia él. Agustina descubre
tanto terror en los ojos de su hermana que a su vez pregunta Lore, ¿qué tenés? La nena sacude la
cabeza. Nada, nada, ya se me pasa. Su
padre le consulta ¿te parece que lo llame
a Bianchi? Qué puede saber ella. Preguntale
a Matilde responde mientras Lorena tiene otro acceso de arcadas.
Matilde
toca la frente de Lorena, ya acostada. Fiebre no tiene. Vemos como pasa la noche dictamina y cualquier cosa mañana llamo a Bianchi. De acuerdo asiente su
padre. Mati, ¿te podés quedar un rato?
le pide la nena. Malditas las ganas, lo único que le falta. Para su gran
sorpresa su padre ofrece ¿querés que me
quede yo? pero la cara de la nena se tensa. No, no dice vos no, Mati. Qué
extraño, Lorena siempre tan pendiente de su
papi. Dale dice ella en un ratito
vengo.
Marcelo
apaga la luz. Raro que Lorena rechazara su presencia. Mejor para mí piensa hoy sí
que tengo sueño. Pasa el brazo debajo de la almohada. Aún no se acostumbra
a la cama vacía.
No sé qué voy a hacer si papá se lo cuenta a las chicas estoy
perdida me van a llevar con ese hombre que capaz que me pega como en los
cuentos mamá tenía razón y aunque me salve de esta igual voy a ir al infierno
ojalá que Mati no se vaya nunca.
Marcelo
sale del baño. Se desveló. Las tres. Ya es tarde hasta para Fernando sonríe solo. Pasa por el cuarto de
Lorena. Se acerca de puntillas. La nena, la boca entreabierta, duerme. Echa un
ovillo, a los pies de la cama, Matilde. El levanta el acolchado del piso y la
tapa.
24 Viernes
Matilde
abre los ojos. Su padre frente a ella murmura ya es la hora. Ella se incorpora. Le duele todo el cuerpo. Se
acerca a Lorena. Duerme, aparentemente
tranquila. Mejor que no vaya al cole piensa. Va a su cuarto y busca la ropa.
Marcelo
toma su café. Matilde entra a la cocina. Buen
día dice la chica. Hoy saludó
piensa él albricias. Luego de un rato
él le pregunta ¿y Agustina? Tiene visita
al Congreso, va directamente. ¿Y Lorena? Creo que durmió bien, vemos cómo pasa
la mañana y cualquier cosa al mediodía llamo a Bianchi. A él, como siempre,
la asombra su aplomo. No quiere imaginarse cómo hubiera sido estar sin Diana y
sin la presencia de esta chica. En el
momento de salir la chiquilina indica Ramo,
dale solo un té, si vuelve a vomitar me avisás. Quedate tranquila, Mati, yo me
ocupo, seguro que se dio un atracón. Ah, que Sofía vaya igual al colegio,
seguro que te hace historia cuando ve que Lorena se queda; Agus tiene que salir
a las diez, que no se quede dormida. Sí, Matilde, es imprescindible. Él se siente tremendamente vulnerable.
Papá, te pasaste informa
Matilde cuando el auto ya está en la esquina del colegio. La sacude el chirrido
de los frenos. Perdón pide su padre.
Ella lo observa. Tiene mala cara. ¿Te
sentís bien? pregunta. Él, ambas manos apoyadas sobre el volante, la mira
en silencio. ¿Te pasa algo? insiste.
Ella puede percibir la lentitud con que se abren los labios de su papá. Alberto es B informa al fin. ¡Yo sabía! exclama ella orgullosa de sí
misma. Su padre la mira con tanta desolación que ella se avergüenza de su
entusiasmo. Lo lamento atina a decir
y se baja del auto. Es mi culpa
determina mientras descubre a Mariano que se acerca hacia ella. No quiere
verlo. Precisa estar sola.
No me gusta venir sola en el micro la
gorda siempre me charla sin la gorda me falta algo porque Lore es mi más
hermana.
Agustina
se despereza. Qué maravilloso despertarse a las nueve. Camino al baño pasa por
el cuarto de Lorena. La nena duerme. Sí, mejor que no haya ido a la escuela. ¡Aus!. ¡ya ormí! la detecta Federico. A levantarse dijo la rana le canta ella
mientras lo saca de la cuna. ¡Estoy
subiendo! grita Ramona. Se está lavando los dientes cuando suena su
celular. ¿Querés que vayamos juntos?
propone Gonzalo. Dale contesta ella ¿dónde nos encontramos? ¿Te paso a buscar en
30? Es un caballero hubiera dicho su mamá y está muerto por vos Matilde. Ella solo sonríe.
Recién vino Agus pero me hice la dormida
ya se fueron todos menos mal con Ramo y Fede estoy segura ellos no pueden
hacerme nada.
Suena el
timbre. Matilde sale al recreo. ¿Cómo
está Lorena? le escribe a Ramona. Sigue
con náuseas pero no vomitó. Mariano se le acerca. ¿Querés comer algo en Mac a la salida? Ella evalúa la situación.
Ideal porque Agustina no está. Luego recuerda a Lorena. No puedo, mi hermanita se siente mal, tengo que ver si llamo al médico.
¿Por qué vos? le pregunta el chico. ¿Porque
mi mamá se murió? contesta ella fastidiada. Perdoname pide él soy un
boludo. Sí, a veces lo es.
Agustina
se mira en el espejo antes de salir. Me
voy, Ramo saluda desde la puerta. ¿Sabés
bien cómo ir? pregunta la mujer acercándose. Me fijé en Internet. Claro, ahora se las saben todas dice Ramo
besándola cuidate mucho y avísame cuando
llegues. Ella, por la ventana, divisa a Gonzalo en la esquina. Chau saluda. ¡Tau, Aus! dice Federico tirándole los bracitos. Ella se agacha y
lo abraza. Luego sale corriendo.
Marcelo
termina la clase. Propensión marginal al
consumo. Lo fastidia ver la cola de muchachos. Sentada en el fondo Feldman
le hace una seña y sonríe. Él despacha lo más rápido que puede a los
consultantes y se acerca a la chica. Listo
dice. ¿Vamos al café de la esquina? propone
ella. Él dice que es muy ruidoso y pregunta ¿almorzamos?
Ella asiente sin mucha convicción.
¿En La Parolaccia? Debe de ser caro
dice la chica bajando la vista. El
entrevistado invita la tranquiliza él. Feldman se reanima. Muero por conocerlo. ¿A mí? le deja ella servido. Ambos ríen.
La seño me pide el boletín y le digo que
me olvidé y me reta y me dice que si mañana no lo traigo va a llamar a mi papá por
mí que lo llame total no va a venir.
De nuevo tengo ganas de gomitar suerte
que Ramo me dejó un balde y me vienen arcadas y gomito me quiero morir antes de
que me echen pero tengo miedo de morirme y de que me quemen para siempre en el
infierno
Mariano
la está esperando a la salida. Ya te dije
que no puedo dice Matilde irritada. El chico la mira muy serio. ¿Te enojaste? le pregunta. Ella bufa. No, pero estoy apurada. ¿Te puedo acompañar
a la parada? Ella se encoge de hombros y comienza a caminar. Él se reubica
para dejarla del lado de la pared. Tonto
pero educado se ríe para sí.
Él
encarga la comida. ¿Empezamos?
propone la chica. ¿Con el pan? bromea
él. Feldman ríe y abre su cuaderno.
Agustina
camina por Cabildo con Gonzalo. Él propuso tomar el subte y ella no se animó a
decirle que nunca había viajado sola. Yo
te saco ofrece él frente al molinete. Ella se siente absurdamente
reconfortada. Alguien se hace cargo de mí
piensa.
Matilde
abre la puerta. ¡Hola! grita. Solo se
acerca Federico. ¡Hoa, Mati! Ella le
pellizca los cachetes. Parecen dos manzanas. ¡Ay! protesta el nene. ¿Qué
hacés solito?, ¿y Ramo? le pregunta. Federico señala con un dedito
escaleras arriba. Ella lo toma de la mano y suben. Las encuentra en el baño.
Lorena, vomitando. ¿Por qué no me avisaste? le reclama ella a la mujer. Recién gomito la defiende la nena
incorporándose, la cara roja por el esfuerzo. Ni en Ramona puede apoyarse,
nadie decide en esa casa. Ya mismo llamo
a Bianchi informa. ¡No, porfi!
pide su hermana. Ella regresa al baño. Lore,
¿qué te pasa? Las lágrimas corren por la carita de la nena. Ramona la
abraza. La nena se entierra en su pecho.
Marcelo
ofrece ¿café? Dale contesta Feldman un par de preguntas más y lo dejo en paz.
Disfruté de la guerra comenta él llamando al mozo como diría Tolstoi no hay una sin la otra. Cortado, Pierre dice
ella y él piensa que, además de bonita e inteligente, parece ser culta. El mozo
se confunde al depositar las tazas. Él le ofrece la apropiada su cortado, condesa Natasha. Ella
responde con una elegante inclinación de cabeza.
El subte
vacío, por suerte. Se sientan juntos, en silencio. Agustina percibe el
innecesario roce de la pierna de Gonzalo pero no se aparta.
Matilde
evalúa si debe avisar a su padre. Sí,
corresponde decide. Está por llamarlo cuando decide escribirle. Lorena sigue vomitando mucho. Bianchi está
en camino. ¿Con qué pago? Mati, ¡a comer! le grita Ramona desde abajo. Ella
se agacha junto a la cama de su hermana. Voy
a comer algo y vuelvo. ¿Lo llamaste al Doc? pregunta con los ojos abiertos
de par en par. Ni que te fuera a pegar,
tratá de dormir un rato dice ella y sale. ¡Mati!, ¡Mati! grita Federico desde el pie de la escalera hay poiito. Cómo está creciendo este
pendejo. Abre los brazos simulando un avión. ¡Allá voy! El nene ríe a carcajadas.
Marcelo
revisa su celular. El mensaje ya tiene media hora. Perdoname le pide a Feldman. Hola
lo atiende Matilde. ¿Llegó Bianchi?
Todavía no. ¿Cómo sigue Lorena? Maso, vomita a cada rato. ¿Precisás que vaya?
Por ahora no, cualquier cosa te aviso. Fijate en el cajón de mi mesa de luz, en
el fondo, en una cajita hay dinero. Corta. Una de mis hijas está enferma le explica a Feldman. ¿Cuántos hijos tiene? Cinco; solo el último
es varón. Marcelo comienza a sentirse inquieto. ¿Está bien que Matilde se
haga responsable? Recuerda los comentarios de Bianchi al respecto. Me retará piensa. ¿Vamos yendo? propone. Feldman se incorpora.
Matilde
escucha el timbre. Se mete una papa frita en la boca y corre a atender. Abre la
puerta. Bianchi le sonríe. Lorena ya no
depende de mí piensa tremendamente aliviada. Mientras suben lo pone al
tanto de lo sucedido. Cuando llegan, ella se adelanta. Lorena, mirá quién vino a verte. El terror regresa a la cara de su
hermana. Gorda, ¿qué te pasa? le
pregunta en voz baja. No quiero
responde la nena al tiempo que el médico ingresa a la habitación. La nena se
esconde debajo de las sábanas. Lorena,
¡no te hagas la tonta! pierde ella la paciencia. Bianchi le hace un gesto. No sabía que se trataba de un fantasma dice
son mis pacientes favoritos, siempre me
cuentan cosas interesantes y además casi nunca están muy enfermos porque son
muy fuertes. Matilde sonríe. Bianchi
es lo más. ¿Me haría el favor la fantasmita de sacar un brazo? Una manito
se asoma. El hombre se acerca y le toma el pulso. Como me imaginé este fantasma está sanísimo. Poco a poco la sábana
va bajando hasta que aparecen dos ojos asustados. Los fantasmas tienen muchas cosquillas dice Bianchi al tiempo que busca el cuello de Lorena. La
nena ríe. ¿Me quiere contar lo que le
está pasando, señorita fantasma? Matilde siente la mirada de su hermana. ¿Querés que me vaya? pregunta. La nena
asiente con la cabeza. Quién entiende a
esta pendeja piensa ella, fastidiada, mientras sale.
Yo no le quería contar al Doc no le
quería contar a nadie pero no me aguanté y le cuento y le pido que le diga a mi
papi que no me tire porque no soy su hija pero igual lo quiero y además ahora
me va bien en el cole y si no me tira me voy a portar mejor y no voy a comer
tanto me voy a hacer la cama los
domingos y el Doc me dice que no me preocupe pero seguro que me lo dice de
bueno y me toca la panza con sus manos grandes que están tan frías que me dan
risa casi seguro que el Doc me va a ayudar le voy a pedir a Ramo que me prepare
un té y por ahí capaz que hasta me como una galletita de agua.
En
cuanto llegan al Congreso se separan. Agustina se incorpora a su grupo de
amigas. ¿Viniste con Gonzalo? le
pregunta Valeria. Nos encontramos en la
parada responde ella. La chica ladea la cabeza. Demasiada casualidad, para mí que él te estaba esperando. Por
suerte la profesora las convoca. ¿Por qué
le mentí a mi mejor amiga? piensa ella e ingresa a la cámara de diputados.
No me gusta estar en la escuela sin
Lorena porque aunque la vea solo en los recreos si me pasa algo y necesito
verla sé dónde la puedo encontrar ojalá que lo de la panza sea porque comió
mucho pero está mañana estaba muy mal mucho peor que la otra vez me parece que
nunca en la vida estuvo tan mal ojalá que no sea grave pero si es grave seguro
que el Doc la salva.
Marcelo
acompaña a Feldman hasta la parada del colectivo y luego comienza a caminar
hacia su oficina. Hasta que recuerda la cita con el ingeniero. Mira el reloj.
Segundos después detiene un taxi. Decile
que me espere teclea a su secretaria estoy
yendo. Después escribe ¿llegó
Bianchi? pero no obtiene respuesta. Las
malas noticias viajan pronto piensa para tranquilizarse.
¿Qué tiene mi hermana, Doc?
pregunta Matilde. Orgánicamente no le
encuentro nada. ¿Entonces? Lorena está muy angustiada. ¿Por qué?, ¿porque se
murió mamá? También por eso, por supuesto, pero, ¿sabés una cosa? Bianchi
le acaricia la cabeza no sos vos la que
se tiene que hacer cargo, prefiero hablar con tu papá. ¿Querés que lo llame? No
te preocupes, yo después me comunico. ¿Y qué hago con la nena? Bianchi,
ahora, le roza la mejilla. Cómo creciste
Matilde, demasiado para mi gusto comenta con una sonrisa creo que Lorena no tiene nada, que coma
liviano por las dudas, pero ninguna indicación más. Ella lo acompaña hasta
la puerta. ¡Ah!, Doc, me olvidaba,
¿cuánto te debo? Después lo arreglo con tu papa. Pero él me dejó la plata. ¡Qué
hueso duro de roer! No te entiendo. Vos tranquila, yo me arreglo con tu papá. El
hombre la besa y ella, en un impulso, la abraza. Bianchi la aprieta fuerte.
Por suerte la gorda está mejor porque el
Doc es mágico y Ramo me preparó bizcochuelo y como dos pedazos porque hoy en la
escuela no comí nada eso que había milanesas.
Matilde
lee el mensaje. Contesta con fastidio Bianchi
dijo que quiere hablar con vos. Instante después ¿Tiene algo serio? El fastidio troca a rabia ¿por qué no le preguntás a él? Está por agregarle es tu hija no la mía cuando se
arrepiente. Su rabia muta, ahora, a una profunda lástima. Pobre papá piensa. ¡Mati,
vení! grita Sofía quiero mostrarte la
prueba. Entra a la cocina impregnada de aroma a limón. ¡Hoa, Mati! la recibe Federico. Ella le pellizca un cachete. ¡Ay! protesta el nene riendo. Mientras
mira el cuaderno de Sofía escribe ¿a qué
hora venís?, ¿necesitás que te vaya a buscar? Instantes después recibe no, gracias, viajo con Gonzalo. Ella
sonríe a solas. Portate bien teclea. No me jodas contesta su hermana pero agrega
al final una carita feliz. ¿Qué hacés? le
escribe a Mariano. No quiere que se enoje. La llamó cuando estaba con Bianchi y
todavía no le contestó. Sofía protesta ¡mirá
el cuaderno! Lorena grita desde arriba ¿puedo
bajar? ¡Hoa, Lore! grita Fede a su vez.
¿Querés más café? le pregunta
Ramona. Matilde se siente tremendamente viva.
¿Está el doctor Bianchi?
pregunta Marcelo. Segundos después la secretaria le informa dice el doctor si puede pasar, estará en el
consultorio hasta las diecinueve. Marcelo mira el reloj. Suspenderá la
reunión. De acuerdo, avísele que estaré
por allí alrededor de las seis. Marcelo corta más preocupado de lo que
discó. Voy a ver a Bianchi le escribe
a Matilde. Le da instrucciones a su secretaria que lo mira muy enojada y sale. ¿Qué tendrá la nena?
Agustina
camina con Gonzalo rumbo a su casa. Hablan de la visita realizada. Me encantaría ser político dice él en mi familia todos son radicales, mi abuelo
fue diputado. ¿Qué son en mi familia? piensa Agustina. Ni la menor idea. De eso no se habla. ¿De qué se habla?, ¿de qué hablaban mamá y papá?, con nosotras,
de nada. Se siente tonta. Avergonzada. Ojalá que Gonzalo no le pregunte
nada. Ya están en la esquina de su casa. ¿Te
puedo hacer una pregunta? interrumpe el chico sus pensamientos. Ella
quisiera desaparecer. Otro día dice y
cruza corriendo.
¿Lorena tiene algo grave?
pregunta Marcelo en cuanto se sienta. Depende
de cómo lo consideremos contesta Bianchi. Él siente un nudo del estómago.
Últimamente todo sale mal. No quiere escuchar por eso permanece en silencio. No le encontré nada físico. El alivio de
Marcelo es instantáneo. Dura poco porque el médico continúa pero esa criatura está profundamente
angustiada. Él sabe que Bianchi lo va a retar, siempre lo reta. Ayer te escuchó hablando por teléfono. Él
recuerda la conversación con Fernando. Cierra los ojos. Lorena está desesperada porque piensa que vos la vas a echar, que va a
perder su casa, sus hermanos; intenté tranquilizarla, no sé si lo logré. Él
siente en el cuerpo el miedo de la nena. Pobrecita
piensa. ¿Le contaste a Matilde? No, me
preguntó, por supuesto, pero le dije que no era su responsabilidad, es una
chiquilina, demasiadas cargas sobre su espalda. Ya sabía él que no se
libraría de los golpes.
Matilde
recibe el mensaje. Papá ya se ocupó
piensa, extrañada. Bianchi tocó a Lorena con una varita mágica: ya tiene mejor
aspecto. Mira el reloj. Hace más de dos
horas que no vomita evalúa. ¿Qué habrá detectado Bianchi que no quiso
compartirlo con ella? Mezcla de irritación y alivio. Me dejó de lado dictamina parece
que el Doc es el único en esta casa que considera que no soy lo suficientemente
grande.
Marcelo
apaga el motor del auto. Quisiera poder permanecer indefinidamente allí. Un útero con ruedas piensa. No tiene
fuerzas para enfrentar a Lorena. Bianchi
lo hace muy fácil pero me gustaría verlo
en mis zapatos. Tampoco sabe cuánto comunicarle a Matilde. El médico es
inflexible al respecto: la chica no debe asumir tantas responsabilidades. Suena
muy bonito, pero ¿cómo supone que él puede llevar adelante la casa y los cinco
hijos sin su ayuda? Además, ella se genera sola las responsabilidades. Si no se le hubiera ocurrido investigar no
estaríamos en este brete. Abre la
puerta y, bufando, se baja del auto.
¿Cómo te fue? pregunta
Matilde. Muy divertido responde
Agustina visitamos la sala de diputados y
después un par largo de senadores contestaron
las preguntas que habíamos preparado. No te pregunté por eso, no te
hagas la boluda. Qué densa que sos, Mati, lamento comunicarte que no pasó nada,
que no pasa nada y que no pasará nada. Veo que sabés muy bien los verbos pero a
tu hermana mayor no la engañás, te conozco desde que estabas en la panza. Agustina
va a seguir la chanza cuando descubre que su estado anímico descendió en
cuestión de segundos. Desde que estabas
en la panza. Le sobreviene una fulminante necesidad de ver a su mamá. Sube
la escalera para huir de la charla. Sin embargo, no logra huir de sí misma.
Entra a su cuarto y se tira sobre la cama. Cuando roza sus mejillas las
descubre húmedas. Sí, está llorando.
Escucho la voz de papá no quiero que
suba no quiero que entre en mi cuarto no quiero que me eche mejor me voy al
baño porque además me volvieron las arcadas.
La maestra me retó de nuevo mañana sí o
sí tengo que llevar el boletín firmado pero yo no quiero mostrárselo no puedo
mejor se lo dejo en su cuarto arriba de la cama así lo ve sí o sí.
¿Qué te dijo Bianchi? pregunta
Matilde. Después de cenar te cuento
le responde su padre. Más te vale
quisiera decirle ella. La usó cuando la precisaba, ahora soy descartable.
Marcelo
entra en su cuarto. Logró una prórroga con Matilde. Esta chica es implacable piensa. Cuando enciende el velador
descubre sobre la cama el boletín de Sofía. Ojalá
que no me traiga más problemas. Las notas son muy buenas por suerte. Zafé de la reunión piensa. Pero le resta
Matilde. Hoy no está en condiciones de enfrentarla a Lorena. ¿Algún día lo estaré?
Agustina
sienta a Federico y se ubica en su lugar. Matilde comienza a servir. ¿Y Lorena? pregunta ella. No quiere bajar informa su hermana,
alcanzándole el plato ya le pedí a Ramona
que le suba arroz. Ella recién repara en que no preguntó cómo seguía. En que
no la fue a ver. No puedo con todo
piensa. Sin embargo se siente culpable. Tanto que dice voy a ver si la convenzo de que baje. ¡Aus! le grita Fede
agarrándola de la manga. Ayudalo a comer
le ordena a Sofía mientras lo desprende con rabia.
Papá no me dijo nada del boletín capaz
que no lo vio ahora no sé qué hacer si mañana no llevo el boletín firmado la
seño me mata y encima ahora Fede que no abre la boca parece que a veces es como
yo y no le gusta comer.
Agustina vino a buscarme y me dice que
baje que no importa que no coma pero que me siente con todos es que ella no
entiende nada nadie entiende nada por suerte papá se olvidó de mí y no me
saludó le aviso que no me traigan el arroz voy a apagar la luz y hacerme la
dormida así hoy no me echa.
Recién al
escuchar que la nombran, Marcelo se acuerda. Sofía, ¿vos dejaste el boletín en mi cama? La nena asiente. ¿Cómo, todavía no lo entregaste? pregunta
Matilde. Él, ahora, observa a Sofía con atención. La vista enterrada en la
suprema aún intacta. Sofi, ¿por qué no me
lo mostraste antes? Silencio solo interrumpido por los golpes de la cuchara
del nene contra la mesa. Encima está
rebién acota Matilde. Sofía, te estoy
hablando dice él, irritado. Agustina regresa a la mesa. Dice Lorena que no quiere el arroz ya le
avisé a Ramona. Las lágrimas comienzan a rodar por las mejillas de Sofía. ¿Qué te pasa? pregunta Agustina. La nena
se levanta y se escapa corriendo. Agustina se incorpora. Dejá dice Matilde voy yo, vos
todavía no empezaste a comer. Marcelo está desencajado. Cierra los ojos. Mi vida me excede piensa Diana, cómo me hiciste esto. Fede, pará con las chanchadas y comé ordena
Agustina. Él abre los ojos. Solo tres a la mesa.
Papá se enojó pero a mí qué me importa
lo único que me interesa es que me firme el boletín y golpean la puerta y es
Matilde y me pregunta qué me pasa y con ella también estoy enojada y no le digo
pero lloro qué raro porque no lloré ni cuando se murió mi mamá y primero me
reta pero después me abraza.
Parece que hubo lío en la mesa qué habrá
pasado Agus tenía razón hubiera bajado me la perdí.
Marcelo
rechaza el café que le ofrece Ramona. Quizá si se acuesta rápido logre evitar a
Matilde. Las nenas están mal piensa
mientras sube la escalera menos mal que
las mayores se ocupan. Se le cruza la mirada admonitoria de Bianchi pero
ignorándola se mete en su cuarto. Solo se sacó un zapato cuando unos golpes en
la puerta lo hacen suspirar. No zafé
piensa y dice adelante.
Matilde
lo encuentra a medio calzar. Tendrá que tomar
una decisión piensa. Y sí, su padre se pone un zapato y se ata los
cordones. Ella se siente, de alguna manera, culpable. Lo obligué. Lo obligo se corrige. Ambos se quedan en silencio.
Molesto silencio. Pero ella no piensa romperlo. Lo mira. Adrede lo mira con
intensidad. Él le señala la silla y se sienta en la cama. Hablé con Bianchi dice al cabo de un rato. Chocolate por la noticia quisiera decirle ella pero se contiene. Papá siempre me enoja reconoce. Se
obliga a mantenerse muda. No se la voy a
hacer fácil decide. Eternidades después su padre arranca Lorena le contó que me escuchó hablando por
teléfono con Fernando, ya sabe que no es mi hija. Matilde recibe el
impacto. El dolor de su hermanita la impregna. Casi le falta el aire. Mira a su
padre, sentado sobre la cama, la cabeza refugiada entre las manos. Él también
le da lástima. Siente el impulso de acercarse. De tocarlo. En qué lío los metí a todos piensa. Instantes después su papá se
descubre. Lorena tiene miedo de que la
eche, cómo puede imaginarse que la voy a echar, pobrecita, qué culpa tiene. A Matilde la sorprende la ternura que se
esconde en la voz de su papá. ¿Ya
hablaste con ella? Él vuelve a esconderse. No me animo confiesa. La energía regresa a Matilde. Entonces hablaré yo, no puede dormir una
noche creyendo que la vas a echar.
Sí,
Matilde tiene razón. Hay que tranquilizar a Lorena, ya. Va a decirle que sí,
que le hable, por favor cuando recuerda a Bianchi. Dejá dice incorporándose me
corresponde a mí.
Escucho un ruido y es mi papi que no es
mi papi que abre la puerta yo cierro los ojos muy fuerte pero tengo miedo de
que igual me escuche el corazón.
Estaba dormida le informa su
padre y luego cierra la puerta. Matilde espera un rato y, en puntillas, se
acerca al cuarto de Lorena. Sí, es
cierto, duerme. Mañana será otro día piensa. Le duele todo el cuerpo. Como
si la hubieran apaleado. Ella también se acuesta.
Ahora Matilde entra a mi cuarto a lo
mejor ella también sabe y me viene a echar pero yo cierro los ojos me parece
que no me voy a despertar nunca más.
25 Sábado
Marcelo
abre los ojos. Sábado. No sabe si alegrarse. El trabajo me protege de mis hijos piensa. Pero al sentarse en la
cama recuerda lo peor: tendrá que enfrentarse a Lorena. Se acuesta de nuevo.
Cierra los ojos. Lo abruman las cuarenta y ocho horas por delante. Debería
planificar alguna actividad. Insoportable imaginar dos días metido adentro de
la casa con los chicos dando vueltas. Ramona se va al mediodía. Al menos
liberará su mañana. Se incorpora con presteza. Su única posibilidad es salir
antes de que sus hijos despierten. Antes
de que Lorena se despierte reformula. Allí radica el verdadero peligro. Se
viste rápidamente y recién luego va al baño.
En el pasillo se detiene. Silencio absoluto. Todos duermen. Me salvé piensa. Inspira hondo. Me salvé al menos por un rato reformula.
Escucho pasos en el pasillo seguro que
es papá si cierro los ojos capaz que me salvo pero para colmo me dieron muchas
ganas de hacer pis.
Matilde
aguza el oído. Sí, es su papá. Luego, nada. ¿Estará
hablando con Lorena? piensa.
Marcelo
se está acercando a la puerta cuando escucha pasos tras de sí. Gira inquieto,
Ramona, por suerte. Buenos días, señor,
¿le preparo el desayuno? No, muchas gracias, salgo a caminar un rato. La
mujer menea la cabeza. Alcanzar la vereda es un alivio. Sin embargo, no es un
buen día para caminar: llovizna. Recién comprende el gesto admonitorio de
Ramona. Sube el cierre de la campera y mete las manos en los bolsillos. Se
refugia en el primer bar que encuentra. Es el único cliente. Hace frío. Minutos
después calibra lo absurdo de la situación: él allí, helado, ante un café
espantoso y medialunas de goma. Solo. Pocos metros más allá, su casa tibia. La
promesa del desayuno delicioso de Ramona. Sus hijos. Deja la taza casi llena y
la factura mordisqueada, paga y sale. Desanda camino y pone la llave en la
cerradura. Apoya la oreja en la puerta. Silencio. Quizá todavía halle una
pequeña tregua. Abre.
Agus y Fede ya bajaron voy a aprovechar
para ir al baño después voy a dormir y dormir porque ni hambre tengo.
Marcelo
entra. Aroma a tostadas, Se dirige a la cocina. Solo Agustina y Federico, por
suerte. Hola, papá dice su hija. El
nene levanta una manito mientras con la otra apura su leche. Ramona, sin
preguntar, deposita frente a él un humeante café con leche. Mientras unta una
tostada nota la mirada de Agustina sobre él. Busca tema de conversación y
recuerda el comentario de Matilde. ¿Cómo
te fue en el Congreso? Reinteresante dice la chiquilina y comienza a
contarle. Qué bien se expresa evalúa
él y advierte que es la primera vez en su vida que sostiene una real conversión
con su hija. El rostro de la chica se va animando, gesticula. Las mejillas se
le encienden. ¿Dónde estaba yo mientras
crecía? Federico, ya en el piso, se acerca. Él lo alza. El nene le ofrece
con sus manos pegajosas una galletita mordisqueada, ensalivada. Él la agarra, y
haciendo de tripas corazón, se la lleva a la boca. El nene aplaude. Él,
resignado, mastica.
Matilde
escucha movimientos. Se pone robe y pantuflas. En el pasillo se cruza con
Sofía, descalza. Andá a ponerte algo en
los pies le ordena ella. Esperame
pide su hermana. Ella se asoma al cuarto de Lorena. Aún duerme. Sofía regresa y
bajan juntas la escalera. Mientras se acerca a la cocina, Matilde escucha a su
padre conversar con Agustina. Era hora de
que le diera bola piensa. Se sientan. Sofía toma la leche en silencio.
Matilde la observa. La carita flacucha, los ojos tristes. Le tira del pelo. ¡Ay! exclama Sofía depositando la taza.
Matilde le hace cosquillas. La nena ríe. ¿A
qué viene tanto jolgorio? dice su padre. Ella, disgustada, gira la cabeza. Deberías ocuparte vos quisiera decirle.
Pero él sonríe. Agustina pregunta ¿y
Lorena? Matilde percibe que la sonrisa de su padre desaparece. Está dormida informa ella.
Matilde es una pesada siempre está
molestándome cuando suba me voy a esconder debajo de su cama así cuando entra
la asusto seguro que se va enojar y me va a tirar de nuevo del pelo y me va a
hacer más cosquillas pero yo le voy a devolver ya va a ver.
Sofía
sale corriendo de la cocina. Agustina se levanta y Federico la sigue. Matilde
se queda adrede, su papá está tomando su segundo café con leche. Cuando Ramona
sale de la cocina Matilde pregunta ¿hablaste
con Lorena? No, dormía cuando bajé parece disculparse su padre. Ella solo
lo mira.
Marcelo
observa la cáustica sonrisa de
Matilde. Siempre me descalifica. La
mañana se quiebra. Ya se le fue el buen humor. Busca la campera y, con llovizna
y todo, sale.
Sofi se metió en el cuarto de Mati y las
escucho que se ríen y quisiera ir pero no voy a salir de este cuarto nunca más
mientras papá esté en casa para colmo recién es sábado.
Agustina
le deja el nene a Ramona. Necesita estar un rato tranquila. Gonzalo le propuso
ir al cine. Ella no supo qué contestarle. Sigue sin saberlo. ¿Aceptarle la
invitación la compromete?, ¿si le dice que sí Gonzalo pensara que gusta de él?,
¿qué me haya invitado significa que él
gusta de mí? Se tira en la cama. Minutos después se cubre la cabeza con el
acolchado. Empieza a angustiarse. El celular vibra. Lo mira y lo apaga. La
angustia crece. Se levanta.
Papá salió yo lo vi por la ventana voy a
buscar algo para comer porque si no como nada me voy a morir y si me muero me
voy al infierno.
Matilde
observa los ojos confiados de su hermana. Qué decirle. Cómo no defraudarla. Yo qué mierda sé piensa. No tenemos a quién recurrir evalúa. Si
su madre estuviera viva, ¿se lo hubiera contado?, ¿sabría aconsejarla? ¿De veras no sabés si te gusta?
repregunta. Agustina niega con la cabeza. Pero
tampoco sabés si no te gusta. Matilde piensa y piensa. Vamos por otro lado, ¿te dan ganas de ir al cine con él? Agustina
asiente, las mejillas súbitamente coloradas. ¡Entonces andá!, me acuerdo que mamá siempre decía ¨uno se arrepiente
de lo que no hace, no de lo que hace ¨. Agustina se incorpora, le da un
abrazo y sale corriendo. Mamá sigue
aconsejándonos piensa.
Marcelo
camina por Cabildo. Mucha gente pese al mal tiempo. Se mete en una librería
porque ya tomó demasiado café. Ama las noirs.
Busca a Padura. Elige Pasado perfecto.
Está en la caja cuando piensa que les podría llevar algo a los chicos. Se
acerca al sector infantil. Mira un libro tras otro. Está totalmente
desorientado. Un vendedor se acerca y lo aconseja. Sale del local con tres
paquetes. Agustina y Matilde lo exceden. Les dará el dinero y que ellas elijan.
Abro la alacena agarro un paquete de
chocolinas subo la escalera en puntas de pie y me meto en la cama por suerte
nadie me vio.
Agustina
se encierra en su cuarto. Hola escribe.
¡Por fin! contesta Gonzalo al
instante. Ella no sabe qué escribirle entonces no le escribe. Hasta que el
celular le indica una llamada. Atiende con el corazón hecho una bomba. Cuando corta corre al cuarto de Matilde. ¡Me viene a buscar a las cinco! exclama
ella. Para no gustarte se te ve bastante entusiasmada
la carga su hermana. Cuando regresa a su cuarto repara en que ni pensó en
pedirle permiso a su papá. Se muere de vergüenza de solo imaginarlo. Pero sí,
algo tendrá que decirle. Porque es mi
papá.
Estuve jugando un rato a las figus con
Sofi porque estaba muy aburrida pero ahora papá volvió me meto rápido en la
cama y me tapo toda la cabeza por suerte todavía me quedan chocolinas.
Ni bien
abre la puerta Marcelo escucha la voz de Sofía. Ramo, papá ya llegó. Minutos después, todos alrededor de la mesa.
Todos no. ¿Y Lorena? pregunta él. Duerme contesta Sofía. No puede ser comenta Agustina y luego lo
mira fijo y le pregunta ¿querés que la
despierte? A él le llama la atención que también esta hija busque
involucrarlo y contesta, muy a su pesar sí,
por favor. Matilde sirve en silencio el goulash. Agustina regresa
enseguida. Sí, duerme, le hablé pero no
se despertó. ¿Qué debo hacer? piensa él. Matilde se le adelanta e indica dejala, yo después me ocupo al tiempo
que le lanza una mirada que Marcelo califica de puñal. Sí, la situación ya es insostenible, tendré que hablar con la nena determina. Aparta el plato. Se le fue el hambre.
Agus quiso despertarme pero no la
escuché porque estoy dormida.
Papá está raro ni comió eso que el gulay
de Ramo es tan rico que hasta a mí me gusta.
Terminado
el budín de pan los chicos se van levantando. Marcelo piensa en los libros
durmiendo en la bolsa. Se siente ridículo por haberlos comprado, quizá no son
los apropiados. Porque no conozco a mis
hijos admite. Ramona le alcanza un café. ¿Me harías un tecito, Ramo? pide Matilde. En él se enciende la
señal de alarma. Él no sabe de qué hablar por eso opta por el silencio. En
cuanto la mujer se aleja Matilde lo interpela. ¿Hablás vos o hablo yo?, Lorena no puede seguir durmiendo por los
siglos y los siglos. Él,
profundamente humillado, apura su cortado y enuncia me corresponde a mí. Lamentablemente piensa.
Sofia me viene a ver y trae el álbum y
no me aguanto y abro los ojos y justo justo por la puerta abierta aparece papá
y me descubre y estoy perdida.
Matilde
se queda sentada. ¿Te preparo otro té? ofrece
Ramona. Ella acepta solo por no tener que levantarse. ¿Hubiera tenido el valor
de enfrentar a Lorena?, ¿o solo lo hizo para presionar a su papá? La mujer
ronda, terminando de levantar la mesa. Porfi,
Ramo, sentate un rato conmigo propone señalando la silla contigua. Y para
justificar la invitación pregunta ¿pensaste
mejor lo del secundario?
Estoy jugando a las figus con Lorena y
de repente la cara se le pone como si hubiera visto un mounstro pero es papá en
la puerta que me dice Sofía nos podés dejar un rato solos y me voy porque claro
yo siempre estoy de más.
Marcelo
cierra la puerta tras Sofía y se sienta en la cama. Lorena se esconde de
inmediato debajo del acolchado. ¿Quién
tiene más miedo? evalúa él. No sabe cómo empezar. Diana, ayudame implora. Es lo menos que puede hacer. Todo es culpa
de ella. La bronca rugiéndole en las vísceras. Diana y Matilde son las únicas
responsables de que él deba enfrentar a esa criatura que ni siquiera es su
hija. Necesita salir de ahí. Pero no puede: Matilde lo tiene acorralado.
Inspira hondo y apoya la mano en lo que supone una cabeza. Lorena, salí indica ya sé que
estás despierta.
Papá me obliga y tengo que salir y me
destapo pero aprieto los ojos porque cuando los abra perderé todo.
Matilde
sigue charlando con Ramona pero ya no está allí. Fuerza, hermanita piensa mientras carraspea para aliviar el nudo en
la garganta. Fuerza, papá piensa
luego.
Marcelo
observa los ojitos cerrados, los puñitos apretados y se avergüenza de sí mismo.
En un instante la angustia de la nena se le mete en el cuerpo y le corta el
aire, le dificulta la respiración. Yo soy
el adulto recapacita. Lorena, mirame
pide casi en un susurro. La nena abre los ojos con suma lentitud. Y es tanto el
terror que se asoma en ellos que sin que medie decisión alguna él se encuentra
diciendo no me importa lo que digan los
análisis yo siempre voy a ser tu papá. La nena se incorpora de un salto y,
sollozando, se refugia en sus brazos. Marcelo percibe que algo muy profundo se
afloja en él.
Mi papi me contó que no es mi papá pero
que igual es mi papi y le pregunté si tenía que irme pero me dijo que no y le
hice prometer que no me iba a echar y me lo prometió y yo me fije bien y no
tenía los dedos cruzados entonces parece que es verdad y si yo lo hubiera
sabido antes capaz que todo sería distinto y mamá estaría viva y yo no me
tendría que ir al infierno.
Lorena está llorando capaz que papá le
pegó porque nunca la escuché llorar así ni siquiera cuando se murió mamá y yo
no sé qué hacer le voy a avisar a Mati a lo mejor ella la puede defender.
Matilde
está escuchando música tirada en su cama. Se puso los auriculares porque no
quiere enterarse de nada. Nada de nada.
Sofía entra corriendo. Ella se asusta y se saca los auriculares. ¿Qué te pasa? pregunta. ¡Mati, porfi, papá le está pegando a Lorena!
Matilde se incorpora bruscamente, se enreda con los cables y se cae. Se levanta
de un salto. Si le tocó un pelo a mi
hermana se las tendrá que ver conmigo decide.
No puedo parar de llorar parezco una
beba pero mi papi no me reta y me abraza y a mí me gusta tanto su olor.
Estoy roto piensa Marcelo
mientras abraza a Lorena. Necesita irse no soporta más pero no puede dejar a la
nena en ese estado. La puerta se abre de repente y entra Matilde hecha una
tromba. Se detiene en seco junto a la cama. Marcelo comprueba, azorado, que los
ojos de la chiquilina están llenos de lágrimas.
Agustina
abre el placar. No sabe qué ponerse. Capaz
Mati me presta algo. Todavía no le avisó a su papá. No le pedí permiso piensa y se le frunce el estómago. No porque
vaya a decirle que no, a él le importa poco lo que haga ella, solo que no
quiere darle explicaciones. Se dirige al cuarto de Matilde pero escucha un
llanto que sale de la habitación de Lorena. Su hermana no está bien. Acude
corriendo. Encuentra a la nena llorando abrazada a su padre. Matilde, de pie,
también llora. No entiendo nada de nada.
Quizá no vaya al cine. Se le fueron las ganas.
Parece que me equivoqué porque la puerta
se abrió y Lorena llora pero papá la abraza a ella sí que la quiere es que la
gorda a veces me molesta un poco pero igual es lo más.
¿Te quedás vos? le pide
su padre y Matilde asiente con la cabeza. Lorena ya está más tranquila, pero
sigue acongojada. El pecho se le sacude.
¿Qué tengo que hacer? piensa Matilde ¿hacerme
la tonta o contarle que yo sé todo? Decide que su hermana ya tuvo demasiado
por ese día. Dale, gorda, arriba, te
preparo un baño y después vamos a merendar. La nena, entre espasmos, se
levanta. Adelgazó evalúa Matilde. No hay mal que por bien no venga diría
su mamá.
Por suerte Matilde no me preguntó por
qué lloraba qué raro ella que es tan metiche tiene razón hace rato que no me
baño y además ya tengo un poco de hambre.
Agustina
está tirada en la cama. Matilde entra a su cuarto. ¿Qué hacés todavía así?, se te va a hacer tarde. Me parece que no voy a
ir dice. Su hermana la mira, puro
ojos. ¿Por qué? En esta casa está pasando
algo, ¿te creés que soy tonta? No lo creo, ¡estoy segura!, vestite de un vez,
si querés te presto el chupín nuevo. ¿Cómo explicarle que ya no tiene
ganas? Solo la detiene el pensar en avisarle a Gonzalo. ¿Qué explicarle?
Inspirando hondo, se levanta.
Le pregunté a Mati si podía y me metí en
la bañadera con Lorena pero la gorda no quiere jugar a nada eso que traje hasta
el aparato para hacer burbujas.
Marcelo
está acostado, mirando las olimpiadas. Tan cansado como si hubiera corrido los
cien metros. Golpes en la puerta. Paz,
preciso paz bufa pero dice adelante. Agustina
en el marco de la puerta. Él se sienta. ¿Precisás
algo? La chica se acerca. Te quería
avisar que voy al cine. ¿Con amigas? pregunta. Las mejillas se le
arrebolan. No, con un chico. Veo que
seguís los pasos de tu hermana comenta y repara en que nunca le preguntó a
Matilde por su ¿amigovio le dicen ahora?
¿Cómo vas? Me pasa a buscar, vamos al Multiplex. ¿Necesitás que te vaya a
buscar? ofrece mientras piensa que por suerte le queda cerca. Gracias, cualquier cosa te aviso dice y
sale. Se tira de nuevo en la cama. Diez minutos después se reiteran los golpes.
Bufa otra vez. Papá, está lista la
merienda grita Sofía a través de la puerta. Como si él tuviera hambre. Se
sienta y busca los mocasines. Se arrodilla. Sí, el derecho está debajo de la
cama.
Están
merendando cuando Matilde ve a Agustina pasar. Calla pero Federico la manda al
frente ¡Aus!, ¡ení! Su hermana se acerca le da un beso al nene, saluda con la
mano y sale corriendo. ¡Agus!, ¿adónde
vas? pregunta Sofía. Le responde un portazo. Matilde saca cuentas. No hace
ni una semana que fue al cine con Mariano. Para ella pasó una eternidad. Se
pasa la lengua por los labios. Un súbito calor le recorre el cuerpo. Quedaron
en verse a la noche pero no está de ánimo. No
puedo dejarla sola a Lorena. Además, quiere hablar con su papá. ¿Qué le habrá dicho?, ¿la habrá
tranquilizado lo suficiente? Observa a su hermanita. Está pálida, callada. ¿Y
si Bianchi se equivocó y además de la angustia tiene algún problema grave de
salud? No, le dirá a Mariano que hoy no. Mati
la convoca el nene ¡miá! mientras
le muestra el dedito con tres galletitas anillo ensartadas. Su padre bebe el
café en absoluto silencio. Él tampoco tiene buena cara.
Agus salió pero no quiso decirme adónde
iba a mí nadie me cuenta nada.
Agustina
se apura. Sí, Gonzalo ya está en esquina acordada y ella odia llegar tarde. Van
caminando casi en silencio. Sin embargo, cuadra a cuadra, su familia se va
eclipsando y empieza a recuperar el buen humor. Y que él la tome del brazo para
cruzar la calle es suficiente para que
se le desboque el corazón.
Marcelo,
de pronto, recuerda los libros. Sofía indica
por favor traeme la bolsa que está
colgada en el perchero. La nena obedece. Él intenta recordar cuál era para
quién. Entreabre los papeles. Les traje
un regalo comunica. Él percibe la sorpresa en los cuatro pares de ojos. Les
entrega los paquetes a los tres menores. Está por decirle a Matilde te voy a dar el dinero para que compres el
que prefieras pero cambia de opinión. Cuando
quieras vamos juntos a la librería así elegís vos propone. Dale dice la chica justo ayer terminé uno. ¿Cuál era? Demián.
Yo a tu edad adoraba a Herman Hess, ¿ya leíste Narciso y Goldmundo? Ella
niega con la cabeza. Entonces vamos a
comprar ese, estoy seguro de que te va a encantar. Sofía se acerca
sonriendo. Hace mucho que no la veía
sonreír descubre él. ¡A mí me encanta
este! exclama la nena, se queda mirándolo un rato y agrega gracias, papá. ¿No me merezco un beso? La
nena sonríe y baja a vista. Él la abraza. Federico se acerca enarbolando su
librito. ¡Eémelo, papi! Él lo sienta
sobre la falda y comienza. Cuando levanta la vista se cruza con la mirada de
Lorena. ¿Y a vos no te gustó el tuyo? pregunta.
La nena asiente con la cabeza. ¿Y mi
beso? Desde lejos le tira un beso con la manito. A él se le estruja el
corazón.
Entran al cine. Escuadrón suicida. A ella no le gustan las películas de acción pero
le dijo a Gonzalo que sí. Se ubican. En cuanto comienza la película él le toma
a mano. Ella no sabe qué hacer. Así permanecen hasta que en la pantalla aparece
el The End.
Mi papi me regaló un libro a mí también
me regalo aunque él ya sabe que no soy su hija.
Papá me dio un abrazo me parece que
antes nunca me abrazó.
Matilde
consigue que las nenas se hagan cargo de Federico. Suben los tres, un libro en
la mano de cada uno. Le mandó mensaje a Mariano. Por suerte no se enojó. Su
papá se instaló en el sillón del living, jazz en el equipo, leyendo. Ella
piensa que sería lindo tirarse en la alfombra junto a él, pensar en nada. Hace
una mueca: Lorena la que cuenta. ¿Estas
ocupado? pregunta. Él baja el libro y se saca los anteojos. No, para nada, veni, sentate dice
señalando el sillón contiguo. Ya ubicada pregunta ¿qué le dijiste a Lorena? Su padre suspira. Ella, por un segundo,
lamenta incomodarlo pero la que ahora importa es su hermanita. Le expliqué que hicimos unos análisis de
sangre que demuestran que ella no es mi hija biológica, pero que sigue siendo
mi hija del corazón, que nada va a cambiar, que esta sigue siendo su casa, yo
su papá y ustedes sus hermanos; que cuando sea grande, si le interesa, buscaremos
a su verdadero padre, pero que para eso falta mucho y solo va a suceder cuando
ella lo desee y esté preparada. Matilde lo observa azorada. ¿Ese es su
papá? Ella no hubiera podido explicárselo mejor. ¿Y cómo reaccionó? Lloraba y lloraba, me pregunto varias veces si de
veras no la iba a echar, pobrecita, me
imagino las angustias que pasó. Matilde quisiera recordarle que ella le
insistió para que le hablara antes pero calla. ¿Sabe que yo sé? No me comentó nada, supongo que no. Ella se queda
reflexionando. No sabe cómo actuar. No me
alcanzo para mí misma piensa. ¿Qué te
parece que haga? pregunta. Su padre la mira sonriendo. ¡Si no lo sabés vos! dice y luego de un rato le acaricia le
cabello.
Marcelo
está mirando a Las leonas cuando
Federico irrumpe en el living. ¡Caca!
dice el nene. Él se queda desconcertado. ¿Cuándo fue la última vez que cambió
un pañal? Avisale a Matilde indica. ¿Os no saés? ¿Cuándo fue la última vez
que se sintió tan pelotudo? Apaga el televisor y se levanta. El nene le tiende
la manito.
En
cuanto se enciende la luz Agustina libera su mano. Salen comentando la
película. Entretenida después de todo. Caminan hablando de los actores. Sin
rozarse, casi sin mirarse. A medida que se acercan a su casa ella se pone más
nerviosa. Busca aumentar la distancia. En la esquina dice chau y sale corriendo. Nunca en su vida se sintió más idiota. Las
lágrimas le corren por la cara. Ya en la puerta busca una carilina. Ojalá que
Matilde no esté.
Matilde
entra al cuarto de Lorena, el piso lleno de papelitos. ¿A qué están jugando? pregunta. Al
supermercado contesta Sofía estamos
recortando las mercaderías. A ella le sorprende el vocablo. ¿Y ya se puede comprar? Obvio contesta
Lorena dale, sentate. Ella obedece. Señora, ¿qué le puedo ofrecer? propone
Sofía. Está grande la flaca piensa,
observa las figuritas y pide dos paquetes
de manteca, por favor. Con mucho gusto. A ella le causa tanta gracia que le
tira del pelo. ¡Siempre bruta vos! se
queja la nena.
Agustina
encuentra a su padre intentando desabrocharle el jardinero a Federico. Culpa,
es su primer sentimiento. Dejá, yo me
ocupo dice tirando el morral al piso. Él se aparta al instante. El nene
empieza a llorar ¡Papá!, ¡papá! pide.
A ella le da rabia y le tironea de la ropa. Su padre se queda parado junto al
cambiador. Andá, no más indica ella,
molesta. Miro así aprendo replica él.
Federico agita las patitas y ríe.
Matilde
deja a las nenas en la bañadera y va a la cocina. Ramona dejó preparado un
vacío. Le dijo que lo cocinara unos quince minutos. Enciende el horno y corta
unos tomates. Abre la heladera buscando albahaca. Sí, hay. Hará una caprese. A
su papá le encanta.
Lorena ya está bien me salpica y todo qué
suerte porque si le pasa algo yo me mato.
Marcelo
escucha el jolgorio. Se asoma al baño. Las nenas chapotean. Dependen de mí, son mis hijas piensa y
lo abruma el peso de su responsabilidad.
Agustina
está tirada en la cama. ¿Qué pensará
Gonzalo de ella? Se cubre la cara con ambas manos. Vibra el celular. Se le
para el corazón. Pero no es él. Vení a
poner la mesa. No quiere ver a su hermana. Le lleva cinco minutos juntar
fuerzas para levantarse.
Agus me pidió que lo cuide a Fede me
pidió a mí no a Lorena porque yo soy más grande.
Matilde
saca la asadera del horno. Pincha la carne. Sale rojo. Ramo habrá dicho quince minutos pero a esto le falta. Agustina
entra a la cocina. Abre la alacena, saca los platos. Ella recién recuerda su
salida. Qué raro que se olvidó. Che,
¿cómo te fue? La peli era bastante buena. Y a quién le importa la película, te
pregunto cómo te fue a vos, ¿pasó algo? No contesta su hermana buscando
ahora los vasos. ¿No te dijo nada? Por
qué no te dejás de joder. Agustina sale con la bandeja. Ella cierra el
horno y la sigue. ¿Te pasó algo? le
pregunta. Los ojos de su hermana se llenan de lágrimas. Dale, contame.
Marcelo
baja con Federico alzado. Las nenas detrás de él. La mesa puesta. Las fuentes
esperando. ¡Qué eficiencia! comenta ya se pueden casar. Por la mirada de
Matilde descubre que erró con el comentario. La cena transcurre en armonía.
Lorena come, Sofía come. Él pregunta. ¿Qué
tal, chicas, los libros? Craso error porque Sofía comenta el mío se trata de una nena que se entera de
que es adoptada. Una cuchara cae al piso. Él observa a Lorena: está
desencajada. Si seré pelotudo piensa compré lo que me aconsejó el vendedor y ni
los miré. Matilde, rápidamente, explica Agus,
papá le regaló unos libros a los chicos,
a nosotras nos llevará a la librería. Él nunca utilizó el plural. Matilde me lee el pensamiento. La
conversación toma otro rumbo. El rostro de Lorena se va recomponiendo.
Estoy leyendo en la cama y viene Lore y
me pregunta si se puede quedar le digo que sí aunque ocupa mucho espacio le digo
si quiere que lea en voz en alta y me
contesta si lees tu libro me voy qué raro ella siempre me pide.
Matilde
se ducha, se pone el piyama y se mete en el cuarto. Instantes después aparece
Agustina. ¿Vemos una peli? pregunta.
Ella está a punto de cargarla pero se arrepiente. Dale contesta ¿qué? Busquemos
en Netflix propone su hermana.
Marcelo
no puede dormir. Decide bajar a tomar un vaso de vino. De regreso, recorre los
pasillos. Todas las puertas entornadas. Federico duerme abrazado a su oso.
Lorena con Sofía. Una en la cabecera y
otra en los pies. Las tapa como puede. Las dos mayores en la cama de Matilde.
Tratando de no hacer ruido les apaga la computadora. Se mete en su cuarto. Sí,
es muy duro dormir solo.
26 Domingo
Marcelo
se despierta sobresaltado. El sol entra a raudales por la ventana. Me quedé dormido piensa incorporándose
como resorte. Luego recuerda que es domingo y se recuesta de nuevo. Las nueve y
media. Durmió de un tirón. Media hora después, vestido y afeitado, recorre el
pasillo. Silencio absoluto. Sin embargo, la única disposición que persiste es
la de las chiquitas. Federico duerme con Agustina, la pieza de Matilde cerrada.
Baja. Saca los diarios de debajo de la puerta. Duda unos segundos. Luego los
deja sobre la mesita, se pone la campera y sale.
Papá me agarra de un brazo y me quiere
sacar de la cama yo me agarro de los barrotes pero él sigue tirando entonces
grito.
Agustina
escucha un alarido. ¿Lorena? Desprende los bracitos de Federico y sale
corriendo. Sí, es Lorena que grita dormida. Sofía, sentada a los pies de la
cama, la mira, aterrorizada. Ella agarra a Lorena de ambos hombros, la sacude
suavemente. Lore, despertate, vamos,
despertate. La nena abre los ojos como platos. ¡Ah!, ¡sos vos! ¿Quién creíste que era? Lorena baja la mirada. No sé dice. Gritaba "papá" todo el tiempo informa Sofía. Algo está pasando en esta casa piensa
ella. ¿Querés contarme lo que soñaste?
propone ella. No me acuerdo. Ahora es
Federico el que grita llamándola. Tener tantos hermanos sí que es una
pesadilla. ¡Ya voy, Fede! exclama y
se levanta.
A lo mejor yo tenía razón y es cierto
que papá le pega a Lorena.
Matilde
también escucha los gritos. Pero cuando llega Lorena ya se tranquilizó. Estuvo Agus informa Sofía. Arriba, chicas, a desayunar. Pasa por el
cuarto de Federico: su hermana está cambiando al nene. Termino y vamos le informa. La habitación de su padre, vacía.
Aprovecha y le hace la cama. Baja. Levanta las cortinas de la cocina. El sol la
obliga a cerrar los ojos. Pone agua en la cafetera. Primero dos cucharadas.
Pero luego agrega otra. Quizá papá
regrese, no dejó ni una nota. No tiene ganas de hacer tostadas. Que coman galletitas. Se abre la
puerta de calle. Aparece su padre y deja un paquete sobre la mesa.
Papi trajo solo dos churros con dulce de
leche a mí me encantan pero mejor que los coman sus verdaderas hijas.
Le quise contar a papá del libro que ya
casi me lo termino pero no me quiso escuchar claro a nadie le importa lo que yo
digo.
Agustina
observa a Lorena, observa a su papá. Su hermanita no está bien. Comió solo una
medialuna con lo que le gustan a ella los churros. Su papá esta de mal humor,
ni la escuchó a Sofía. La nena se quedó mortificada. ¿La única que se da cuenta de las cosas en esta casa soy yo?
Federico sí que come a manos llenas. Basta,
Fede le ordena después te duele la
panza. ¿Gonzalo estará durmiendo? Qué
me importa, igual no me va a llamar más. ¿Quieren que vayamos al cine? La
voz de su padre la aparta de sus pensamientos. ¡Sí! gritan las nenas. Lorena
revivió piensa ella. ¡La vida secreta
de las mascotas! propone Sofía me
dijeron mis amigas que está buenísima. Ella quería verla ayer pero no se
animó a decirle a Gonzalo. Ella también
tiene ganas de ir. Le hace falta despejarse un poco.
Seguro que papá inventó lo de la
película para mejorarla a Lorena pero igual estoy contenta porque me moría de
ganas de verla.
Matilde
reflexiona. ¿Qué corresponde que haga? Le prometió a Mariano verlo. Pero le da
culpa salirse del programa familiar. Demasiado para Agustina los tres
chiquitos. Le dirá que otra vez no puede. Se pasa la lengua por los labios y
siente algo extraño. Quizá pueda verlo más tarde. O un ratito ahora. Le
escribe. Mariano le ofrece encontrarse en Cabildo en media hora. Ella sonríe
sola. Tiene ganas de salir con sus hermanos. Y con papá reconoce.
Papá dijo de ir al cine yo tenía miedo
de que solo invitara sus hijos pero además seguro que no se anima a dejarme
sola así que casi seguro que a mí también me lleva menos mal porque estoy
cansada de tanto dormir.
Agustina
observa por la ventana a Matilde que camina apurada hacia la esquina. Su
hermana tiene suerte. Mariano le entiende todo. ¿Le habrá avisado a papá que salía? Ojalá que no le pregunta nada,
a ver si todavía mete la pata. Porque yo
no sé mentir. Escucha las risas de sus hermanos. Me gustaría ser chiquita piensa. Volver el tiempo atrás. Estar de
nuevo con su mamá. Sacude la cabeza. Se pone las zapatillas y baja. Matilde le
encargó que fuera adelantando la comida.
Marcelo
escucha a los chicos reír. Se acerca. Solo Federico y Sofía. Se asoma al cuarto
de Lorena. La encuentra ante el placar abierto. ¿Qué estás haciendo? le pregunta. La nena se sobresalta, ojitos asustados,
hombros elevados. Nada contesta. ¿Por qué no vas a jugar con tus hermanos? propone
porque no se le ocurre qué decirle. Lorena, descalza, sale corriendo. Lo roza
al salir. ¡Perdón! pide.
Estaba mirando qué ponerme para ir al
cine esta tarde y entró papá y me retó capaz
que no me lleva eso que yo ya había hecho la cama.
Matilde
llega agitada: corrió las tres cuadras. Encuentra a Mariano apoyado contra la
pared, una pierna flexionada. Sonríe al verla y camina a su encuentro. Antes de
que ella pueda reaccionar él la besa en los labios. Ella se humedece.
Agustina me llama para poner la mesa
justo que Lorena vino a jugar voy a ir rapidito así no se nos hace tarde para
ir al cine.
Agustina
revuelve la salsa que Matilde dejó preparada. El agua ya hierve. No le puse sal piensa qué tonta. Deja la cuchara de madera
sobre la mesada y busca el salero.
Agustina la llamó a Sofía claro ella sí
que es la hermana Fede se ríe conmigo porque él es chiquito y no se da cuenta.
Marcelo
mira la cartelera. En el Multiplex,
14,50. No llegarán. En el General Paz,
16 y 20. Manda mensaje de texto para el 2x1. La escuchó a Matilde salir, ya
hace rato, no sabe adónde. Por supuesto no le avisó. Tendrá que ir a comprar
empanadas. Baja.
Sofi me pide que la ayude bajo corriendo
pero me acuerdo de Fede y lo voy a buscar él no puede quedarse solo ni un
minuto porque como decía mami es una máquina de hacer lío.
Marcelo
entra en el comedor. Sofía y Lorena afanándose con la mesa. Una trae la panera,
la otra los cubiertos. Ahora los vasos y las servilletas. Parecen hormiguitas piensa. Entra a la cocina. Agustina, con
delantal, lucha con las cacerolas. El rostro bañado por el vapor del agua. Se
abre la puerta de calle. En un instante Matilde deja un paquete sobre la mesada
y luego se saca el abrigo. Traje pan
informa. El mundo marcha sin mí piensa
él soy superfluo.
Matilde
prueba los tallarines. Agustina los sacó a punto. Igual los Don Vicente son muy aguantadores. Tiene hambre. La salsa me salió rica. Observa a las
nenas: ambas comen con gusto. Hoy es mejor día que ayer. Es que para eso no se precisa mucho. Está de buen humor. Mariano la
hizo reír con sus pavadas. No solo la hizo reír. Le sube un extraño calor. Se sirve otro vaso
de soda y le pone hielo.
Están muy ricos, Agustina dice su
papá. La salsa la preparó Mati le
advierte ella. Sí, pero vos te encargaste
de todo la rebate Matilde. De todo no
corrige Sofía la mesa la puse yo. ¡Y
yo! se anota Lorena. Estoy muy
orgulloso de todas mis mujercitas dice su padre. Agustina sonríe. Hoy es un
buen día. Pero Gonzalo no me llamó. La
sonrisa se diluye.
Marcelo se
recuesta en el sillón del living. Acomoda los almohadones. Él se había
maravillado de que Diana se arreglara tan bien con la casa en ausencia de Ramona.
Nunca había reparado en el ejército de hormiguitas.
Los únicos vagos en esta casa somos Fede
y yo reconoce. Su moral tocada, se incorpora. ¿Ayudo en algo? ofrece al entrar en la cocina. El estupor de los
cuatro pares de ojos le confirma su conclusión. Andá a sentate que enseguida te alcanzo un café lo remata Matilde
mientras friega las cacerolas.
Agustina
está cambiando a Federico, que se retuerce como una anguila, sobre la cama,
cuando vibra su celular. ¿Cómo estás?
pregunta Gonzalo. El corazón de Agustina redobla. Bien, ¿vos? contesta. Cruzan varios WhatsApp hasta que ella escucha
la voz de su padre. ¡Apúrense que se hace
tarde! Después te escribo aclara y descubre que Federico ya no está en la
cama. Instantes después lo ve corriendo desnudo por el pasillo. ¡Vení para acá, lechón! le grita. Las
carcajadas del nene que se esconde en el baño.
Me voy a poner el vestido negro porque
para ir al cine hay que arreglarse como decía mi mami porque ella sí que sigue
siendo mi mami y decía además que el negro te elastiza.
Matilde
está peinando a Lorena. Trenzas, porfi
pide su hermana. Se empeñó en ponerse un vestido con el frío que hace. Se la ve
un poco más animada. Sofía aparece con calzas y una polera ajustada. Parece un alambre evalúa.Vamos de una vez, ¡qué pesadilla tantas
mujeres! las exhorta su padre. Mamá
era la peor recuerda ella. Tardaba horas en maquillarse y vestirse mientras yo tenía que ocuparme de mis
hermanos. ¡Ay!, ¡no me tires! protesta Lorena. De pronto se siente agotada. Debería estar con Mariano piensa. Al
menos él no le pide nada. No es
cierto: le exige besos y más besos. Pero
con él estoy cuando quiero se disculpa ante sí misma.
Marcelo
percibe que todos lo observan. Demasiados
chicos para un solo hombre, pensarán. Seguramente fantasean con que es un
divorciado haciendo buena letra en fin de semana. ¿Alguien lo supondrá viudo?
Tan recientemente viudo: solo veintiséis días. ¿Cuántas veces fueron al cine
con los chicos?, ¿alguna vez con los cinco? Su cabeza es un cuenco vacío,
carente de imágenes. Entran a la sala y se ubican todos en la misma fila. Si la
película es muy aburrida siempre le queda el recurso de dormir. Aunque no será
sencillo con la infinidad de enanos parlantes. Se reacomoda en la butaca. Por
suerte Federico quedó lejos: obvio, el que más molestará. La nena de adelante
se para en el asiento y lo mira con insoportable fijeza. Él se siente
profundamente incómodo.
Paso primero y me siento en la punta
para no molestar Sofía queda al lado de su papá.
Agustina
se ríe más de la risa de Federico que de la película. El nene no saca los ojos
de la pantalla, está grande. De pronto siente el pantalón mojado. Se palpa con
la mano. Maldición. Por ponerle el pañal a las apuradas. Las carcajadas de su
hermanito. Suerte que no está Gonzalo piensa.
Matilde
observa a sus hermanitas. Disfrutan. Estuvo
bien papá determina todos
precisábamos un día de cambio de aire. Escuchó en la radio esa expresión y
le quedó grabada. Cambio de aire.
Agustina
cambia a su hermano en el baño del cine. Por suerte siempre lleva su mochilita
con pañales y ropa de repuesto. Moja un algodón y lo pasa por su pantalón.
Espera, al menos, sacarse el olor. Federico, oh milagro, se queda a su lado,
quietito, en silencio. Él no tiene la culpa.
Marcelo
tiene que reconocer que se entretuvo. Sus hijos salieron radiantes. Hasta
Lorena tiene mejor carita. Mira el reloj: 18 y 30. Ya falta poco para terminar
el fin de semana. Lo sorteó como pudo. Habrá
que pensar en la cena piensa. Y luego piensa que seguramente las chicas ya
lo han contemplado. Si no, las empanadas que él planeaba al mediodía. Rumbo a
la cochera pasan por un McDonald´s. ¿Quieren
comer una hamburguesa? propone.
Matilde
hace la cola tratando de recordar los pedidos. Sus hermanas la volvieron loca,
eligiendo y arrepintiéndose. Siempre me
toca a mí piensa. Al menos se librará de lavar los platos. Agustina, con
Federico en brazos, le hace señas de la mesa que consiguió. Su padre fue al
baño. Tranquilo porque me dejó el dinero
piensa.
Yo primero le pedí a Mati un BigMac pero
después me fijé que es muy caro y pedí una McFiesta no quiero hacerle gastar
tanto a papá porque no me corresponde.
Le pedí a Mati una cajita feliz no por
el juguetito sino porque los McNuggets me los termino porque solo son cuatro
así las chicas no me retan.
Agustina
agarró varias pajitas y con eso entretiene a Federico hasta que llegue la
comida. Hace calor pero no puede sacarse la campera porque tiene el pantalón
mojado. No ve la hora de ducharse. Las nenas revolotean alrededor de Matilde.
Su padre sale del baño y se acerca a su hermana. Al menos la ayudará con la
bandeja.
Marcelo
abre la puerta de su casa. Misión
cumplida piensa. Está satisfecho consigo mismo. Se tomaría un café pero las
chicas ya están atareadas acostando a sus hermanos. Se tira en el sillón del
living. Pone música. Cierra los ojos.
Agustina
cambia a Federico y lo acuesta. No tiene ganas de bañarlo. Por suerte el nene
está tan cansado que se queda en la cuna sin reclamar canciones ni mimos.
Todavía tiene que terminar la tarea de lengua. No le quedó clara la diferencia
entre circunstancial de modo y predicativo subjetivo no obligatorio. Le
preguntará a Matilde. No la encuentra en su cuarto. Baja.
Lo
despierta la voz de Matilde. ¿Te preparo
un café? Minutos después Agustina se acerca con la bandeja. Dios mío, cómo entrenó Diana a estas chicas piensa.
Por suerte Matilde se olvidó del baño
hoy me puedo dormir tranquila porque papá ya me firmó el boletín.
Yo me pregunto qué va a pasar cuando las
chicas sepan que no soy la hermana mañana le voy a pedir a papá que por favor
no les cuenta ahora ni puedo porque me muero de sueño.
Se había
dejado el celular en su cuarto. Entre el café de su padre y las oraciones de
Agustina pasó casi una hora. Cuando lo abre encuentra varios mensajes de
Mariano. El último solo decía buenas
noches y una mano agitándose. Buenas
noches contesta ella aunque sabe que él ya no lo leerá. Espero que no se enoje. Le agrega una
boca de labios rojos. Hoy sí que no habrá ducha. Se pone el piyama y se
acuesta.
Agustina
siente el agua caliente deslizarse por su cuerpo. Trata de recapitular su fin
de semana. Hubo de todo. Se avergüenza al verse escapando de Gonzalo. Se
preocupa de nuevo al recordar las angustias de Lorena. Sí, algo está pasando. Se escurrió el placer de bañarse. Cierra la
ducha.
Marcelo,
boca arriba, se estira cuanto puede. Ay,
mi amor, sin ti mi cama es ancha.
27 Lunes
Matilde
se cepilla el cabello con energía. Se pone perfume detrás de las orejas y brillo
en los labios. Más no puede hacer por su cara de lunes 6 y 45 de la mañana. No
durmió bien: Lorena gritaba en sueños y fue a verla. No quiere pensar en su
hermanita ahora. Sale del baño con prisa.
Marcelo
se afeita. Lo espera un día pesadísimo, varias reuniones al hilo. Aunque quizá pueda
almorzar con Fernando. Precisa hablar con alguien. Alguien adulto. Sobredosis
infantil. Y adolescente agrega.
Agustina
busca en su alhajero los aritos de perlas. Eran
de mamá recuerda y se acaricia las
orejas. Ensaya ante el espejo de su cómoda distintos peinados. Soy una boluda piensa y se recoge el
cabello con brusquedad. Agarra la mochila y el blazer y baja la escalera a los
saltos.
Lo escuché a
papá por suerte no vino a retarme porque anoche grité pobres chicas nos las
dejé dormir primero Agus y después Matilde pero ellas me tienen paciencia por
ahora me tienen porque todavía no saben.
¿Le firmaste el
boletín a Sofía? le recuerda Matilde. Sí asiente él con la cabeza, la boca. poblada por una tostada. En esta no me agarraste quisiera
decirle. Seguro que la desilusionó. Inútiles sus admoniciones preparadas. Algo
le llama la atención en Agustina. Sí, los aros de Diana. En ella se lucían más.
¿Por el pelo oscuro? No, porque era Diana.
Mi primer regalo para tu mamá fueron esos aritos no puede evitar comentar. Mamá me lo contó mil veces dice
Agustina. ¿A verlos? pide Matilde. Agustina se despeja las orejas e
inclina el cuello. Bello cuello
evalúa él ¿por cuántos hombres será
admirado?¿Cómo se había relacionado su mujer con sus hijas? Tantas cosas
que él ya nunca podrá saber.
Hoy estoy
contenta porque voy al colegio con la gorda por eso me tomo toda la leche por
eso y para que Ramo no reniegue.
Marcelo
queda atorado por el tránsito. Observa, entonces la puerta del colegio. Matilde
y Agustina que venían caminado juntas, se apartan. Cada una se dirige a un
chico distinto, apuran el paso, menean la cadera. Disfruta por ellas. Qué maravilla creerse enamorado. ¿Volverá
a sucederle?
Ramo me pide que
me apure y no quiere hacerme otra tostada ella me dice que es por el micro pero
a mí me parece que ya sabe.
Llevo el boletín
en la mano para no olvidarme me gusta mirar la firma de papá que es muy linda y
yo no la conocía la de mamá sí pobrecita mi mamá que ya ni firmar puede.
Agustina
le muestra a Valeria las oraciones. Matilde es una genia: explica mejor que la
profesora. En un rato varias cabezas la rodean pidiendo auxilio. Gonzalo
también. Ella se siente orgullosa.
Matilde
no logra concentrarse en la clase, eso que es de biología. ¿Se tendrá que pasar
la vida fingiendo?, ¿qué estará sintiendo Lorena? A lo mejor charlar con ella
la tranquilizaría. ¿Si lo consultara con Bianchi? A su papá no quiere
embromarlo más. Ya bastante tuvo él. Su compañera la codea. La profesora la
está mirando. Vaya a saber qué le preguntó. Perdón
pide mientras suben sus colores.
Marcelo
y Fernando terminan el sushi. ¿Querés
algo más? ofrece él. Un café dice
su amigo y enseguida pregunta ¿y cómo
reaccionó la nena? Me pidió que no la echara. ¡Pobre ángel! comenta
Fernando ¿lograste tranquilizarla? Creo
que sí, aunque muy bien no se la ve. Tendrías que hacer alguna salida a solas
con ella sugiere su amigo. No sé,
porque eso sería considerarla distinta y es justo lo que no debe sentir. Tenés
razón, ¿y si lo consultás con un psicólogo? ¡Lo único que me falta!, Fernando,
Lorena es el menor de mis problemas, todavía no hace un mes que murió Diana, te
aseguro que estoy haciendo más de lo que puedo; en cualquier momento me tomo un
buque y no me ven un pelo. Fernando
le palmea el antebrazo. Tranquilo, aquí está siempre tu Watson. A
él se le hace un nudo en la garganta. Está hecho un pelotudo. Gracias, de veras, sos el único con quien me
puedo descargar. Comprate un perro y patealo dice su amigo riendo. Él se
contagia. Cuando el mozo trae la cuenta él frena el ademán de Fernando. No, te la debo, aunque no sé si este restaurante
califica para tus pretensiones. Pega en
el palo contesta su amigo girando la mano.
La maestra me
dice por fin viste que no era tan difícil porque ella no entiende nada.
La maestra me
mira raro y a cada rato me pregunta si estoy bien seguro que papá le contó.
Agustina
ve que se libera el asiento junto a su hermana y se apura a sentarse. Matilde
está escuchando música con los auriculares. Ella quisiera preguntarle qué pasa
con Lorena pero no quiere importunarla. Porque Matilde ni se dio cuenta de su
presencia. No me registra.
Ramona
les sirve el guiso de arroz. Matilde no tiene hambre, eso que en el colegio no
probó bocado. ¿No te gustó? le
pregunta la mujer. Ella hace un esfuerzo y carga el tenedor. Rocío la invitó a
dormir. Si hay algo que quisiera es rajar
de esta casa. Pero quiere ver cómo sigue Lorena. ¿Te pasa algo? le pregunta Agustina. Ella le contesta de mal modo.
Porque su hermana está más pesada que una mosca.
Marcelo
interrumpe el balance. Necesita saber qué fue lo que pasó entre Alberto y
Diana. ¿Qué compartieron?, ¿qué precisaba Diana que él no pudo darle? Alberto
separado y él viudo. Ya no hay riesgos. No tendría por qué mencionar a Lorena.
¿Por qué no buscarlo? Retoma su trabajo. Está atrasadísimo.
Agustina
interrumpe la tarea de geografía. Necesita saber qué pasó con Lorena. Y está
segura de que Matilde le oculta algo. Ella conoce bien a su hermana. Al menos a
esa hermana. Cierra la carpeta y va a buscarla.
Le pregunté a
Lore si cuando llegamos jugamos a las figus que conseguí unas rebuenas pero me
dijo que no tiene ganas qué raro.
Matilde
está haciendo un mapa cuando Agustina aparece en su cuarto y se queda parada a
su lado. Sí, es una mosca. ¿Precisás
algo? le pregunta de mal modo. ¿Tenés
sacapuntas? pide su hermana. Ella, fastidiada, busca en la cartuchera.
Ya estamos
llegando a casa y no tengo ganas de llegar a casa eso sí que es raro.
¿No querés otro
scon?
pregunta Ramona a Lorena. La nena niega con la cabeza. Algo está pasando reconfirma Agustina.
Lorena se metió
en su cuarto y no me dio bolilla ya ni ella me da bolilla voy a ver qué está
haciendo Fede.
Matilde
golpea. Como no obtiene respuesta abre la puerta. Lorena está tapada con el
acolchado. La llama pero no responde. Vamos,
gorda, ya sé que no estás dormida. Lorena se descubre. ¿Qué te pasa? pregunta ella.
La nena sacude la cabeza entre lágrimas. Dale, contame pide mientras le acaricia el cabello. No puedo. ¿Por qué no podés? Porque si te cuento no me vas a querés más. Matilde
también tiene ganas de llorar. Inspira hondo. No puedo dejar de quererte porque sos mi hermana. El llanto de Lorena
arrecia. Matilde se debate, ¿qué debe hacer? Escuchame, Lore, a mí no me interesa quién es tu papá, yo te quiero
porque te conozco desde que estás en la panza, porque te vi crecer, porque me
hacés reír ahora son de ella las lágrimas porque me hacés llorar; pase lo que pase siempre serás mi hermana; te
prometo que yo nunca jamás te voy a abandonar. Lorena se incorpora de un
salto y se echa en sus brazos. Ella la aprieta fuerte e, instintivamente, la
mece. Hacia adelante, hacia atrás.
Agustina,
tras la puerta, escucha llantos pero no logra discernir palabra. Sofía también
se acerca. Ella le pone una mano sobre el hombro y la atrae hacia sí. La nena
propone ¿me jugás a las figus? Ella,
qué otro remedio, dice que claro, que sí.
Marcelo,
mientras maneja, recuerda sus elucubraciones. Encontrarse con Alberto sería un
delirio. Quizá debiera hablarlo con Fernando. Un delirio total.
La gorda por
suerte quiso bañarse conmigo no me animo a preguntarle por qué lloraba si no
capaz llora de nuevo y a mí no me gusta para nada verla llorar.
Agustina
baña a Federico. El nene le reclama atención pero ella hoy no puede jugar. No existo para Matilde piensa. ¿Cuál es
su lugar en esa familia?, ¿tan grande como para hacerse cargo de su hermano
pero tan chica que no merece una explicación? Está enojada. Muy enojada. ¡Ay! grita el nene, restregándose los
ojos llenos de champú.
Marcelo
come, enfrascado en el pollo. Ausente de la charla entre sus hijos. Hoy no se puede involucrar. No se quiere
involucrar. Fernando lo sacará arando. Un
delirio total.
Matilde
está agotada. Ve el mensaje de Mariano pero ni fuerzas para contestar. Apaga la
luz.
La extraño mucho
a mi mamá desde que ella se murió soy invisible porque en esta casa hay
demasiados problemas para que me puedan mirar a veces las chicas tratan pero yo
me doy cuenta de que ellas tampoco pueden más.
Agustina
se revuelve en la cama. De mañana no pasa. Matilde la tendrá que escuchar.
Matilde me
prometió que me iba a defender yo también la voy a cuidar toda la vida y me voy
a portar rebien para no darle trabajo sino capaz que se arrepiente.
Marcelo
no logra dormirse. Una inquietud incisiva. Espera recuperar la sensatez por la
mañana. Además, no sabe cómo conectarse con él. Sí, un delirio total.
28 Martes
Matilde
se cruza con su padre en el pasillo. Bajan juntos la escalera. Antes de entrar
a la cocina ella le dice tenemos que
hablar. Cuando quieras responde su padre hoy tengo un día liviano. Ella recuerda a Agustina. Una mosca. ¿Cómo deshacerse de ella ? Veo como hago y te aviso alcanza a decir
mientras escucha los pasos de su hermana en la escalera.
Marcelo
le pide a Ramona una segunda taza de café. Matilde ya le complicó el día. Adiós
su charla con Fernando. ¿Nunca volveré a
tener un día en paz? Ya no aspira a la felicidad, ni siquiera a la alegría.
Solo pretende paz. Una mísera alícuota de paz.
Matilde
ni la saludó. Le pasa algo conmigo
concluye Agustina. Le podría decir de almorzar a la salida de la escuela pero
le parece que arreglaron para reunirse en lo de Valeria por el trabajo práctico
de historia. Ya no está enojada. Esta triste, preocupada. Angustiada.
Me levanto
corriendo para saludarla a Matilde pero no tengo suerte porque ya se fue.
Marcelo
está sentado ante su escritorio cuando suena el celular. Seguro que es Matilde piensa. Atiende sin mirar. Buenos días, profe lo sorprende Feldman.
La chica le dice que quedaron un par de puntos de la nota por ajustar y le
pregunta cuándo pueden encontrarse. Él está por proponerle almorzar cuando
recuerda a su hija. Arreglo algunos
asuntos y te llamo dice.
Lorena está rara
y casi no me habla a lo mejor le hice algo y no me di cuenta voy a ver si le
consigo la figu que le falta para llenar la página cuatro.
¿Querés que
almorcemos?
lee Matilde. ¿Su padre proponiéndole un encuentro? Sonríe sola. Pero luego
recuerda que fue ella quien lo solicitó y la sonrisa se esfuma. No sabe qué
hacer, cómo justificarse frente a Agustina. En el recreo simula un encuentro
casual y la tantea. Se reúnen en lo de
Vale a estudiar, ¿te parece que vaya? parece su hermana pedirle permiso.
Ella, obvio, la alienta. Dale le
contesta luego a su padre ¿cómo hacemos?
Marcelo
escribe ¿podrás alrededor de las cuatro?
No, tengo un parcial contesta Feldman
¿lo dejamos para mañana? Él se siente absurdamente desilusionado. Como
siempre, Matilde le complica la vida.
Agustina
busca a Matilde a la salida del colegio para pedirle dinero: tienen que comprar
unos mapas. Sin embargo no la encuentra. ¿Cómo pudo irse tan rápido? Se escapó piensa. Porque hace días que
su hermana la evita. Valeria le hace señas. Va hacia ella corriendo. Pero ya se
le fue el entusiasmo por el programa. Me da rabia Matilde reconoce con
sorpresa.
Matilde
desde el auto, descubre a Agustina en la esquina. Qué pesada. La ve luego
caminar hacia su amiga. Zafé piensa.
Por suerte tenía para el taxi. Siempre lleva dinero. Sus amigas se sorprenden.
Está acostumbrada desde chica. Era habitual que su madre le pidiera que
comprara algo al regreso del colegio. ¿Desde cuándo?, ¿diez, doce años? Recién
cuando Sofía empezó el primario, comenzó a retirarlas el micro. Antes ella
viajaba sola en colectivo. Sola no, con Agustina. El taxi se detiene. Ella
paga. Desciende. Para su sorpresa el padre está abajo, esperándola. Se acerca
en cuanto la ve. La besa. Caminan juntos. Él la toma del hombro.
No sé qué me
pasa no quiero estar en la escuela no quiero estar con Sofía no quiero que
nadie me vea solo quiero estar con Matilde y que me abrace.
Marcelo
camina por Corrientes con su hija. ¿Qué
querés comer? le pregunta. Cualquier
cosa contesta ella. Entran en El
palacio de la papa frita. Él sonríe viendo la cara con que Matilde recibe su inmenso plato. Pero él sabe
que el bienestar no puede durar demasiado. A Matilde le lleva tres bocados
arrancar. Hablé con Lorena. A él se
le atraganta una papa frita. Tose, toma agua. Su hija sonríe, burlona. No es para tanto dice. Contame pide él cuando logra reponerse. La vi tan desesperada que le dije que ya lo
sabía y que yo nunca la iba a abandonar, me parece que se quedó un poco más
tranquila, pobre, debe ser terrible para ella, seguro que tiene miedo de que
cuando los demás se enteren la dejen de lado; tenemos que pensar muy bien cómo
vamos a manejar la situación, a lo mejor nos conviene consultarlo con Bianchi. A
él lo conmueve escucharla. ¿Cuánto hizo para que su hija sea así? Muy poco
además de los genes y del sostén económico. ¿Fue Diana quien generó a esta
muchachita que vale oro? Ya lo duda. Matilde
es silvestre piensa. Tiene un impulso. Le toma ambas manos mientras
dice te
felicito. Los ojos de su hija son puro desconcierto. ¿Por qué? Por ser como sos.
Agustina
almuerza en lo de Valeria. Gonzalo, a último momento, dijo que no podía ir. Seguro porque no quería verme a solas.La
mamá de su amiga comenta estoy armando
una reunión de madres para organizar un desfile de modas para juntar fondos
para el viaje a Tandil, yo les voy a mandar un mail pero vayan avisándoles a
sus mamás. Se hace un denso silencio. Quizá recién entonces la mujer repara
en su error. Perdón pide al descubrir
las lágrimas de Agustina. Muy mal día
piensa ella, secándose las mejillas con el dorso de la mano.
Matilde
charla con su padre. De igual a igual
piensa. Ella percibe que él la escucha con atención, que valora sus opiniones.
Como se siente más segura comenta tampoco
sé qué hacer con Agustina. ¿Por qué?, ¿te pregunto algo? ¡Me tiene loca!, y lo
peor es que me fastidio con ella porque no sé qué decirle recién
descubre. ¿A vos te molestaría si le cuento? ¿Por qué habría de molestarme? A ella le irrita su ingenuidad. ¡Por qué mamá te engañó! exclama y se
arrepiente al instante. Siente que le suben los colores. Perdón pide.
Marcelo
siente una vergüenza espantosa. Matilde
no se merece este padre piensa. No te
preocupes dice las cosas son como son
y de nuevo le toma las manos. Ella no lo rechaza. Lo que me aflige dice él, pensándolo por primera vez es que a Agustina se le caiga la figura de
la madre. Sí comenta su hija ella era
la más apegada, charlaban mucho; yo siempre choqué con mamá, bah, ella ni se
enteraba, chocaba por dentro. Marcelo no quiere ni respirar, teme que
Matilde se detenga. Noticias de una vida que transcurrió bajo su techo pero a
espaldas de él. Contame pide. ¿Qué querés que te cuente? Cómo te llevabas
con tu mamá. La chica se suelta las manos, toma coca-cola. Se toma su tiempo piensa él. Mamá era difícil dice de pronto al menos conmigo, siempre me exigió mucho, y
lo peor es que yo nunca pude decirle que no; yo hacía todo pero me quedaba con
rabia y después me sentía pésimo por tenerle bronca; además no se lo podía
contar a nadie su hija lo mira a los ojos nunca se lo conté a nadie, muchas veces pensé que quería ir al
psicólogo porque algo estaba mal en mí, las hijas no le tienen rabia a su mamá,
eso que a mí nunca me pegó. Él no entiende lo que está escuchando. ¿La mamá
de esta chiquilina agobiada era Diana? Repara en la última frase. ¿A quién le pegaba? pregunta con temor.
Matilde guarda silencio un buen rato. Bebe de nuevo. Las nenas ligaban bastante, sobre todo Sofía, que siempre fue la más
inquieta, yo trataba de defenderlas pero mamá se ponía peor; Agustina estaba en
su mundo, además imposible que se enojara con ella, sabés como es Agus, un
ángel; a Fede nunca vi que le pegara, algún zamarreo, pero lo dejaba llorar
mucho, eso sí, siempre Agustina se ocupó de él, desde bebito, yo no lo tenía
paciencia. Él está azorado. Jamás presenció un castigo, una levantada de
voz. Como si leyera su pensamiento Matilde continúa cuando estabas por llegar nos mandaba a ordenar todo, yo terminaba de
preparar lo que Ramona había cocinado, las chicas ponían la mesa mientras ella
se iba a arreglar le clava la mirada para
vosque solo tenías ojos para ella, a nosotros ni nos mirabas. Matilde
esconde la cara entre las manos. Basta
dice estoy criticandoa mi mamá y ella no
puede defenderse porque está muerta, tendríamos que haber habladoantes, ya no
tiene sentido. Él le descubre el rostro. Lo importante es que empezamos a conocernos dice él y ofrece ¿querés que compartamos un panqueque? Ella
sonríe y con el dorso de la mano se seca las lágrimas.
Agustina
está haciendo los resúmenes con sus compañeros cuando vibra su celular. Ya salí del dentista, estoyen 15.Avisa
Gonzalo que llega en un rato informa ella tratando de controlar la sonrisa.
Yjusto, justo te avisó a voscomenta
Valeria. Todos se ríen. Ella quisiera matarla.
Entro corriendo
y la busco a Matilde pero me avisa Ramo que no está qué mala suerte.
Le quería
mostrar a Agus que la seño me puso felicitado en el mapa que me hizo ayer pero
todavía no llegó Ramo me dice qué bien pero me parece que ella mucho no
entiende.
Matilde
abre la puerta. Lorena baja las escaleras corriendo pero cuando está a pocos
metros se detiene. ¿Precisás algo? le
pregunta ella. La nena niega con la cabeza. Vení,
saludame propone ella y su hermana se abraza de su cintura. Ella le
acaricia el cabello.
Agustina
dice yo ya me voy. Quedate un rato más pide
Valeria falta poco para terminar la
segunda parte. Pero ella no aguanta más. La hace mal estar junto a Gonzalo
y que él ni la mire. No, tengo cosas que hacer se excusa
mientras junta las hojas. Yo también me
voy dice Gonzalo. Agustina pesca las sonrisas entrecruzadas entre sus
compañeros. Si serán tarados. Se
creen que pasa algo entre ellos. Se despiden de la madre. Suben al ascensor los
tres. Por suerte Vale tiene que abrirles.
Marcelo
llama a Feldman por tercera vez. La chica, por fin, atiende. Estaba en clase se justifica ella. Claro, aún es una estudiante piensa él. Hoy se me complicó, por eso no te avisé,
pero si te viene bien podríamos encontrarnos mañana. ¿A qué hora? solo
pregunta ella. ¿Querés que almorcemos?
¡Buenísimo! exclama ella ¿dónde?Él
corta complacido.
Cuando
ve que Valeria se retira Agustina le da un beso en la mejilla a Gonzalo y dice chau. ¿Qué tomás? pregunta él. Cualquiera que vaya por Cabildo contesta
ella, ya caminando. Yo también dice
él y se suma a su paso. Gonzalo habla del trabajo realizado; ella aporta solo
monosílabos. Mientras esperan el colectivo él dice ¿estás enojada conmigo? La sorpresa de ella es inconmensurable. ¿Por qué decís eso? pregunta. ¡Vamos, Agus, no soy boludo!Ella se
siente enrojecer de cabeza a pies. La llegada del 59 la exime de responderle.
Estoy mirando
por la ventana para ver si viene Agus porque le quiero mostrar el mapa que ya
se me arrugó de tanto tenerlo en la mano por suerte ahí viene pero me parece
que mi excelente mucho no le va a importar.
Matilde
mira la hora. Ya es tarde para que Agustina ande sola. Le manda un mensajito. Llegando le responde su hermana. Corre
la cortina. Sí, Agustina esta parada cerca de la reja. Pero no está sola.
Matilde sonríe.
Matilde me dio
un abrazo fuerte a lo mejor es en serio que todavía me quiere.
Gonzalo
se inclina hacia su mejilla. Ella percibe su olor. Quiere salir corriendo pero
dos veces sería demasiado. Hasta mañana
dice gracias por acompañarme.Él la
agarra del brazo y dice me gustó.
Cuando ella se pregunta cómo se liberará del contacto sin parecer maleducada,
él la suelta. Pero no se va. Ella busca la llave y la pone en la cerradura. Chau dice. Él sigue parado. Ella gira
y entra sin darse vuelta.
Matilde
baja en cuanto escucha que la puerta se cierra. ¿Cómo te fue? pregunta mientras se acerca a su hermana. Bien contesta Agustina. Gonzalo te acompañó afirma ella. Sí dice su hermana encaminándose hacia
la escalera. Ella va a hacerle una broma cuando repara en que Agustina ni la
miró. Está enojada piensa mientras
descubre que su hermana es muy capaz de tener una vida ajena a la suya. Y
también descubre que eso no le gusta nada.
Matilde ya me
preparó el agua le voy a preguntar a la gorda si se baña conmigo pero estoy
casi segura de que no va a querer.
Marcelo
sube sin que nadie lo intercepte. Desde el pasillo llega el ruido del chapoteo.
Golpea. ¿Se puede señoritas? ¡No!
grita Sofía estamos desnudas. Él
escucha que por lo bajo Lorena dice por
mí que entre. Se está alejando, sonriente, cuando Sofía indica pasá si querés. Él retrocede y abre.
Ambas nenas están adentro de la bañadera con remera. Se están mojando la ropa dice él sonriendo. No importa replica Lorena igual
es para lavar. ¿Cómo les fue en el colegio? pregunta él. A mí bien contesta una. A mí también la otra. Y cuando él no
sabe que más decirles Sofía indica ahora andate
que nos tenemos que enjabonar. Él, dócil, sale.
Agustina
le lava la cabeza a Federico. El nene protesta pero ella no lo reta porque está
contenta. Hoy no estuve tan tonta
piensa y le hace cosquillas a su hermano en el cuellito. El nene ríe a
carcajadas.
Marcelo
come en silencio. No me gusta dice
Sofía ante su plato casi lleno. Callate y
masticá indica Matilde hace mucho que
no comemos pescado y es muy bueno. La nena se lleva el tenedor a la boca
con cara de resignada. Sofi, está
buenísimo trata de convencerla Lorena. Vos
porque sos una gorda globo que te tragás todo. Él observa a Lorena. Se le cayó la cara piensa. ¡No trates a tu hermana así! la reta él
y al instante nota sobre él cinco pares de ojos abiertos de par en par. Momento
en el que repara que a sus hijos los sorprende que él se haga cargo de la
situación. Envalentonado propone mezclalo
con el puré así no le sentís el gusto. Lo enternece ver a la nena
desmenuzando el pescado y aplastándolo contra el plato. Instantes después,
tapándose la nariz dice tenés razón,
papá, así ni parece pescado. Él se siente muy orgulloso de sí mismo.
Qué suerte papá
le dijo a Sofi que yo era su hermana.
Matilde
observa a su padre. Resucitó piensa.
Y luego piensa que su mamá sí que no resucitará y se siente agudamente
culpable. La traicioné decide y de
pronto, como a Sofía, el olor del pescado le da asco. Aparta el plato.
Papá me retó
pero me gustó porque además me dio el truco del pescado.
Agustina
observa a su padre. A lo mejor antes no
se ocupaba de nosotros porque mamá no lo dejaba reflexiona. Antes. Saca cuentas. Pasado mañana se
cumplirá un mes. Quiero ir al cementerio decide.
Marcelo desde el
living escucha a Ramona levantando la mesa. Está viendo un programa político
cuando la mujer aparece con un café. Muchas
gracias, Ramona, usted es un ángel. Cuando termina de decirlo recuerda la
charla con Matilde. Agustina es un ángel
había dicho. Como si hubiera leído sus pensamientos la chiquilina se le acerca.
¿Puedo hablar con vos, papá? Claro
dice él apagando el televisor vení,
sentate. ¿Otra más? piensa, agobiado. La chica queda un rato en silencio. ¿Me querías contar algo? decide
ayudarla. Ella lo mira. ¡Qué ojos más tristes! No sé si te acordás que el jueves hará un mes que se murió mamá
dice en voz muy baja. Sí dice él por supuesto que me acuerdo. Si cada
mañana cuenta los días. Quisiera ir al
cementerio informa ella. Cómo no se
me ocurrió piensa él. Porque para eso tendría que admitir que Diana está
bajo la tierra. Pero no sé cómo hacer
sigue la chica. En un segundo él recorre mentalmente su agenda. Clase en la
facultad. Feldman. Te puedo buscar a la
salida del colegio y te llevo propone él. ¿Vos no pensabas ir? pregunta su hija. Él decide ser sincero. No se me ocurrió contesta. A Matilde le voy a decir obvio, pero no sé
si avisarle a las nenas, ¿qué opinás vos? Dejámelo pensar pide él mañana lo vemos. Gracias, papá dice
Agustina, se levanta y se está alejando cuando retrocede y le da un beso. Gracias, de veras repite y sale
corriendo. Qué hijas tengo piensa él.
Ya no tiene ganas de ver televisión. Él también se incorpora.
Me
levanto para ir al baño y cuando salgo me asomo a la escalera porque oigo voces
Agus está con papá pero no escucho lo que dicen seguro que papá le está
diciendo que yo no soy su hija ahora Agus no me va a querer más.
Matilde escucha
golpes en la puerta. Es Agustina. Qué
raro, hoy ni me habló piensa. Te
quería avisar que el jueves voy a ir con papá al cementerio. Matilde recibe
el impacto. Claro, por el mes
recapacita. Ambas quedan en silencio. ¿Vas
a ir? le pregunta su hermana luego. Ella ni se lo había planteado. Qué
contestarle. ¿Querés que te acompañe?
ofrece. Agustina la mira, muy seria. Me
acompaña papá, pensá si vos tenés ganas de ir dice y sale. Ella queda
azorada. Cómo creció su hermana. Ya no me
necesita piensa.
Marcelo no logra
dormir.
29
Miércoles
Matilde se
despertó a las cinco de la mañana. Desde entonces da vueltas en la cama. ¿Debe
ir al cementerio? Recuerda las palabras de Agustina y se corrige. ¿Tiene ganas
de ir? Ganas, no. Necesidad tampoco. Pero le resulta inadmisible que su hermana
y su padre hagan algún movimiento importante sin su presencia. Ya lo hicieron
en realidad. Insoportable que Agustina se haya dirigido a su padre sin
consultarla antes a ella. Todo por culpa de Lorena. Por el secreto que no puede
compartir con Agustina. Su hermana detectó su distancia y, a su vez, se alejó
de ella. ¿Para qué mierda miré la agenda
de mamá? Su cabeza es un imparable trompo. Me voy a volver loca. Enciende a luz y decide levantarse.
Alguien
camina por el pasillo Sofi no es porque ella es tan flaca que casi no pisa
quiero ver a cualquiera porque tengo miedo pero también tengo miedo de que sea
Agus y me diga que ya no es mi hermana.
Marcelo mira de
nuevo el reloj. No puede ser, recién las cinco y cuarto. Noche eterna piensa. Noche oscura y eterna. Se incorpora y levanta
la cortina. Empieza a amanecer.
Matilde se está
haciendo un té cuando su padre entra a la cocina. ¿Desvelada? pregunta él. Ella asiente con la cabeza. Somos dos dice él sentándose. ¿Qué te preparo? le ofrece. Lo que tomes vos. ¿Querés comer algo? Todavía no. Minutos después ambos están
sentados con sus respectivos jarros entre las manos. Mañana hace un mes de mamá arranca ella. Me parece tanto más y tanto menos comenta su padre. Luego de un
rato ella dice me dijo Agustina que van a
ir al cementerio. Ella me pidió, ¿vos
también venís? Ella repite la fórmula ¿querés
que los acompañe? Sí, por favor contesta su padre con una mirada que a ella
le dan ganas de abrazarlo. ¿Les
comentamos a las nenas? Lo mismo me preguntó tu hermana. A ella le da
rabia. Se repone y averigua ¿y qué le
contestaste? Que lo iba a pensar. Pensémoslo juntos, entonces. Ambos
callan. Yo creo que habría que avisarles decide
ella. De acuerdo asiente su padre ¿vos o yo? O Agustina agrega ella,
todavía picándole el fastidio. Luego de un rato su padre prepone a los mejor podríamos comentárselo los tres.
Me parece bien, ¿hoy en la cena? El padre levanta su jarro. Ella lo choca.
Agustina sale
del baño y se topa con Matilde. Percibe el desconcierto de su hermana, Claro, recién son las seis piensa ella. Estuve hablando con papá dice Matilde esta noche nos reuniremos los tres para
contarles a las nenas del cementerio y que ellas decidan. Ahora es ella la
desconcertada. Yo empecé con esto
piensa y ella me lo robó. Y después
se siente mal consigo mismo. Soy una
egoísta se califica entonces dice qué
suerte que vas, Mati.
Matilde
y Agus charlan en el pasillo dijeron algo del cementerio y también dijeron de
nosotras no sé qué pasa pero tengo miedo le voy a contar a Lore.
Sofi
me cuenta lo que escuchó no le digo nada pero a mí los cementerios me dan mucho
miedo casi como el infierno.
Marcelo llega a
su oficina. La secretaria lo espera con un listado infernal de cosas
pendientes. Él está embotado. Casi no durmió. Le pide un café bien fuerte y se
dispone a la tarea. Le vendrá bien no pensar. No pensar en Diana. Está enfrascado en un blanqueo de capitales
cuando recuerda el almuerzo. Sonríe al pensar en Feldman.
En el segundo
recreo Agustina está charlando con Valeria. Gonzalo se acerca. Su amiga busca
un pretexto y se va. La voy a matar
piensa ella. Gonzalo la consulta por un ejercicio de matemática. Ella,
aliviada, se lo está explicando cuándo él le pregunta ¿querés que mañana comamos algo en Mac? Es muy chico para animarse
tanto piensa ella capaz que le gusto
en serio. Descubre que sí, que tiene ganas de almorzar con él pero solo
contesta no puedo. Mejor decime de una
vez que no querés saber nada conmigo dice él y parece enojado. Ella no quiere contarle porque teme
ponerse a llorar y además a él que le importa pero tampoco quiere que él no la
merodee más entones se decide y larga de un tirón mañana hace un mes que se murió mi mamá y vamos a ir al cementerio.
Perdoname le pide él soy una bestia.
Y como suena el timbre solo agrega ¿queda
para otro día? Dale promete ella. Por
suerte no llore piensa y traga para aflojar el nudo.
Estoy
en el recreo y Sofi me viene a ver no me dice nada pero sé que ella también
está pensando en el cementerio.
El celular de
Matilde vibra en su bolsillo. Estoy en el
buffet informa Mariano. Ella descubre que precisa un abrazo. De quién sea trata de restarle
importancia. Se dirige al bar. Porque
tengo sed intenta convencerse.
Teléfono,
contador
le avisa su secretaria. Fernando. Che,
recién me doy cuenta de que mañana hace un mes de lo de Diana, ¿van a hacer
algo? Nadie le permite olvidarse. Voy
al cementario con las chicas informa. ¿Todas?
hay sorpresa en la voz de su amigo. Con
las dos mayores seguro, hoy les preguntaremos a las chiquitas si quieren ir.
¿Puedo ser de la partida? Él va a decirle que claro, por supuesto, cuando
repara en que debe consultarlo con sus hijas. Les pregunto a las chiquilinas y te aviso. Se quedan un rato
charlando de política. Antes de cortar él dice gracias, viejo, siempre estás. ¡Watson! ríe su amigo a través del
cable.
Matilde está
sentada junto a Agustina. Su hermana no le habla desde que subieron al
colectivo. A Matilde le hace mal. En el cuerpo le hace mal. Como ya no lo soporta le pregunta ¿estás enojada conmigo? Agustina, muy
seria, por fin la mira. Sos vos la que hace
días que me ninguneás; sé que está pasando algo con Lorena pero vos no querés
contármelo; seguro pensás que todavía soy chica; pero yo soy chica solo cuando
les conviene. Matilde no sabe qué decir, su hermana tiene razón. No quiere
imaginarse cómo se sentiría ella en esa situación. Esperá que pase lo de mañana, te prometo que trataré de contártelo,
pero no depende solo de mí. Agustina la mira con una intensidad
insoportable. Por suerte tienen que bajar.
Marcelo, sentado
en el restaurante espera. Diez minutos ya. ¿Habrá entendido bien? Finalmente
entra Feldman, jadeando. Perdón profe, el
bondi en que venía se quedó y tuve que tomar otro. Él llena su propia copa
con agua y se la tiende. Gracias, corrí
tres cuadras. Se desprende tanta vida de su respiración agitado, de sus
mejillas coloradas que no puede menos que reír. ¿Se ríe de mí?, me imagino lo que debo parecer. Esto preciso piensa él una inyección de energía.
Ramona las
espera con tarta de atún y ensalada de remolachas. Una para cada una piensa Agustina Ramo conoce nuestros favoritos. Hoy es mejor día. Le gustó la
charla con Gonzalo y la alivió la charla con Matilde. En realidad la alivió
sentirse tenida en cuenta. Pero está muy preocupada. ¿Qué será lo que le están
ocultando?, ¿Lorena tendrá una enfermedad grave? Porque el Doc está metido en todo esto. Pero Matilde tiene razón: ahora
no es momento. Ahora solo importa que ya
no estás, mamá. Para conjurar las
lágrimas que se acercan se sirve otra porción de tarta. Ramo, sos lo más dice.
Feldman,
lapicera en mano, pregunta y toma notas. Parece
una criatura jugando a ser periodista piensa él. Cuanto más seria se pone,
más joven le parece. Dan ganas de apretarle los cachetes. Pero es inteligente.
Particularmente inteligente. Y a mí
siempre me pudieron las minas inteligentes evalúa. Como Diana. Diana,
además, era hermosa. Aunque debe reconocer que
esta mocosa no está nada mal. Sonríe solo.
Matilde piensa
en la invitación de Mariano. Los padres se fueron por unos días. Su hermano
mayor y él quedaron solos. Venite a almorzar mañana, te cocino algo rico le
propuso. Ella le explicó que no podía. Entonces
el viernes lo dio él por hecho. Ella le dijo que sí, ya no tenía excusas.
Pero ya no sabe si quiere. Querer quiere. Pero le da miedo. Ya veremos piensa y regresa a los
protones y a los electrones. Le encanta buscar en la tabla periódica.
Escucho
música en el cuarto de Mati hoy por suerte está si me animo le pregunto del
cementerio.
Ramo
me preparó otra vez bizcochuelo de limón y por fin le pude mostrar el mapa a
Agus estuvimos una rato largo solas pero no me contó nada.
Marcelo,
mientras espera a un cliente en la DGI, rememora el almuerzo. ¿La chica está
buscando algo?, ¿o solo ejerce su desenfadada manera de ser? Lo veo mañana dijo al despedirse. Lo
besó en la mejilla y se fue a la carrerita. Él la observó hasta que dobló la
esquina. Me divierte piensa me trae aire. Pero también puede traerle
problemas. Marcelo, no seas pelotudo, ya
estás demasiado grande para repetir historias. Porque Diana también fue su
alumna. Su mejor alumna. Recuerda a Sarmiento, a Muiño, a Magaña y a Demare.
Cómo le gustaba el viejo cine argentino. Buscará la película por Internet.
Quizá la encuentre.
Agustina llena
las dos bañaderas. Les avisa a las nenas y tiene que agarrar a Federico a la
fuerza. Patalea tanto que ella se enoja. Lo deposita con rabia en el piso. ¡Por mí no te bañés nunca más! grita. El
nene la mira con los ojos muy abiertos y hace pucheros. A ella le da lástima. No tiene mamá piensa. Lo alza de nuevo.
El nene le rodea el cuello con los bracitos.
Marcelo apaga el
motor. Ojalá pudiera quedarse adentro eternamente. No sabe si es una buena idea
involucrar a las nenas. Todavía son muy
chicas. Va a hablar con Matilde. Será mejor dejarlas de lado. Más aliviado,
baja.
En la escalera
se cruza con Matilde. Ella lo besa en la mejilla. Afectuosamente determina él. Papá,
¿cuándo te parece mejor que les digamos?, ¿en la cena o después? Él no
tiene fuerzas para oponerse. Como te
parezca mejor contesta pero luego se corrige como te parezca menos malo, en realidad. Matilde hace un respingo
con la cara pero no dice nada.
Ahí
lo escucho a papá tengo ganas de saludarlo pero también tengo miedo ahora
siempre tengo miedo.
Agustina termina
su tarea de inglés. Federico, a sus pies, juega con los autitos. ¿Y mamá? pregunta de repente. Ella no
sabe qué hacer. ¿Cuánto comprende su hermanito? No está le contesta y se sienta en el piso. El nene la mira un rato
largo y después levanta un auto y grita ¡Brmmm!
Ella alza otro y exclama ¡mirá que te
alcanzo! Federico ríe. Ella, no.
Agus
me contestó mal y además me duele la panza y no es de mentira me duele de veras
y Matilde me va a obligar a comer mamá también me obligaba pero peor no me
quiero ni acordar.
Marcelo espera
su turno y espera, también, el curso de los acontecimientos. Matilde, al fin,
le tiende su plato. Albóndigas con curry
estima por el olor. Las prueba. Sí, acertó. Riquísimas como todo lo que ofrece
Ramona. Pero no tiene hambre. Observa al resto de los comensales. El plato de
Sofía, lleno. El resto come en silencio como en cámara lenta describiría él.
El aire se corta con cuchillo. Cuando su mirada se cruza con la de Matilde,
ella levanta las cejas. En un instante el juego se extiende a Agustina. Él siente
los ojos de sus dos hijas sobre él como
cuatro dardos. No tiene escapatoria.
Chicas dice porque Federico no entiende nada mañana va a hacer un mes que murió mamá. Él puede percibir el
sonido de los abandonados cubiertos. Ahora son cinco los pares de ojos, porque
el nene también se suma. Y descubre a las mayores, pequeñas de repente. Soy yo el que las obliga a crecer. Son
sus hijos. Pendientes de sus labios. Los cinco lo miran con ojos de niño. Los quiero felicitar a todos y vaya si Federico
merece ser incluido porque cada uno hizo
lo mejor que pudo para que esta familia siguiera funcionando; estoy orgulloso
de todos y de cada uno; no sé cómo hubiera podido soportar la ausencia de su
mamá sin la presencia de ustedes, sin el cariño de ustedes; es maravilloso ver
como se sostienen entre sí levanta la mano y la extiende son como los cinco dedos de una mano; ojalá
que logren atravesar la vida igual de juntos. Se detiene, toma agua. El
silencio es absoluto. Y como mañana hace
un mes estuvimos pensando en ir a visitar a mamá al cementerio; los que quieran
ir, no es ninguna obligación, solo si sienten la necesidad; piénselo bien y
después me dicen; iríamos al mediodía, tengo una clase en la facultad que no
puedo suspender. ¡Yo voy! exclama Sofía inmediatamente. Federico levanta la
manito ¡y yo! Él no sale de su
asombro. Aunque seguramente el nene se cree que todo es un juego. ¡A mamá! exclama Federico como si
pudiera leerle los pensamientos. Agustina se levanta y lo alza. ¿Y vos? le pregunta Matilde a Lorena. Lo voy a pensar contesta la nena bajando
la vista. Ramona entra. No comieron nada,
¿estaba feo? pregunta. Es que
estábamos hablando de mi mamá explica Sofía mañana vamos a visitarla, ¿vos venís? Tengo que cuidar al nene. ¡Si
Fede dijo que va! No sé lo que opina el señor dice la mujer. Él busca la
mirada de sus hijas mayores que asienten levemente con el rostro. Será bienvenida, Ramona, tampoco sin usted
hubiéramos podido transitar este mes. La mujer levanta los platos. Espero que me coman el tiramisú, hice la
receta que bajaste de Internet, Matilde. ¡Genia! dice la chica levantando
el pulgar. Mientras Ramona está en la cocina Marcelo observa el conciliábulo
entre sus hijas. Cuando la mujer regresa con el postre comienzan a golpear,
Federico incluido, contra la mesa y a corear ¡Ramona!, ¡Ramona! Los ojos de la mujer se llenan de lágrimas.
Por
fin entiendo lo del cementerio estoy contenta de ir porque yo también soy
grande a lo mejor Lore no se anima porque es más chica Fede dijo que sí pero él
no entiende nada además quiero ir a ver a mi mamá porque todas las noches la
extraño.
Agustina acuesta
a Federico. Cuando lo está tapando, el nene pregunta ¿mamá? Y como ella empieza a sospechar que su hermanito entiende
mucho más de lo que todos se imaginan le explica mañana vamos a ir a ver el lugar donde está mamá, que se llama
cementerio, pero a mamá no la vas a poder ver porque mamá se murió, la llevamos
adentro del alma pero no la vamos a ver nunca más, ¿me entendés, Fede? El
nene dice que sí con la cabecita, saca una manito a través de los barrotes y se
agarra de un dedo de ella. Ella recuerda la frase de su padre como los cinco dedos de una mano.
Matilde entra al
cuarto de Lorena. Bajo la luz del velador, solo los ojos de la nena escapan del
acolchado.
Seguro
que Mati viene a retarme porque no quiero ir al cementerio yo soy un moustruo
porque todos van a ir hasta Fede y además me voy a tener que quedar sola porque
Ramo también va pero yo no puedo ir y no puedo contarle ni a Matilde.
Matilde se
sienta sobre la cama. ¿Qué pasa?
pregunta Lorena. Vine a decirte buenas
noches y a contarte que a mí tampoco me gusta ir al cementerio. La nena se
descubre. ¿Y por qué vas entonces? Para acompañarla
a Agustina que ella sí necesita ir y a papá, claro. ¿Estás enojada que no voy? ¡Claro
que no! Porque si vos necesitás yo te acompaño, yo a vos te voy a acompañar
siempre, a todos los lados. Ella le revuelve el cabello. Como los cinco dedos de una mano piensa
Marcelo, la
cabeza apoyada sobre los brazos flexionados sobre la almohada, mira a través de
la ventana. No bajó la cortina. Justo se ve la luna. Luna llena. Recuerda la
canción luna llena, invisibles son los
hilos que manejas. Sí, invisibles los hilos que manejaba Diana. Hace un mes
se murió la única mujer que amo. La mujer con quien compartió casa, cama, mesa
durante casi veinte años. La mujer con quien tuvo cinco hijos. Sin embargo,
necesito que se muriera para descubrir que era una extraña. Qué quiso Diana en
la vida, qué buscó. Por qué lo eligió, por qué insistió para tener tantos hijos
si después los amparó tan poco. ¿Dónde estaba yo mientras transcurría mi propia
vida? Su mujer se acostó con su amigo, se embarazó y él ni enterado. Ni la
menor sospecha. ¿Cómo pudo hacerle creer que Lorena era su hija? Aunque quizá
ella no tenía la certeza. Sin embargo, no logra enojarse con Diana. Fui feliz con ella, a mí me daba lo que yo
precisaba; a los chicos quizá no pero a mí sí. Piensa qué habría pasado si
hubiera descubierto la infidelidad en vida. Seguramente la habría perdonado.
Porque era un imposible prescindir de ella. Y ahora ya no la tiene y sin
embargo sigue viviendo. Se levantó cada una de los treinta días que pasaron,
fue a trabajar, dio clases, se ocupó, mal que bien, de sus hijos. Impensable en
su vida anterior suponer que él iba a poder recoger a todos y cada uno de sus
hijos para llevarlos al cementerio. Ahora sabe que es capaz. Y hasta disfruta
por momentos. Qué absurdo. Tuvo que morirse la mujer que lo hizo padre para que
él pudiera ejercitar la paternidad. Soy
un privilegiado determina. Porque, sin que mediaran sus esfuerzos, se
encuentra con cinco pibes maravillosos. Como
los cinco dedos de una mano. Y no hay nada que, dentro de sí, desprenda a
Lorena del conjunto. Sus hijos. Sí, soy
un privilegiado. Surca su mente la imagen de Fernando. Se olvidó de
confirmarle. Se olvidó, también, de consultarlos con los chicos. Mañana les
preguntará a las mayores. No cree que se opongan. Cierra los ojos. Hoy se
siente en paz.
Le
prometí a Matilde que voy al cementerio pero tengo miedo de que mamá se levante
de la tumba y les cuente.
30
Jueves
Matilde se
despereza. Junta fuerzas y se levanta. Debajo de la puerta encuentra un papel
con un corazoncito. Yo también voy.¿Qué
le pasará por la cabeza? piensa. Se acerca al cuarto de Lorena pero aún duerme. O se hace.Se mete en el baño.
Estoy
contenta porque vamos a visitar a mamá seguro que se siente muy sola como yo
cuando Lorena se enferma.
Marcelo entra a
la cocina. Las chicas ya están desayunando. Buenos
días saluda. ¿Cómo hacemos hoy?
pregunta Matilde. Hace horas que le está dando vueltas al tema. Trataré de desocuparme a las doce, ¿a qué
hora salen ustedes? A la una. Las paso a buscar por la escuela, entonces. ¿Y
Sofía? pregunta Agustina. Lorena también
va informa Matilde lo mejor será que
falten al cole, porque también hay que recoger a Fede y a Ramona. De acuerdo,
las busco a ustedes y venimos para acá comunica él y por suerte se acuerda ¿les molesta que también venga Fernando?
Las chicas se miran. Para nada dice
Matilde. Así te acompaña agrega
Agustina. Él descubre que sí, que necesita que su amigo lo acompañe. Watson.
Ramo
no me vino a despertar a lo mejor ya se fueron todos y me quedé sola y el
diablo va a aprovechar para llevarme al infierno.
Ramo
me dice que no vamos al colegio y que después papá nos va a pasar a buscar y me
pregunta si quiero el desayuno en la cama y le digo que sí porque hasta me dio
hambre.
Marcelo está de
frente al pizarrón. La mente de pronto en blanco. Solo unos instantes. Flujo de capitales escribe y dibuja
cinco flechas. Como los cinco dedos de una mano. ¿Qué estoy haciendo aquí? Hoy hace un mes que murió su mujer, va a
ir al cementerio con sus hijos, sin embargo está ahí. Como si nada lo
alcanzara. Completa el esquema en proceso, comunica que hoy terminará más
temprano, desalienta con un gesto la fila de estudiantes que amaga formarse,
junta sus cosas y sale. Cerca de la puerta su mirada se cruza con la de
Feldman. La chica levanta las cejas. Él esboza una sonrisa y continúa su
camino.
Matilde recibe
mensaje de su padre. Salió antes, primero pasará por su casa. ¿Podrá con todo? se plantea. Luego recuerda
a Ramona y se alivia.
Estoy
comiendo mi milanesa cuando entra papá y dice que ya se van yo le digo que
también voy para que no me deje y me meto un pedazo grande en la boca pero él
me dice que coma tranquila que me espera pero es mentira porque a nadie en esta
casa le gusta que yo coma.
Agustina sale,
apurada. ¡Agus! le grita Gonzalo.
Ella se da vuelta. Él se acerca corriendo. Suerte
dice el chico. Gracias contesta ella
y camina hacia su hermana.
Papá
vino a buscarnos y Ramo le pregunta si comió y él dice que no quiere nada pero
Ramo no lo escucha y le pone un plato y lo obliga como a mí Ramo es una pesada
pero yo sé que nos obliga porque nos quiere.
Marcelo, en el
auto, espera a sus hijos. Tendrá que comprar unas flores. Diana amaba las flores. Él solía traerle. Jazmines, fresias,
margaritas. Ella detestaba los claveles, las rosas. Sofía se acerca corriendo.
Él le abre la puerta de atrás. ¿Voy al
fondo? pregunta la nena. Sí, así
queda lugar para las chicas. Instantes después se acerca Lorena y se ubica
junto a su hermana. Luego Ramona con Federico alzado. Él mira por el espejo
retrovisor. Es la vida que armé sin vos
le dice a Diana. ¿Están todos con los cinturones? recuerda. Lorena lucha con el
suyo, Sofía la ayuda. Cuando ve a todos ubicados, arranca.
El
corazón me late fuerte a lo mejor me muero.
Le
hablo a Lorena pero no me contesta capaz que cuando uno va a visitar a su mamá
al cementerio no hay que hablar hasta
Fede está callado.
Matilde observa
la camioneta detenida en el semáforo. Ya
llegó le grita a Agustina, que está en el kiosco de flores de la esquina.
Su hermana se acerca corriendo con un ramito. Agus sí que la extraña piensa ella mientras le hace señas a su
padre.
Agustina se
sienta junto a Ramona. Federico duerme en su asientito. Matilde, adelante, El lugar de mamá piensa ella. La mujer
busca algo en un bolso. Les preparé unos
sándwiches de milanesa explica seguro
que no comieron. Ella tiene el estómago cerrado pero no quiere despreciar a
Ramona. Obligándose, mastica. Nadie habla.
Ella escucha el ruido de sus dientes, de sus muelas. No lo soporta.
Guarda el sándwich a medio comer en la bolsita. Después lo termino informa ante la mirada admonitoria de Ramona.
Matilde, sentada
adelante, come su sándwich. Ramona está
en todo piensa. Observa a su padre. Maneja, reconcentrado, muy serio. ¿En
qué estará pensando?, ¿cuánto la extrañará?, ¿la habrá perdonado? Ella, ¿perdonó a su mamá? Se le mezclan los
sentimientos: pena, bronca. Curiosidad sobre todo. ¿Cómo era en realidad su
mamá?, ¿por qué buscó otro hombre si era obvio que vivía pendiente de su papá?,
¿había sido feliz? Mira por la ventanilla. La Panamericana es un mar de coches.
En un año va a sacar el registro, ¿se animará a conducir por acá?, ¿manejará el
auto de su mamá?, ¿su papá pensará venderlo? El auto era una extensión de su
madre. Como ella, ligero, bello, distinguido. Jamás fue en colectivo con su
mamá. Tampoco la recuerda caminando. No le gustaría manejar su auto. Yo no soy como ella decide mientras se
sacude las migas.
Marcelo baja del
auto. Libera a Federico de su asiento y lo alza. Está adormilado y se apoya en
su hombro. En el estacionamiento distingue el auto de Fernando. ¿Dónde se habrá metido? Avanzan todos
hacia la administración. Encuentra allí a su amigo. Fernando besa a Ramona y a
cada uno de los chicos. Él se acerca a averiguar, le marcan la tumba con una
cruz en un planito y le indican cómo llegar. Es un día precioso. Diana amaba el sol recuerda él. Le
gustaba quedarse horas bronceándose. Como
un lagarto. Compra un gran ramo de fresias y emprenden la marcha. Está realidad no me pertenece decide
mientras avanza con Federico colgado de su cuello.
Tengo
miedo.
Matilde se ubica
junto al trozo de césped donde le aseguran está enterrada su madre. Lorena se
aferra a su cintura y llora. Cómo consolarla si no sabe cómo consolarse. Su
mamá no está más. No era la mejor de las madres pero era su mamá. Y la pucha, pese a todo, la extraña.
Tengo
miedo.
Agustina, frente
a la tumba de su madre, quisiera derrumbarse. Sofía le aprieta fuerte la mano.
Ella la siente temblar. Acá estamos, mamá
piensa te extraño tanto que a veces me
cuesta respirar. Pero también se acuerda de Gonzalo, de sus amigas, de sus risas y se siente
culpable. Perdoname, mamá pide por
dentro mientras deposita su ramito sobre el césped.
Marcelo se
agacha, con el nene alzado, y deja el ramo junto a las flores de Agustina. ¿Quién eras? piensa. Le queda claro el
balance: más allá de todo, fue feliz a su lado. Recuerda el Hernández de
Serrat: Un manotazo duro, un golpe
helado,
un hachazo invisible y homicida, un empujón brutal te ha derribado. Percibe que el nene, la carita enterrada en su hombro, llora. Él le acaricia el cabello. Tanto dolor se agrupa en mi costado, que por doler me duele hasta el aliento. ¿A qué hora murió mamá? pregunta Sofía. A las tres y media contesta Matilde. Él mira el reloj. Exactamente 15 y 30. Un sudor frio le recorre el cuerpo.
un hachazo invisible y homicida, un empujón brutal te ha derribado. Percibe que el nene, la carita enterrada en su hombro, llora. Él le acaricia el cabello. Tanto dolor se agrupa en mi costado, que por doler me duele hasta el aliento. ¿A qué hora murió mamá? pregunta Sofía. A las tres y media contesta Matilde. Él mira el reloj. Exactamente 15 y 30. Un sudor frio le recorre el cuerpo.
Matilde recuerda
que cuando escuchó el estruendo estaba haciendo la tarea de fsicoquímica.
Agustina
recuerda que cuando escuchó el estruendo estaba haciendo el resumen de
historia.
Marcelo recuerda
que cuando Matilde lo llamó estaba saliendo de la AFIP.
Cuando
escuché el ruido estaba pegando las figuritas que le había ganado a Lorena.
Primero
sentí el ruido. Luego el golpe. ¿La columna? Tal vez, porque no puedo moverme.
Ni siquiera los párpados. Escucho a Matilde llamándome, sí, estoy segura de que
es ella. Tengo la cabeza hueca. Un hueco que se agranda de adentro hacia
afuera. Un embudo intenta sustraerme Debo organizarme. Estaba ordenando la
alacena. Sí, eso lo sé. También que Lorena me fastidiaba. Pero esa nena es un
perpetuo fastidio. No recuerdo qué me pedía. Porque siempre pide. Todos piden.
Reclaman. Exigen. Exigen de mí. Matilde me exige, ahora, cuando aprieta mi
mano. Yo ya no quiero estar acá. ¿Allí o acá? Se confunde el espacio, el
tiempo. Un cansancio infinito. Sí, es eso. Me cansé. Quiero irme y volver hace
quince años. Añoro la levedad de mis pasos. La
insoportable levedad del ser. Regalo de Marcelo. Marcelo. De todas mis
decisiones, la única correcta. Yo lo elegí. Yo lo conseguí. Yo lo retuve. Lo
supuse solo un instrumento, sin embargo lo quise. Una sirena. Escucho una
sirena. Mamá, me da miedo la sirena. Mamá, me dejaste sola. Viví buscando
complacerte y cuando al fin creí lograrlo, cuando toqué el fruto de todos mis
esfuerzos, te fuiste. Nací para arruinarte. Todo lo arruino. Mamá, tengo miedo.
Escucho pasos que se acercan. Retumban. Me retumba la cabeza. Me hablan y no sos
vos. Me tocan y no son tus manos. Me molestan. Me apartan a mí de mí. Mamá.
Mamita. ¿Qué me pasa? Escucho ruidos desde el baño y me acerco. Estás sentada
en el inodoro. Te abrazás la panza y te lamentás Dios, mío ¿por qué? Me acerco pero me decís con rabia andate, Diana. Yo me quedo quieta y vos
gritás ¡te dije que te fueras! y
levantás las manos. Están llenas de sangre. Sangre. Siento olor a sangre. Y
aunque no puedo abrir los ojos sé que me mueven porque el aire se desplaza a mi
alrededor.
Me inclinan. Marcelo, ¿dónde estás?
Matilde, avisale a papá. Necesito verte. Porque vos sí que me quisiste. Yo
también. Cómo no quererte. Fuiste arcilla bajo mis manos. Ojalá me lo hubieras
impedido. No me abrumaría ahora el peso de estos cinco hijos. Te burlaste de mí,
mamá. Otra vez. Decidiste morirte para confirmar mi incapacidad de
satisfacerte. Tengo sed, mamá. Voy a buscarte porque quiero la leche. Estás
hablando por teléfono, por eso no me ves. Me quedo quietita esperando que
termines y escucho que decís el médico me
confirmó que ya no hay nada que hacer, Diana me destrozó el útero. Entonces
llorás y yo no me animo a preguntarte qué te rompí. El frasco sí que se rompió.
Escuché el ruido antes de caerme. Tenía en la mano la mermelada de arándanos.
La probamos en Mos y te encantó. La
busqué y la encontré y compré varios frascos por suerte. Porque uno se rompió.
Tengo frío. Viento y frío. De nuevo la sirena pero ahora desde adentro. Mi
cuerpo es impulsado hacia adelante. La ley de inercia. Me gustaba la física.
Sin embargo mamá me anotó en economía. Y así te conocí. Marcelo, sacame, no
quiero estar acá. Abrazame, tengo frío. Tengo miedo. Gritan. Oxígeno piden.
Gritan. Papá habla por teléfono y grita, grita mucho. Cuelga y va hasta la
cocina y te grita mi viejo me dijo que no
me dejará la empresa hasta que tenga un hijo varón. Me asomo por la puerta
y veo que se agarra la cabeza y te sigue gritando ¡pucha digo, hace algo nos estamos fundiendo! Pero vos no hacés
nada, solo lloras. Siempre llorabas mamá y yo no sabía cómo consolarte. No
podía darte lo único que vos necesitabas. Fede. ¡Cuánto lo hubieras querido!
Lindo entre los lindos. Dulce, sano. Inquieto, eso sí. Demasiado inquieto.
Suerte que Agustina me ayuda. Agustina es un ángel. Mi Agustita. Siempre lista
para mí. Solo ella, porque Matilde acata pero no se rinde. Las otras solo
molestan. Sofía, al menos, es
inteligente. Muy inteligente. Fastidia pero me divierte. Mi lauchita. Pero
Lorena es una pesadilla. Siempre a mi alrededor. Gorda, tosca. Me mira, me
habla, me toca. La culpa es tuya, Marcelo, no me dejaste abortarla. Marcelo, ¿dónde
estás? Tantos sobre mí y ninguno sos vos. Por qué me dejan sola. Matilde,
hablame. Nunca hablaste mucho. Te escapabas de mí. No sos como tu padre. Te
conozco bien, conseguirás lo que te propongas. Sos como yo. A lo mejor por eso,
mamá, nunca la quisiste. A ninguna quisiste. Tengo clavada tu mirada de
desprecio cuando te enterabas de que eran nenas. Clavada como un puñal. Después
de Lorena no quisiste venir más a casa. Decías que el bochinche te alteraba. Me
gustaba visitarte. A veces me acompañaba Agustina. Porque ella nunca molestó.
Agustita, vení. Rubia como el padre. Como Fede. En cuanto lo conocí me dije aquí está el padre de mi hijo. Buen
mozo, inteligente, culto, con una carrera encaminada. Nunca te gustó, mamá, a
pesar de la plata. Es viejo para vos
decías. Peor a medida que fue haciéndome mujeres. Buscate otro me aconsejaste
una vez. Pero yo lo quería. La piel de mi piel. Marcelo, mi amor,
abrazame. ¿Por qué no venís? Me dejaron sola. Mamá, Marcelo, Patricia. Patricia,
te extraño. Nunca pensé que tanto. Mi única amiga. Te perdí. Porque papá me
enseñó que el fin justifica los medios. Nunca hablamos, mamá, de todo lo que
había pasado. Vos sufrías y yo también, pero yo era una nena. No había espacio
para hablarte de mis dolores. Ahora no podés escaparte, tendrás que escucharme.
No fuiste capaz de prepararme. Y ese día papá vino a buscarme en un auto nuevo.
Rojo. Hacía mucho que no lo veía, vos no querías que lo viera. Subo y me siento
atrás y papá maneja mucho sin mirarme hasta que para y bajamos. Dianita dice te tengo una sorpresa. Papá me decía Dianita. Marcelo también,
cuando hacíamos el amor. ¡Ay, Dianita!
Para vos nunca fui Dianita. Porque nunca me viste como una nena. Tenía ocho
años. Apenas más grande que Lorena que todavía se porta como un bebé. Yo no. Yo
era como Matilde. Grande desde chiquita. ¿Cuál sería la sorpresa?, ¿la
bicicleta que me había prometido? Pero no entramos en la juguetería. Papá me da
la mano y en el pasillo hay un cuadro de una señora con sombrero que hace
silencio con el dedo. Papá me agarra del hombro y caminamos y golpea una
puerta. Adelante contestan y en una cama hay una señora que nunca me la
vi. Acercate me ordena y abre una
manta y me dice este es tu hermano.
Y, ¿sabés mamá? Yo solo pensaba en vos, y rezaba para que nunca lo supieras.
Entonces rezaba. Ya no. Cuando te moriste se me murió Dios, quizá por eso me
costó tanto seguir viviendo. Sin mamá, sin Dios y sin Patricia cómo hacerme
cargo de cinco chicos. El mundo se hundió. Goethe dijo que el peligro de los
sueños de juventud es que se cumplen en la madurez. Federico llegó pero a
cambio de tu muerte. Como La pata del
mono de Poe. La culpa fue mía. Por
algo la vida me había negado el hijo varón. Pero yo insistí. Y Federico es el
castigo a mi soberbia. A él lo quise. Lo quiero. Mi hombrecito. ¿Con quién
estará? Agustita, seguro. Marcelo no es como vos, papá. A él todos le dan lo
mismo. ¿Estará orgulloso de sus hijos?
Lindos chicos todos. Hasta Lorena. Papá sí que estaba orgulloso. Nunca lo había
visto así. Conmigo no, claro. Yo vi cómo mirabas a ese bebé. Y yo me quería ir
pero no quería volver a casa. Me subo de nuevo al auto. Hasta que papá dice bajá y yo obedezco. Toco el timbre y
cuando mamá está abriendo, el auto rojo se va. ¿Cómo es? me preguntás y yo
no sabía que sabías. Te abrazás y yo digo
pelado colorado y feo. Pero es varón
decís y yo te contesto no sé porque no me
fije. Sí, papá me enseñó que el fin justifica los medios. Tu marido no sabe hacer varones decía
mamá. Yo también creía que eras vos el culpable. Nacido para las mujeres.
Sabías tratarlas. Eras irresistible. Todas las chicas moríamos por vos y ni
siquiera te dabas cuenta. Tan serio. Tan cortés y tan serio. Esa sonrisa de
actor de cine. Te amaban las mujeres. Tus hijas también te amaban aunque no las
registraras. Te querían más que a mí. Siempre lo supe. Salvo Agustita, claro.
Irresistible. ¿Me habrás engañado alguna vez? Recién lo pienso. Juraría que no.
Y te sobran oportunidades. ¡Cómo te mira
tu secretaria! Pero me siento tan segura. Morís por mi piel. Muero por la tuya.
Es extraño luego de los años. Fuiste mi único hombre. Era una mocosa cuando te
conocí, apenas más grande que Matilde. Y yo no buscaba amoríos. Solo un padre
para mi hijo. Creo que la decisión la tomé en el hospital cuando fui a conocer
a mi hermano. De nuevo me trasladan. El aire avanza sobre mí. Percibo el ruido
de las ruedas. El ruido de las máquinas. Pitidos. Alarmas. Y entonces te
escucho. Intento abrir los ojos pero no puedo. Marcelo, mi amor. Abrazame,
tengo frío. Viniste. Estás acá. Nada malo podrá pasarme ahora. Quisiera pedirte
perdón. Pero para eso tendría que contarte. A nadie le conté. Y es como una
piedra colgada del cuello. Terminaré gritándolo. Como recién. Pobre Lorena.
Ella no tiene la culpa pero no logro quererla. Porque quiero a mis otros hijos
en tanto son vos. No existe el instinto maternal. Puras patrañas. Se quiere en
el hijo al hombre. Quizá solo me pase a mí. Quizá soy un monstruo. ¿Mamá me
quería?, ¿quería a papá? Lorena tuvo la culpa. Hace siete años que logro
dominarme. No debiste molestarme. Te lo advertí, Lorena, una vez, dos, cien. Me
hablabas, me hablabas, me pedías, me tocabas. Siete años luchando contra mí. Me
sacaste de las casillas. Marcelo, abrazame. Necesito contarte. A Patricia
también. La piedra pesa tanto que me ahoga. Te envidiaba tanto, Patricia. Te
hubiera encantado una nena, obvio, pero amabas a todos tus hijos. Me hubiera
gustado amar a las mías así. No supe cómo. Traté. Juro que lo intenté. Hice lo
que pude. Solo por momento las amaba. Te envidiaba. Cinco hermosos muchachitos.
Bellos, fuertes. No tuve más remedio. El fin justifica los medios, ¿verdad,
papá? No fue un impulso. Lo evalué, lo planifiqué. Casi te lo cuento, mamá.
Estoy segura de que me hubieras entendido. Pero me salió mal. Marcelo,
perdóname. Meses planeándolo. No había espacio para errores. Vos no querías más
hijos. Decías que me trastornaban. Después de Sofía te cuidaste vos y eso a mí
no me servía. Te convencí del diafragma. Lo demás fue fácil. Fácil seducirlo a
Alberto. Patricia vivía para sus hijos. Estaba gorda, descuidada. Yo sabía que
no funcionaban en la cama. Vos me contabas, Patricia, y yo te aconsejaba. No me
creías que teníamos sexo casi todos los
días. Siempre fuimos así. Una sed inagotable. Me resultó más fácil de lo que calculaba. No tenía ni
treinta años y, pese a los tres embarazos, estaba espléndida. En la calle se daban
vuelta para mirarme. Fue tan fácil. Seducirlo, claro. El resto fue fruto de
muchos esfuerzos. No había espacio para errores. Solo me había concedido a mí
misma tres encuentros. El todo por el todo. Y no me sentí culpable ante vos.
Era necesario. No tenía nada que ver con nosotros. En vos pensaba mientras él
me abrazaba. Culpable con vos, no. Sí con Patricia. Porque Alberto se
enloqueció. Y no aceptó mis reglas, mi
posterior distancia. Empezó a llamarme, a perseguirme. Estaba dispuesto a
largar todo por mí. Solo le serví para descubrir que ya no te quería. Eso te
hice, Patricia, y te juro que no fue mi intención. Solo necesitaba su esperma.
Y no encontré otra manera de preservar tu matrimonio que apartarme de ustedes.
Por eso me peleé con vos. Por eso inventé lo que inventé. Me di cuenta de que
me había equivocado fiero. No conté con que se enamorara. Fue altísimo el
costo. Porque nunca sospeché que me
dolería tanto perderte. Y quedé embarazada. Lo único que atenuaba el dolor de
perderte fue la convicción de que, por fin, saldaría mi deuda con mamá. Pero ese generador de machos me hizo otra
hembra. Me jodiste la vida, Lorena. Por vos perdí a Patricia. No me perdonaste,
mamá. Aún recuerdo tu cara cuando te enteraste de que sería otra nena. Tu marido no sirve para nada dijiste. Y
yo no pude defenderte, Marcelo. La culpa era mía. Quise abortarla y no me
dejaste. Recuerdo tu cara cuando escuchaste el corazón. La misma cara con que
recibiste a cada hija. Y siempre supe que debía apartarte de ellas. Solo debías
quererme a mí. En cuanto te vi con Matilde en brazos comprendí que la única
posibilidad de seguir siendo el centro de tus días era evitar que te
contactaras con ellas. No podía compartirte. Solo mío. Marcelo ¿estás allí? Ya
no te escucho. Hace rato que no escucho las alarmas ni los pitidos. ¿Ya no
escucho? Sí, ahora sí, pero no sos vos, mi amor. Tampoco es Matilde. Ni
Patricia. Ni mamá. Es Lorena. Lorena que me fastidia mientras ordeno la
alacena. Tengo el frasco de mermelada en la mano. Es de árandanos. La compré
para vos. Lorena habla y habla. Y la piedra que me cuelga del cuello no me deja
respirar. Y Lorena me dice vos no me
querés, vos siempre me tratás mal, le voy a contar a mi papá. Entonces me arranco la piedra y le grito dejate de joder porque si no le voy a contar a todos que este no es tu papá, ¿no
te diste cuenta de que sos distinta? Y enseguida me arrepiento y voy a
decirle que es una broma cuando escucho el estruendo y mi cabeza golpea contra
el suelo y se apagan los colores y se apagan los sonidos y por fin te
encuentro, mamá.
Yo no
quería escucharte por eso sacudí la escalera solo para que te callaras te lo
juro por Mati porque aunque siempre me trataras distinto yo te quería tanto y
ahora te maté y estás muerta y no se lo puedo contar a nadie si no me meten
presa ni siquiera al cura porque le avisa al diablo que está esperándome en el
infierno.
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