Agustina
está tirada en la cama. A cada rato
revisa la ropa. Tiene miedo de mancharse. Matilde la tranquilizó pero no lo
puede evitar. La aterra ir mañana al colegio. ¿Y si falta? ¿A quién le tiene
que pedir permiso?, ¿a su papá?, ¿y explicarle por qué? Prefiere mil veces ir a
la escuela. ¿A Matilde? Mamá, vení
piensa mientras sofoca el llanto contra la almohada.
Al pasar
por el cuarto de Agustina, Matilde se detiene. ¿Está llorando? Pone la oreja contra la puerta. Sí, está llorando.
Duda unos instantes pero finalmente golpea. Como no le contestan, abre.
Encuentra a su hermana hecha un ovillo sobre la cama. La espalda se le sacude. Así encogida parece
una nena. Matilde se sienta junto a ella. Quisiera abrazarla pero no puede. ¿Qué te pasa? le pregunta luego de un
buen rato. La extraño a mamá contesta
su hermana, la voz entrecortada por la congoja. A Matilde le da rabia. Rabia y pena.
Haciendo un gran esfuerzo, logra ponerle la mano sobre la cabeza. Dale, Agus. Su hermana se da vuelta y le
ofrece el rostro congestionado. Mañana no
quiero ir a la escuela dice. Matilde, con la velocidad de un rayo, se ve,
dos años atrás, pidiéndole lo mismo a su madre en idénticas circunstancias.
Pero su madre fue inflexible. Con la velocidad del segundo rayo recuerda que es
viernes. ¡Agus, mañana no hay clase!
Su hermana se sienta en la cama de un salto. Parece que crecer te puso tonta dice ella mientras la empuja.
Agustina cae sobre el colchón. Ríen juntas.
A
Marcelo lo pescan las ocho en la oficina. Hace rato que se fue su secretaria.
Satisfecho del trabajo bien realizado. Busca el teléfono. Ramona, hoy llegaré más tarde. No hay problema señor, mañana las chicas
no madrugan. Viernes. No sabe si alegrarse. El fin de semana ya no es un
premio. Nunca más habrá Diana, ni cine, ni restaurantes con velas. Ahora solo
niños y más niños. No, no se alegra.
Yo escuché que Agus lloraba seguro por la
panza y le iba a avisar a Ramo cuando entró Matilde y ahora se ríen suerte que
ya no se pelean por mí.
Agustina
se dispone a lavarle la cabeza a Federico cuando descubre el frasco vacío. Mati
le grita a su hermana que está bañando a las nenas porfi, ¿me alcanzás el shampoo? Termino de enjuagarla a Lorena y te lo
llevo es la respuesta. Porque no se anima a dejarlo a Fede solo en la
bañera. Ya no está para más golpes esta familia.
Matilde
le tiende el plato. La suprema en un costado, la simétrica montañita de puré,
el trozo de limón entre ambos. Recorre con la mirada el resto de los
platos. Nada de chorreaduras ni
imprecisiones. Una perfecta ama de casa
no le queda más que reconocer. Ya pueden
empezar informa ahora la chiquilina con idéntica inflexión a la que
utilizaba Diana. Al instante el silencio imperante se ve sustituido por el
ruido de los cubiertos. ¿Me cortás?
solicita Lorena, sentada a su lado. Ya
sos grande la reta Matilde. Dejá que
yo te corto intercede Agustina. La nena desoye a ambas e insiste papi, ¿me cortás? Él también las desoye
y accede al pedido. Gracias, papi
dice Lorena con la boca llena. Papi.
Matilde
se pone el piyama. Lamenta haber devuelto la caja. Es extraño poder conocer a
su madre retrospectivamente. Yo nunca le
preguntaba nada reconoce. No se animaba. Matilde, desde chiquita, sabía
perfectamente de qué su madre no quería hablar y, como si existiera entre ellas
un pacto secreto nunca verbalizado, obviaba su curiosidad en pos de no
incomodarla. Jamás se hubiera atrevido a preguntarle de dónde venís, qué
hiciste, por qué estás preocupada. Y ahora la multitud de agendas le ofrecía a
su madre en bandeja. La posibilidad de rastrear sus días, sus gustos, sus
ocupaciones, sus placeres. Se pregunta si su padre ya se habrá acostado. Quizá
si aún está tomando el café le da tiempo de meterse en el cuarto. Demasiado
riesgo. Para aplacar su cabeza busca el libro de turno. Demián. Le encanta Hermann Hesse.
Marcelo
entra al cuarto y cierra la puerta. Con llave. Como si así pudiera soslayar la
responsabilidad de responder por tantas vidas. Se siente extranjero de sí
mismo. Como si se hubiera acostado siendo libre y se hubiera despertado con
grilletes en los tobillos. Nada de lo que le acontece ha dependido de su
voluntad. Más allá de su profesión en la cual se reconoce protagonista
absoluto, desde el instante en que conoció a Diana las cosas dejaron de ser producto
de sus decisiones. Durante dieciséis años
me limité a dejarla hacer admite. Y ahora ella se bajó del escenario y lo
dejó rodeado de actores de reparto a los cuales debe dirigir. Como dice Serrat sin saber el oficio y sin vocación. Abre
la cama y enciende el velador.
No hay comentarios:
Publicar un comentario