viernes, 19 de mayo de 2017

80

Marcelo apaga el motor. Ojalá pudiera quedarse adentro eternamente. No sabe si es una buena idea involucrar a las nenas. Todavía son muy chicas. Va a hablar con Matilde. Será mejor dejarlas de lado. Más aliviado, baja.


En la escalera se cruza con Matilde. Ella lo besa en la mejilla. Afectuosamente determina él. Papá, ¿cuándo te parece mejor que les digamos?, ¿en la cena o después? Él no tiene fuerzas para oponerse. Como te parezca mejor contesta pero luego se corrige como te parezca menos malo, en realidad. Matilde hace un respingo con la cara pero no dice nada.


Ahí lo escucho a papá tengo ganas de saludarlo pero también tengo miedo ahora siempre tengo miedo.


Agustina termina su tarea de inglés. Federico, a sus pies, juega con los autitos. ¿Y mamá? pregunta de repente. Ella no sabe qué hacer. ¿Cuánto comprende su hermanito? No está le contesta y se sienta en el piso. El nene la mira un rato largo y después levanta un auto y grita ¡Brmmm! Ella alza otro y exclama ¡mirá que te alcanzo! Federico ríe. Ella, no.


Agus me contestó mal y además me duele la panza y no es de mentira me duele de veras y Matilde me va a obligar a comer mamá también me obligaba pero peor no me quiero ni acordar.


Marcelo espera su turno y espera, también, el curso de los acontecimientos. Matilde, al fin, le tiende su plato. Albóndigas con curry estima por el olor. Las prueba. Sí, acertó. Riquísimas como todo lo que ofrece Ramona. Pero no tiene hambre. Observa al resto de los comensales. El plato de Sofía, lleno. El resto come en silencio como en cámara lenta describiría él. El aire se corta con cuchillo. Cuando su mirada se cruza con la de Matilde, ella levanta las cejas. En un instante el juego se extiende a Agustina. Él siente los ojos de sus dos hijas sobre él como cuatro dardos. No tiene escapatoria. Chicas dice porque Federico no entiende nada mañana va a hacer un mes que murió mamá. Él puede percibir el sonido de los abandonados cubiertos. Ahora son cinco los pares de ojos, porque el nene también se suma. Y descubre a las mayores, pequeñas de repente. Soy yo el que las obliga a crecer. Son sus hijos. Pendientes de sus labios. Los cinco lo miran con ojos de niño. Los quiero felicitar a todos y vaya si Federico merece ser incluido porque cada uno hizo lo mejor que pudo para que esta familia siguiera funcionando; estoy orgulloso de todos y de cada uno; no sé cómo hubiera podido soportar la ausencia de su mamá sin la presencia de ustedes, sin el cariño de ustedes; es maravilloso ver como se sostienen entre sí levanta la mano y la extiende son como los cinco dedos de una mano; ojalá que logren atravesar la vida igual de juntos. Se detiene, toma agua. El silencio es absoluto. Y como mañana hace un mes estuvimos pensando en ir a visitar a mamá al cementerio; los que quieran ir, no es ninguna obligación, solo si sienten la necesidad; piénselo bien y después me dicen; iríamos al mediodía, tengo una clase en la facultad que no puedo suspender. ¡Yo voy! exclama Sofía inmediatamente. Federico levanta la manito ¡y yo! Él no sale de su asombro. Aunque seguramente el nene se cree que todo es un juego. ¡A mamá! exclama Federico como si pudiera leerle los pensamientos. Agustina se levanta y lo alza. ¿Y vos? le pregunta Matilde a Lorena. Lo voy a pensar contesta la nena bajando la vista. Ramona entra. No comieron nada, ¿estaba feo? pregunta. Es que estábamos hablando de mi mamá explica Sofía mañana vamos a visitarla, ¿vos venís? Tengo que cuidar al nene. ¡Si Fede dijo que va! No sé lo que opina el señor dice la mujer. Él busca la mirada de sus hijas mayores que asienten levemente con el rostro. Será bienvenida, Ramona, tampoco sin usted hubiéramos podido transitar este mes. La mujer levanta los platos. Espero que me coman el tiramisú, hice la receta que bajaste de Internet, Matilde. ¡Genia! dice la chica levantando el pulgar. Mientras Ramona está en la cocina, Marcelo observa el conciliábulo entre sus hijas. Cuando la mujer regresa con el postre comienzan a golpear, Federico incluido, contra la mesa y a corear ¡Ramona!, ¡Ramona! Los ojos de la mujer se llenan de lágrimas.


Por fin entiendo lo del cementerio estoy contenta de ir porque yo también soy grande a lo mejor Lore no se anima porque es más chica Fede dijo que sí pero él no entiende nada además quiero ir a ver a mi mamá porque todas las noches la extraño.


Agustina acuesta a Federico. Cuando lo está tapando, el nene pregunta ¿mamá? Y como ella empieza a sospechar que su hermanito entiende mucho más de lo que todos se imaginan le explica mañana vamos a ir a ver el lugar donde está mamá, que se llama cementerio, pero a mamá no la vas a poder ver porque mamá se murió, la llevamos adentro del alma pero no la vamos a ver nunca más, ¿me entendés, Fede? El nene dice que sí con la cabecita, saca una manito a través de los barrotes y se agarra de un dedo de ella. Ella recuerda la frase de su padre como los cinco dedos de una mano.


Matilde entra al cuarto de Lorena. Bajo la luz del velador, solo los ojos de la nena escapan del acolchado.


Seguro que Mati viene a retarme porque no quiero ir al cementerio yo soy un moustruo porque todos van a ir hasta Fede y además me voy a tener que quedar sola porque Ramo también va pero yo no puedo ir y no puedo contarle ni a Matilde.


Matilde se sienta sobre la cama. ¿Qué pasa? pregunta Lorena. Vine a decirte buenas noches y a contarte que a mí tampoco me gusta ir al cementerio. La nena se descubre. ¿Y por qué vas entonces? Para acompañarla a Agustina que ella sí necesita ir y a papá, claro. ¿Estás enojada que no voy? ¡Claro que no! Porque si vos necesitás yo te acompaño, yo a vos te voy a acompañar siempre, a todos los lados. Ella le revuelve el cabello. Como los cinco dedos de una mano piensa


Marcelo, la cabeza apoyada sobre los brazos flexionados sobre la almohada, mira a través de la ventana. No bajó la cortina. Justo se ve la luna. Luna llena. Recuerda la canción luna llena, invisibles son los hilos que manejas. Sí, invisibles los hilos que manejaba Diana. Hace un mes se murió la única mujer que amo. La mujer con quien compartió casa, cama, mesa durante casi veinte años. La mujer con quien tuvo cinco hijos. Sin embargo, necesitó que se muriera para descubrir que era una extraña. Qué quiso Diana en la vida, qué buscó. Por qué lo eligió, por qué insistió para tener tantos hijos si después  los amparó tan poco. ¿Dónde estaba yo mientras transcurría mi propia vida? Su mujer se acostó con su amigo, se embarazó y él ni enterado. Ni la menor sospecha. ¿Cómo pudo hacerle creer que Lorena era su hija? Aunque quizás ella no tenía la certeza. Sin embargo, no logra enojarse con Diana. Fui feliz con ella, a mí me daba lo que yo precisaba; a los chicos quizá no pero a mí sí. Piensa qué habría pasado si hubiera descubierto la infidelidad en vida. Seguramente la habría perdonado. Porque era un imposible prescindir de ella. Y ahora ya no la tiene y sin embargo sigue viviendo. Se levantó cada uno de los treinta días que pasaron, fue a trabajar, dio clases, se ocupó, mal que bien, de sus hijos. Impensable en su vida anterior suponer que él iba a poder recoger a todos y cada uno de sus hijos para llevarlos al cementerio. Ahora sabe que es capaz. Y hasta disfruta por momentos. Qué absurdo. Tuvo que morirse la mujer que lo hizo padre para que él pudiera ejercitar la paternidad. Soy un privilegiado determina. Porque, sin que mediaran sus esfuerzos, se encuentra con cinco pibes maravillosos. Como los cinco dedos de una mano. Y no hay nada que, dentro de sí, desprenda a Lorena del conjunto. Sus hijos. Sí, soy un privilegiado. Surca su mente la imagen de Fernando. Se olvidó de confirmarle. Se olvidó, también, de consultarlo con los chicos. Mañana les preguntará a las mayores. No cree que se opongan. Cierra los ojos. Hoy se siente en paz.


Le prometí a Matilde que voy al cementerio pero tengo miedo de que mamá se levante de la tumba y les cuente.



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