Marcelo apaga el
motor. Ojalá pudiera quedarse adentro eternamente. No sabe si es una buena idea
involucrar a las nenas. Todavía son muy
chicas. Va a hablar con Matilde. Será mejor dejarlas de lado. Más aliviado,
baja.
En la escalera
se cruza con Matilde. Ella lo besa en la mejilla. Afectuosamente determina él. Papá,
¿cuándo te parece mejor que les digamos?, ¿en la cena o después? Él no
tiene fuerzas para oponerse. Como te
parezca mejor contesta pero luego se corrige como te parezca menos malo, en realidad. Matilde hace un respingo
con la cara pero no dice nada.
Ahí
lo escucho a papá tengo ganas de saludarlo pero también tengo miedo ahora
siempre tengo miedo.
Agustina termina
su tarea de inglés. Federico, a sus pies, juega con los autitos. ¿Y mamá? pregunta de repente. Ella no
sabe qué hacer. ¿Cuánto comprende su hermanito? No está le contesta y se sienta en el piso. El nene la mira un rato
largo y después levanta un auto y grita ¡Brmmm!
Ella alza otro y exclama ¡mirá que te
alcanzo! Federico ríe. Ella, no.
Agus
me contestó mal y además me duele la panza y no es de mentira me duele de veras
y Matilde me va a obligar a comer mamá también me obligaba pero peor no me
quiero ni acordar.
Marcelo espera
su turno y espera, también, el curso de los acontecimientos. Matilde, al fin,
le tiende su plato. Albóndigas con curry
estima por el olor. Las prueba. Sí, acertó. Riquísimas como todo lo que ofrece
Ramona. Pero no tiene hambre. Observa al resto de los comensales. El plato de
Sofía, lleno. El resto come en silencio como en cámara lenta describiría él.
El aire se corta con cuchillo. Cuando su mirada se cruza con la de Matilde,
ella levanta las cejas. En un instante el juego se extiende a Agustina. Él siente
los ojos de sus dos hijas sobre él como
cuatro dardos. No tiene escapatoria.
Chicas dice porque Federico no entiende nada mañana va a hacer un mes que murió mamá. Él puede percibir el
sonido de los abandonados cubiertos. Ahora son cinco los pares de ojos, porque
el nene también se suma. Y descubre a las mayores, pequeñas de repente. Soy yo el que las obliga a crecer. Son
sus hijos. Pendientes de sus labios. Los cinco lo miran con ojos de niño. Los quiero felicitar a todos y vaya si Federico
merece ser incluido porque cada uno hizo
lo mejor que pudo para que esta familia siguiera funcionando; estoy orgulloso
de todos y de cada uno; no sé cómo hubiera podido soportar la ausencia de su
mamá sin la presencia de ustedes, sin el cariño de ustedes; es maravilloso ver
como se sostienen entre sí levanta la mano y la extiende son como los cinco dedos de una mano; ojalá
que logren atravesar la vida igual de juntos. Se detiene, toma agua. El
silencio es absoluto. Y como mañana hace
un mes estuvimos pensando en ir a visitar a mamá al cementerio; los que quieran
ir, no es ninguna obligación, solo si sienten la necesidad; piénselo bien y
después me dicen; iríamos al mediodía, tengo una clase en la facultad que no
puedo suspender. ¡Yo voy! exclama Sofía inmediatamente. Federico levanta la
manito ¡y yo! Él no sale de su
asombro. Aunque seguramente el nene se cree que todo es un juego. ¡A mamá! exclama Federico como si
pudiera leerle los pensamientos. Agustina se levanta y lo alza. ¿Y vos? le pregunta Matilde a Lorena. Lo voy a pensar contesta la nena bajando
la vista. Ramona entra. No comieron nada,
¿estaba feo? pregunta. Es que
estábamos hablando de mi mamá explica Sofía mañana vamos a visitarla, ¿vos venís? Tengo que cuidar al nene. ¡Si
Fede dijo que va! No sé lo que opina el señor dice la mujer. Él busca la
mirada de sus hijas mayores que asienten levemente con el rostro. Será bienvenida, Ramona, tampoco sin usted
hubiéramos podido transitar este mes. La mujer levanta los platos. Espero que me coman el tiramisú, hice la
receta que bajaste de Internet, Matilde. ¡Genia! dice la chica levantando
el pulgar. Mientras Ramona está en la cocina, Marcelo observa el conciliábulo
entre sus hijas. Cuando la mujer regresa con el postre comienzan a golpear,
Federico incluido, contra la mesa y a corear ¡Ramona!, ¡Ramona! Los ojos de la mujer se llenan de lágrimas.
Por
fin entiendo lo del cementerio estoy contenta de ir porque yo también soy
grande a lo mejor Lore no se anima porque es más chica Fede dijo que sí pero él
no entiende nada además quiero ir a ver a mi mamá porque todas las noches la
extraño.
Agustina acuesta
a Federico. Cuando lo está tapando, el nene pregunta ¿mamá? Y como ella empieza a sospechar que su hermanito entiende
mucho más de lo que todos se imaginan le explica mañana vamos a ir a ver el lugar donde está mamá, que se llama
cementerio, pero a mamá no la vas a poder ver porque mamá se murió, la llevamos
adentro del alma pero no la vamos a ver nunca más, ¿me entendés, Fede? El
nene dice que sí con la cabecita, saca una manito a través de los barrotes y se
agarra de un dedo de ella. Ella recuerda la frase de su padre como los cinco dedos de una mano.
Matilde entra al
cuarto de Lorena. Bajo la luz del velador, solo los ojos de la nena escapan del
acolchado.
Seguro
que Mati viene a retarme porque no quiero ir al cementerio yo soy un moustruo
porque todos van a ir hasta Fede y además me voy a tener que quedar sola porque
Ramo también va pero yo no puedo ir y no puedo contarle ni a Matilde.
Matilde se
sienta sobre la cama. ¿Qué pasa?
pregunta Lorena. Vine a decirte buenas
noches y a contarte que a mí tampoco me gusta ir al cementerio. La nena se
descubre. ¿Y por qué vas entonces? Para acompañarla
a Agustina que ella sí necesita ir y a papá, claro. ¿Estás enojada que no voy? ¡Claro
que no! Porque si vos necesitás yo te acompaño, yo a vos te voy a acompañar
siempre, a todos los lados. Ella le revuelve el cabello. Como los cinco dedos de una mano piensa
Marcelo, la
cabeza apoyada sobre los brazos flexionados sobre la almohada, mira a través de
la ventana. No bajó la cortina. Justo se ve la luna. Luna llena. Recuerda la
canción luna llena, invisibles son los
hilos que manejas. Sí, invisibles los hilos que manejaba Diana. Hace un mes
se murió la única mujer que amo. La mujer con quien compartió casa, cama, mesa
durante casi veinte años. La mujer con quien tuvo cinco hijos. Sin embargo,
necesitó que se muriera para descubrir que era una extraña. Qué quiso Diana en
la vida, qué buscó. Por qué lo eligió, por qué insistió para tener tantos hijos
si después los amparó tan poco. ¿Dónde estaba yo mientras transcurría mi propia
vida? Su mujer se acostó con su amigo, se embarazó y él ni enterado. Ni la
menor sospecha. ¿Cómo pudo hacerle creer que Lorena era su hija? Aunque quizás ella no tenía la certeza. Sin embargo, no logra enojarse con Diana. Fui feliz con ella, a mí me daba lo que yo
precisaba; a los chicos quizá no pero a mí sí. Piensa qué habría pasado si
hubiera descubierto la infidelidad en vida. Seguramente la habría perdonado.
Porque era un imposible prescindir de ella. Y ahora ya no la tiene y sin
embargo sigue viviendo. Se levantó cada uno de los treinta días que pasaron,
fue a trabajar, dio clases, se ocupó, mal que bien, de sus hijos. Impensable en
su vida anterior suponer que él iba a poder recoger a todos y cada uno de sus
hijos para llevarlos al cementerio. Ahora sabe que es capaz. Y hasta disfruta
por momentos. Qué absurdo. Tuvo que morirse la mujer que lo hizo padre para que
él pudiera ejercitar la paternidad. Soy
un privilegiado determina. Porque, sin que mediaran sus esfuerzos, se
encuentra con cinco pibes maravillosos. Como
los cinco dedos de una mano. Y no hay nada que, dentro de sí, desprenda a
Lorena del conjunto. Sus hijos. Sí, soy
un privilegiado. Surca su mente la imagen de Fernando. Se olvidó de
confirmarle. Se olvidó, también, de consultarlo con los chicos. Mañana les
preguntará a las mayores. No cree que se opongan. Cierra los ojos. Hoy se
siente en paz.
Le
prometí a Matilde que voy al cementerio pero tengo miedo de que mamá se levante
de la tumba y les cuente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario