En
cuanto se sientan, Fernando le entrega un papel doblado. Se lo tiende en
silencio, inverosímil en su amigo. Marcelo observa el ligero temblor de su mano
al tomarlo. Lo abre. La letra lo ataca como un luchador de Sumo. B, Rh+. B. Apoya la frente sobre la mano. Los párpados de pronto
pesadísimos. Como la tapa de un cofre
piensa mientras los cierra. ¿Diana puede
haber sido tan hija de puta como para engañarme con Alberto? dice al fin,
descubriéndose. ¿Hubieras preferido un
desconocido? pregunta Fernando al
menos sabés que el padre de tu hija no es ningún monstruo, y, más allá de lo
que haya sucedido con Diana, siempre me pareció muy buen tipo. Los ojos de
Marcelo insisten en cerrarse. Escucha que su amigo continúa de todos modos no tomes esto como una
certeza. Marcelo se endereza ¿sí como
un fuerte indicio? Fernando se encoge de hombros. ¿Qué pensás hacer? pregunta luego de un largo y denso silencio. Primero, metabolizarlo, luego, ya veré.
¿Café? pregunta Fernando alzando la mano. Mientras el mozo se acerca agrega
al menos tendrás una respuesta para tu
hija. ¿Mi hija?, aborrezco tu sentido del humor. Sí, Marcelo, tu hija, Lorena
es tu recontrahija. Él siente que las lágrimas acuden. Simula un bostezo y
se restriega los ojos. Para mí, doble
aclara. Los cafés terminados, la angustia controlada, Marcelo comenta te debo un almuerzo. Sí, me pondré en
campaña para elegir el lugar, andá ahorrando. Si serás pelotudo comenta él.
Al despedirse Marcelo oprime fuerte el brazo de su amigo y la garganta se le
anuda de nuevo.
Agustina
hace ochos sobre la polenta. ¿No te
gustó? pregunta Ramona. Ella carga el tenedor y lo lleva a la boca. Está rica como siempre, es que no tengo
hambre. Es el amor dice Matilde por lo bajo y ella quisiera ahorcarla. Por
suerte Ramona no escuchó. Otra que amor. Gonzalo casi no le habló. Seguro que después del llanto de ayer piensa
que soy una tarada. Qué le importa a ella. Aus, ¡mirá! la convoca Federico. Está haciendo pelotas con la
polenta. Dejá de hacer chanchadas lo
reta ella mientras le limpia las manitos con la servilleta. ¡Chachadas, no, peotas! Tiene razón el chico
dice Matilde riendo. Ella quisiera ahorcarlos a los dos. Hoy sí que no
tiene paciencia.
La maestra me pide el boletín pero papá
se olvidó de firmarlo me parece que ni lo miró.
Matilde
está inquieta. No puede sacarse de la cabeza a Lorena. Se avergüenza de sus
padres. Su mamá, más allá de la infidelidad, fue capaz de fraguar la identidad
de su hija. Su papá no se dio cuenta y ahora que lo sabe, es incapaz de actuar.
Si yo no me ocupo todo quedará acá piensa.
¿Qué puede hacer? La bocina del micro la aparta de sus pensamientos. Llegaron
las nenas.
Cuando
Agustina entra a la cocina, con Federico en brazos, sus tres hermanas ya están
sentadas. Un bizcochuelo sobre la mesa. Lorena parlotea, pero Sofía está muda.
Ella recuerda las indicaciones de su papá y se siente culpable. ¿Y a vos, Sofi, cómo te fue? pregunta.
Los ojos de su hermana se avivan. Me
saqué un diez en los problemas, ¿querés que te los muestre? Sí contesta
ella pero primero toma la leche. La
nena empina la taza y luego se levanta. Regresa corriendo. Mirá dice con la carita iluminada. Con qué poco se alegra. Es que no puedo con todo piensa. Yo también quiero ver pide Matilde. Por
suerte no está sola.
Yo también me saqué un diez pero mejor
no digo nada porque Sofi al fin se puso contenta y si está contenta capaz que
me juega a las figus y además así se distraen y puedo comer más bizcochuelo.
Marcelo
está inquieto. Hormigas en la cola
decía su madre. Mira el reloj. Interminable tarde. Acomoda sus papeles. Me voy, Sandra informa. Está pendiente la llamada al doctor
Sarratea. Quedará para mañana contesta mientras abre la puerta.
Llegó mi papi qué suerte tan temprano le
voy a pedir a Agus que me peine.
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