lunes, 29 de mayo de 2017

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Primero sentí el ruido. Luego el golpe. ¿La columna? Tal vez, porque no puedo moverme. Ni siquiera los párpados. Escucho a Matilde llamándome, sí, estoy segura de que es ella. Tengo la cabeza hueca. Un hueco que se agranda de adentro hacia afuera. Un embudo intenta sustraerme Debo organizarme. Estaba ordenando la alacena. Sí, eso lo sé. También que Lorena me fastidiaba. Pero esa nena es un perpetuo fastidio. No recuerdo qué me pedía. Porque siempre pide. Todos piden. Reclaman. Exigen. Exigen de mí. Matilde me exige, ahora, cuando aprieta mi mano. Yo ya no quiero estar acá. ¿Allí o acá? Se confunde el espacio, el tiempo. Un cansancio infinito. Sí, es eso. Me cansé. Quiero irme y volver hace quince años. Añoro la levedad de mis pasos. La insoportable levedad del ser. Regalo de Marcelo. Marcelo. De todas mis decisiones, la única correcta. Yo lo elegí. Yo lo conseguí. Yo lo retuve. Lo supuse solo un instrumento, sin embargo lo quise. Una sirena. Escucho una sirena. Mamá, me da miedo la sirena. Mamá, me dejaste sola. Viví buscando complacerte y cuando al fin creí lograrlo, cuando toqué el fruto de todos mis esfuerzos, te fuiste. Nací para arruinarte. Todo lo arruino. Mamá, tengo miedo. Escucho pasos que se acercan. Retumban. Me retumba la cabeza. Me hablan y no sos vos. Me tocan y no son tus manos. Me molestan. Me apartan a mí de mí. Mamá. Mamita. ¿Qué me pasa? Escucho ruidos desde el baño y me acerco. Estás sentada en el inodoro. Te abrazás la panza y te lamentás Dios, mío ¿por qué? Me acerco pero me decís con rabia andate, Diana. Yo me quedo quieta y vos gritás ¡te dije que te fueras! y levantás las manos. Están llenas de sangre. Sangre. Siento olor a sangre. Y aunque no puedo abrir los ojos sé que me mueven porque el aire se desplaza a mi alrededor. Me inclinan. Marcelo, ¿dónde estás? Matilde, avisale a papá. Necesito verte. Porque vos sí que me quisiste. Yo también. Cómo no quererte. Fuiste arcilla bajo mis manos. Ojalá me lo hubieras impedido. No me abrumaría ahora el peso de estos cinco hijos. Te burlaste de mí, mamá. Otra vez. Decidiste morirte para confirmar mi incapacidad de satisfacerte. Tengo sed, mamá. Voy a buscarte porque quiero la leche. Estás hablando por teléfono, por eso no me ves. Me quedo quietita esperando que termines y escucho que decís el médico me confirmó que ya no hay nada que hacer, Diana me destrozó el útero. Entonces llorás y yo no me animo a preguntarte qué te rompí. El frasco sí que se rompió. Escuché el ruido antes de caerme. Tenía en la mano la mermelada de arándanos. La probamos en Mos y te encantó. La busqué y la encontré y compré varios frascos por suerte. Porque uno se rompió. Tengo frío. Viento y frío. De nuevo la sirena pero ahora desde adentro. Mi cuerpo es impulsado hacia adelante. La ley de inercia. Me gustaba la física. Sin embargo mamá me anotó en economía. Y así te conocí. Marcelo, sacame, no quiero estar acá. Abrazame, tengo frío. Tengo miedo. Gritan. Oxígeno piden. Gritan. Papá habla por teléfono y grita, grita mucho. Cuelga y va hasta la cocina y te grita mi viejo me dijo que no me dejará la empresa hasta que tenga un hijo varón. Me asomo por la puerta y veo que se agarra la cabeza y te sigue gritando ¡pucha digo, hace algo nos estamos fundiendo! Pero vos no hacés nada, solo lloras. Siempre llorabas mamá y yo no sabía cómo consolarte. No podía darte lo único que vos necesitabas. Fede. ¡Cuánto lo hubieras querido! Lindo entre los lindos. Dulce, sano. Inquieto, eso sí. Demasiado inquieto. Suerte que Agustina me ayuda. Agustina es un ángel. Mi Agustita. Siempre lista para mí. Solo ella, porque Matilde acata pero no se rinde. Las otras solo molestan.  Sofía, al menos, es inteligente. Muy inteligente. Fastidia pero me divierte. Mi lauchita. Pero Lorena es una pesadilla. Siempre a mi alrededor. Gorda, tosca. Me mira, me habla, me toca. La culpa es tuya, Marcelo, no me dejaste abortarla. Marcelo, ¿dónde estás? Tantos sobre mí y ninguno sos vos. Por qué me dejan sola. Matilde, hablame. Nunca hablaste mucho. Te escapabas de mí. No sos como tu padre. Te conozco bien, conseguirás lo que te propongas. Sos como yo. A lo mejor por eso, mamá, nunca la quisiste. A ninguna quisiste. Tengo clavada tu mirada de desprecio cuando te enterabas de que eran nenas. Clavada como un puñal. Después de Lorena no quisiste venir más a casa. Decías que el bochinche te alteraba. Me gustaba visitarte. A veces me acompañaba Agustina. Porque ella nunca molestó. Agustita, vení. Rubia como el padre. Como Fede. En cuanto lo conocí me dije aquí está el padre de mi hijo. Buen mozo, inteligente, culto, con una carrera encaminada. Nunca te gustó, mamá, a pesar de la plata. Es viejo para vos decías. Peor a medida que fue haciéndome mujeres. Buscate otro me aconsejaste  una vez. Pero yo lo quería. La piel de mi piel. Marcelo, mi amor, abrazame. ¿Por qué no venís? Me dejaron sola. Mamá, Marcelo, Patricia. Patricia, te extraño. Nunca pensé que tanto. Mi única amiga. Te perdí. Porque papá me enseñó que el fin justifica los medios. Nunca hablamos, mamá, de todo lo que había pasado. Vos sufrías y yo también, pero yo era una nena. No había espacio para hablarte de mis dolores. Ahora no podés escaparte, tendrás que escucharme. No fuiste capaz de prepararme. Y ese día papá vino a buscarme en un auto nuevo. Rojo. Hacía mucho que no lo veía, vos no querías que lo viera. Subo y me siento atrás y papá maneja mucho sin mirarme hasta que para y bajamos. Dianita dice te tengo una sorpresa. Papá me decía Dianita. Marcelo también, cuando hacíamos el amor. ¡Ay, Dianita! Para vos nunca fui Dianita. Porque nunca me viste como una nena. Tenía ocho años. Apenas más grande que Lorena que todavía se porta como un bebé. Yo no. Yo era como Matilde. Grande desde chiquita. ¿Cuál sería la sorpresa?, ¿la bicicleta que me había prometido? Pero no entramos en la juguetería. Papá me da la mano y en el pasillo hay un cuadro de una señora con sombrero que hace silencio con el dedo. Papá me agarra del hombro y caminamos y golpea una puerta. Adelante contestan  y en una cama hay una señora que nunca me la vi. Acercate me ordena y abre una manta y me dice este es tu hermano. Y, ¿sabés mamá? Yo solo pensaba en vos, y rezaba para que nunca lo supieras. Entonces rezaba. Ya no. Cuando te moriste se me murió Dios, quizá por eso me costó tanto seguir viviendo. Sin mamá, sin Dios y sin Patricia cómo hacerme cargo de cinco chicos. El mundo se hundió. Goethe dijo que el peligro de los sueños de juventud es que se cumplen en la madurez. Federico llegó pero a cambio de tu muerte. Como La pata del mono de Poe. La culpa  fue mía. Por algo la vida me había negado el hijo varón. Pero yo insistí. Y Federico es el castigo a mi soberbia. A él lo quise. Lo quiero. Mi hombrecito. ¿Con quién estará? Agustita, seguro. Marcelo no es como vos, papá. A él todos le dan lo mismo.  ¿Estará orgulloso de sus hijos? Lindos chicos todos. Hasta Lorena. Papá sí que estaba orgulloso. Nunca lo había visto así. Conmigo no, claro. Yo vi cómo mirabas a ese bebé. Y yo me quería ir pero no quería volver a casa. Me subo de nuevo al auto. Hasta que papá dice bajá y yo obedezco. Toco el timbre y cuando mamá está abriendo, el auto rojo se va. ¿Cómo es? me  preguntás y yo no sabía que sabías. Te abrazás y yo digo pelado colorado y feo. Pero es varón decís y yo te contesto no sé porque no me fije. Sí, papá me enseñó que el fin justifica los medios. Tu marido no sabe hacer varones decía mamá. Yo también creía que eras vos el culpable. Nacido para las mujeres. Sabías tratarlas. Eras irresistible. Todas las chicas moríamos por vos y ni siquiera te dabas cuenta. Tan serio. Tan cortés y tan serio. Esa sonrisa de actor de cine. Te amaban las mujeres. Tus hijas también te amaban aunque no las registraras. Te querían más que a mí. Siempre lo supe. Salvo Agustita, claro. Irresistible. ¿Me habrás engañado alguna vez? Recién lo pienso. Juraría que no. Y te  sobran oportunidades. ¡Cómo te mira tu secretaria! Pero me siento tan segura. Morís por mi piel. Muero por la tuya. Es extraño luego de los años. Fuiste mi único hombre. Era una mocosa cuando te conocí, apenas más grande que Matilde. Y yo no buscaba amoríos. Solo un padre para mi hijo. Creo que la decisión la tomé en el hospital cuando fui a conocer a mi hermano. De nuevo me trasladan. El aire avanza sobre mí. Percibo el ruido de las ruedas. El ruido de las máquinas. Pitidos. Alarmas. Y entonces te escucho. Intento abrir los ojos pero no puedo. Marcelo, mi amor. Abrazame, tengo frío. Viniste. Estás acá. Nada malo podrá pasarme ahora. Quisiera pedirte perdón. Pero para eso tendría que contarte. A nadie le conté. Y es como una piedra colgada del cuello. Terminaré gritándolo. Como recién. Pobre Lorena. Ella no tiene la culpa pero no logro quererla. Porque quiero a mis otros hijos en tanto son vos. No existe el instinto maternal. Puras patrañas. Se quiere en el hijo al hombre. Quizá solo me pase a mí. Quizá soy un monstruo. ¿Mamá me quería?, ¿quería a papá? Lorena tuvo la culpa. Hace siete años que logro dominarme. No debiste molestarme. Te lo advertí, Lorena, una vez, dos, cien. Me hablabas, me hablabas, me pedías, me tocabas. Siete años luchando contra mí. Me sacaste de las casillas. Marcelo, abrazame. Necesito contarte. A Patricia también. La piedra pesa tanto que me ahoga. Te envidiaba tanto, Patricia. Te hubiera encantado una nena, obvio, pero amabas a todos tus hijos. Me hubiera gustado amar a las mías así. No supe cómo. Traté. Juro que lo intenté. Hice lo que pude. Solo por momento las amaba. Te envidiaba. Cinco hermosos muchachitos. Bellos, fuertes. No tuve más remedio. El fin justifica los medios, ¿verdad, papá? No fue un impulso. Lo evalué, lo planifiqué. Casi te lo cuento, mamá. Estoy segura de que me hubieras entendido. Pero me salió mal. Marcelo, perdóname. Meses planeándolo. No había espacio para errores. Vos no querías más hijos. Decías que me trastornaban. Después de Sofía te cuidaste vos y eso a mí no me servía. Te convencí del diafragma. Lo demás fue fácil. Fácil seducirlo a Alberto. Patricia vivía para sus hijos. Estaba gorda, descuidada. Yo sabía que no funcionaban en la cama. Vos me contabas, Patricia, y yo te aconsejaba. No me creías que  teníamos sexo casi todos los días. Siempre fuimos así. Una sed inagotable. Me resultó más  fácil de lo que calculaba. No tenía ni treinta años y, pese a los tres embarazos, estaba espléndida. En la calle se daban vuelta para mirarme. Fue tan fácil. Seducirlo, claro. El resto fue fruto de muchos esfuerzos. No había espacio para errores. Solo me había concedido a mí misma tres encuentros. El todo por el todo. Y no me sentí culpable ante vos. Era necesario. No tenía nada que ver con nosotros. En vos pensaba mientras él me abrazaba. Culpable con vos, no. Sí con Patricia. Porque Alberto se enloqueció. Y no aceptó  mis reglas, mi posterior distancia. Empezó a llamarme, a perseguirme. Estaba dispuesto a largar todo por mí. Solo le serví para descubrir que ya no te quería. Eso te hice, Patricia, y te juro que no fue mi intención. Solo necesitaba su esperma. Y no encontré otra manera de preservar tu matrimonio que apartarme de ustedes. Por eso me peleé con vos. Por eso inventé lo que inventé. Me di cuenta de que me había equivocado fiero. No conté con que se enamorara. Fue altísimo el costo. Porque  nunca sospeché que me dolería tanto perderte. Y quedé embarazada. Lo único que atenuaba el dolor de perderte fue la convicción de que, por fin, saldaría mi deuda con mamá.  Pero ese generador de machos me hizo otra hembra. Me jodiste la vida, Lorena. Por vos perdí a Patricia. No me perdonaste, mamá. Aún recuerdo tu cara cuando te enteraste de que sería otra nena. Tu marido no sirve para nada dijiste. Y yo no pude defenderte, Marcelo. La culpa era mía. Quise abortarla y no me dejaste. Recuerdo tu cara cuando escuchaste el corazón. La misma cara con que recibiste a cada hija. Y siempre supe que debía apartarte de ellas. Solo debías quererme a mí. En cuanto te vi con Matilde en brazos comprendí que la única posibilidad de seguir siendo el centro de tus días era evitar que te contactaras con ellas. No podía compartirte. Solo mío. Marcelo ¿estás allí? Ya no te escucho. Hace rato que no escucho las alarmas ni los pitidos. ¿Ya no escucho? Sí, ahora sí, pero no sos vos, mi amor. Tampoco es Matilde. Ni Patricia. Ni mamá. Es Lorena. Lorena que me fastidia mientras ordeno la alacena. Tengo el frasco de mermelada en la mano. Es de árandanos. La compré para vos. Lorena habla y habla. Y la piedra que me cuelga del cuello no me deja respirar. Y Lorena me dice vos no me querés, vos siempre me tratás mal, le voy a contar a mi papá.  Entonces me arranco la piedra y le grito dejate de joder porque si no le voy a contar a todos que este no es tu papá, ¿no te diste cuenta de que sos distinta? Y enseguida me arrepiento y voy a decirle que es una broma cuando escucho el estruendo y mi cabeza golpea contra el suelo y se apagan los colores y se apagan los sonidos y por fin te encuentro, mamá.

Yo no quería escucharte por eso sacudí la escalera solo para que te callaras te lo juro por Mati porque aunque siempre me trataras distinto yo te quería tanto y ahora te maté y estás muerta y no se lo puedo contar a nadie si no me meten presa ni siquiera al cura porque le avisa al diablo que está esperándome en el infierno.






3 comentarios:

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  2. Muy bueno Yima.
    Inesperado final.
    El cuento me mantuvo en suspenso durante todos los capítulos
    Cuando leí que era la última entrega me pregunté como va a resolver tanto drama.
    Fantástico el cierre.
    Besos

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    1. Muchísimas gracias, Susana. recién leo tu comentario. No sabía que seguía este blog! Me alegra mucho

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