miércoles, 23 de noviembre de 2016

3

Matilde entra a mi cuarto y me pregunta cómo estoy y yo le contesto que bien y no me pregunta nada más por suerte parece que no está enojada porque no fui al entierro.


Agustina golpea la puerta de Matilde. Entra. Su hermana está tirada en la cama. ¿Cómo fue? pregunta ella. Un entierro contesta Matilde. Nunca vi ninguno. Para mí también fue el primero, te perdiste la oportunidad. A ella se le llenan los ojos de lágrimas.


El sol empieza a caer. Marcelo tiene frío. Habrá que cenar piensa. Camina hasta El Sanjuanino. Frente al mostrador duda. No tiene la menor idea de las preferencias de sus hijos, Diana siempre lo mandaba con la lista. Por las dudas, compra cinco de cada tipo. Y cuatro de carne para él. Le manda un mensajito a Matilde. Poné la mesa, llevo empanadas.


Ya es de noche mamá nos hacía bañar antes de cenar pero mamá ya no está más que yo vi como la enterraban y ahora nadie me obliga porque a nadie le importa.


Matilde no sabe cómo poner la mesa. No se anima a sentarse en el lugar de su madre, pero si no se reubica, a Federico solo le queda Lorena para que lo ayude a comer.  A lo mejor debería intercambiarlo con Sofía, pero dejarla a ella al lado de Lorena es pelea asegurada. Además a Sofía hay que insistirle para que coma. Únicamente que la ponga a Agus entre las dos evalúa. Quisiera tomarse un avión y desaparecer. Irme y volver cuando mamá vivía.





Marcelo entra a la cocina. Encuentra a Matilde preparando jugo y a Agustina, sentada, con Federico en los brazos. ¡Papá! dice el nene en cuanto lo descubre. Él deja la bolsa sobre la mesada y lo alza. Tiene olor a champú. Ya lo bañaron piensa. Matilde abre el paquete, acomoda las empanadas en una fuente y las lleva al comedor. Instantes después se escucha la campana. Luego el golpeteo de pasos en la escalera. Las nenas decodifica. Con su hijo en brazos se dirige al comedor. Solo seis lugares en la mesa. Se lleva la mano libre a la garganta.


Agustina se sienta en el lugar que le adjudicó Matilde. Por suerte su hermana siempre sabe lo que hay que hacer. Papá ni se dio cuenta de que yo estaba en la cocina. Su mamá sí que la veía. Le contaba sus cosas. Vos, Agustita, sos la única que me entiende decía. Pobre mamá. Siempre estaba mal, preocupada y ella no sabía cómo ayudarla. Cuando murió la abuela, justo cuando nació Federico, se acuerda bien, se volvió como loca, gritaba. Ella a veces tiene ganas de gritar pero no puede.


Papá trajo empanadas de choclo para mí porque son mis favoritas y me trajo cinco qué raro Sofía come como un pajarito dice siempre mamá diez años y 20 kilos y me insiste pero a mí no me caben ni dos pobre papá que me trajo tantas aunque obvio se las va a comer Lorena que es más chica pero pesa el doble.


Seguro que papá ya sabe por eso no preguntó nada y como sabe ni me mira aunque nunca me mira y si me habla es para retarme Lorena que hiciste porque siempre me sale todo mal.



Cenan sin hablar. Solo el ruido ocasional de un plato, de un vaso. Hasta Federico mastica su empanada en silencio. Debería decirles algo piensa Marcelo. Cómo explicarles lo que no tiene explicación. Diana siempre fue atropellada. Como Sofía. Si hubiera tenido un poco de cuidado no estaríamos en esta. Una rabia sorda se va haciendo espacio entre las costillas. La absurda sensación de que Diana se fue porque se quiso ir. Desde la muerte de la madre no había vuelto a estar bien. Ni Fede te sirvió. Diana siempre había sido hermética. Hizo conmigo lo que se le antojó. Como no quiere seguir pensando se levanta de la mesa. Estoy cansado informa. ¡Papá! lo reclama el nene, incorporándose en la silla alta. Él lo mira desconcertado. Agustina se acerca y lo alza. Anda, papá lo autoriza Matilde nosotras nos ocupamos. Él dice buenas noches y sube.



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