Marcelo sigue
recostado en el sillón cuando escucha la llave en la cerradura. Mira el reloj,
extrañado: se quedó dormido. En cuanto se incorpora descubre a Lorena sentada
en el piso, las piernas como indio mirándolo. ¿Qué hacés aquí? pregunta, de mala manera. La nena se para como un
resorte y se aleja corriendo. Él vuelve a sentarse. Desde la cocina le llegan
las voces de sus otros hijos. No los vio pasar. Todos los domingos Diana le servía
un vermut antes de almorzar. Esconde la cabeza entre ambas manos. Lo sobresalta la voz de Sofía papá, acá te traje. Él se endereza
rápidamente. La nena, sonriendo, sostiene la bandeja con un vaso, un plato con
maníes y otro con aceitunas. Él se queda paralizado. La sonrisa de su hija se
desvanece. Matilde me dijo se
disculpa. Él toma la bandeja. Muchas
gracias, señorita dice tiene usted mucha
fuerza porque es una bandeja muy pesada. La carita de la nena resplandece.
Entre cacerolas,
Matilde se afana. Se mueve con soltura mientras da órdenes a sus hermanas.
Recuerda que el lunes, cuando fueron al supermercado, la mamá, frente a la
góndola de los artículos importados, eligió unos bavette Barilla. Para el domingo, estos nunca los probamos comentó.
El domingo llegó pero su mamá no podrá probarlos. Abre el paquete y
echa los fideos en el agua hirviendo.
Es el sabor de Diana decide Marcelo,
sorprendido, en cuanto prueba la salsa. ¿Quién
cocinó? averigua. ¡Matilde!
exclama Lorena, abriendo las manos en gesto de obviedad siempre cocina ella los domingos. Él quisiera verificar que la
información no es correcta. Cómo desplazar de sus neuronas el convencimiento de
que era Diana la que agasajaba su paladar. ¿Desde
cuándo? pregunta. ¡Qué sé yo!
contesta Matilde hace mucho, desde que
era chiquita. ¿Por qué nunca me contaste? La chica baja la vista. Se
instala el silencio solo alterado por los golpes de la cuchara de Federico
contra la mesa. Mamá no quería explica Lorena luego de un rato mientras con la manito
hace señas de cortarse el cuello. A él se le va el hambre. Aparta el plato. ¿No te gustó? pregunta Matilde. Él la
mira. Parece afligida. Está riquísimo
dice mientras retoma el tenedor. Gracias
dice Matilde.
Mati me pidió a mí que secara los platos eso que
estaba Sofi qué raro porque siempre se me cae todo como cuando rompí la jarra
de la abuela y mamá se enojó tanto que por suerte no me acuerdo.
Marcelo corre
las cortinas, se saca los zapatos y se tira sobre la cama. Amaba las siestas
del domingo. Se acostaban tras la modorra del almuerzo y solían hacer el amor.
Los chicos no molestaban, ni siquiera Federico. ¿Dónde estará? se pregunta. Aguza el oído. Nada. Ya no tiene ganas
de dormir. Lo agrede esa cama. Repara, recién, en que alguien la hizo. Levanta
la almohada. Persiste el camisón violeta. No
lo sacaron piensa con fastidio. Se incorpora.
Odio dormir la siesta pero mamá dice que durmamos porque
quiere estar tranquila con papá siempre quiere estar tranquila a veces me
pregunto para qué nos tuvo a Lore y a mí se hubiera quedado con Matilde y con
Agus que no molestan y con Fede claro que molesta mucho pero es varón.
Parado en el
hall otra vez observa las puertas. Están todas abiertas. Mira adentro de cada
habitación: vacías. Todas no. Golpea en el cuarto de Matilde. Como no le
contestan, abre. Las cuatro chicas sentadas sobre la alfombra. Matilde se para.
Sus hermanas permanecen como congeladas. ¿Qué
están haciendo? pregunta él. Hablando
contesta Matilde y desafiándolo con la mirada informa decidimos que no vamos a dormir la siesta nunca más. Él no sabe
qué decirle. De todos modos, su hija no está pidiéndole opinión. ¿Y Fede? solo atina a preguntar. Ahí está contesta la chica señalándole
la cama. Entre almohadones rosas, hecho un ovillo, duerme el nene. ¿Cierro? pregunta él y sale.
Agustina inspira
hondo. Se asustó cuando entró su papá.
Pero Matilde se animó y se lo dijo, porque ella no le tiene miedo. Aunque
a mamá sí que le tenía. Una vez se negó a dormir la siesta y la llevó de
los pelos a su cuarto. Calladitas las dos
para que papá no se diera cuenta. A ella le tocaba dormirlo a Federico. En su cuna porque si no…