viernes, 30 de diciembre de 2016

19


Matilde vuelve a subir adelante y regresa a los auriculares. A Marcelo le duele la cabeza. Le laten las sienes. Pocas veces en su vida se sintió tan imbécil como recién, delante de Bianchi y de su hija. El médico, obviamente, sabía más sobre su familia que él mismo. No le gustaron sus comentarios. Bianchi ya había tomado nota del estado de Lorena y, lo que más le molestó, de las responsabilidades adjudicadas por Diana a sus dos hijas mayores. A Matilde, sobre todo. Es que ella las toma por su cuenta trata de disculparse yo no le pedí que se metiera con la sangre de Lorena. Trata, pero no lo logra. Cómo puedo ser tan hijo de puta. Es él quien la precisa. Por primera vez se plantea que nunca intentó consolarla. Ni a ella ni a ninguno. Ni le preguntó cómo se sentía. Qué si la chiquilina se desarmaba frente a sus ojos. No lo hubiera podido tolerar. Ella me sostiene reconoce. Al detenerse en el semáforo la observa. Está apoyada en el respaldo. Con los ojos cerrados parece una nena. Su fuerza emana de la mirada diagnostica. La ve tan frágil así que quisiera rozarle el cabello. Una bocina lo sobresalta. Arranca.


Lorena está sentada en el escalón del garaje, esperándolos. Una pesadilla. Sube inmediatamente y se refugia en su cuarto. No tiene ganas de cenar. No voy a cenar. Se saca los zapatos y se tira sobre la cama. Ni fuerzas para desvestirse. Cierra los ojos. Instantes después golpean. Papá, está lista la comida grita Sofía a través de la puerta cerrada Ramo hizo los canelones que te gustan. No tengo escapatoria evalúa.


Matilde revisa los cuadernos de Lorena. Se le pegó como un abrojo. ¿Se habrá dado cuenta de algo? Los esperaba sentadita, quién sabe desde cuándo. Su padre, increíble, subió sin saludarla. Algo tendrán que decirle. Bianchi dijo que es asunto exclusivo de él. Ja, no lo conoce. Mañana mismo pedirá un turno. ¿Tendrá que estar en ayunas? Pobre gorda.


Marcelo preside la mesa. Los canelones están riquísimos. Ramona es una joya. Su mente pasea del consultorio de Bianchi a la DGI. Y siempre Diana colándose como un fantasma. Recién en el postre repara en que sus hijos están de nuevo muy callados. Estos chicos solo hablan cuando les presto atención deduce. Para comprobar su hipótesis fija la vista en Sofía. La nena parece percibirlo porque levanta la mirada del plato. Él le sonríe.  Me saqué diez en las cuentas que me revisaste ayer cuenta mientras dispersa la comida con el tenedor.  Y eso que no te corregí ni un numerito. Me dieron rifas para juntar fondos para arreglar el gimnasio comenta Agustina. Yo te compro dice él.  ¿Cuántos números? ¡Todos! La cara de su hija se ilumina.


Su papá le compró todas las rifas. Es que él es especial determina Agustina. Su mamá siempre decía tu papá es especial. A lo mejor por eso no podía hacer todas las cosas que hacían los demás. Su mamá a veces le gritaba, a todos les gritaba, pero siempre lo trataba como si fuera especial. Él no se ocupaba de nada, todas lo tenían que atender. Alcanzale el vermút, preparale café, llevale las pantuflas, no hagan ruido, no hablen. Porque a su mamá no le gustaba que hablaran con él. No es que lo dijera pero ella se daba cuenta. Cuando estaba con su padre, ellos no existían para su mamá. Para él no existían nunca. No sabe para qué los sentaban a la mesa. Como un decorado. Recién ahora se da cuenta.  Ahora que papá nos habla.


Marcelo se tira sobre la cama. Tuvo suerte: Matilde no lo interceptó. Se afloja los cordones y tira los zapatos. Debería revisar las facturas de la imprenta. No lograba encontrar el error. El millonario error. El solo hecho de encender la computadora le exigiría unas fuerzas de las que carece. Ni hablar de desvestirse. Cierra los ojos. Retornan imágenes del consultorio de Bianchi. Sacude la cabeza. Qué explicarle a Lorena. En realidad no tiene por qué explicarle nada. Bianchi decidió hacerle análisis y punto. ¿Se supone que él tiene que acompañarla? Seguramente la nena se sentirá más segura con Ramona. Lo consultará con Matilde. Ella conoce a Lorena más que él.  Yo no la conozco admite. Casi no la conozco se rectifica recordando sus ojos de pavor bajo el acolchado. Seguramente Matilde sabrá cómo manejar la situación. Más tranquilo, se sienta en la cama y comienza a sacarse la ropa. Obviará la ducha. Está desabrochando el cinturón cuando recuerda que Bianchi le prohibió que involucrara a Matilde. Ya soy grandecito para que me den indicaciones se dice con fastidio. Se incorpora y, semidesnudo, abre la computadora.


Papá se puso contento con mi excelente que yo creí que nada le importaba piensa Sofía antes de apagar la luz.



miércoles, 28 de diciembre de 2016

18


Marcelo abre la puerta de adelante. Matilde, en cuanto sube, se pone los auriculares. Menos mal piensa él, aliviado. Cuanto diga esta chica es para problema piensa. Arranca. Hasta ahora había logrado espantar la escena que se avecinaba. ¿Qué le iba a contar a Bianchi?, ¿que dudaba de que Lorena fuera su hija? Bianchi había visto nacer a sus cinco hijos. Los había atendido durante quince años. Marcelo se pregunta, ahora, si alguna vez acompañó a Diana a las consultas. Quizá con Matilde bebé. ¿Diana los llevaría de a uno?, ¿todos juntos?, ¿para control?, ¿solo cuando estaban enfermos? ¿Cuándo fue la última oportunidad en que vio a Bianchi?, ¿en el parto de Federico? No, cuando Sofía se rompió el brazo. Fue un sábado, recuerda bien, por eso él estaba en casa. Encontraron a Bianchi directamente en el sanatorio. Él se tuvo que ir antes de que la enyesaran porque  tenía reunión de cátedra. Se pregunta, ahora, con quién se habrían quedado los chicos. Federico era un bebé. ¿Matilde se habría hecho cargo? Gira la vista y la ve sentada a su lado. Siempre tan seria piensa. ¿Va a entrar al consultorio con ella? Qué situación absurda. ¿Para qué le habré pedido que me acompañara? Porque sería injusto si se contara a sí mismo que la chica se impuso. Tuve miedo reconoce. Siempre lo ampararon las mujeres. Primero su madre, luego Diana, ¿ahora su hija? Le sube una profunda vergüenza por sí mismo. Tiene quince años se dice solo quince años. Ya no puede pedirle que se vaya. Faltan pocas cuadras para llegar. En cuanto encuentre un lugar, estacionará. Quizá Matilde percibe sus intenciones porque se saca los auriculares e indicá allí justo sale un auto, papá. Estaciona y bajan. La chiquilina dice agarrá el carnet mientras se lo tiende. Él tiene el impulso de tomarla del hombro pero lo reprime.


En cuanto entran, la secretaria se levanta del escritorio y se acerca. La abraza con fuerza. Lo siento mucho, Matilde. Ella lucha contra las lágrimas y las vence. Se desprende y se aleja. ¿Qué espera su papá?, ¿qué sea ella la que haga los trámites? Mamá siempre me dejaba a mí recuerda con rabia esto no termina nunca, estoy harta. Está furiosa consigo misma, ¿por qué se ofreció a acompañarlo? Es un hombre grande piensa. No quiere estar delante cuando él tenga que plantear el problema. Para eso hubiera venido sola, mucho más fácil. Se sienta y agarra una revista. Hay varios chicos dando vueltas. Este consultorio siempre es un quilombo. Su padre se ubica en la silla próxima, pero ella se enfrasca en las hojas. Media hora después los llaman. Está por incorporarse cuando el padre le dice preferiría pasar solo, ¿te molesta? Ella niega con la cabeza. Un enorme alivio.



Bianchi se sienta, cruza una pierna sobre la otra rodilla y sonríe. No hay escritorio que nos separe piensa Marcelo, incómodo. ¿Cómo están los chicos? pregunta. Bastante bien contesta él. ¿Cómo te arreglás?, ¿tenés ayuda? Él carraspea. Le pedí a la empleada de siempre que se quede a dormir y además las dos mayores se ocupan mucho de sus hermanitos. Bianchi se pone serio. Matilde y Agustina son dos chicas, no sería bueno para ellas que asumieran demasiadas responsabilidades; yo ya venía alertándola a Diana, el hecho de que fueran las mayores no dejaba de lado que fueran dos criaturas; es frecuente en las familias numerosas adjudicarles a los más grandes tareas que no son propias de un niño. Marcelo lo escucha tan sorprendido como molesto. ¿El médico está intentando hacerlo sentir culpable? ¿De que mi mujer se haya muerto? piensa fastidiado. La muerte de la madre es un hecho tremendo para un niño, independientemente del tipo de lazo que esta tuviera con sus hijos; tendremos que estar muy atentos; la que más me preocupa es Lorena concluye el médico. ¿Por qué? pregunta Marcelo, desconcertado. La vi muy caída la última consulta, además subió mucho de peso…. Un, dos, tres piensa Marcelo ahora o nunca. De ella precisamente quería hablarte. Le cuenta, entonces, del trabajo de Matilde, de las leyes de Mendel, del grupo B de la nena. Bianchi lo observa con atención. Cuando él se detiene pregunta ¿por qué viniste? Marcelo lo mira, desconcertado. Matilde opina que hay que hacerle a Lorena un nuevo análisis de sangre. Ella no puede cargar de ninguna manera con tamaña responsabilidad, vos sos el que de ahora en adelante deberá tomar las decisiones lo mira con intensidad ¿te interesa a vos despejar la duda de que Lorena sea hija tuya? Marcelo recibe un brutal impacto. Él no dijo nada al respecto, es Bianchi el que está mencionando la posibilidad de que Diana me haya engañado. Algo debe decir. Estoy quedando como un pelotudo piensa. Sé que es hija mía pero quiero que Matilde se quede tranquila. Te estoy preguntado por vos. No le deja escapatoria. Sí, yo también quiero quedarme tranquilo. Bianchi busca el recetario y hace la orden. Minutos después el hombre le da la mano y lo acompaña a la puerta. Cuando salen, Matilde se incorpora. Bianchi pone cara de sorpresa y se acerca a saludarla. No sabía que estabas aquí, ¿querés charlar conmigo? Matilde niega con la cabeza. Ya me dio la orden le explica Marcelo. ¿Qué le decimos a Lorena? pregunta la chica. Él se queda desconcertado: ni se lo planteó. No es problema tuyo, Matilde, tu papá ya se ocupará. Él no sabe cómo pero no puede preguntarlo ahora. Se siente mal, muy mal. Instante a instante, peor. Ojalá pudiera rajarme.



Matilde salió con papá le pregunté a Agustina adónde fueron pero me contesto Lore a vos qué te importa pero sí que me importa porque tengo tarea y un poco la hice pero se la quiero mostrar a Mati porque hoy cuando volví del colegio no me quiso ni mirar ni tomó la leche con nosotros capaz que está enojada conmigo que si Matilde se enoja conmigo yo me muero porque a pesar de todo yo la extraño mucho a mi mamá me voy a sentar en el escalón del garaje así Mati no se me escapa.

lunes, 26 de diciembre de 2016

17


9  Jueves

Todo empieza a parecer una rutina piensa Marcelo mientras, ya en la vereda, le toca la bocina a las chicas para que se apuren. Sonríe al recordar la carita de Lorena cuando entró a su cuarto Me dormí sola, ¿viste? A Sofía, en cambio, le costó despertarla. Estoy soñando dijo apretando los párpados no me puedo levantar. ¿Con qué? No te quiero contar. Quedate otro ratito propuso él tapándola le aviso a Ramona que en diez minutos venga a despertarte. A Federico lo encontró en la cocina. ¡Papá! exclamó desde la silla alta. Toca de nuevo la bocina y se pregunta cómo eran las mañanas antes. Antes de que Diana se muriera necesita aclararse. Se recuesta sobre el asiento y se restriega los ojos. Lo sobresalta la voz de Matilde. ¡Vamos, Agus!, dejá de una vez a ese nene, me vas  a hacer llegar tarde. La primogénita se ubica en el asiento de atrás bufando. Minutos después llega Agustina corriendo. Él arranca. Maneja en silencio, tratando de organizar la clase. Anoche no la preparé descubre sorprendido. En el momento de bajarse Matilde dice acordate de pasar a buscarme. El tremendo peso de su vida desciende sobre él. ¿Para qué? pregunta Agustina bajando. No es asunto tuyo le aclara Matilde. Tampoco mío piensa él. Enojado con su hija, arranca.


Agustina camina hacia el colegio, cabizbaja. Está cansada de que Matilde la maltrate. Qué se cree. Ella no es mi mamá piensa y una pegajosa tristeza se sube a su mochila. Te extraño, mami, a mí sí que me faltás. A mí y a Fede se corrige hoy recién hace una semana y todos como si tal cosa. Sin darse cuenta se detiene a pasos de la entrada. Vamos, Agus le indica Matilde agarrándola del brazo. Ella le va a contestar mal cuando su hermana dice perdóname, estoy muy nerviosa. Los ojos de Agustina se llenan de lágrimas. Menos mal que tiene a su hermana.


Sofía, aún en la cama piensa no le quise contar a papá porque en el sueño me estaba portando muy mal y mamá me retaba y yo me escondía debajo de la cama pero igual me encontraba.


Me gusta tanto que mi papi me venga a despertar piensa Lorena mientras se despereza.


La mañana transcurre lentísima. A Agustina le cuesta seguir a los profesores. ¿Estás mal? le pregunta Valeria en un papelito. Claro que está mal, pero su amiga supone que es por su madre y ahora es por su hermana. ¿Qué le está ocultando Matilde? No, estoy cansada contesta.


Matilde observa a Agustina que, sentada a su lado, mira por la ventanilla. Por suerte no me preguntó nada piensa al bajar del colectivo. Caminan en silencio. Cuando abre la puerta de calle, Federico se acerca corriendo. ¡Agus! grita y ella se fastidia. Tanto que ni lo saluda. No mira pero sabe que Agustina lo está alzando. Lo va a estropear  masculla. Deja la mochila y el blazer sobre el sillón del living. Se lava las manos y se dirige a la cocina. ¿Qué nos hiciste de rico? le pregunta a Ramona, mientras la besa. Tarta. ¿De qué? Zapallitos. A ella le da rabia: es la preferida de Agustina. Compré las salchichas ahumadas que querías probar añade la mujer. ¿Me leerá la mente? piensa, el buen humor recuperado. Agustina ubica al nene en la silla alta y se sienta al lado. Matilde observa los movimientos de Ramona mientras apresta la comida. Precisos, rápidos. La reconfortan. Ramo, ¿vos ya comiste? pregunta de pronto. La mujer gira hacia ella. Parece desconcertada. No todavía. Matilde se levanta y busca otro plato. No entiende como recién  se da cuenta. ¿Qué hacés? pregunta Ramona. Desde hoy almorzás con nosotros determina ella. Como si tuviera tiempo se defiende la mujer. No te gastes, Ramo interviene Agustina Matilde ahora nos da órdenes. Ella la mira sorprendida. ¿Su hermana puede ser tan tarada que le moleste compartir la mesa con Ramona? Vení, Ramo, sentate al lado mío pide Agustina corriendo los platos.


Marcelo dio la clase con la solvencia de siempre.  Y eso que no la preparé piensa. Un grupito de alumnos se acerca. Una chica se desprende y se adelanta. Como antes Diana recuerda. Él cree que es para hacerle consultas pero ella, Feldman si no se equivoca, excelente alumna, informa queríamos decirle que lamentamos mucho lo de su esposa. Claro, es la primera clase. El jueves pasado Diana aún estaba viva. Vino al centro a hacer unos trámites y almorzamos juntos recuerda. Muchas gracias responde él y bueno, eso agrega la chica. Gracias reitera él y la observa con más atención. Siempre se sienta en primera fila. Bastante bonita evalúa se le parece un poco. La chica vacila, se despide hasta mañana y regresa al grupo. No habrá ninguna igual, no habrá ninguna, ninguna con tu piel ni con tu voz; tu piel, magnolia que mojó la luna2Rivero retumba en su cabeza. Nada más que cenizas, nada más3.





Matilde se asoma a la ventana. Y veinticinco ya. ¿Se habrá acordado? Ni siquiera sabe si su padre es puntual. Más que llevarnos a la escuela… Desde la cocina le llegan las voces de sus hermanos. Hoy no merendó con ellos. No quiere verle la cara a Lorena. Agustina se acerca. Qué pesada, seguro que me va a preguntar de nuevo. Pero su hermana solo se aproxima y la mira. Va a echarla cuando escucha la bocina. Agarra el morral  y sale. Chau dice.
 
 
3,4: "Ninguna", tango de Homero Manzi, cantado por Edmundo Rivero.

viernes, 23 de diciembre de 2016

16


Matilde, frente al cuarto de Lorena, duda.  ¿Se lo tiene que anticipar o es mejor avisarle un rato antes de salir? ¿Qué decirle?, ¿que la llevan por control?, ¿por qué a ella sola? En general iban a lo de Bianchi todos juntos. Le tocaba a ella hacerse cargo de sus hermanos en la sala de espera mientras su madre entraba tranquilamente con uno. Agus me ayudaba reconoce sobre todo con Fede. Aunque, en realidad, se recuerda a cargo de sus hermanitas aún antes de que naciera el nene. Lorena la sobresalta ¿qué 
hacés acá?, ¿venís a charlar conmigo? A Matilde le da tanta, tanta pena, que necesita cerrar los ojos. Solo un segundo.  ¿Todavía no te bañaste? le pregunta. La nena se pone seria y niega con la cabeza. Buscá tu ropa que te voy llenando la bañadera.  Instantes después Lorena aparece con un bultito de ropa entre las manos. Matilde la ve tan desvalida que otra vez cierra los ojos. Cuando los abre la nena se está desnudando. ¿Te quedás conmigo? Dale contesta mientras la ayuda a sacarse el buzo un ratito. ¿Aprovecho para decírselo? El estómago se le encoge. Le está alcanzando la esponja cuando de pronto se ilumina. ¡Solo precisamos una orden!, no hace falta que la nena vaya. Ya verá qué decirle entonces. Paso a paso. El buen humor recuperado, se inclina sobre la bañera y agita el agua salpicando a su hermana. ¡Mirá que te devuelvo! grita la nena entre carcajadas.




Ramona está sirviendo los bifes a la criolla cuando Lorena pregunta ¿por qué Ramona nunca come con nosotros? Se instala un silencio espeso. Matilde hace circular los platos que la mujer le va tendiendo. Él no sabe qué decir por eso no dice nada. Solo ansía que todos los platos estén llenos de una vez y Ramona se retire. Los seis quedan solos pero la incomodidad se perpetúa. Para aflojarla pregunta ¿cómo les fue en la escuela? El ardid funciona porque de a una, y a veces superpuestas, sus hijas comentan su día. Hasta que llega el silencio. Entonces, mientras le corta la carne a Federico, Agustina pregunta ¿y a vos cómo te fue en el trabajo? Él la mira sorprendido. Quizá estaba escondida en el garaje y leyó mis pensamientos. Qué contarles, qué podrían comprender. Criaturas decreta. ¿Tuviste la reunión con el gerente del banco? interviene Matilde. Él, ahora, mira a su primogénita, atónito. ¿Cómo sabés? inquiere. ¡Lo contaste la semana pasada! Con la boca llena Lorena agrega siempre le contabas a mamá. ¿Y mamá? pregunta el nene. ¡Si serás tarada! le grita Sofía. Agustina le hace cosquillas a Fede y el asomo de puchero troca en carcajadas. El enigma ha quedado develado: las chicas no hablaban pero vaya si escuchaban. Está aturdido. ¿Por qué antes no hablaban? ¿Me puedo levantar? le pregunta Sofía a Matilde que asiente con la cabeza. Se rearmaron las jerarquías piensa él. Instantes después la nena regresa con un cuaderno y lo coloca ante él. ¿Querés revisarme las cuentas? propone. ¡Si ya te las miré! la reta Matilde. ¡Pero papá es contador! le retruca la nena. ¡Y profesor! refuerza Lorena. Dónde estuvo durante todos estos años. Son mis hijas piensa y no tienen un pelo de tontas. Algo parecido al orgullo le sube desde el abdomen. Abre el cuaderno.


Marcelo se acuesta. Pasa la mano bajo la almohada. El piyama de Diana ya no está. La ausencia de la seda es contundente. Un gancho al hígado. Knock out. Instintivamente se lleva las manos al abdomen. Momento en el que golpean la puerta. Se cubre con la colcha. Adelante dice. Es Matilde. El pulso de Marcelo se altera. La presencia de esa hija ya se ha transformado en un peligro. ¿Se puede? insiste la chica, la puerta apenas entornada. Ya te dije que sí contesta, la alerta transformada en malhumor.  Vení, sentate le indica señalando la cama al tiempo que él mismo se incorpora. La chiquilina obedece. Él está incómodo.  ¿Qué te anda pasando? intenta aflojar la tensión. Estuve pensando. Ese es el problema de Matilde, piensa demasiado evalúa. ¿En qué? arriesga porque su hija calla, quizás ella tampoco está cómoda. No hace falta que llevemos a Lorena a lo de Bianchi. Algo se afloja dentro de él. No tenía cabal registro de cuánto lo afectaba la visita al médico. Lo llamaré a Izcovich decide. En realidad solo precisamos plantearle nuestras dudas y que nos dé una orden para el análisis. El alivio desaparece tan rápido como sobrevino. Nuestras dijo su hija. Implacable el plural. ¿Estamos asociados? se pregunta. Y sí se contesta somos los responsables de sacar esta familia adelante. Digo yo continúa Matilde así le ahorramos el mal rato a Lorena. Tenés razón concede él. ¿Igual querés que te acompañe? De pronto él tiene miedo. Preferiría reconoce. ¿Cómo hacemos?, ¿nos encontramos en el consultorio? Él está por decirle que sí, queda muy cerca de su estudio y a esa hora… Sin embargo propone ¿te paso a buscar cinco y media? Matilde sonríe. En cuanto la chica sale, él apaga la luz. Ojalá consiga dormir. Se acurruca.


 

miércoles, 21 de diciembre de 2016

15


Matilde escucha la bocina.
Llegaron las nenas piensa. Está nerviosa. ¿Cómo va a explicarle la situación a Lorena? Pobrecita. Se pone las pantuflas y baja. Sus cuatro hermanos alrededor de la mesa. Los observa desde la puerta. Siente agobio pero también orgullo. Son parte de ella. Dependen de ella. Porque si lo dejo solo a papá… Tiene la aguda percepción de que no hace solo cuatro día que son responsabilidad suya. Mamá siempre descansó en mí reflexiona. Convive, entonces, la rabia con sus otras emociones. Porque ahora me hago cargo porque quiero pero antes me obligabas vos. Se recuerda cocinando, haciendo las compras. Todo sin que papá se entere. A Agustina le tocó Federico. Al menos de eso zafé piensa. En cuanto Ramona regresaba a su casa ellas se veían cargadas de obligaciones. Pero cuando el padre volvía del trabajo ellas parecían ser niñas y su madre recogía los laureles. A los ocho años hacía milanesas, a los nueve iba al rapipago. ¿Qué te sirvo? pregunta Ramona. Nesquik tibio. Se ubica entre las nenas. ¿Tenés tarea? le pregunta a Lorena. Por suerte, no. ¡Pero yo sí! informa Sofía. Hacela y después te la miro. Porque Sofía puede. Es una luz con las cuentas piensa. Observa a Lorena, la boca llena. Mejor le digo mañana. Las nenas se levantan. Un rato después Agustina sale con Federico en brazos. Lo trata como a un bebé. Ella se queda. Quiere charlar con Ramona.


Lorena, por primera vez en su vida, piensa ojalá que mañana me den tarea.


Agustina llena la bañadera y va a buscar el piyama de Federico. Está cansada: anoche el nene durmió muy mal. Se ve que soñaba con mamá piensa recordando los gritos de la mañana. Es lógico, cómo no va a extrañarla. Porque a ella le duele que todos hagan como que nada pasó. ¿Nadie la quería, entonces? Ella sí. Mamá peleaba mucho con las nenas. Porque la hacían renegar. Su mamá le contaba a ella todas sus preocupaciones. De cuando era chica también. Le hablaba mucho de la abuela. La adoraba. Se puso como loca cuando murió. Toda la vida había soñado con darle un nieto varón. Y después de la mala suerte de cuatro nenas, cuando al fin lo consiguió, la abuela justo se murió el mismo día en que nació Fede. Fede.  Es mi sol.


Matilde bebe el Nesquik con premeditada lentitud. Sus hermanos ya se fueron. Ramona trajina a su alrededor. Ramo la invoca. ¿Qué? contesta la mujer sin abandonar sus quehaceres. ¿Vos sabés por qué mamá se puso tan mal cuando nació Lorena? Ya te dije, a veces pasa, el puerperio que le dicen. Sí, ya busqué en Internet, pero estuve pensando mucho y me acordé de que mamá estaba mal ya en el embarazo y por eso no me hicieron el cumple de ocho. La mujer levanta un par de platos y le señala la taza ¿terminaste? Ella la toma de la muñeca. Vení, sentate. Ramona, suspirando, obedece. ¿Qué le pasaba a mi mamá? ¿Cómo lo sabría yo? Vamos, Ramo, mamá a vos te hablaba de todo, la escuché mil veces.  La mujer se mira las manos, juega con ellas. Tu mamá estaba mal porque era otra nena. ¿Solo por eso?, ¿cuando aterrizó Sofi se puso tan mal? Ramona sonríe. Para nada, en cuanto volvió a casa me dijo: Ramo, te juro que el próximo será varón, se lo tomó con humor, además Sofía fue vivísima desde que salió del horno, una ardilla, la sacaba a tu mamá de las casillas pero siempre la hacía reír; pocas veces vi un bebé tan gracioso, se la ganó a fuerza de morisquetas; claro, cuando creció un poco empezó a portarse muy mal y ahí… la mujer se interrumpe. ¿Y ahí qué? Nada dice Ramona levantándose tengo que preparar la cena. ¡Ramo! La mujer, desoyendo sus pedidos, abre la heladera. Matilde, bufando, se levanta. Insistiré decide.


Marcelo se recuesta contra el portón del garaje y se pasa las manos por la cara. Hace menos de una semana este hubiera sido un momento feliz. Entrar. Sacarse la corbata, los zapatos, tirarse en el sofá del living, un noticiero en la televisión. Diana le hubiera alcanzado algo fresco, un trozo de queso. Quizá Federico se hubiera acercado, él lo hubiera alzado y sentado junto a él. A las nueve hubiera visto a sus hijas alrededor de la mesa. Diana le hubiese preguntado por su día y él le hubiera contado satisfecho y con lujo de detalles las novedades pertinentes. Ella, siempre al tanto de sus actividades, hubiera hecho un comentario atinado. Los chicos se hubieran levantado con el último bocado y ellos hubieran compartido un café.  Después una buena ducha y, con suerte, hacer el amor con su mujer. Tenía una buena vida piensa. Claro que a veces Diana  estaba de mal talante. Ni bien la veía se daba cuenta. Hasta en la textura de sus labios. Sin embargo los chicos siempre se portaban bien. Demasiado bien evalúa hora. Se descubre la cara. No recuerda discusiones, altercados. ¿Hablaban? Trata de recordar. Si hablaban yo no los escuchaba reconoce. Está sorprendido. ¿Eran los mismos chicos que ayer a la noche compartieron los cuadernos con él? ¿Qué hacían mis hijos durante la cena?  ¿Por qué no hablaban ni se reían como ahora? ¿Qué cambió? se pregunta. Su madre se murió se dice, de pronto muy lúcido. Como no quiere seguir pensando, saca el portafolio del auto. Ya llegué a mi casa piensa y lo invade un cansancio sobrenatural.


lunes, 19 de diciembre de 2016

14

 8 Miércoles

Al encontrar vacía la cama de Sofía, Marcelo se dirige al cuarto de Lorena. Allí descubre a las dos nenas. Levanta las cortinas. Arriba, dormilonas. Como no observa reacción las observa con más detenimiento. Los párpados apretados, la cara fruncida. Cabecea, sonriendo, y opta por las cosquillas. Risas y más risas.


Papá vino a mi cuarto a despertarme yo lo escucho pero me hago la dormida porque quiero que me toque la cabeza como ayer pero resulta muchísimo mejor porque me hace cosquillas mejor me quedo siempre en mi cama.


¡Papá, apurate que se hace tarde! le advierte Matilde desde la cocina. En la escalera se cruza con Ramona. Le dejé el café servido, señor, voy a levantar a las nenas. Ya las desperté informa. La mujer lo mira, arqueando las cejas y deshace su camino. Él comienza a bajar, extrañamente satisfecho, cuando un grito se le clava, como un estilete.  ¡Mamá! Corre. En su cuna Federico solloza. ¡Mamá! Él lo alza. El nene esconde la carita en su cuello. Él le acaricia el cabello, en silencio. ¿Qué decirle?


Desde la cocina, Agustina escucha el llanto de su hermano. Yo me quedo informa cruzando ambos brazos sobre el pecho. ¿Estás loca? la reta Matilde ¿y el trabajo de los griegos? Te lo doy y se lo entregás a Vale. ¡Basta, Agus! grita Matilde mamá se murió y Fede se tendrá que acostumbrar.  A ella le brota de la panza angustia y bronca. Quiere pero no puede contener los sollozos. ¡Vos también te tendrás que acostumbrar! insiste su hermana. Ramona se acerca y la abraza. No seas tan dura, muchachita le advierte a Matilde. Cuando se desprende de los brazos de Ramona, Agustina descubre a su hermana, sentada a la mesa, la cabeza entre las manos. Ella quisiera acercarse pero teme ser rechazada. Se lava la cara en la pileta y agarra la mochila. Espero afuera informa.


La mañana en la escuela le resultó interminable. En la esquina, Matilde se despide de sus compañeras y se queda esperando a Agustina. Qué raro que no viene, capaz se fue sin avisarme. A medida que transcurren los minutos disminuye el caudal de los alumnos. Se va aplacando el alboroto. Debería llamarla piensa, pero no lo hace. Seguro que se enojó y tiene razón, soy una bruta. Y ella conoce bien a su hermana: así como es de tranquila, cuando se enoja con alguien se enoja para siempre. Controla de nuevo el celular: ningún mensaje. Ya no puede seguir esperando: Ramona se va a preocupar. Recién entonces empieza a preocuparse ella ¿le habrá pasado algo? La vio de lejos en el último recreo. Haciendo un esfuerzo le envía un WhatsApp. Espera un rato. Nada de nada. ¿Si le pregunta a Valeria? No, seguro que Agus le contó. Le empieza a doler el estómago. ¿Qué si Agustina no la perdona? Está paralizada. No puede irse ni seguir quedándose. Se siente mal. Se arrima a la pared. Cierra los ojos. Impensable perder a su hermana. Lo único que me falta. Y, además, se lo merece. Pobre Agus. Siempre tan buena, tan dócil. Por eso mamá la prefería piensa y la inunda un tristeza infinita. Abre los ojos. Su hermana se acerca corriendo. Fui a sacar fotocopias del trabajo y me quedé sin batería.  Matilde se acerca y la abraza.


Agustina se desprende del abrazo de Matilde y la observa. No entiende nada. Su desconcierto se torna infinito cuando su hermana le pide perdoname.


No bien terminan de comer Matilde sube a su cuarto y cierra la puerta. Se sienta como indio sobre la cama, celular en mano. Bianchi busca en contactos. El corazón le galopa. Por suerte atiende la secretaria. Toma el primer turno que le proponen. Se da cuenta de que acaba de iniciarse un ciclo: desde ahora será ella la encargada de la salud familiar. La responsabilidad la abruma. Tengo quince años piensa. Y por primera vez lo enuncia considerándolos pocos. Papá busca ahora.


Suena el celular de Marcelo. WhatsApp de Matilde. Conseguí turno mañana 18h, ¿podrás llevarla? Se le altera el pulso. Es ejecutiva la mocosa es su primer pensamiento. Tengo reunión a las 17,30 es el segundo. Sin embargo teclea de acuerdo. Está por llamar a Izcovich para cancelar la cita cuando le entra otro mensaje. ¿Querés que te acompañe? Por supuesto contesta. De alguna absurda manera se siente aliviado. Amparado define.



viernes, 16 de diciembre de 2016

13


Aunque su único deseo es desmoronarse sobre la cama, golpea la puerta de Matilde. ¿Querías hablar conmigo? pregunta. La chiquilina deja la tablet sobre la mesa de luz y se sienta en la cama. es su lacónica respuesta. Nada de sonrisas. Así es mi hija piensa mientras recorre la habitación con la mirada. Sacá esos libros, ponelos en el suelo indica Matilde. Él obedece y acerca la silla a la cama.  Estuve hablando con la profesora es informado no hay posibilidad de que Lorena sea B. Él se alarma. ¿Le contaste?  Cree descubrir sorna en la sonrisa de su hija. No te preocupes sí, era sorna planteé un caso hipotético. Es como la madre, maneja el arte del desprecio diagnostica. ¿Qué vamos a hacer? es arrancado de sus pensamientos. ¿Con respecto a qué? ¿Me estás cargando? la sonrisa de Matilde ya le resulta indescriptible ¿no te interesa saber si Lorena es tu hija? El golpe es brutal. ¿Qué estás diciendo? No hay muchas opciones, papá, o el análisis está mal hecho o vos no sos el padre. Le falta el aire, se lleva la mano al cuello. No tengo ninguna duda de que soy el padre. Los ojos de Matilde son implacables. Pero yo sí. Él no logra articular palabra. Hay que sacarle sangre a Lorena dictamina si querés yo me ocupo de pedir turno con Bianchi. De acuerdo concede él. Trastabilla al incorporarse. Está mareado. Papa, ¿te sentís bien?


Qué raro que hoy Lorena no vino mejor porque ocupa mucho espacio y me empuja igual ya me acostumbré un poco por eso no puedo dormirme por eso y porque escucho ruidos a lo mejor es un ladrón pero no creo porque Ramona dijo que la puerta está blindada mejor me voy a ver a Lore capaz que ella tiene miedo o que la extraña a mamá.


Es increíble un hombre grande, a él debería preocuparle no a mí reflexiona Matilde. Mañana mismo llamará a Bianchi, el teléfono está en la heladera, ya se fijó. Lo que no sabe es qué le va a explicar su padre, eso es asunto de él. Pobre Lorena piensa ella van a tener que pincharla. Su papá también le da lástima, él la adoraba a su mamá. Seguramente equivocaron el análisis.


Agustina aguza el oído. Recién salió su padre del cuarto de Matilde, estuvo un buen rato. ¿Habrá pasado algo? Mati está rara últimamente. Mañana le va a preguntar, por ahí le cuenta. Su mamá sí que le contaba, cuando se sentía mal siempre venía a su cuarto. Decía que solo yo la entendía. Se quedó mal después de la muerte de la abuela. Estaba siempre nerviosa. Y las nenas se portaban muy mal. La sacaban piensa. Mejor apaga la luz e intenta dormir. Pone el despertador a las cinco y media para repasar la lección de historia. Fija que me llama a mí. Porque sabe que es la única que siempre estudia. Esa profe me adora.



Siente el pulso alterado. Marcelo aprieta su muñeca izquierda con el pulgar de la otra mano, ¿Otra vez la presión? Quizás un baño de inmersión lo ayude. Imposible dormir en ese estado. Pone el tapón, abre la canilla y se desnuda. Mocosa prepotente piensa si no le pongo los puntos terminará volviéndome loco. No puede más. Precisa vacaciones. Vacaciones de mi propia vida. Se sumerge en el agua caliente. Sí, era esto lo que precisaba. El cuerpo, lentamente, se va relajando. No así la cabeza, que bulle, fuera de control. ¿Hoy recién es martes? se pregunta.  El tiempo debe de estar equivocado, ya pasó una eternidad. Cuatro días que soy viudo se obliga a recordar. Y estúpidamente sonríe ante lo absurdo de la enunciación. Jamás pensó que se atribuiría ese cargo a sí mismo. Suena a viejo pelado y con bastón. Pero él todavía conserva casi todo su pelo y oh, detalle, tengo cinco hijos pequeños a mi cargo. En un instante la conversación con Matilde lo aplasta contra el fondo de la bañadera. Para qué le habré golpeado la puerta se arrepiente tengo otras cosas en que pensar para ocuparme de acertijos. Qué mierda le importa la inquietud de Matilde ni el grupo sanguíneo de Lorena. Ojalá se descubra que ninguno de los cinco es hijo mío así me puedo rajar de acá. Se escucha y comprueba que una parte de su mente va más rápido que el resto. ¿Hay algún sector de mi cerebro que contempla la posibilidad de que Diana me haya engañado? Se endereza y abre la canilla nuevamente: el agua se está enfriando. Porque el sector que detecta la temperatura me sigue funcionando. Quizá la zona encargada de detectar infidelidades entró hace rato en cortocircuito. Qué manera de decir boludeces piensa. Necesita tener las neuronas ocupadas para apartar algunos pensamientos. Porque el hecho de que Lorena no sea su hija no le aflige por la nena en sí. Solo por llevar implícita la traición de Diana. Trata de reconstruir la época anterior al embarazo.  Él acababa de abrir el nuevo estudio. Estaba eufórico. La vida me sonreía se burla de sí mismo. Solo dos nubarrones ese año: el fastidio de Diana por portar otra nena y la ruptura con Alberto y Patricia. Quizás el mal humor de la primera fue lo causante de lo segundo  reflexiona. Asunto de mujeres dijo Diana. Y él estaba demasiado ocupado para mediar entre ellas. Demasiado ocupado, ahora, para ocuparse de Bianchi y de Lorena. Le pediré a Ramona que la acompañe. O a Matilde, ella me metió en este baile. El ruido del agua deslizándose lo sobresalta: la bañadera se desbordó. Maldiciendo cierra la canilla, saca el tapón y sale del agua.