miércoles, 30 de noviembre de 2016

6

Marcelo sigue recostado en el sillón cuando escucha la llave en la cerradura. Mira el reloj, extrañado: se quedó dormido. En cuanto se incorpora descubre a Lorena sentada en el piso, las piernas como indio mirándolo. ¿Qué hacés aquí? pregunta, de mala manera. La nena se para como un resorte y se aleja corriendo. Él vuelve a sentarse. Desde la cocina le llegan las voces de sus otros hijos. No los vio pasar. Todos los domingos Diana le servía un vermut antes de almorzar. Esconde la cabeza entre ambas manos. Lo sobresalta la voz de Sofía papá, acá te traje. Él se endereza rápidamente. La nena, sonriendo, sostiene la bandeja con un vaso, un plato con maníes y otro con aceitunas. Él se queda paralizado. La sonrisa de su hija se desvanece. Matilde me dijo se disculpa. Él toma la bandeja. Muchas gracias, señorita dice tiene usted mucha fuerza porque es una bandeja muy pesada. La carita de la nena resplandece.






Entre cacerolas, Matilde se afana. Se mueve con soltura mientras da órdenes a sus hermanas. Recuerda que el lunes, cuando fueron al supermercado, la mamá, frente a la góndola de los artículos importados, eligió unos bavette Barilla. Para el domingo, estos nunca los probamos comentó. El domingo llegó pero su mamá no podrá probarlos. Abre el paquete y echa los fideos en el agua hirviendo.


Es el sabor de Diana decide Marcelo, sorprendido, en cuanto prueba la salsa. ¿Quién cocinó? averigua. ¡Matilde! exclama  Lorena, abriendo las manos  en gesto de obviedad siempre cocina ella los domingos. Él quisiera verificar que la información no es correcta. Cómo desplazar de sus neuronas el convencimiento de que era Diana la que agasajaba su paladar. ¿Desde cuándo? pregunta. ¡Qué sé yo! contesta Matilde hace mucho, desde que era chiquita. ¿Por qué nunca me contaste? La chica baja la vista. Se instala el silencio solo alterado por los golpes de la cuchara de Federico contra la mesa.  Mamá no quería explica Lorena luego de un rato mientras con la manito hace señas de cortarse el cuello. A él se le va el hambre. Aparta el plato. ¿No te gustó? pregunta Matilde. Él la mira. Parece afligida. Está riquísimo dice mientras retoma el tenedor. Gracias dice Matilde.


Mati me pidió a mí que secara los platos eso que estaba Sofi qué raro porque siempre se me cae todo como cuando rompí la jarra de la abuela y mamá se enojó tanto que por suerte no me acuerdo.


Marcelo corre las cortinas, se saca los zapatos y se tira sobre la cama. Amaba las siestas del domingo. Se acostaban tras la modorra del almuerzo y solían hacer el amor. Los chicos no molestaban, ni siquiera Federico. ¿Dónde estará? se pregunta. Aguza el oído. Nada. Ya no tiene ganas de dormir. Lo agrede esa cama. Repara, recién, en que alguien la hizo. Levanta la almohada. Persiste el camisón violeta. No lo sacaron piensa con fastidio. Se incorpora.


Odio dormir la siesta pero mamá dice que durmamos porque quiere estar tranquila con papá siempre quiere estar tranquila a veces me pregunto para qué nos tuvo a Lore y a mí se hubiera quedado con Matilde y con Agus que no molestan y con Fede claro que molesta mucho pero es varón.


Parado en el hall otra vez observa las puertas. Están todas abiertas. Mira adentro de cada habitación: vacías. Todas no. Golpea en el cuarto de Matilde. Como no le contestan, abre. Las cuatro chicas sentadas sobre la alfombra. Matilde se para. Sus hermanas permanecen como congeladas. ¿Qué están haciendo? pregunta él. Hablando contesta Matilde y desafiándolo con la mirada informa decidimos que no vamos a dormir la siesta nunca más. Él no sabe qué decirle. De todos modos, su hija no está pidiéndole opinión. ¿Y Fede? solo atina a preguntar. Ahí está contesta la chica señalándole la cama. Entre almohadones rosas, hecho un ovillo, duerme el nene. ¿Cierro? pregunta él y sale.



Agustina inspira hondo. Se asustó cuando entró su papá. Pero Matilde se animó y se lo dijo, porque ella no le tiene miedo.  Aunque a mamá sí que le tenía. Una vez se negó a dormir la siesta y la llevó de los pelos a su cuarto. Calladitas las dos para que papá no se diera cuenta. A ella le tocaba dormirlo a Federico. En su cuna porque si no…


lunes, 28 de noviembre de 2016

5

5 Domingo

Se despierta sobresaltado. Con los ojos aún cerrados extiende el brazo hacia la derecha pero no encuentra resistencia. Seguramente Diana fue a preparar a las nenas para el colegio. Primero recuerda es domingo. Recién después Diana murió. Como una trompada en el estómago. ¿Cómo era mi vida antes de tenerla? Desde el instante en que la detectó, entre decenas de adolescentes tomando apuntes, nada volvió a ser igual. Mientras llenaba el pizarrón de fórmulas sentía calor sobre la nuca. Y, al girar, se encontraba, una y otra vez, con ese par de ojos negros sentados en primera fila que lo miraban con una intensidad tal que él tuvo que hacer un considerable esfuerzo para no perder el hilo de la clase. Y, cuando terminó, la entrevió en la breve fila de jóvenes que venían a presentar sus dudas, estratégicamente en el último lugar. Pronto descubrió que Diana no daba puntada sin hilo. Porque tanto consultó ella que cuando se quisieron acordar el aula estaba vacía. Salieron juntos. Era de noche. Llovía torrencialmente. Ella no tenía paraguas. Él, sí. Ella no tenía auto. Él, sí. Ofreció alcanzarla. Y nunca logró alcanzarla a pesar de haberle hecho cinco hijos. Se incorpora, fastidiado. Va al baño. Mientras se afeita, observa su imagen en el espejo. Solía afligirse anticipando qué pasaría cuando el tiempo dejara en claro los casi veinte años de diferencia. Y ahora, a pesar de las entradas, de las arrugas, ahí está él mientras, Diana, para siempre espléndida, duerme bajo la tierra. Se seca la cara y sale. El reloj de pared marca las siete y diez. Parado en el hall observa la multitud de puertas. Opta por la de Federico. Se alarma al descubrir la cuna vacía. Se dirige al cuarto de Agustina. Suerte que tienen cartelitos piensa. Abre la puerta entornada intentando no hacer ruido. Un tenue velador ilumina la cama. Sí, allí está. Acurrucado contra su hermana que lo abraza. Qué grande está Agustina. ¿Cuántos tiene?, ¿trece? Sí, este año comenzó el secundario. Por el camisón entreabierto se le adivinan los incipientes pechos. El cabello largo, rubio, ondeado, desparramado sobre la almohada. Agustina quizá lo percibe porque abre los ojos. De par en par cuando lo descubre. Se desliza con suavidad y se sienta. No podía dormirlo se justifica, agitada te prometo que no lo voy a hacer más. Él extiende la mano para acariciar la cabeza de su hija que retrocede con un gesto de temor. Él se desconcierta.  Tranquila, Agustina, hiciste bien. Ahora es de sorpresa la carita. Seguí durmiendo que es temprano indica. Ella obedece y se acuesta. Él sale. Ya en la puerta gira. Qué suerte que Fede te tiene dice.





Papá se metió en el cuarto de Agus si llega a venir acá me tapo toda y me hago la dormida.


Agustina inspira hondo, intentando regularizar la respiración. Su mamá, cuando el padre estaba por volver del trabajo, siempre les recomendaba que se portaran bien parece tranquilo pero cuando se enoja… Recién pensó que iba a retarla. En realidad, cree que nunca la retó. Ni nos miraba piensa.


Marcelo entra a la cocina. Lo sorprende encontrar la cafetera vacía. Jamás se planteó quién la llenaba. Sus deseos eran satisfechos sin que mediaran las palabras. Preciso un café ya. Se está poniendo la campera cuando Matilde lo intercepta. Hola, papá, ¿salís? Voy a tomar un café, enseguida regreso. ¿Puedo ir con vos? propone su hija necesito que charlemos. No puede decirle que no quiere hablar con nadie y menos aún con ella, insobornable testigo de cuanto pasó. Entonces contesta por supuesto. Ya están en la esquina cuando él nota que Matilde no lleva abrigo. ¿No tenés frío? pregunta. No importa contesta la chiquilina. Andá a buscar algo que te vas a resfriar. Los ojos de Matilde son dos uvas. ¿Me vas a esperar? 


Agustina se asoma a la ventana. Matilde salió con papá, qué raro. Igual ella no hubiera podido ir, tiene que cuidar a Federico. Su padre le pidió. Porque yo también soy grande.


Marcelo mira a Matilde. Ella sí que es parecida a la madre. Saca cuentas. Tiene cuatro años menos que Diana cuando la conoció. Observa como agarra la taza, como bebe, buscando semejanzas. Matilde es más delicada. Diana en todo era exuberante.  La chica deja la taza sobre la mesa y lo mira. Los ojos comparten forma y color, sin embargo tan distinta la expresión. Matilde tiene los ojos tristes piensa y luego se repite mi hija tiene los ojos tristes. Y no parece tristeza de cuarenta y ocho horas. ¿De qué querías que charláramos? pregunta. Matilde se toma unos segundos antes de contestar, muy seria de cómo nos vamos a arreglar. Él no sabe qué decir. La chica continúa hay que pedirle a Ramona que se quede a dormir y si no puede, buscar otra empleada. Él está por comentarle que su madre no estaría de acuerdo pero carraspea y asiente. A todo le va diciendo que sí. Porque Matilde ha hecho una lista de infinitos puntos a considerar. Mi hija ya es una mujer piensa con enorme alivio.


Agustina le sirve la leche a Federico y se prepara un té. No tiene hambre. Con el jarro vacío entre las manitos, el nene la mira fijo. Ella tiembla. Lo mejor será llevarlo a la plaza así se distrae.  Es un día precioso. Mami, sigue saliendo el sol.


Agustina lo vistió a Fede y ahora busca los baldes seguro van a la plaza le pregunto si me lleva y me dice que primero tome la leche y bajo a la cocina y veo que me preparó la taza y trato pero no puedo que la panza me duele y la leche no me baja entonces escucho pasos y la tiro en la pileta y abro la canilla y por suerte me salvé.


Marcelo corrige la posición para dejar a su hija del lado de la pared. Diana se irritaba cuando él lo olvidaba. Era difícil satisfacerla. ¿Compramos ravioles? propone Matilde. Él, sin pensarlo, le pasa la mano por el hombro. Ella gira la cabeza y le sonríe.


Se fueron todos y si se fueron para siempre no sé quién me va a cuidar suerte que por lo menos sé cocinar salchichas.


Marcelo entra. El silencio es una afrenta. Diana era estridente. Su presencia era rotunda. Su voz, sus pasos, su olor. Teñía su entorno. Modificaba el espacio que solo parecía estar allí para contenerla. Dejó la casa muerta piensa. Diana era imprevisible. Poner la llave en la cerradura, un riesgo. Le había contado una noche, entre lágrimas, que cuando caía el sol comenzaba a alterarse. Me pierdo había dicho. En un instante, por una nimiedad, el  hermoso rostro se crispaba. Él retenía la respiración. Y de pronto resurgiendo su maravillosa sonrisa y la tormenta eclipsada. Voy a buscar a los chicos, seguro que están en la plaza anuncia Matilde abriendo la puerta de calle. Él se saca los zapatos y se deja caer sobre el sillón.


Qué suerte papá y Matilde volvieron tengo que ser muy buena y hacer las tareas y ordenar el cuarto y no pelearme con Sofi y dormir toda la noche así capaz no me vuelven a dejar.


Matilde cierra la puerta, enojada. Agustina no le avisó nada. Además, la dejó sola a Lorena. ¿Es tonta?, ¿cómo no se dio cuenta? Apura el paso. Todavía tiene que preparar la salsa.





viernes, 25 de noviembre de 2016

4

Agustina no consigue dormir a Federico. Su mamá lo dejaba llorando pero ella no puede, pobrecito. Antes también le daba pena y a veces se lo llevaba un rato a la cama. Hasta que su mamá la descubrió y se enojó. Fue la única vez que me pegó. Pero tenía razón,  no había que malcriarlo. Su mamá, además, le apagaba la luz. El nene la llamaba Agu, Agu, llorando. Y hoy no llora pero no se duerme y la mira. Porque ella no apagó la luz. Mañana le preguntará a Matilde si puede llevar la cuna a su cuarto, aunque sea estos primeros días. No cree que a su padre le importe porque a papá no le importa nada.


No quiero dormir nunca más porque me vienen las pesadillas y la escalera se rompe y me caigo al infierno y el diablo dice te estaba esperando y me pincha con un tenedor gigante y aunque grito sé que nadie me va a salvar porque me lo merezco.






No tengo sueño nunca tengo sueño y a veces la escucho a mamá y bajo descalza para no hacer ruido y la encuentro en la cocina y me pregunta si quiero un té y me lo hace y nos quedamos las dos sentadas y a mí me gusta porque a veces me agarra la mano y dice pobre Sofi sos como yo te cuesta dormir y yo quisiera que el tiempo durara para siempre porque cuando me agarra la mano me vuelvo buena.


Matilde pone los platos en el lavavajilla, termina de ordenar la cocina y sube. Se deja caer sobre la cama. Hace días que casi no duerme. Debería sacarme la ropa es su último pensamiento.


Marcelo se revuelve en la cama. El olor de Diana lo enloquece. Le tendría que haber pedido a las chicas que cambiaran las sábanas. Mete la mano bajo la almohada de la derecha. Sus dedos rozan seda.  Enciende la luz. El piyama violeta. Él se lo regaló para el último aniversario. Recordarlo sobre el cuerpo de Diana lo altera tanto que, con rabia, aparta el acolchado y se levanta. Tiene la garganta seca. Se pone las pantuflas y baja. Está abriendo la heladera cuando siente unos pasos en la escalera. Segundos después Sofía entra a la cocina. Camisón con estrellas, el pelo alborotado. Descalza. ¿Qué hacés acá? pregunta él. No puedo dormir contesta la nena en un susurro. Tan flaquita que de alguna extraña manera, algo en él se ablanda. ¿Precisás algo? ofrece. Sofía lo mira un largo rato y luego inclina la cabeza y pregunta ¿vos sabés hacer té? Él se queda desconcertado. No importa agrega la nena yo te hago.





miércoles, 23 de noviembre de 2016

3

Matilde entra a mi cuarto y me pregunta cómo estoy y yo le contesto que bien y no me pregunta nada más por suerte parece que no está enojada porque no fui al entierro.


Agustina golpea la puerta de Matilde. Entra. Su hermana está tirada en la cama. ¿Cómo fue? pregunta ella. Un entierro contesta Matilde. Nunca vi ninguno. Para mí también fue el primero, te perdiste la oportunidad. A ella se le llenan los ojos de lágrimas.


El sol empieza a caer. Marcelo tiene frío. Habrá que cenar piensa. Camina hasta El Sanjuanino. Frente al mostrador duda. No tiene la menor idea de las preferencias de sus hijos, Diana siempre lo mandaba con la lista. Por las dudas, compra cinco de cada tipo. Y cuatro de carne para él. Le manda un mensajito a Matilde. Poné la mesa, llevo empanadas.


Ya es de noche mamá nos hacía bañar antes de cenar pero mamá ya no está más que yo vi como la enterraban y ahora nadie me obliga porque a nadie le importa.


Matilde no sabe cómo poner la mesa. No se anima a sentarse en el lugar de su madre, pero si no se reubica, a Federico solo le queda Lorena para que lo ayude a comer.  A lo mejor debería intercambiarlo con Sofía, pero dejarla a ella al lado de Lorena es pelea asegurada. Además a Sofía hay que insistirle para que coma. Únicamente que la ponga a Agus entre las dos evalúa. Quisiera tomarse un avión y desaparecer. Irme y volver cuando mamá vivía.





Marcelo entra a la cocina. Encuentra a Matilde preparando jugo y a Agustina, sentada, con Federico en los brazos. ¡Papá! dice el nene en cuanto lo descubre. Él deja la bolsa sobre la mesada y lo alza. Tiene olor a champú. Ya lo bañaron piensa. Matilde abre el paquete, acomoda las empanadas en una fuente y las lleva al comedor. Instantes después se escucha la campana. Luego el golpeteo de pasos en la escalera. Las nenas decodifica. Con su hijo en brazos se dirige al comedor. Solo seis lugares en la mesa. Se lleva la mano libre a la garganta.


Agustina se sienta en el lugar que le adjudicó Matilde. Por suerte su hermana siempre sabe lo que hay que hacer. Papá ni se dio cuenta de que yo estaba en la cocina. Su mamá sí que la veía. Le contaba sus cosas. Vos, Agustita, sos la única que me entiende decía. Pobre mamá. Siempre estaba mal, preocupada y ella no sabía cómo ayudarla. Cuando murió la abuela, justo cuando nació Federico, se acuerda bien, se volvió como loca, gritaba. Ella a veces tiene ganas de gritar pero no puede.


Papá trajo empanadas de choclo para mí porque son mis favoritas y me trajo cinco qué raro Sofía come como un pajarito dice siempre mamá diez años y 20 kilos y me insiste pero a mí no me caben ni dos pobre papá que me trajo tantas aunque obvio se las va a comer Lorena que es más chica pero pesa el doble.


Seguro que papá ya sabe por eso no preguntó nada y como sabe ni me mira aunque nunca me mira y si me habla es para retarme Lorena que hiciste porque siempre me sale todo mal.



Cenan sin hablar. Solo el ruido ocasional de un plato, de un vaso. Hasta Federico mastica su empanada en silencio. Debería decirles algo piensa Marcelo. Cómo explicarles lo que no tiene explicación. Diana siempre fue atropellada. Como Sofía. Si hubiera tenido un poco de cuidado no estaríamos en esta. Una rabia sorda se va haciendo espacio entre las costillas. La absurda sensación de que Diana se fue porque se quiso ir. Desde la muerte de la madre no había vuelto a estar bien. Ni Fede te sirvió. Diana siempre había sido hermética. Hizo conmigo lo que se le antojó. Como no quiere seguir pensando se levanta de la mesa. Estoy cansado informa. ¡Papá! lo reclama el nene, incorporándose en la silla alta. Él lo mira desconcertado. Agustina se acerca y lo alza. Anda, papá lo autoriza Matilde nosotras nos ocupamos. Él dice buenas noches y sube.



sábado, 19 de noviembre de 2016

2

4  Sábado

Matilde ve como bajan el cajón. Todo es verde a su alrededor. Calmo, bello. Pero mamá está muerta. Ataja  con un puño las lágrimas que intentan rodar. Observa a Sofía, a su lado, el ceño fruncido, los labios apretados. Ella se acerca y la sostiene del hombro. Percibe la presión de la nena contra su costado. Su padre, enfrente, separado por la fosa, ni las mira.


Ya van a llegar y papá va a seguir preguntando que por eso no quise ir al entierro y le voy a contar que yo estaba justo abriendo la heladera porque tenía mucha sed y no vi nada y solo escuché el ruido y después mamá estaba en el suelo  y voy a rezar mucho para no irme al infierno.


Agustina intenta hacer la tarea de matemática. Federico, sentado en el suelo, chupetea la oreja de su oso. Ella se siente ligeramente culpable. Porque no fui por Fede. La vecina se había ofrecido a cuidarlo pero ella no quiso. Creyó que al despertarse iba a pedir por su mamá. Ella temblaba pero el nene solo dijo Agu y le tiró los bracitos. A lo mejor ya lo sabe piensa y no llora porque aunque sabe, todavía no se da cuenta.


Me duele mucho la cabeza y tengo ganas de vomitar seguro que es por las flores ojalá que lleguemos pronto papá y Matilde lloraron pero yo no porque mamá siempre dice Sofía nunca llora debo ser un moustruo malo malísimo que no llora ni cuando se le muere la mamá.


Me quiero bañar piensa Matilde en el auto. Escuchó cuando su padre le decía a Fernando suerte que está Matilde. Porque no existen abuelas ni tías. Pero ella no podrá con todo.  Habrá que pedirle a Ramona que se quede a dormir. Su mamá nunca quiso, le molestaba la gente extraña. Todo le molestaba a mamá, nosotras también, a veces hasta Fede. Tendrá que hablar con su padre pero nunca lo vio así. Yo no sabía que podía llorar. Debería habérselo comentado a Ramona en el velorio. Fue la única que nos abrazó. Por suerte mañana es domingo, pero el lunes hay colegio, a las siete y media pasa el micro a buscar a las nenas y hay que prepararlas. Capaz que Agustina la puede ayudar. Pobre Agus, tan pegada a mamá. Sofía también la preocupa. Vio como la enterraban y ni una lágrima. Peor Lorena, que presenció el accidente. En Federico mejor ni pensar.





Marcelo abre la puerta del auto y ayuda a sus hijas a bajar. A dos de mis hijas piensa. Todavía no puede creerlo. Que voy a hacer yo sin Diana.  Sofía se tropieza. Él la agarra fuerte del codo pero no alcanza. La nena cae de rodillas. Siempre tan atolondrada, vos la reta. Matilde, mientras la ayuda a levantarse, pregunta ¿te lastimaste? Él busca la llave en el bolsillo del saco y abre. Silencio absoluto. Las chicas entran. Matilde lleva a su hermana al baño y le cura el raspón. ¡Ay! grita la nena. Marcelo se deja caer en el sillón, se afloja la corbata. Acá estamos piensa y después piensa cómo sigue esto. Se siente estafado. Diana, de alguna manera, lo obligó. Uno a uno me los fue sacando dictamina. Y ahora ella se fue y él, con cincuenta y cuatro años a cuestas, se encuentra con cinco hijos. Matilde acaba de cumplir quince. Federico todavía no tiene dos. Fede. Debería ir a verlo piensa. Un miedo espantoso comienza a subirle desde las plantas de los pies. Se incorpora. Camina hacia la escalera. Se apoya en la baranda y girando la cabeza hacia arriba grita Matilde, salgo un rato. En cuanto abre la puerta lo sorprende una tarde preciosa, qué absurdo. Camina y camina. Ojalá pudiera no regresar






martes, 1 de noviembre de 2016

1





1 Miércoles

Agustina, sentada a lo indio sobre la cama, hace el resumen de historia. Le encanta Egipto. Keops, Kefrén y Micerino. Un estruendo sacude la casa. La birome cae de su mano. Federico entra llorando. Ella se incorpora y lo alza. El hermanito se aferra a su cuello. Ella cierra los ojos.


Matilde, frente a su escritorio, completa el cuestionario sobre las propiedades de la materia. Es cuantificable, es impenetrable, impresiona los sentidos, tiene… Un estruendo sacude la casa. Cierra el libro y, descalza como estaba, baja la escalera a los saltos. Desde el pasillo distingue a Lorena, la espalda apoyada contra la pared de la cocina, la cara escondida tras las manos. Corre hacia su hermana.  Recién junto a ella descubre el motivo del ruido.






Para mí que se partió la casa Matilde bajó corriendo a lo mejor es un ladrón mejor agarro mi palo de hockey por si la tengo que defender


Mati entró en la cocina y ya me vio el corazón me hace mucho ruido pero aprovecho que ahora está distraída y subo sin que se dé cuenta.


Matilde aparta con cuidado lo que quedó de la escalera. Se arrodilla. Su madre yace de espaldas, los ojos cerrados. ¡Mamá!, ¡mamá! grita pero no obtiene respuesta. Recoge el celular caído y llama al 911. En absoluto silencio, sentada sobre los talones, permanecerá asida  a la mano de su madre hasta que escuche la sirena.


Suena una sirena seguro es la policía que me viene a buscar si me meto debajo de la cama capaz no me encuentran.


Agustina se asoma a la ventana. Sí, es una ambulancia. Sabe que tiene que bajar pero un terror infinito la paraliza. Porque Matilde gritó mamá.



Sí, papá, les dije que la lleven al Alemán informa Matilde. Su cabeza es un trompo. Ve, entonces, a Sofía sentada en el descanso de la escalera. Observa que tiene un palo de hockey entre las manos. No debo distraerme en detalles se reta. Decile a Agustina que se ocupe de Fede  le ordena. Su hermana  asiente con la cabeza. Ella regresa a la cocina y observa como los hombres trabajan sobre su madre. Minutos después, precedida por la camilla, sube a la ambulancia. Se ubica donde le indican. Cruza los brazos, inclina el cuello y cierra los ojos.


Marcelo corre hacia la cochera. Se detiene en seco. Mejor un taxi. Extiende el brazo. La insoslayable certeza de que su vida está a punto de quebrarse.


Agustina junta coraje y llama al celular de Matilde. ¿Cómo está mamá? pregunta. No me dijeron nada, todavía no llegamos. ¿Te habló? No, Agus, mamá no habla responde su hermana y corta. Le contestó mal y tiene razón. La dejé sola piensa ella. Alza a Federico y baja. Recién al entrar a la cocina toma real dimensión de lo ocurrido. Federico intenta jugar con las latas. Ella le grita y lo aparta de un tirón. El piso está lleno de vidrios. Y hay sangre. El nene llora. Ella busca la escoba.


Matilde observa como introducen la camilla en la guardia. La cabeza de su madre se sacude con los golpes. Cierran la puerta. Como nadie repara en ella, se sienta en el banco del pasillo. La espalda apoyada contra la pared, los párpados cerrados.



Marcelo entra a la guardia corriendo.  Descubre a Matilde sentada contra la pared. ¡¿Qué pasó?! exclama, agitado. Su hija solo eleva ligeramente el mentón. Mamá se cayó de la escalerita de la cocina informa ¿Cómo está? pregunta él, la respiración entrecortada. La chica lo mira fijo durante unos instantes y dictamina para mí que se murió.