miércoles, 30 de noviembre de 2016

6


Marcelo,  recostado en el sillón del living, abre los ojos. Mira el reloj: se quedó dormido. En cuanto se incorpora descubre a Lorena sentada en el piso, las piernas como indio mirándolo. ¿Qué hacés aquí? pregunta, de mala manera. La nena se para como un resorte y se aleja corriendo. Él vuelve a sentarse. Desde la cocina le llegan las voces de sus otros hijos. No los vio pasar. Todos los domingos Diana le servía un vermut antes de almorzar. Esconde la cabeza entre ambas manos. Lo sobresalta la voz de Sofía papá, acá te traje. Él se endereza rápidamente. La nena, sonriendo, sostiene la bandeja con un vaso, un plato con maníes y otro con aceitunas. Él se queda paralizado. La sonrisa de su hija se desvanece. Matilde me pidió se disculpa. Él toma lo que le ofrece. Muchas gracias, señorita dice tiene usted mucha fuerza porque es una bandeja muy pesada. La carita de la nena resplandece.







Entre cacerolas, Matilde se afana. Se mueve con soltura mientras da órdenes a sus hermanas. Recuerda que el lunes, cuando fueron al supermercado, la mamá, frente a la góndola de los artículos importados, eligió unos bavette Barilla. Para el domingo, estos nunca los probamos comentó. El domingo llegó pero su mamá no podrá probarlos. Abre el paquete y echa los fideos en el agua hirviendo.


Es el sabor de Diana decide Marcelo, sorprendido, en cuanto prueba la salsa. ¿Quién cocinó? averigua. ¡Matilde! exclama  Lorena, abriendo las manos  en gesto de obviedad siempre cocina ella los domingos. Él quisiera verificar que la información no es correcta. Cómo desplazar de sus neuronas el convencimiento de que era Diana la que agasajaba su paladar. ¿Desde cuándo? pregunta. ¡Qué sé yo! contesta Matilde hace mucho, desde que era chiquita. ¿Por qué nunca me contaste? La chica baja la vista. Se instala el silencio solo alterado por los golpes de la cuchara de Federico contra la mesa.  Mamá no quería explica Lorena luego de un rato mientras con la manito hace señas de cortarse el cuello. A él se le va el hambre. Aparta el plato. ¿No te gustó? pregunta Matilde. Él la mira. Parece afligida. Está riquísimo dice mientras retoma el tenedor. Gracias dice Matilde.


Lorena, en la cocina, seca los platos. Mati me pidió a mí piensa eso que estaba Sofi qué raro porque siempre se me cae todo como cuando rompí la jarra de la abuela y mamá se enojó tanto que por suerte no me acuerdo.


Marcelo corre las cortinas, se saca los zapatos y se tira sobre la cama. Amaba las siestas del domingo. Se acostaban tras la modorra del almuerzo y solían hacer el amor. Los chicos no molestaban, ni siquiera Federico. ¿Dónde estará? se pregunta. Aguza el oído. Nada. Ya no tiene ganas de dormir. Lo agrede esa cama. Repara, recién, en que alguien la hizo. Levanta la almohada. Persiste el camisón violeta. No lo sacaron piensa con fastidio. Se incorpora.


Sofía se remueve en su cama. Odio dormir la siesta pero mamá nos obliga  porque quiere estar tranquila con papá siempre quiere estar tranquila no sé para qué nos tuvo a Lore y a mí se hubiera quedado con Matilde y con Agus que no molestan y con Fede claro que molesta mucho pero por fin es varón.


Parado en el hall otra vez observa las puertas. Están todas abiertas. Mira adentro de cada habitación: vacías. Todas no. Golpea en el cuarto de Matilde. Como no le contestan, abre. Las cuatro chicas sentadas sobre la alfombra. Matilde se para. Sus hermanas permanecen como congeladas. ¿Qué están haciendo? pregunta él. Hablando contesta Matilde y desafiándolo con la mirada informa decidimos que no vamos a dormir la siesta nunca más. Él no sabe qué decirle. De todos modos, su hija no está pidiéndole opinión. ¿Y Fede? solo atina a preguntar. Ahí está contesta la chica señalándole la cama. Entre almohadones rosas, hecho un ovillo, duerme el nene. ¿Cierro? pregunta él y sale.



Agustina inspira hondo. Se asustó cuando entró su papá. Pero Matilde se animó y le dijo lo de la siesta, porque ella no le tiene miedo.  A mamá sí que le tenía. Se acuerda de esa vez Mati se negó a dormir la siesta y la madre la llevó de los pelos a su cuarto. Calladitas las dos para que papá no se diera cuenta. A mí, además, me tocaba dormirlo a Fede, en su cuna porque si no…


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