viernes, 24 de febrero de 2017

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Agustina está tirada en la cama.  A cada rato revisa la ropa. Tiene miedo de mancharse. Matilde la tranquilizó pero no lo puede evitar. La aterra ir mañana al colegio. ¿Y si falta? ¿A quién le tiene que pedir permiso?, ¿a su papá?, ¿y explicarle por qué? Prefiere mil veces ir a la escuela. ¿A Matilde? Mamá, vení piensa mientras sofoca el llanto contra la almohada.


Al pasar por el cuarto de Agustina, Matilde se detiene. ¿Está llorando? Pone la oreja contra la puerta. Sí, está llorando. Duda unos instantes pero finalmente golpea. Como no le contestan, abre. Encuentra a su hermana hecha un ovillo sobre la cama.  La espalda se le sacude. Así encogida parece una nena. Matilde se sienta junto a ella. Quisiera abrazarla pero no puede. ¿Qué te pasa? le pregunta luego de un buen rato. La extraño a mamá contesta su hermana, la voz entrecortada por la congoja. A Matilde le da rabia. Rabia y pena. Haciendo un gran esfuerzo, logra ponerle la mano sobre la cabeza. Dale, Agus. Su hermana se da vuelta y le ofrece el rostro congestionado. Mañana no quiero ir a la escuela dice. Matilde, con la velocidad de un rayo, se ve, dos años atrás, pidiéndole lo mismo a su madre en idénticas circunstancias. Pero su madre fue inflexible. Con la velocidad del segundo rayo recuerda que es viernes. ¡Agus, mañana no hay clase! Su hermana se sienta en la cama de un salto. Parece que crecer te puso tonta dice ella mientras la empuja. Agustina cae sobre el colchón. Ríen juntas.


A Marcelo lo pescan las ocho en la oficina. Hace rato que se fue su secretaria. Satisfecho del trabajo bien realizado. Busca el teléfono. Ramona, hoy llegaré más tarde. No hay problema señor, mañana las chicas no madrugan. Viernes. No sabe si alegrarse. El fin de semana ya no es un premio. Nunca más habrá Diana, ni cine, ni restaurantes con velas. Ahora solo niños y más niños. No, no se alegra.


 Yo escuché que Agus lloraba seguro por la panza y le iba a avisar a Ramo cuando entró Matilde y ahora se ríen suerte que ya no se pelean por mí.


Agustina se dispone a lavarle la cabeza a Federico cuando descubre el frasco vacío.  Mati le grita a su hermana que está bañando a las nenas porfi, ¿me alcanzás el shampoo? Termino de enjuagarla a Lorena y te lo llevo es la respuesta. Porque no se anima a dejarlo a Fede solo en la bañera. Ya no está para más golpes esta familia.


Matilde le tiende el plato. La suprema en un costado, la simétrica montañita de puré, el trozo de limón entre ambos. Recorre con la mirada el resto de los platos.  Nada de chorreaduras ni imprecisiones. Una perfecta ama de casa no le queda más que reconocer. Ya pueden empezar informa ahora la chiquilina con idéntica inflexión a la que utilizaba Diana. Al instante el silencio imperante se ve sustituido por el ruido de los cubiertos. ¿Me cortás? solicita Lorena, sentada a su lado. Ya sos grande la reta Matilde. Dejá que yo te corto intercede Agustina. La nena desoye a ambas e insiste papi, ¿me cortás? Él también las desoye y accede al pedido. Gracias, papi dice Lorena con la boca llena. Papi.

Matilde se pone el piyama. Lamenta haber devuelto la caja. Es extraño poder conocer a su madre retrospectivamente. Yo nunca le preguntaba nada reconoce. No se animaba. Matilde, desde chiquita, sabía perfectamente de qué su madre no quería hablar y, como si existiera entre ellas un pacto secreto nunca verbalizado, obviaba su curiosidad en pos de no incomodarla. Jamás se hubiera atrevido a preguntarle de dónde venís, qué hiciste, por qué estás preocupada. Y ahora la multitud de agendas le ofrecía a su madre en bandeja. La posibilidad de rastrear sus días, sus gustos, sus ocupaciones, sus placeres. Se pregunta si su padre ya se habrá acostado. Quizá si aún está tomando el café le da tiempo de meterse en el cuarto. Demasiado riesgo. Para aplacar su cabeza busca el libro de turno. Demián. Le encanta Hermann Hesse.

Marcelo entra al cuarto y cierra la puerta. Con llave. Como si así pudiera soslayar la responsabilidad de responder por tantas vidas. Se siente extranjero de sí mismo. Como si se hubiera acostado siendo libre y se hubiera despertado con grilletes en los tobillos. Nada de lo que le acontece ha dependido de su voluntad. Más allá de su profesión en la cual se reconoce protagonista absoluto, desde el instante en que conoció a Diana las cosas dejaron de ser producto de sus decisiones. Durante dieciséis años me limité a dejarla hacer admite. Y ahora ella se bajó del escenario y lo dejó rodeado de actores de reparto a los cuales debe dirigir. Como dice Serrat sin saber el oficio y sin vocación. Abre la cama y enciende el velador.



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